viernes, 29 de enero de 2016

El día que se acabó el mundo

Entró en su cuarto. Cerró la puerta. Bajó la persiana. Echó la cortina. Se desvistió. Se quitó el reloj. Apagó el teléfono móvil. Se tumbó bocarriba sobre la cama. Cerró los ojos. Y dejó que los pensamientos se fueran, que las imágenes vinieran, que el pasado volviera, que el presente se deshiciera, que el futuro no fuera, que la piel se erizara, que las lágrimas asomaran, que la vida desanduviera, que el lugar no importara, que el tiempo su respiración contuviera, que el silencio fuera callándola, que la oscuridad la sumergiera, que el dolor la descosiera, que la pena la traspasara, que el recuerdo como un rosal de risa y llanto floreciera, que los sentidos fantasmas dibujaran, que las palabras se desvanecieran, que el sueño la reclamara, que el vacío la besara, que la caída no encontrara el final, que ya no hubiera próximo capítulo, que todo se volviera nada, que nada importara todo, que el punto dejara de ser y seguido, que la luz se le escapara por las venas, que la vida llegara a la última estación donde en el andén sólo espera ya el olvido.

Cinco minutos más tarde, su madre abrió la puerta. Su silueta quedó recortada en el umbral, proyectándose como una lengua funesta sobre su hija. Al ver la escena, dudó si llamar a gritos a su marido o afrontar aquello ella sola. Contuvo la respiración, buscó las palabras adecuadas y dijo: “Tienes dieciséis años. El mundo no se acaba porque dejes de salir con un chico. Y ponte la ropa, que vas a coger frío”.

domingo, 24 de enero de 2016

El penúltimo canto del cisne

Cuesta encontrarlas en un mundo en el que el avance tecnológico ha deslocalizado la distribución y la lectura físicas de libros. Cuesta encontrarlas en una sociedad en la que se ha extendido el vicio de considerar que la compra de un libro no significa necesariamente su lectura. Cuesta encontrarlas en un contexto editorial como el actual con exceso de marketing, excedente de famoseo y saturación de obras y autores de pésima calidad que perjudican la visibilidad o siquiera el desembarco impreso de obras y autores mejores. Cuesta encontrarlas en un país en el que el Ministerio de Cultura es puro atrezzo, en el que no hay mas plan de Educación que el de formar a cretinos en serie que el día de mañana puedan ser pisoteados alegremente por sus superiores políticos o laborales, en el que la Cultura (como industria y como concepto) ha sido menospreciada oficial y políticamente y penalizada fiscalmente. Cuesta encontrarlas en ciudades como Madrid donde la frenética rutina convierte las calles en una máquina de pinball y en la que la gente sólo se acuerda de ellas cuando truena el regaleo navideño o cumpleañero. Cuesta encontrarlas pero las hay. Cada vez menos. Pero las hay. Librerías, digo. Pero no las franquiciadas tipo "La Casa del Libro", "La Central" o "Top Books" ni las engullidas por centros comerciales como El Corte Inglés o FNAC. Hablo de las librerías "de toda la vida". Aquellas en las que convergen un proyecto profesional y un proyecto personal. Aquellas en las que todo depende del buen gusto y el buen tratar de la persona al mando. Aquellas en cuyos escaparates es raro encontrar el típico petardeo pseudoliterario que, en otros sitios de venta de libros, te meten casi por embudo según pones un pie dentro. Aquellas cuyos dependientes sólo te los puedes imaginar haciendo eso: repartiendo experiencias y conocimientos en forma de libro. Aquellas cuya clientela apenas van más allá de los límites de un barrio y los mentideros lectores. Aquellas que tienen un encanto añejo y mágico para quienes gustan de la lectura, como la ficticia librería del Sr. Koreander. Aquellas que, por vivir en los tiempos que vivimos, tienen mucho de búnker ante el mal gusto, de espigón ante la incultura, de malecón temerario en un mar embravecido de ineptitud, de refugio para los amantes de la literatura convertidos gracias a la estupidez mercantil y al bochorno gubernamental en una suerte de partisanos. Aquellas que hoy forman parte más de un pasado al que añorar que de un presente que lamentar. 

Como digo, cuesta encontrarlas, pero las hay. Cada vez menos, eso sí. Yo, que no soy precisamente Gandalf, he visto ya desaparecer en Madrid librerías excelentes como la de "Rubiños 1860" en la calle Alcalá, la de "Méndez" en la calle Ibiza o la de "Gabriel Molina" en la Travesía del Arenal, por citar sólo algunos ejemplos. En ese sentido, yo no sé si las librerías son los nuevos cines en lo que a extinción se refiere o incluso si su ocaso se inició mucho antes que el de las salas de proyecciones, pero uno, cuando entra en librerías como las que digo, tiene la extraña y contradictoria sensación de estar paladeando un espejismo, un fantasma que vive de prestado, un placer con la caducidad de un orgasmo. La verdad es que la alegría y la pena de estar dentro de estos locales son grandes por igual para los que disfrutamos con y de la literatura, la de verdad, digo, no "la otra" que no es ni literatura ni es nada más que memeces impresas y encuadernadas cuando no simple y pura basura con un maquillaje más o menos engañoso. Claro que esa agridulce sensación se alivia bastante con el clima de complicidad propician el buen trato y el criterio que dispensan los libreros, lo que sin duda constituye el otro gran valor añadido de estos bastiones contra la mediocridad. Quien quiera comprender o experimentar lo que digo, puede darse una vuelta por librerías como que Visor (en Isaac Peral 18), Gulliver (en la calle del León 32), Antonio Machado (en Fernando VI, 17), Gaztambide (en el 6 de la calle homónima), Sin Tarima (en la calle del Príncipe 12), Galdós (Hortaleza 5) o en la Librería Española e Internacional (en Narváez 7), donde es imposible que quepa más buen gusto en menos espacio. 

