lunes, 30 de enero de 2017

"Múltiple": cuando el epílogo lo es todo

Este fin de semana se ha estrenado "Múltiple", la nueva película de M. Night Shyamalan y que cuenta con bastantes elementos a su favor para funcionar. ¿Lo consigue? Depende. Antes de resolver esa cuestión, hay que tener en cuenta lo que sigue.

Por un lado, este film viene precedido por unas expectativas bastante positivas a raíz de su predecesora, la notable "La visita", y, en ese sentido, tiene el reto de confirmar o no la mejoría de este peculiar, talentoso, irregular y egocéntrico cineasta después de firmar las infumables "La joven del agua", "El incidente", "Airbender" y "After Earth". Por otra parte, recurre al interesante tema del trastorno de personalidad múltiple, que en el género del thriller suele dar  resultados excelentes en lo que a entretenimiento se refiere: ahí están títulos como "Psicosis", "El club de la lucha", "Identidad" o "Las dos caras de la verdad" como muestra de ello. Y, además de lo dicho, cuenta como principal reclamo en su elenco con James McAvoy, un actor cuyo talento está muy por encima de la calidad de algunas películas en las que se ha visto inmerso en los últimos años. Por tanto, cuenta con viento a favor para llegar a buen puerto. ¿Lo consigue? Depende.

"Múltiple" cuenta el tránsito del trastornado Kevin (McAvoy) desde la mencionada enfermedad mental hacia la más absoluta y demente criminalidad utilizando como catalizador de ello el secuestro de tres adolescentes cuyo futuro es tan incierto como la existencia o no de "la bestia" a la que van a ser "ofrendadas". En ese sentido, si bien esta película cumple con el canon de todo thriller, hay un momento en el que abre caprichosamente sus puertas tanto al género fantástico (la irrupción de la personalidad número 24) como al del terror puro y crudo (que preside el tercer y definitivo acto). El resultado de todo ello es una película meramente entretenida, que desinfla las esperanzas puestas con ella conforme avanzan los minutos, con más metraje del que necesita la trama, perjudicada por la contraproducente fusión entre lo verosímil y lo literalmente increíble (fusión que evitó acertadamente "La visita"), con ciertos fallos de guión que cuesta disculpar y que supondría un nuevo borrón en el historial de Shyamalan de no haber contado con un actorazo y un cameo para salvar mínimamemte los muebles. Por tanto, se trata de un film inferior a "La visita" y a años luz de "El sexto sentido", "El protegido" o "El bosque" pero (y no es un pero pequeño) tampoco calificable como absoluto bodrio.

Como argumentos sólidos para pagar por ver "Split" (así se titula originalmente) sólo se pueden destacar dos: Uno, el recital de James McAvoy, quien con su brillante interpretación no sólo sostiene la película sino que construye un villano tan singular e interesante como el famoso Don Cristal. Y dos: "lo que pasa en el epílogo", dado que cambia la manera en la que hay valorarla y entenderla. Y es que "el giro made in Shyamalan", ese giro de guión que precipita o corona el desenlace de sus películas más sobresalientes, aquí no aparece hasta después de que la historia principal concluye y el destino de todos los personajes se aclara, lo cual es toda una sorpresa respecto a lo habitual en este cineasta, como lo sería por ejemplo que hiciera una secuela de uno de sus títulos más famosos y valorados. Dicho de otra manera: "lo que pasa en el epílogo" es la típica escena que en las producciones de Marvel ubicarían en post-créditos. Aquí, sin embargo, está justo antes de ellos y muy acertadamente porque amortigua de forma notable esa más que probable sensación anticlimática de "me esperaba algo más/mejor" que puede haber en el espectador tras ver cómo se resuelve todo, dado que "lo que pasa en el epílogo" es lo suficientemente inesperado y molón como para salir con el hype en ascenso ante la próxima película de Shyamalan.

Así pues, volviendo a la pregunta del principio: ¿funciona "Múltiple"? No, descontando el epílogo pero es que, en ocasiones como ésta, un epílogo lo es todo, tanto para mal como para bien.

domingo, 29 de enero de 2017

Estados Hipócritas de América

Trump es un político atípico: está más que dispuesto a cumplir sus promesas electorales una vez ha llegado al poder. Y más aún: está encantado de cumplirlas, aunque eso suponga dejar la imagen y la auctoritas de EEUU como un páramo. La primera y penúltima parida de Trump es dar carta de naturaleza a su "América para los americanos", consigna que no ha verbalizado porque no le hace falta: sus acciones, sus razonamientos tipo "porque me sale de los *******"  y sus formas de elefante en cacharrería ya dicen lo suficiente.

