viernes, 27 de julio de 2007

Humor amarillo, genialidad de oro

Los Simpson cumplen 20 años en antena y lo celebran con su primera película (tan recomendable y entretenida como cualquier capítulo). En estos años, esta extraordinaria familia lo ha conseguido todo: 18 temporadas (400 episodios) de emisión interrumpida en televisión (en España, primero en La 2 y posterior y básicamente en Antena 3), aparecer en más de 24.690.000 referencias en Internet (más que, por ejemplo, Jesucristo), tener una estrella en el paseo de la fama de Hollywood, una web oficial rodeada de miríadas de páginas realizadas por fans, una "wiki" propia, webs dedicadas sólo a las geniales frases simpsonianas (en inglés y castellano), ser traducidos a las principales lenguas del mundo, ganar 23 premios Emmy, ser para la revista Time la mejor serie de televisión del siglo, convertirse en una constante y grandiosa fuente de merchandising, ganarse el cariño de todo un planeta...y constituir un icono cultural-generacional como pocos se han conocido en las últimas décadas.


Bastan estas pocas líneas para darse cuenta de que soy un ferviente admirador y absoluto seguidor de las criaturas alumbradas por el genial Matt Groening. Tanto que puedo decir que yo sólo creo de verdad en tres cosas: Dios, el Atleti y Homer Simpson. Bufones y cronistas de nuestro tiempo a los que nada les es ajeno (ni la política, ni la cultura, ni el cine, ni la historia, ni la religión...), los Simpson dominan todos y cada uno de los registros de la comedia: desde el "simple" slapstick (encumbrado por el cine mudo) hasta el humor más ácido y políticamente incorrecto, pasando por la delirante y brillante parodia, y sin olvidar frases cuya genialidad sólo es comparable a a la de los prodigiosos Groucho Marx, Billy Wilder o Woody Allen, o situaciones dignas de las mejores secuencias de Chaplin. Estas son las razones secundarias por las que los Simpson son lo que son hoy en día. Mas el principal motivo de que gocen de cariño mundial y formen parte del imaginario cultural y visual de las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI es éste: Sea el día que sea, sea la hora que sea, sea el episodio que sea, los Simpsons siempre te garantizan, como mínimo, una sonrisa sincera y eso, en los tiempos que corren, es una auténtica bendición.

El mundo actual se entiende mejor gracias a los Simpson. En no pocas ocasiones, se comprende más clara y honestamente "cómo está el patio" o "de qué va esto de la vida" con un capítulo de esta serie que con un periódico, un telediario, una enciclopedia o un texto sagrado. Y, por todo ello, quizás el mundo de hoy en día es muy difícil de entender sin estos desternillantes y geniales seres amarillos formando parte de él.

Yo aún recuerdo con nostalgia y gratitud aquella noche hace ya unos lustros en la que vi en La 2 el primer episodio de los Simpson. Es uno de los mejores recuerdos de mi infancia. Ideal para unos, referencia para otros, los Simpson son para mí mis personajes de ficción favoritos y les tengo un cariño, respeto y admiración que ya quisieran muchas de las personas reales que conozco. En fin: ¡Viva los Simpson y el padre que los parió! ¡Arriba Springfield!¡Mosquis!





martes, 24 de julio de 2007

Goodbye, Paul Anco

Españoles...Paul Anco...ha muerto. El hombre que para la izquierda de este país representó lo mismo que el padre Abraham para los pitufos ya es nuevo inquilino del cementerio de la Almudena. Las noticias lloran panegíricos, las plañideras con corbata han desfilado en fúnebre pasarela y la rosa de Ferraz está mustia. ¿Para cuándo un mausoleo que honre a este Rupert Murdoch cañí? ¿Y una calle con su nombre inaugurada, entre zanja y zanja, por el alcalde de cabellera púbica?

Ciertamente, lo de Paul Anco tiene su mérito: Ser una persona tan fáustica, mefistofélica y cínica y conseguir un aura tan excelsa es harto complicado, pero no para el individuo que jugó al "Monopoly" con los medios de comunicación en este país durante décadas. Y lo que es más: merced a su discreto estilo Vito Corleone, nadie le ha fastidiado el chiringuito con alma de imperio gracias al cual se ha hecho un hueco en la historia de la comunicación española. Lo que es innegable es que el Padrino Rojo sabe, perdón, sabía muy bien cómo conseguir lo que quería. Nadie como él ha demostrado en España la increíble influencia que tiene el denominado "cuarto poder", tanto que es imposible repasar la historia política española de los últimos treinta años olvidando la mano de este maestro de marionetas, germen (en todos los sentidos) de una maquinaria "periodística" que apenas encuentra resistencia. Dicho esto, ponerme a Paul Anco como paradigma de la libertad y los valores democráticos es como ponerme a Calígula como modelo de virtud o a Al Capone como ejemplo de benevolencia. A Paul Anco, como los capos de la mafia, sólo pueden estarle agradecidos quienes se han beneficiado de su apoyo o indulgencia y nadie más.