Así las cosas, asumido que estamos ante una extinción no sólo de un modelo de negocio sino de una forma de entender la cultura y, por tanto, la vida, sólo cabe invertir el tiempo y el dinero suficientes para hacer que este crepúsculo, que este morir desgranado en el tiempo, que este desvanecimiento con sabor a réquiem, que la desaparición de este mundo entre mundos, que el desmoronamiento de esos puntos de encuentro entre forajidos de las majaderías, que este penúltimo canto del cisne haya merecido la pena.

viernes, 22 de enero de 2016

El ruido

Cuando le despertó aquel zumbido, en su boca emergió un fantasma de alcohol caro y sexo gratuito. Cuando le despertó aquel zumbido, la luna hacía rato que se había quitado sus tacones de neón color pecado. Cuando le despertó aquel zumbido, la habitación era una escombrera de siluetas apenas perfiladas por la luz ahogada que filtraba en morse la persiana. Cuando le despertó aquel zumbido, sus ojos se le llenaron de postales de una noche y dos cuerpos. Cuando le despertó aquel zumbido, el cuarto aún estaba caliente y flotaba una sensación agradable, como de pan recién hecho. Cuando le despertó aquel zumbido, notó la casi imperceptible respiración de ella, a su lado, cosquilleando cálidamente su espalda desnuda en un siseo de mar en calma. Cuando le despertó aquel zumbido, no sabía qué hora era, tan sólo que había un zumbido, un rumor molesto, como el eco de un enjambre enfurecido, llenando el aire que hacía unas horas habían cartografiado los suspiros y los gemidos de dos personas colisionando sus soledades en el Big y el Bang de la carne encendida. A esas horas, las gárgaras arrítmicas de las cañerías y el clinclán lejano del ascensor ya habían empezado a colorear la rutina del edificio. Y el zumbido seguía ahí. Con cuidado, se deslizó por el lateral de la cama y se levantó, paseando a tientas su fibrada desnudez hasta la cocina mientras decidía qué hacer de desayuno. Y el zumbido seguía ahí. Se apoyó en la encimera, esperando que la cafetera estuviera lo suficientemente caliente para derramar su orgasmo de cafeína en las dos tazas que aguardaban a su lado como dos estoicas groupies. Y el zumbido seguía ahí. Apuró el café de un trago y, en lugar de ir a asearse, o vestirse, o comprobar en el móvil la cotización de sus acciones, o chequear su cuenta de Twitter en busca críticas positivas a su última obra, o a cualquiera de las otras cosas que engarzaban su mantra mañanero, claudicó ante la curiosidad por el zumbido. Y lo buscó. Cerró los ojos y sus oídos se convirtieron en dos sabuesos buscando la trufa más molesta del mundo. Empezó a deambular lentamente de un rincón a otro, de una pared a otra, como un péndulo de Foucault con problemas de alcoholemia. Conforme pasaban los minutos el zumbido había mutado en la orquesta y coro de lo insufrible. A cada segundo, su habitual templanza y raciocinio se desvanecían para dejar paso a un Ulises obsesionado con meter billetes en el tanga de las sirenas. A cada segundo, todo lo que no fuera el zumbido le era ajeno. Como la chica que, ya despierta, sin más vestuario que un reloj comprado en Portobello, bebía en silencio el café mientras contemplaba la escena con una sonrisa en una mano y cierta incredulidad en la otra. A esas alturas, el zumbido había ganado la batalla de la atención a ese cuerpo de aspecto engañosamente delicado asentado sobre unos pies pequeños y coronado por una sonrisa traviesa que sólo hacía unas horas había sido laberinto, principio y fin. Minutos más tarde, ella estaba en la ducha, dejando que el agua tibia mandara por el sumidero los recuerdos de una noche que comenzó hablando por Chopin y acabó follando por Metallica. Pero él seguía buscando el zumbido. Minutos más tarde, ella estaba ya maquillada y vestida como recién salida del bohemio París del 68, llenando toda la casa de un aire très chic y un no-sé-qué muy cool. Pero él seguía buscando el zumbido. Perdido en su cacería de aquel horror lovecraftiano que moraba sonoro y esquivo tras las paredes. Absorto en una quimera de decibelios informes que afilaban su histeria. Ella puso su mano sobre su hombro.
- Me voy.
- ¿Eh? Ah, perdona. Ya estás vestida. ¿Te vas?
- Sí.
- ¿Al trabajo?
- ¿Dónde si no?
- ¿Lo oyes?
- ¿El qué?
- El ruido.
- No.
- Es como una batidora, quizás como una thermomix, parecido pero no igual. ¿Lo ves? Ahí está otra vez. Escucha.
- Yo no oigo nada.
- ¿Que no lo oyes? Por Dios. Lo único que no sé es de qué vecino saldrá el ruido. Es como un zumbido. ¿Me explico? Quizás sea del vecino de arriba. El runner. Quizás se esté haciendo algún batido de esos de proteínas con anabolizantes de esos. Lleva así media hora. O a lo mejor son los veganos de enfrente haciéndose un zumo. No sé. Pero de algún sitio sale.
- Me voy.
- Sí. Claro. Venga, te llamo luego.
- De acuerdo.
- Oye.
- ¿Sí?
- ¿De verdad que no lo oyes?

La puerta al cerrarse fue el único sonido que ambos oyeron.

domingo, 17 de enero de 2016

Churras y merinas

En España, la Cámara Baja, la más importante de las dos que integran nuestro parlamentarismo bicameral, primero se llamó "El Congreso de los Diputados", luego se transformó en "La Zona Cero de la Vergüena Ajena" y desde esta semana que hoy termina ha mutado en "El Plató de los Diputados". Esta mutación se veía venir desde que las pantallas auparon a los nuevos partidos que han rajado el casco del bipartidismo con la misma frialdad y contundencia que cierto iceberg a cierto barco insumergible. Desde que las pantallas decretaron la muerte de una concepción rancia y ensimismada de la oratoria y la retórica políticas. Desde que las pantallas decidieron que la política se convirtiera en el nuevo reality con el que cebar el share. Desde que las pantallas propiciaron que los votantes pasaran a ser followers y las ideas, hashtags. Desde que las pantallas quitaron el "Reservado derecho de admisión" de las puertas del parlamento. Desde que las pantallas estimaron que, después de "salvamizar" el mundo del cotilleo (hola Jorge Javier) y del deporte (hola Pedrerol), había llegado el momento de convertir el debate político en un O.K. Corral entre opinadores y líderes de nuevo cuño por un puñado de likes. Desde que las pantallas dieron a la expresión "de cara a la galería" una dimensión nueva. De aquellos polvos, lodos como el de la inauguración de la XI Legislatura.