Se trata de una idea supremacista, xenófoba y paleta en la que se enmarcan su dos primeras dos medidas resultan tan drásticas como bochornosas: autorizar el denigrante muro con/contra México y prohibir la entrada a todo natural de siete países de población netamente musulmana. Trump convierte así en naderías los derechos humanos y, de paso, ignora deliberada y desvergonzadamente la propia esencia de EEUU: la de ser una nación de inmigrantes. Si los nativos americanos (los auténticos americanos si nos ponemos puristas) hubieran tenido hace cinco siglos la misma sensibilidad que este POTUS, no habría habido jamás EEUU o, al menos, estos Estados Unidos que conocemos. Ni Mayflower ni "We the people" ni la madre que parió a Hulk Hogan

Así, Trump ha llevado la hipocresía a un nivel que resulta absolutamente incompatible con cualquier legitimidad política, social y moral. Son medidas monstruosamente irresponsables que alientan la criminalización pública y anónima del "otro" como concepto y de una forma más que peligrosa porque se empieza por estos agravios discriminatorios y se acaba por campos de exterminio.
Si el máximo mandatario del país considera que cualquier mexicano es un presunto delincuente o un musulmán un probable terrorista ¿qué impide a algún tarado de los muchos que EEUU tiene en stock denigrar, apalear o liquidar a cualquier hispano o musulmán que se le cruce con o sin malentendido mediante? Además, puestos a atajar peligros potenciales para la seguridad del país y la integridad física de los estadounidenses, mejor haría Mister Tupé en analizar las estadísticas sobre el número de caucásicos cristianos que han dado matarile al prójimo en su propio país.

No obstante, Trump no es el problema sino un síntoma del mismo: la profunda involución de la sociedad actual hacia el tenebrismo y la sinrazón más visceral. Es decir, del mismo modo que Hitler no fue la causa sino la consecuencia de la Alemania nazi, Trump es el resultado de un país que no ha sabido reaccionar con madurez y serenidad a los desafíos que amenazan la libertad y el bienestar mundial. EEUU es lo que es gracias al resto del mundo, en todos los niveles y sentidos. Esa postura aislacionista, paraonica, endogámica y clasista es más propia de una nación insular (hola, Gran Bretaña) que de un país con tanto mestizaje en su ADN como el de las barras y estrellas. Aislarse de semejante manera nunca será parte de la solución y sí del problema porque con medidas como éstas se hace por ejemplo el juego a todos los hijos de la gran locura que están deseosos de fornicar perpetuamente con unas cuantas huríes previa masacre de inocentes.

Afortunadamente, en EEUU aún queda suficiente justicia, dignidad y sentido común para si no impedir los planes de Trump sí entorpecerlos lo suficiente como para evitar ser comparsa de esa aberración llamada Donald Trump.

lunes, 23 de enero de 2017

Marías se equivoca

Este fin de semana, el escritor Javier Marías ha originado con su artículo dominical una polémica en torno al teatro que ha movilizado tanto a partidarios como a detractores teatrales, especialmente en redes sociales. El académico Marías, prestigioso novelista e interesante analista literario, dedica la mayor parte de su artículo "Ese idiota de Shakesperare" a rechazar ásperamente el teatro que se hace en la actualidad, tanto en lo que se refiere a las obras que rompen la cuarta pared como a las "adaptaciones no canónicas" de los denominados clásicos universales. Marías está en su perfecto derecho de decir eso, como lo está cualquier otra persona si piensa que el literato ha patinado espectacularmente, como es mi caso. 

En mi opinión, el escritor se equivoca principalmente en dos cosas: la primera, juzgar al todo por la parte, ya que si bien hay obras heterodoxas o "interactivas" que son un auténtico despropósito("sandez" dice el artículo), también las hay que son magistrales y, por otro lado, no todo el teatro que se representa hoy en día es como el que menciona Marías. El segundo error consiste en considerar que el teatro actual es parte del problema de ignorancia o incultura que hay en nuestra sociedad cuando lo cierto es que el teatro será siempre parte de la solución ya que constituye una fantástica arma de educación masiva, finalidad primordial otorgada por sus creadores, los antiguos griegos.

En su metralla contra el arte dramático de nuestro tiempo, Marías olvida o prefiere ignorar demasiadas cosas que resultan esenciales, singulares, vertebradoras, identitarias y distintivas del teatro y de las que quiero hablar a continuación.