Esta semana se han producido dos enormes polémicas. Ambas basadas en un malentendido. Ambas diferentes. Ambas dignas hijas de este nuevo tiempo en la que la imagen y la forma han quitado el foco a la esencia y el fondo. Ambas demostrativas de que aún queda mucho por hacer para que la credibilidad de la clase política se parezca más a Charlize Theron anunciando perfumes que a Leticia Sabater poniéndote ojitos.

La primera de ellas tiene que ver con la relación o, mejor dicho, la confusión entre la estética y la ética. Muchas personas esta semana, dentro y fuera del Congreso, han demostrado que creen que la fisionomía y el look de una persona son indicativos de su ética y que, a su vez, ello puede ser utilizado como argumento o arma arrojadiza en un debate que se supone intelectual en tanto que ideológico como el político. Error. Ni parecer Patrick Bateman te convierte en la quintaesencia de la honradez y la bondad humanamente alcanzables ni ir hecho un Tarzán es signo innegable de ser la versión desaliñada de Dorian Gray. Del mismo modo, ni ir hecho un Gatsby te transforma automáticamente en castacorrupto ni ir como un extra de En busca del fuego te acredita como paladín de la democracia y único mesías verdadero de los derechos y libertades ciudadanas. La estética puede influir en nuestras preferencias de apareamiento o en las fantasías onanísticas de cada cual pero nunca jamás en un ámbito, como es el político, donde la ética puede y debe ser una Línea Maginot. Lo importante no es lo que una persona parece sino lo que una persona demuestra. Juzguemos pues basándonos en actos, no en impresiones ni prejuicios. Lo importante no es el exterior sino el interior de un individuo. Juzguemos pues la ética y no lo estética. Moraleja: mucha gente en España debería releer El asno de oro y La Bella y la Bestia, si quiere evitar quedar a medio camino entre tonto y cretino. De todos modos, por no culpar de toda esta polémica a la estupidez humana made in Spain, hay que reconocer que tenemos en nuestro país casos que hacen buena la discutible vinculación establecida antaño por el pensador austríaco Ludwig Wittgenstein (resumida en el famoso aforismo "no hay ética sin estética") como por ejemplo, por no irme muy lejos, el kennediano Albert Rivera y el cutre Pablo Iglesias, quienes, aunque sea por motivos obviamente opuestos, contribuyen a alimentar claramente ese erróneo silogismo. Por tanto, donde esté el célebre refrán castellano "el hábito no hace al monje" que se quite Wittgenstein.

La segunda de las polémicas que decía antes tiene que ver con la relación o, mejor dicho, la confusión entre la acción y el postureo. En este sentido, a nadie se le escapa que en una sociedad como la actual en la que las televisiones han transformado la política en el nuevo fútbol y las redes sociales han declarado la campaña electoral permanente, la delgada línea roja que separa la democracia de la demagogia, la seriedad del espectáculo, lo hecho por convicción de lo hecho por y para la galería está anoréxica. Teniendo esto presente y que vivimos en el país donde programas como Sálvame, Mujeres, hombres y viceversa, Gran Hermano o Cámbiame "lo petan", podemos entender cosas como las vistas en el inicio de esta legislatura. El espectáculo que dieron sus señorías en general y los de Podemos en particular (y casi en exclusiva) fue de los de echarte unas risas con los amigos cerveza en ristre...si no fuera porque se supone que se ha inaugurado un nuevo tiempo donde se va/iba a devolver la dignidad, la credibilidad y la utilidad al Congreso. No voy a entrar a juzgar el hecho de que Podemos interprete las fórmulas para tomar posesión como si fueran Elige tu propia aventura, o que Carolina Bescansa confunda deliberadamente la conciliación entra la vida personal y la laboral con la fusión entre ambas, o que Pablo Iglesias haga el vistoso número de "me enfado y no respiro" porque nadie más quiera pasarse por el arco genital el reglamento del Congreso, o que los parlamentarios aliendrados en la coleta más famosa de España se hayan autoerigido como únicos tasadores de la calidad democrática. Uno de los privilegios de vivir en libertad y no en Venezuela o en Siria, por citar dos ejemplos al azar, es que cada cual está en su legítimo derecho de actuar y quedar como un perfecto paria sináptico. Lo único que voy a decir es que, con independencia del signo político o credo ideológico, el eslogan y el postureo son herramientas legítimas en un contexto electoral en tanto que sirven para ganar votos o, al menos, mantenerlos, pero, fuera de dicho ámbito, el futuro no se gana con palabrería ni shows ni viajes a ninguna parte. Yo a los políticos, les haya votado o no, no les pido que me hagan reír ni que me exciten ni que me hagan llorar ni que me acojonen; les pido y exijo que trabajen por el mejor porvenir posible para todos. En política, el jaleo y el vodevil están bien para un "one-night-shag" pero no para acabar en un "...y comieron perdices". Algo que harían bien en recordar todos nuestros políticos en general y los de Podemos en particular, ya que las mayores tragedias y los peores desastres de nuestra historia siempre han venido precedidos del barullo y el tumulto parlamentario...a no ser que exista gente interesada en rememorar el 80 aniversario de la vergonzosa y monstruosa Guerra Civil de una forma muy inquietante. Moraleja: el Congreso de los Diputados no es un plató ni la célebre zona púbica de "La Bernarda"; es la casa de todos los españoles donde todos debemos sentirnos representados, no avergonzados.

Por eso, si queremos que política, social y cívicamente España alcance "la petite mort", mejor haríamos en dejar de confundir y mezclar churras y merinas. Los políticos los primeros. 

viernes, 8 de enero de 2016

Cabalgata a la Carmena

Receta de una "cabalgata a la Carmena": se coge una tradición inocua pero profundamente arraigada y con amplia aceptación; se le extrae todo el significado que tiene; a continuación, se le retuerce con fuerza y sin miedo el sentido hasta conseguir que ofrezca un aspecto irreconocible; se condimenta con propaganda política encubierta; se adorna con algún toque de demagogia; se calienta hasta que adquiera la temperatura necesaria para poner incandescente la paciencia del personal; se sirve con nocturnidad, premeditación y alevosía acompañada con un cinismo de gran reserva y...¡voilá!

La cuestión no es defender una tradición por el mero hecho de ser una tradición; que algo se reitere en el tiempo no significa per se que sea algo positivo ni mucho menos. Ahí están tradiciones como el derecho de pernada, el "Toro de la Vega", la ablación del clítoris o Gran Hermano para demostrarlo.
La cuestión no es defender una tradición por tener un trasfondo religioso dado que en el caso de los Reyes Magos su asiento está más fuera de la Biblia que dentro de ella y su arraigo social no está supeditado a profesar ningún credo en particular sino que se basa en su capacidad establecer un vínculo social e intergeneracional basado en la sorpresa y la ilusión.
La cuestión no es defender una tradición por el simple motivo de que es "navideña", porque también parece serlo que gente supuestamente adulta y mentalmente sana se pasee en esas fechas por el centro de Madrid con Rudolfh por montera o con una peluca de King África como colofón del homo sapiens sapiens.
La cuestión no es defender una tradición por afán de proteger a unos niños que no son idiotas sino lo suficientemente espabilados como para no auditar deliberadamente su propia ilusión y así poder disfrutar de aquello tan clásico como el carpe diem.
La cuestión es defender una tradición de absurdeces como la que perpetró la noche del 5 de enero de 2016 el Ayuntamiento de Madrid liderado por la jovencísima, bellísima, lozanísima, honestísima, preparadísima, lucidísima, respetabilísima y respetuosísima Manuela Carmena, a quien todos los ochenteros recordamos por su entrañable papel en la serie Fraggle Rock encarnando a "La montaña de basura".

La cuestión no es atacar que exista gente que no es capaz de entender que la creatividad no está reñida con el buen gusto; que la innovación no está reñida con el respeto; que la libertad no está reñida con la sensibilidad; que la diversión no está reñida con la tolerancia; que la coherencia no está reñida con el sentido común; que la integración no está reñida con la desconsideración; que la pertinencia no está reñida con la sensatez. Los cretinos (ya sean genéticos o vocacionales) también tienen derecho a respirar, aunque harían un descomunal favor a la humanidad dejando de hacerlo.
La cuestión es atacar que gente así perpetre, con dinero público y desde un cargo público y supuestamente representantivo, aberraciones como la que vomitó la noche del 5 denero de 2016 el Ayuntamiento de Madrid liderado por la jovencísima, bellísima, lozanísima, honestísima, preparadísima, lucidísima, respetabilísima y respetuosísima Manuela Carmena, a quien todos los ochenteros recordamos inmortalizada como "Pepita la bonita" en los cromos de La pandilla basura.

La cuestión no está en perdonar o dejar de perdonar a quien decidió adelantar los carnavales a la Noche de Reyes, ni a quien ideó vestir a los Reyes Magos con camisones inspirados en las cortinas de ducha de Paco Clavel y coronarlos con regalos del Burger King, ni a quien creyó oportuno organizar una parade que muy seguramente homenajeaba a un puticlub galáctico, ni a quien aplaudió la idea de defecar una ¿cabalgata? cuya factura técnica y estética hace que el típico bazar oriental parezca Harrods, ni a quien creyó oportuno transformar el colofón de los festejos navideños en un cajón de sastre (o, mejor dicho, desastre) cutre, hortera y lisérgico en el que lo mismo te encontrabas con un dragón chino, negracos zumbones medio en pelotas, Darth Vader, "pictoplasmas" propios de Cuarto Milenio, la guardia a caballo que lo mismo escolta a autoridades que a tres tipos secuestrados de alguna función escolar, Pepa Pig, la indispensable batukada (ese "Manolo el del Bombo" de cualquier cosa que corte las calles de Madrid) o a un DJ vestido de berseker dándolo todo ni a quien decidió, en definitiva, sustituir la "Cabalgata de Reyes" por un espectáculo lamentable, esperpéntico, ridículo, indefendible, patético, deprimente, carente de cualquier sentido y situado en las antípodas no ya de lo esperable sino en las del puro y simple buen gusto. La cuestión no está, por tanto, en perdonar o dejar de perdonar a los (ir)responsables de un suceso bochornoso pero menor en comparación con los retos que puede y debe afrontar Madrid y que se puede despachar sencillamente diciendo que todo sería más fácil de entender si el DAESH hubiera difundido un vídeo en las horas posteriores reivindicando "lo de la noche del 5 de enero de 2016" en Madrid.
La cuestión está en no perdonar a quien se ha especializado en crear constante y deliberadamente polémicas innecesarias, gratuitas y exasperantes como cortina de humo para tapar sus innegables carencias éticas, intelectuales, políticas y administrativas; está en no perdonar a quien ha demostrado que de tolerancia poco y de sentido común menos; está en no perdonar a quien quiere disimular su indiscutible actitud revanchista, provocadora, insensible y chulesca bajo toneladas de cinismo y demagogia; está en no perdonar a quien está obsesionado por ideologizar y convertir cualquier cosa en una herramienta de "agitprop"; está en no perdonar a quien sería más feliz viviendo en Madrid en 1936 que en 2016; está en no perdonar a quien ha evidenciado su incapacidad para atender debida y diligentemente los problemas más acuciantes y las necesidades prioritarias de esta ciudad por estar demasiado pendientes de insultar la inteligencia del personal o de batallitas marginales; está en no perdonar a quien se esfuerza reiteradamente en pasar a los anales de la teratología política; está en no perdonar a quien ha demostrado con creces su ineptitud para gobernar una ciudad como Madrid, perpetuando así la concatenación de horribles regidores en la capital española que habría que remontar hasta aquel viejo infame que pasó a la posteridad por incitar a colocarse.