El teatro es por sí mismo pura heterodoxia porque, como toda creación, es subversiva respecto a "lo real". La poeisis en que se basa toda obra de arte en general y de ficción en particular requiere un ejercicio de recreación de la realidad y, simultáneamente, de sustitución de lo que podríamos llamar "normas de la literalidad" por el pacto entre autor y receptor por el que se acepta, percibe, siente y vive como real algo que no es más que una simulación. Es un engaño consentido que nos abre ventanas a otras realidades tan válidas como la física y cotidiana en tanto que la sentimos de igual manera y por los mismos cauces. En ese sentido, al contrario de lo que asume Marías, el teatro es un juego pactado que se asienta no sobre la ignorancia o la credulidad del público sino sobre la consciencia y la complicidad. Gracias al autor el actor es pero es gracias al público por lo que el actor está. Por ello, el teatro deviene en un encuentro entre el ingenio, la imaginación y el sentimiento auspiciado por el arte del gesto y la palabra en el que el espectador no es parte pasiva sino activa en calidad de cómplice y copartícipe de ese ritual del pensar y el sentir, porque en el fondo, en eso consiste el teatro, en ir más allá de lo que se ve y se oye; por eso, las formas no dejan de ser vehículos y herramientas al servicio del fondo, que es lo que permanece, cala e interesa al autor/adaptador, al actor y al público. En ese sentido, los únicos condicionantes a los que está expuesta una representación teatral son el ingenio y el presupuesto.

El teatro es una sagrada celebración de lo humano, una ceremonia donde se expone la Humanidad en toda su desnuda contradicción, grandeza y miseria, una ventana particular y temporal abierta hacia lo universal, un viaje simultáneamente personal y colectivo, una fiesta que profana las máscaras para mostrar las esencias y lograr así la catarsis que abre los ojos a la enseñanza, al aprendizaje, al descubrimiento y la reconciliación con lo que fuimos, somos y seremos. Así las cosas, dicotomías y etiquetas como "clásico"-"actual", "original"-"adaptación", "tradicional"-"innovador" tienen más sentido y valor pedagógico que real porque trazar clasificaciones estancas en aras de un purismo excesivo o una ortodoxia demasiado aferrada a lo literal es igual de absurdo e ineficaz que trazar rayas en el agua o querer enmarcar al viento. El teatro es un eterno diálogo del ser humano consigo mismo y, al amparo de ello, es también es una conversación de autores y actores a través del tiempo y el espacio sobre los grandes temas y las capitales pasiones del hombre donde la obra funciona a la vez como coartada y beneficiaria. En ese sentido, no hay teatro "clásico" ni "moderno": el teatro es teatro y la única distinción que cabría hacer al respecto es la de bueno o malo. Por eso, redundando en lo que comentaba antes, en ese intenso coloquio sobre las esencias, la forma no importará tanto como el fondo, porque en el arte dramático, cuando las cosas se hacen bien, todos los caminos conducen a Roma. Y esto es así desde que Tespis recorrió la Hélade con su carro. Por tanto, querer denigrar sistemáticamente toda adaptación o menospreciar automáticamente todo lo que se aparte de lo convencional demuestra una soberbia ignorancia o una ignorante soberbia, tanto da. Si todo el mundo hubiera demostrado esa clasista intransigencia que exhibe Marías en su artículo, el teatro no habría ido más allá de Esquilo, Sófocles y Eurípides y el mundo no habría conocido jamás a Shakespeare, Moliere, Calderón, Lope, Lorca, Miller, Fo y compañía. ¿Qué hay de malo en dejar al ingenio jugar con las formas mientras se respete el fondo? ¿Qué problema hay en reescribir las reglas si se logra el mismo efecto? ¿Qué peligro hay en dejar que el teatro, como cualquier otro arte, evolucione? Si el arte dramático es el más apegado a la realidad íntima del ser humano es absurdo querer prevenirlo del cambio, de la novedad, el contraste, el enriquecimiento y el mestizaje que existen en nuestra propia vida individual y social. El teatro nace de la imaginación y ésta nunca es estática, es volátil, juguetona, libertina, escurridiza, iconoclasta y libre, por encima de dogmas, cánones, convenciones, modas, gustos y opiniones.

Yo, por ejemplo, amante confeso y practicante del teatro, disfruto enormememte con obras como el soberbio Hamlet que se pudo ver hace un tiempo en los Teatros del Canal o con la estupenda adaptación de El asno de oro que hizo Rafael Álvarez, El Brujo o con los desternillantes espectáculos que hace Impromadrid. Obras todas ellas muy distintas entre sí pero con una cualidad en común: causarían una angina de pecho a Javier Marías.