Claro que la culpa no es de esa impresentable panda llamada "Ahora Madrid" ni siquiera de esa repugnante alcaldesa a quien no cuesta imaginarse poniéndose on fire pensando en Stalin. No. La culpa es de toda esa gente que, con o sin estupefacientes en sangre, con o sin patologías mentales diagnosticadas, con o sin consciencia, jalea, aplaude o defiende a esta chusma liderada por una persona con graves problemas de senilidad que si pensara más y mejor en Madrid y los madrileños debería irse, a su casa, a Raqqa, a la porra, al Ártico, al triángulo de las Bermudas, a la luna o donde sea. Pero irse. Porque da pena. Porque da asco. Porque da vergüenza. Porque apesta.

miércoles, 6 de enero de 2016

"Star Wars": el poder de la...mezcla

Ahora que todo el mundo está volviendo a sentir el poder de la Fuerza, creo que no vendría mal hacer con Star Wars un ejercicio similar al que hice en su día con las películas de Indiana Jones. Es decir, intentar definir de la forma más clara y amena posible los diferentes ecos e influencias que se aprecian en la Guerra de las Galaxias trascendiendo lo puramente cinematográfico. Dicho de otra manera: hacer un recorrido por la trastienda creativa de la madre de todas las sagas cinematográficas. Un análisis exhaustivo y poliédrico pero que espero resulte entretenido e interesante. Por eso, para hacer ese recorrido más sencillo, lo segmentaré en ocho puntos. Allá vamos:

Referentes en lo cinematográfico:
Por un lado, es evidente la influencia en esta franquicia del "space opera", subgénero de la ciencia-ficción en el que habría que encuadrar a la propia Star Wars y que contó con un enorme éxito "transmedia" durante la infancia y juventud de George Lucas, gracias por ejemplo a uno de los seriales favoritos del cineasta como fue "Flash Gordon conquista el universo" (1940), en el que el icónico héroe creado por Alex Raymond lidera una rebelión contra un malvado emperador galáctico (Ming, El Despiadado) y donde ya se hace uso de los peculiares títulos iniciales tan asociados hoy a Star Wars. Por otro lado, esta saga (especialmente los episodios IV a VI) sería impensable imaginarla de forma ajena al film "La fortaleza escondida" (1958) del magistral cineasta japonés Akira Kurosawa, en el que un variopointo grupo de (anti)héroes protege a una princesa rebelde sorteando todo tipo de aventuras narradas desde el punto de vista de los campesinos Tahei y Matashichi (que son, directamente, la "versión japón feudal" de C3PO y R2-D2) y donde (oh, sorpresa) ya se utilizan esas cortinillas tan emblemáticas hoy en la franquicia galáctica o, por ejemplo, podemos ver una escena final en la que la princesa premia a sus "héroes" en un cuadro muy similar pero mucho más modesto que el ofrecido posteriormente por Lucas, ya que éste prefirió dotar a dicha escena del aire multitudinario e imponente de la convención nazi en Nuremberg mostrada por Leni Riefensthal en la película propagandista "El triunfo de la voluntad" (1935). Igualmente, sería un tanto extraño imaginar las célebres batallas de Yavin y Endor contra la Estrella de la Muerte sin recordar la existencia de dos películas bélicas no muy conocidas (excepto por George Lucas) como las británicas "The Dam Busters" (1955) o "Escuadrón 633" (1964).

Referentes en lo musical:
Que John Williams es un absoluto genio en lo que a bandas sonoras se refiere nadie se atreve a discutirlo. Que la archifamosa música de Star Wars está influenciada por las creaciones de los compositores Gustav Holst (valga como muestra el tema "Marte, el que trae la guerra" de su suite "Los Planetas") y Erich Korngold (escúchese por ejemplo su tema central de la película "King's Row" de 1942), tampoco es algo que nadie debería atreverse a discutir...especialmente cuando el mismo Williams ha reconocido tal influjo.

Referentes en lo narrativo:
Que Star Wars ya partía de una base muy buena para ser algo mítico no se le escapa a nadie que se haya dado cuenta de que tanto la saga en general como la trilogía original en particular encajan y reproducen a la perfección el esquema del "monomito" o "viaje del héroe" ideado por el antropólogo y mitólogo estadounidense Joseph Campbell (1904-1987) en su famosa (y muy recomendable) obra "El héroe de las mil caras"(1949), influencia capital en esta franquicia y cuya importancia George Lucas ha admitido siempre. Sin ánimo de extenderme demasiado, puesto que el tema del periplo heroico daría para varios y kilométricos ensayos, se podría decir que el "monomito" es un modelo o patrón de validez universal en el que se asentarían muchos de los mitos y las leyendas más famosas de todos los tiempos pero, muy especialmente, las de la Antigüedad. Una "plantilla" que no sólo funciona en lo narrativo sino también en lo conceptual y que responde a algo que trasciende cualquier concreción geográfica, temporal o cultural y remite a eso que algunos llaman el "inconsciente colectivo" y otros la "cultura compartida". Grosso modo, el viaje del héroe consiste en la transformación que sufre una persona "ordinaria" para acabar convertida en una figura heroica. Dicha transformación se produce de forma progresiva a través de una "aventura" graduada en varios estadios que, en líneas generales, obedecería al siguiente esquema: una persona normal y corriente ve interrumpida su rutina habitual por un suceso (la "llamada a la aventura") que, pese a un rechazo inicial, acabará suponiendo para él el caos y el descubrimiento de un mundo nuevo (literal o figuradamente) en el que tendrá que sortear diferentes tipos de pruebas de la mano de un mentor (un sabio o maestro que le "enseña" el camino a seguir) y diversos aliados en las que tendrá que hacer frente a varios enemigos hasta sufrir una muerte (real o íntima) que le permitirá renacer (real o íntimamente) con un nuevo conocimiento gracias al cual podrá superar con éxito la prueba definitiva (vencer a la "muerte segura") y volver a recuperar la armonía perdida pero no siendo el mismo que fue sino alguien distinto, mejor, más sabio: el héroe. En línea con esto, conviene remarcar que el sentido último, el verdadero significado, la auténtica importancia del "viaje del héroe" no hay que ubicarlos en el recipiente epopéyico sino en la transformación que trasciende lo interior hasta llegar al exterior provocada por el aprendizaje, por el saber, por el descubrimiento de la frontera entre lo cognoscible y lo inaprensible. Así, el monomito no deja de ser una esquematización de la resiliencia como catalizador del conocimiento profundo y
auténtico que es el que dota a cualquier persona de la aptitud y la actitud necesarias para salir bien parado de todas las pruebas que encuentre a su paso por la vida. Por eso, todo viaje del héroe está constanemente funcionando en dos niveles, uno externo (el epopéyico, el de las hazañas heroicas en sentido estrico, el del periplo físico) y otro interno (el introspectivo, el iniciático, el del descubrimiento de uno mismo) que interaccionan y se reflejan mutuamente. Teniendo esto presente, todas las películas de Star Wars son un auténtico festival de referencias y ecos de este modelo, que, por cierto, está trufado de arquetipos que funcionan fenomenalmente en lo literario (el "viaje iniciático" se podría considerar casi un subgénero), en lo mítico y en lo psicológico (Campbell estuvo influenciado por C.G.Jung en este sentido). En ese sentido, creo que una de las mayores originalidades y virtudes de la saga de Star Wars es conformar un viaje del héroe que contiene a su vez muchos otros viajes del héroe, lo que contribuye a convertir toda la franquicia en una enorme caja de resonancia de este esquema mítico, potenciando aún más sus efectos en el inconsciente y la memoria del espectador. Así, en mi opinión, los episodios I a VI no son otra cosa que el viaje del héroe de Anakin Skywalker, que a su vez contiene, en la trilogía de las precuelas, el viaje del héroe de Obi-Wan Kenobi y, en la trilogía "clásica", los viajes de Han Solo y de Luke Skywalker, quien, por cierto, no es el auténtico protagonista de Star Wars pero sí la figura decisiva para dar sentido y completar el viaje de su padre Anakin. Por otra parte, conviene resaltar la importancia del "viaje al Hades" en el esquema del monomito, pues el acceso al mundo de la Muerte, la exploración de la tierra de los no vivos (trasunto del inconsciente), tiene una importancia decisiva a la hora de operar esa transformación que dota al personaje de la aptitud necesaria para ser un héroe. Un descenso a las profundidades que no es más que el correlato objetivo de la introspección definitiva y que es un episodio de capital importancia no sólo en la mitología clásica (esta "nekyia" se puede apreciar en los mitos de Heracles, Teseo, Orfeo, Odiseo, Eneas...) sino también en lo filosófico (para muestra, el célebre "Poema del ser" de Parménides), en lo mistérico (muchos son los ritos de iniciación que pasan por simular o representar la muerte del iniciado para renacer con una nueva visión y sabiduría) y en las propias películas de Star Wars, en las que Anakin desciende al Hades al caer en el lado oscuro (episodio III) mientras que su hijo Luke hace lo propio al internarse en la inquietante cueva de Dagobah (episodio V).

Referentes en lo temático:
Si en lo narrativo, el uso del modelo del viaje del héroe ya era una base muy sólida para tener éxito, en lo temático sucede algo similar. En este ámbito, La Guerra de las Galaxias no es más que un pintoresco recipiente en el cual George Lucas vierte temas totémicos de la literatura universal en general y del género teatral en particular. En este sentido, no resulta difícil encontrar en la raíz de las numerosas tramas que se intrincan en la franquicia los motivos más imponentes y trascendentales que han anidado en los textos teatrales desde la Antigüedad hasta nuestros días. Por eso, Star Wars no deja de contarnos de una forma relativamente nueva temas tan clásicos como la búsqueda de la identidad en contraposición a la inercia del destino que parece asignar el contexto del personaje (algo apreciable no sólo en las tramas de Anakin Skywalker sino también en las de Luke Skywalker, Han Solo, Kylo Ren, Rey, Finn...), el conflicto padre-hijo (tanto en lo biológico como en lo didáctico: Anakin vs Luke, Obi-Wan vs Anakin, Darth Sidious vs Anakin, Han Solo vs Ben Solo, Snoke vs Kylo Ren, etc), la hibris como motor de desgracia del protagonista y aledaños (nada mejor que esa desmesura para caer en el lado oscuro), el peso erosivo del legado (como ejemplifican bien las historias de Luke Skywalker y Kylo Ren), el incesto (Luke y Leia), la colisión entre querer y deber (perfectamente trazada en la figura de Anakin), la gestión de la culpa (en la trilogía de precuelas, Anakin comienza su descenso a la oscuridad por culparse de la muerte de su madre; en la trilogía primigenia, Luke es casi llevado en volandas a la aventura por imputarse de las tragedias que acontecen a su paso; y, en la trilogía nueva, Han Solo y los hermanos Skywalker son víctimas de su propia gestión de la culpa por la siniestra implosión de la academia jedi de la que se sienten responsables), la ingobernabilidad de nuestros sentimientos y pasiones, el crecimiento como pérdida, la redención como restablecimiento del equilibrio interior y exterior...En definitiva, lo que cuenta Star Wars no es nada que no se pueda rastrear, por ejemplo, en las célebres tragedias de la Antigua Grecia o en los grandes dramas de William Shakespeare. La originalidad, por tanto, radica en el envoltorio, que, siendo éste a priori chocante e incluso inapropiado (el mundo folletinesco y "frívolo" de la space opera) se revela como una estupenda manera de contar de forma nueva algo tan antiguo y universal como los temas que brotan de la propia naturaleza humana. 