En definitiva, que el "integrismo clásico" que rezuma el artículo de Javier Marías es tan desaconsejable y nocivo como querer innovar sin que acompañe el ingenio y el criterio y que critica el escritor con tanta saña. No obstante, lo peor de todo, ese ese injusto e injustificable desprecio de 360 grados que proyecta irresponsable e imprudentemente sobre el teatro, dando dentelladas aquí y allá (su ataque a las mujeres tampoco tiene desperdicio) como un tiburón blanco con síndrome de abstinencia. Olvida el autor que se puede opinar sin agraviar a nadie ni parapetarse en ataques gratuitos e infundados. Quizás Marías sólo ha buscado notoriedad levantando esta estúpida polvareda pero a él ya no le hace falta notoriedad...ni tampoco quedar en ridículo.

domingo, 22 de enero de 2017

¡Canta!: cómo no dar el cante en películas para niños

¡Canta! es, junto a Rogue One, la gran triunfadora de este invierno cinematográfico, a tenor de su vigor en taquilla. Y lo es gracias una película sencilla que funciona muy bien por no ir en ningún momento más allá de sus posibilidades y pretensiones. Y es que este título no deja de ser una vistosa fábula en sus formas (animales antropomórficos que encarnan arquetipos y estereotipos humanos) que esconde en su fondo un mensaje manido por los libros y gurú de la autoayuda: nuestros sueños se pueden hacer realidad si se cree en uno mismo o, dicho de otra manera, la mejor manera de ser feliz es no tirar nunca la toalla.

Dejando al margen si el sustrato ideológico de la película es una falacia, un placebo o una verdad matizable, ¡Canta! tiene claro que su cometido principal es entretener. Y lo consigue gracias a ser una parodia cómplice y entrañable de los talent show musicales tan de moda en los últimos lustros. Así, a lomos de un humor blanco y apto para todos los públicos, esta película cumple sobradamente el objetivo exigible a cualquier producción de este tipo por su efectiva mezcla de gags y éxitos musicales.

Conmover o aspirar a la categoría de "obra maestra" son dos objetivos a los que renuncia y hace muy bien porque en esa liga sólo pueden competir Pixar y Ghibli. Por eso, ¡Canta! da lo que promete y se espera de ella: un buen rato de impecable y liviano entretenimiento. 

En ese sentido, está en la misma línea que el otro gran éxito de Illumination EntertainmentGru, pero mientras en las entregas del villano favorito todo resultaba un pretexto para sus gags,
¡Canta! va un pequeño paso más allá para, sin arriesgar demasiado, colar ese inocuo mensaje al que me refería al comienzo y, de paso, una ¿sutil? pero interesante crítica social (por ejemplo, denunciando con bastante ingenio y brillantez la menospreciada sobrexplotación de las madres/amas de casa). Por eso, es de agradecer ese mínimo avance. 

Como es de agradecer que la película no trate a su público como tontos de baba, error en el que incurren muchas películas de target familiar en esta era de lo políticamente correcto. Ni niños ni adultos sentirán insultada su inteligencia viendo ¡Canta!, algo que es perfectamente compatible con el innegociable
final feliz. Precisamente, recurrir a esos temazos a los que me refería antes es una estratagema no sólo coherente con la trama sino útil para maquillar la previsibilidad de sus complacientes derroteros, algo que no es criticable puesto que es consustancial a la naturaleza de este tipo de películas.

En resumen: ¡Canta! no pasará a la historia del cine de animación pero sí hace pasar un buen rato, algo que a veces es más importante que la posteridad

viernes, 20 de enero de 2017

Bienvenidos a la Era Trumputin

Desde hoy, desde hace escasos minutos, queda inaugurada oficialmente la era Trumputin. La entronización del delirante Donald Trump supone el inicio de una etapa en la que el mundo se verá en manos de las dos mayores amenazas a los derechos y las libertades fundamentales desde la atroz dicotomía Hitler-Stalin. Con Donald Trump en Occidente y Vladimir Putin en Oriente, la comunidad planetaria puede y debe sentirse en alerta porque lo que pase o deje de pasar en el mundo dependerá del inquietante capricho de estos dos personajes tiránicos, opresivos, ambiciosos, reaccionarios y liberticidas que hacen de cada uno de sus gestos un insulto a la legalidad, la tranquilidad, la inteligencia y la legitimidad ética y política.