Influencias en "la Fuerza":
Este es quizás uno de los aspectos donde mejor se note el peso de y el poso de lo oriental en George Lucas a la hora de idear Star Wars. La Fuerza, esa energía invisible que impregna todo lo existente y es la fuente del poder y base de toda la filosofía de los Jedi y los Sith, supone en mi opinión un perfecto trasunto del tao chino y el akasha hinduista. Respecto al tao, las semejanzas con "la Fuerza" son más que llamativas toda vez que aquél se podría definir como el flujo constante y universal de una energía poderosa e invisible (el chi) que cohesiona y equilibra todo lo existente y que es percibido en lo filosófico y espiritual como "el gran camino" a recorrer (para los taoístas el aprendizaje y el descubrimiento del verdadero conocimiento es un camino de desprendimiento y revelación, igual que, por ejemplo, ocurre con la preparación de los Jedi, desde que son padawan hasta que alcanzan el grado de maestro). Por si esa similitud no bastara, conviene decir que el tao se asienta en el principio de "dualidad en la unidad" según el cual el tao cohesiona y engloba dos fuerzas opuestas y complementarias en constante interacción: el yin y el yang...exactamente igual que sucede con la Fuerza y sus respectivos lado oscuro y luminoso, aspecto este que conectaría a su vez con la doctrina del maniqueísmo, según la cual todo se reduce a la eterna lucha entre dos principios contrapuestos: el Bien o la luz (Zurván) contra el Mal o las tinieblas (Ahrimán). En cuanto al akasha del hinduismo, es uno de los cinco grandes elementos, el éter; una sustancia eterna, omnipresente e imperceptible creada por Brahma. Por cierto, el akasha también está presente en otras creencias, como, por ejemplo, en la Wicca, donde constituye "el espíritu", uno de los cinco elementos representados en el clásico pentagrama mágico y que es una energía unificadora presente en todos los seres vivos.

Los Jedi como trasunto:
Por una parte, parece más o menos evidente que la Orden Jedi es la traslación al mundo de la "ópera espacial" de los Caballeros de la Tabla Redonda. Al igual que los protagonistas del ciclo artúrico, constituyen unos paladines vitalicios del orden, la paz y la justicia; los guerreros más virtuosos en lo bélico y en lo ético; los mejores de los mejores procedentes de diferentes partes del mundo conocido. Otra semejanza entre los Jedi y los caballeros del Rey Arturo la encontramos precisamente en la figura de éste último, cuyas similitudes con Anakin Skywalker no son muchas pero sí rotundas: ambos confirman con sus hazañas una profecía (Arturo al extraer a Excalibur y Anakin al traer el equilibrio a la Fuerza); ambos tuvieron un tutor decisivo en su formación (de manera que Obi-Wan Kenobi sería un reflejo de Merlín) y ambos supusieron el germen o el detonante de su propia destrucción (Pendragón al engendrar a su némesis Mordred y Skywalker al caer en el lado oscuro). Por otra parte, ya en el mundo "real", creo que los Jedi se pueden percibir como un eco ficticio de los históricos caballeros de la Orden del Temple, no sólo por su condición de monjes-guerreros o su habilidad para la estrategia política y militar o su rol de protectores de un frágil equilibrio sino por el destino que tuvieron: tanto templarios como jedi llegaron a alcanzar tal cota de poder e influencia que se convirtieron en un problema para los que aspiraban a ser los únicos reyes del mambo; así, ambas órdenes fueron víctimas de una infame conspiración de origen político que acabó con la desaparición de la orden como tal y el exterminio, la clandestinidad o el exilio de sus miembros. De este modo, podríamos identificar la figura del repugnante Felipe IV de Francia con la del siniestro canciller Palpatine (Darth Sidious). Remontándonos en el tiempo y el espacio, encontramos otra de las
grandes influencias en Star Wars: el Japón feudal y, más concretamente en este caso, los samuráis, puesto que, como los Jedi, fueron formidables guerreros regidos por un código ético muy estricto (el "bushido" sería el mejor equivalente histórico al ficticio Código Jedi, que, por cierto, estaría más próximo a los Cuatro Libros del confucianismo o a las "Cuatro Nobles Verdades" del budismo que al decálogo judeo-cristiano), profesaban un gran respeto y veneración por lo que podría denominarse "cultura de la espada" (para un samurái su katana era algo tan especial como un sable láser lo es para un jedi) y la presencia incluso de mujeres en sus filas. Por último, yendo aún más atrás en el tiempo, podríamos hallar otras dos influencias, en este caso, de la tradición judía: Por un lado, el Consejo Jedi tiene importantes elementos en común con el antiguo Sanedrín judío, un consejo de sabios en el que se tomaban decisiones de capital importancia siempre en aplicación de una doctrina (aquél el Código Jedi y éste la Torá) y que también fue anquilado por un imperio (el galáctico en el caso de Star Wars, el romano en el de los judíos). Por otro lado, jedi y judíos practican constantemente un culto a los antepasados, traducido no sólo en la invocación de los predecesores sino además en la conservación documental de su sabiduría (de ahí, por ejemplo, el uso de los holocrones por los jedi); un "religar" continuo con los que "están tras haber sido" y con sus enseñanzas, de forma que su ética y conocimiento conforman un constante bucle renovado en el que lo pasado y lo presente se funden en una eterna pervivencia del saber sedimentado generación tras generación. No obstante, este culto a los ancestros también entroncaría con otro de los grandes referentes en lo filosófico y espiritual latentes en Star Wars como es el confucianismo