Lo cierto es que Putin lleva ya años de ventaja al cafre de Trump a la hora de desempeñar el papel de gran villano internacional. Es un matón vocacional que, ofensa a ofensa, ha hecho de Rusia la nueva URSS en lo que a capacidad para amenazar la paz mundial se refiere. Basta percatarse del llamativo, desproporcionado e injustificado aumento del ejército ruso para darse cuenta de que Putin no se está preparando para celebrar Woodstock precisamente. Alguien debería tomarse esto más en serio tanto por la secular vocación expansionista rusa como por las evidentes "señales" enviadas por Putin a la comunidad internacional (especialmente en lo que a los países europeos con pasado soviético se refiere) movido por su obsesión de recrear un nuevo "imperio ruso", como también advierte el experto en Rusia Marcel Van Herpen en su libro Putin's Wars. Joe Biden, recientemente, lo ha dicho muy claro: "Rusia es la mayor amenaza para las democracias" y quien crea que Biden está exagerando o mintiendo comete un error.

Pero la siniestra relevancia de Putinland no debe llevar a minusvalorar el potencial de Trump para encarnar el rol de hideputa mundial. Es tan desequilibrado y pendenciero como Putin pero donde éste muestra astucia y discreción, el americano exhibe inconsciencia e histrionismo. De momento, por "suerte", el peligro de Trump no ha ido más allá de vergonzosas y repugnantes declaraciones, cosa que no ocurre con Putin, cuya sombra está presente  en demasiadas muertes y conflictos como para no considerarlo un enemigo que merece ser erradicado sea como sea. Pero, insisto, que nadie se engañe: Trump tiene todo lo necesario para hacer bueno a George W. Bush, lo cual hasta hace nada parecía tan posible como que Kiko Rivera ganara un Grammy. Y eso sería motivo suficiente para ir pensando en autoexiliarse en la Luna (lo del Grammy a Rivera también).

No obstante, por si estos tipos no fueran suficientemente inquietantes "per se", estas semanas han puesto tabasco sobre la relación Trump-Putin al revelarse los tejemanejes y chanchullos urdidos por Rusia para aupar al estrafalario empresario a la Casa Blanca y, simultáneamente, tenerlo cogido por el escroto. Así las cosas, lo de menos es si son verdad o no estas informaciones que muestran a Putin como Sauron y Trump como Saruman; basta con que sean verosímiles (y lo son) para que la tranquilidad haga las maletas rumbo a lo desconocido. Creo que la clave de este mosqueante trapicheo estará en su resultado porque aquí es imposible un win-win. O a Putin o a Trump les saldrá el tiro por la culata en su intento de utilizar al otro y las consecuencias no sólo las pagará una superpotencia sino el planeta entero, que es lo verdaderamente preocupante.
  
De todos modos, el alzamiento de Trump no es más que un nuevo síntoma de la putrefacción de un mundo al que le quedan ya pocos Nortes por perder, lo cual es el verdadero problema de fondo: el vivir en una sociedad resignada, cortoplacista, huérfana de paradigmas fiables y que se asienta sobre los cascotes de promesas y predicciones incumplidas. Ojalá que esta funesta ventura que promete el tándem Trump-Putin sea una más de esas predicciones incumplidas.

Tres goles, dos grados

José Luis Mendilibar es un artista inclasificable, un genio incomprendido, un autor de arte moderno que reivindica un lugar destacado en las enciclopedias, la Wikipedia y el teletexto. Así, llegó a Madrid, epicentro cultural de España, y desplegó su última performance: "Diez bombonas de butano con portero al fondo". Ni en ARCO se puede ver genialidad igual.
Por desgracia para el prodigioso y nunca suficientemente valorado vasco, el comité de expertos encargado de valorar su obra estaba formado por los reservoir dogs del Cholo Simeone, motivo por el cual Mendilibar acabó el partido como el bardo de Astérix los cómics.
Y es que el Atlético cuajó un partido bastante potable en el que Gaitán volvió a demostrar que puede ser el Tony Manero que tanto necesita el Atleti. Enfrente, el equipo rojiblanco tuvo a la SD Éibar, siendo los jugadores más peligrosos del conjunto guipuzcoano Pau Cebrián y César Noval, quienes desde sendos laterales cortaron peligrosos ataques colchoneros a banderín limpio, redefiniendo de paso el concepto "fuera de juego" para disgusto de los 25.000 espartanos rojiblancos que salpicaron de amor incondicional las gradas del Calderón a pesar del horario y el intenso frío.
Así las cosas, los tres merecidos goles locales (Griezmann, Correa y Gameiro) se antojaron tardíos y escasos para los méritos desplegados por el Atlético contra un equipo que apostó por el gas en lugar de la electricidad. Eso sí, a partir del tercer tanto, la criogenizada afición atlética pudo serenarse lo suficiente como para dedicarse a meditar sobre la gran cuestión de la noche: ¿qué brillaría más en la oscuridad: la camiseta del Éibar o las zapatillas de Godín?

En definitiva: este copero 3-0 supone un pequeño paso en la eliminatoria pero un gran salto para la autoestima colchonera para lo que está por venir.

jueves, 19 de enero de 2017

Dejar atrás

A veces, encerradas en la anónima cotidianidad, hay señales de que la civilización se ha ido a la mierda o está camino de ello. Basta con tener la vista o el oído encendidos para darse cuenta.

Ocurrió ayer. A eso de las siete menos viente de la tarde, en Madrid. En la parada 155 del autobús urbano número 28 que cubre la ruta entre Puerta de Alcalá y el barrio de Canillejas. Temperatura ambiente: dos grados. Sensación térmica: sensiblemente inferior. Caminaba yo por O'Donnell en dirección a Doctor Esquerdo cuando, de lejos, vi la siguiente escena: un hombre menudo, de avanzada edad y evidentes problemas motrices derivados de ella se aproximaba a toda la velocidad que le permitía su mermado y enjuto cuerpo a la citada parada del 28, situada en los aledaños del cruce de las calles O'Donnell y Máiquez, donde se encontraba parado dicho autobús, coincidiendo con el semáforo en rojo. El anciano, haciendo gala de un aparatoso esfuerzo y renunciando a apoyarse en un bastón que llevaba en ristre imagino que por creer que así ahorraría más tiempo, caminaba "rápido" por el filo de la acera al tiempo que hacía notorios aspavientos con la mano izquierda para advertir su presencia al conductor. El señor, contra pronóstico, alcanzó no sólo la marquesina de la parada sino que llegó hasta la misma puerta del bus justo en el momento en que el semáforo se puso en verde. En ese preciso instante, el autobús arrancó, dejando en tierra al hombre. Pasé pocos segundos después a su altura. Daba auténtica lástima verlo allí, desfondado después de desvencijarse "corriendo", varado en la marquesina, expuesto al terrible frío que hacía y humillado por el desprecio de alguien que había decidido no comportarse de forma acorde no ya al reglamento sino con un mínimo civismo. Del conductor del bus desconozco su identidad, edad, género y demás detalles pero sí sé lo suficiente como para decirle, desde aquí, lo siguiente: no sólo eres un gilipollas sino también un perfecto hijo de puta.

Lo peor de todo esto es que estas carencias de civismo, estas fallas en la humanidad del personal no son algo infrecuente, ya hablemos de paradas de autobús o de cualquier otro aspecto de la vida cotidiana en el que las personas podemos demostrar cuánta educación y sensibilidad llevamos dentro. En ese sentido, si hay a quien le da igual dejar colgado a un anciano en plena ola de frío polar, ¿qué le va a importar lo que les pase a los refugiados que actualmente se mueren de frío (literal o figuradamente) esperando a las puertas de Europa que alguien les deje de ver como un problema y les empiece a tratar como seres humanos? Uno de los grandes y graves problemas de la sociedad actual es que hay demasiada gente dispuesta a dejar atrás al "otro". Así nos va. Así nos irá.

domingo, 15 de enero de 2017

El Atleti es Jason Voorhees

El sábado 14 el Atlético de Madrid decidió honrar a Viernes 13 transformándose en lo más parecido en el ámbito futbolístico a Jason Voorhees. Muchos le habían dado por muerto después de ahogarse en fondo y forma en diciembre pero el Atleti ha vuelto de la tumba no tanto para vengarse como para hacer una exhibición de grotesca eficacia dando matarile a quien se interponga en su camino. La última víctima, el Betis, tras un partido que dejó frío a muchos aficionados (y no sólo por la gélida temperatura ambiental) y que se podría resumir en un microrrelato: intensidad y buen juego del Atleti hasta el tempranero gol de Gaitán. A partir de ahí, la nada.

Lo mejor, una vez más, volvió a ser únicamente el resultado porque el equipo madrileño firmó un decepcionante partido a medio camino entre la hibernación y la mediocridad donde mostró más errores que aciertos. En ese sentido, el conjunto del Manzanares se salvó de males mayores gracias a una engañosa solidez defensiva (se dieron más facilidades de las debidas a un Betis voluntarioso pero cuya única ofensa fue el look de Dani Ceballos). Contra un rival de mayor calidad y potencial, la cosa muy probablemente habría acabado como Bodas de sangre y es que si no pasó algo peor contra los intereses colchoneros fue por demérito verdiblanco más que por acierto rojiblanco. Siendo optimista se podría decir que no hay nuevas malas noticias para la hinchada del Atleti. Siendo realista hay que reconocer que tampoco las hay especialmente buenas. El Atlético sigue instalado en un estado de "ni sí ni no sino todo lo contrario". Por suerte, continúa encadenando puntos para suturar la herida en Liga. Precisamente, asentándose en esta tosca manera de conseguir triunfos, habrá quien prefiera ganar todo lo que queda por delante en las tres competiciones aunque se juegue horrible; es un debate interesante...en el que conviene recordar que la Historia es siempre resultadista.