Anakin, el Mesías redimido:
Al hablar del jedi Anakin Skywalker, esto es, del sith Darth Vader, estamos hablando de la figura de Star Wars más compleja e interesante no sólo desde el punto de vista dramático-literario sino también en lo que a referencias o ecos culturales se refiere. Primero, está razonablemente claro que el rol de Anakin es esencialmente mesiánico en la medida en que sobre él recae el papel de restaurar el equilibrio, de derrotar al Mal identificado con todo lo que se opone a la armonía, la luz, el orden natural o el "Bien". Así, la figura de este Skywalker habría que vincularla a las de otras deidades como Jesús (cristianismo), Horus (mitología egipcia), Krishna (hinduismo), Mitra (mitología persa), Balder (mitología nórdica) o a la de héroes legendarios como los griegos Perseo, Teseo o Cadmo; el hebreo Moisés o el rey Arturo Pendragón en el ámbito céltico. Segundo, con su conversión en Vader, Anakin encarna una de las mejores ejemplificaciones de lo que Joseph Campbell definió como el "monstruo-tirano", figura de poder que constituye la clave del caos, la némesis del héroe (que actuaría como contra-poder), la encarnación del Mal y que, pese a sus diferentes encarnaciones en el ámbito de las leyendas y los cuentos (dragón, ogro, monarca malvado, etc) es un arquetipo detrás del cual se esconde la figura del "padre" como obstáculo definitivo a superar para alcanzar la plena consciencia, autonomía y desarrollo como individuos desde el punto de vista psicológico, lo cual, por cierto, vincularía a Anakin/Vader con la figura del "padre diablo" de la que hablaría Sigmund Freud en su obra "Una neurosis demoníaca del siglo XVII". Tercero, la caída del mesías Anakin en el lado oscuro no deja de ser una suerte de ejercicio de "historia alternativa" que aborda el
clásico "what if (qué habría pasado si...)" aplicado, sin ir más lejos, a Jesucristo en la medida en que esta trama de Star Wars es un trasunto de lo habría pasado si Jesús (Anakin) hubiera cedido a las tentaciones del diablo (Palpatine), tal y como le ocurre al futuro Vader. En ese sentido, Anakin se asemeja al Rey Arturo, cuyos errores conllevan no sólo el cuestionamiento de la profecía a él asociada sino la destrucción de toda la cosmovisión que él encarnaba. Cuarto, es bastante curioso pero coherente que la perversión y la redención de Anakin Skywalker tengan un mismo origen: el amor a su mujer Padmé (su deseo por salvarla de la muerte que ha visto en sueños) le lleva a abrazar el lado oscuro de la Fuerza, mientras que el amor a/de su hijo Luke es que el que consigue darle las fuerzas suficientes para redimirse (matando a Darth Sidious), cumplir la profecía (traer el equilibrio a la Fuerza) y reconciliarse con sus seres queridos
(es decir, con su propia familia y con los jedi, como se demuestra en el desenlace de El retorno del Jedi). En este sentido, parece quedar claro que, tal y como decía anteriormente, los episodios I-VI son, esencialmente, el viaje del héroe de Anakin Skywalker, funcionando a la vez como aventura iniciática y como historia de redención de quien, visto todo en perspectiva, es el personaje con más matices y contradicciones de todos y, por ende, el más humano, convirtiéndolo en la auténtica figura central (y la más carismática) de todo Star Wars. Por último, sólo remarcar que la concepción del amor como elemento catalizador de la armonía, fuente de sanación o sentimiento iluminador sobra decir que no es un hallazgo de George Lucas sino que está muy presente en las principales religiones y filosofías desde antiguo.

Referencias en lo visual:
En el plano estético, la franquicia es todo un crisol en lo cronológico y en lo geográfico. Esto se deja notar no sólo en la indumentaria y el "look" de los personajes sino también en la arquitectura de los edificios. Así, a lo largo de la saga, podemos ver construcciones de distinto tipo que, dependiendo del lugar/planeta, nos recuerdan al estilo bizantino (Naboo), al art nouveau (Coruscant), al Lejano Oeste (Tatooine), a la monumentalidad de la Antigüedad...Mientras que, en lo que a vestidos se refiere, la influencia de lo oriental es más que notoria no sólo en el aspecto de Padme Amidala (inspirado en referencias tanto de Mongolia como de Corea) o de los Jedi (un híbrido entre un samurái sin armadura y un proto-cristiano de la antigua Judea) sino también y muy especialmente en el emblemático y ya legendario look de Darth Vader (nuevamente inspirado en el Japón feudal, puesto que su armadura es la "versión space opera" de las impresionantes armaduras samuráis y su icónico casco es una puesta al día de las legendarias mengu que completaban a los kabutos). No obstante, la otra gran influencia en cuanto a la ropa la encontramos en la Segunda Guerra Mundial, ya que los "imperiales" recuerdan (especialmente cuando están dentro de alguna nave o de la Estrella de la Muerte) al austero y siniestro atuendo del ejército nazi mientras que los "rebeldes" evocan el aspecto de los pilotos aliados y los partisanos.

Por todo lo dicho, y ya a modo de conclusión, parece evidente que el mérito y la maestría de George Lucas no consiste en crear ex nihilo sino en conseguir mezclar y equilibrar con acierto multitud de influencias, herencias, referentes y ecos. Así, Star Wars funciona como una vorágine de eclecticismo, como un complejísimo juego de malabares en el que lo clásico se fusiona con lo nuevo y lo oriental con lo occidental en un mestizaje que los más ortodoxos podrían calificar de irreverente o kamikaze pero que es profundamente coherente con la posmodernidad en la que nació y que, lejos de encapsularse, lo tiene todo a su favor para perdurar en el tiempo y el espacio indefinidamente como sucede con los grandes clásicos universales que, en el fondo, es lo que es Star Wars.

(PD: Si alguien quiere reproducir total o parcialmente este artículo, ruego que me lo comunique y, en todo caso, que incluya un vínculo a este post. Muchísimas gracias).