Volviendo a "lo de ayer", quizás la principal novedad respecto a otros partidos, junto a la postulación de Nico Gaitán como ídolo en ciernes, fueron los silbidos y las protestas que acompañaron a algunas jugadas desacertadas del Atleti, especialmente en el último tramo del encuentro. Es evidente que el partido fue un híbrido entre tostón y bodrio (supongo que Gabi vio un partido y yo otro) y que hay jugadores rojiblancos que están, según los casos, para partido-homenaje o para el banquillo pero no por eso hay que sacar el cuchillo ya. Queda mucha temporada. Por tanto, los ajustes de cuentas sólo proceden cuando aparezca el "Game over", no antes

Así las cosas, quizás el paciente rojiblanco haya salido de la UCI pero no presenta ningún argumento convincente para darle el alta. Mientras llega ese ansiado momento, la paciencia será el mejor anticongelante para partidos como este, con más frío que historia.

miércoles, 11 de enero de 2017

Regreso al futuro

Dice Sabina que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Le faltó añadir "excepto si eres el Atleti de Simeone". Y es que la recuperación de las señas identitarias de ese equipo feroz, sólido e incansable va por buen camino. Lentamente (quizá demasiado) pero va. Tras las nocivas polémicas (más extradeportivas que futbolísticas y más artificiales que reales) en las que se ha visto envuelto esta temporada, el Atleti se está reconstruyendo a sí mismo como si fuera un Mr.Potato; pieza a pieza: intensidad, convicción, suerte...Es verdad que aún le faltan algunas (concentración, cohesión, puntería...) pero ya se parece más a lo que siempre fue desde el advenimiento del Cholo. Aquí, como en cualquier competición, lo prioritario es ganar y quien diga o piense otra cosa pues aún está a tiempo de enterarse. Es cierto que el Atleti puede y debe jugar mejor, pero no por eso hay que sobrevalorar la calidad, el potencial y las aptitudes de los futbolistas, tener la memoria frágil, empecinarse en entelequias de barra de bar, incurrir en cuñadismo deportivo o comportarse con pretenciosidad de nuevos ricos. El Atleti es lo que es y nosotros lo queremos así, con sus virtudes y sus defectos. Además, los espartanos no ganaron batallas con numeritos del Cirque du Soleil y gracias a eso son aún hoy legendarios y admirados. De todos modos, las circunstancias actuales no admiten florituras: hay que ser prácticos y si hay que amputar el virtuosismo para salvar el triunfo, se amputa. Las discusiones y los reproches, cuando caiga el telón.

En este contexto, llegó el segundo y definitivo partido de Copa contra la UD Las Palmas. La vuelta sirvió para premiar el mérito y la profesionalidad de Las Palmas y castigar la irresponsable desidia que mostró el Atlético cuando se vio ganador (del partido y la eliminatoria). Premio y castigo merecidos por igual. Así las cosas, como lo importante no es cómo se empieza sino cómo se acaba, el equipo ofreció una mediocre recompensa a los aficionados que acudieron al estadio desafiando la criogenización, maquillada por el paso a la siguiente ronda copera. Y es una pena porque el encuentro, pese a una primera mitad de fogueo, ofreció algunos interesantes fogonazos de lo que puede ser el Atleti si todos estuvieran en forma y enchufados. Además, confirmó la mejoría de Moyá, Giménez y Griezmann en sus respectivos retos y sirvió para evidenciar que Gaitán necesita más partidos para poder demostrar al entrenador y la afición que tiene (o no) la trascendencia necesaria para ser titular ya que de calidad es uno de los mejores de la plantilla. Por lo demás, siguen las mismas dudas que se arrastran desde hace semanas, con varios jugadores en modo "no sé-no sé", otros con más pasado (glorioso) que presente y futuro en rojiblanco y un mediocampo que no termina de carburar.

De todos modos, más allá de la positiva noticia del paso al siguiente nivel, alguien debería dar un toque a los jugadores por ese dejarse llevar que mostraron en los minutos finales ya que la historia reciente y doliente ha enseñado por las malas a los rojiblancos que los partidos acaban cuando pita el árbitro. Además, el ambiente no está ahora mismo como para hacer la cobra a la tranquilidad.

En definitiva, este Atleti en modo Marty McFly volvió a recuperar otra de sus características señeras: hacer sufrir a la hinchada más de lo necesario.

martes, 10 de enero de 2017

¿The best?

Los deportes, más allá del relato competitivo, siempre han funcionado como coartada para la difusión de unos valores con los que educar a la ciudadanía, cumpliendo así una función silenciosa y capital, la misma, por cierto, que los antiguos griegos depositaron en manos del teatro. No obstante, la salvaje mercantilización de lo deportivo ha traído consigo un vaciamiento en lo que a su labor pedagógica y preservativa de valores se refiere. Esto es especialmente evidente en el llamado "deporte rey": el fútbol.

En este contexto hay que enmarcar los pretenciosos premios de la FIFA y más concretamente el "The Best", que ha recaído en el jugador del Real Madrid, Cristiano Ronaldo. Dado que se premia teóricamente lo estrictamente deportivo, dejaré orillada mi opinión respecto a su egocentrismo, megalomanía, soberbia, narcisismo, devoción por lo hortera y novias tapadera. Por eso, sí que voy opinar de Ronaldo como deportista: tiene unas condiciones físicas portentosas y es un voraz goleador. Dudar eso es ser imbécil. Como lo es dudar que este chaval es un jugador chulesco, provocador, egoísta, faltón, prepotente, antideportivo, irrespetuoso, abusivo contra rivales inferiores e irrelevante ante los superiores. Un jugador que, por ejemplo, humilla deliberadamente con regates a otro sabiendo que está lesionado o cuyos inmediatos argumentos son presumir de riqueza o estatus no puede ni debe ser nunca considerado el mejor.

Por eso, la concesión de este galardón a Ronaldo sólo se puede entender en un mundo, un mundillo, donde los valores hace tiempo que son polvo en el suelo y la podredumbre ética lo infecta todo. Un mundo grandilocuentemente vacío donde jugadores como Ronaldo, clubs como el Madrid y personajes inquietantes como Florentino Pérez se mueven con eficaz soltura. Y esto conviene no perderlo de vista porque tanto o más peso tienen en estos premios los intereses creados que los estrictos méritos objetivos. Claro que todo esto les da igual a los propagandistas y demagogos asalariados que mancillan al periodismo en los medios de comunicación con su falta no ya de imparcialidad sino de pura sensatez.

Por eso, este reconocimiento a Ronaldo es el enésimo clavo en el ataúd del deporte como recipiente de valores, un nuevo despropósito en el altar del negocio y un disparate de mal gusto. El día que el Aquiles portugués tenga la misma maestría que Messi, la capacidad de sacrificio de Griezmann  y la humildad de Iniesta sí merecerá ser "the best". Mientras tanto, no dejará de ser una vedette sobrevalorada a la que nadie le dio dos merecidas hostias en su momento.

viernes, 6 de enero de 2017

De una magia a otra

Cuando eres niño, la magia de la noche de Reyes y su consiguiente mañana la atribuyes a una tradición asentada en una anécdota evangélica y una inocencia convenientemente cebada por el ingenio y complicidad de los adultos.Cuando ya dejas de ser niño, independientemente de la edad en la que eso te pase, la magia, sin embargo, permanece aunque de manera distinta pues diferentes son sus fundamentos: la inercia emocional de una arraigada convención social alimentada por una maquinaria consumista (hoy es más decisivo el crédito que el credo) y la necesidad de mostrarse demostrando, es decir, de dejarse ver por los demás a través de esas obras de autor que son los regalos.

Una vez miras la infantil credulidad por el retrovisor, tardas poco en darte cuenta de que sólo la magia puede conseguir que una vez al año, la vida y las personas se den una tregua mutuamente, la rutina haga un receso, los problemas y las rencillas hibernen bajo un armisticio indefinido y el afecto se ponga a los mandos. Así, nos involucramos en una liturgia material de lo inmaterial, en una ceremonia del regaleo que bulle entre expectativas y secretos capaces de conjurar una ilusión casi tan pura como la que rezuma la infancia. En el fondo, la noche y la mañana de Reyes consisten en concretar físicamente algo procedente del ámbito sentimental y eso no es malo; lo malo es cuando alguien quiere valorar los sentimientos a partir de los regalos recibidos o en ponderar el aprecio en función de la reciprocidad, cuantía o valía.

Puede que este día tenga mucho de placebo o de hipocresía o de espejismo...y puede también que no. Pero, sea como fuera, ya se actúe por convicción, inercia o postureo, bienvenida sea esta excusa que nos hace saborear durante unas horas esa intensa, primigenia y despreocupada felicidad infantil, porque eso, en estos tiempos inciertos, críticos y traicioneros, sí que es un auténtico regalo; probablemente, el mejor de todos.