En ese sentido, ¿qué diantres hacen las víctimas de Paul Anco, mediáticas y políticas, dando el pésame y mostrando condolencias por el fenecimiento de un señor que les ha tratado con especial sevicia? ¿qué le deben a este sujeto, además de nada bueno? ¿desconocen que ni el fiambre ni sus allegados se lo tendrán en cuenta a la hora de dedicarles la enésima andanada? Hacer las cosas por mera educación con según qué personas es una soberana pérdida de tiempo y mostrar respeto por ciertos individuos es hacer el ridículo mayúsculamente. Lo único por lo que tendrían que dar gracias es porque pueden respirar un poco más tranquilos. Será que la bajada de calzones es ahora una muestra de luto...Y si alguien piensa que estoy haciendo leña del árbol caído o que estoy siendo injusto, que recuerde la "memorable" actuación de los medios de Paul Anco en el 11-M o las excelsas y comedidas palabras de este sujeto en uno de sus últimos discursos, por citar sólo algunos ejemplos.

En definitiva, ante el deceso de Paul Anco sólo puedo decir que los medios de comunicación españoles tienen una oportunidad excelente para dejar las trincheras y hacer periodismo honesto y limpio.

lunes, 23 de julio de 2007

Viva las cadenas

El juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ordenó el pasado viernes el secuestro del último número de la revista satírica 'El Jueves', en cuya portada aparece una caricatura de los Príncipes de Asturias en una situación considerada "claramente denigrante y objetivamente infamante". La susodicha portada ya ha dado la vuelta al mundo y vale su peso en oro en internet y la web de la revista o está cerrada o "colapsada" por el número de visitas. Hasta aquí el resumen de lo ocurrido y la conclusión más obvia: Si lo que se intentaba era que nadie hiciera caso de la portada, el tiro ha salido por la culata.

A mí me parece que lo más ofensivo de la portada no es que se caricaturice con ínfimo gusto la cópula de los Príncipes de Asturias, sino lo que dicen los bocadillos. ¿Que si me parece mal que se critique a la realeza? Bueno, yo pienso que si tienen que existir reyes (cuestión discutible) es necesario y sano que existan bufones que con ingenio y mordacidad les bajen del pedestal. Por ello, en pos de resaltar el brillante sarcasmo textual, lo más oportuno habría sido plasmar ese real bofetón mostrando al heredero de la Corona española y su adlátere en otra situación más "convencional" y decorosa, ya que la mordaz crítica hacia esta pareja en particular y la Casa Real en general habría sido igual de efectiva y legítima pero se habría despojado del mal gusto. De esa forma, sólo los aduladores y palmeros de la monarquía habrían tenido motivo de queja. No obstante, el incluir metralla pseudoporno en semejante portada ha conseguido lo que se pretende con cualquier portada: que cualquier persona se fije en ella. Y ya si tienes a un Fiscal General y un juez que se apresuran a desfacer entuertos al estilo del Quijote, pues la portada de marras tiene asegurada la cabecera de cualquier medio informativo nacional y un tour mundial gratuito. Es difícil conseguir una campaña promocional tan buena como la que inconscientemente han orquestado el Fiscal General y el juez Del Olmo, consiguiendo ambos un nuevo éxito judicial a añadir a sus extraordinarias trayectorias. No es difícil imaginar que en Palacio más de uno esté pensando: "Con defensores como éstos, quién quiere enemigos". Por eso, creo que los de "El Jueves" pueden estar contentos porque, en el fondo, ellos han conseguido todo lo que querían.

A esto tengo que añadir que me repugna por igual tanto la monárquica cópula caricaturizada como el tsunami de fariseísmo e hipocresía que se ha desatado en favor de la Corona, porque nadie pone el grito en el cielo ni se rasga las vestiduras cuando "El Jueves" se mofa de algún dirigente político, líder religioso, actor, deportista o famoso con caricaturas tan irreverentes y demoledoras como la que nos ocupa, pero como han "tocado" a la monarquía...Sé perfectamente lo que dice el Código Penal pero detesto los dobles raseros. Que existan "salvedades" especialmente destinadas a proteger a los que por alguna anacrónica razón "están privilegiadamente por encima" me parece tan bochornoso como la portada de "El Jueves". Pero poco espero ya de un país servil y borrego, trufado de legiones de babosos, dignos herederos de aquellos necios babeantes que corearon al infame Fernando VII con "¡Viva las cadenas!".

Por todo ello, me parece que la portada de "El Jueves" es respetable en el fondo, repulsiva en las formas y, en definitiva, redundante y prescindible, puesto que la Familia Real se basta sola para ganarse el aplauso, fomentar la hilaridad o suscitar la vergüenza ajena. En fin: ¡Muerte a los bufones! ¡Viva las cadenas!

martes, 17 de julio de 2007

La ciudad con apellido de río y voz de gaita

Custodiada por montañas, a la vera de un río, hay una ciudad que escribe su leyenda en el cielo de Navarra: Estella. Una localidad eternamente fiel a su esencia y junto a la cual he crecido desde que nací en veranos e inviernos. Hoy, en mi blog, hablaré de la tierra de mi padre, de la ciudad con apellido de río y voz de gaita, de recuerdos y sensaciones míos para siempre. Hoy hablaré de Estella.

Lo primero que recuerdo de Estella es el característico olor que emanan sus calles, un "perfume de antaño" que, unido al aire ajeno a la contaminación, es el primer síntoma de que Madrid queda lejos, muy lejos. El segundo síntoma es que tu andar apresurado, adiestrado en la frenética urbe, chirría en demasía con el pausado y tranquilo caminar de los estelleses. "¿Qué prisa llevas, madrileño?". Y es que Estella, por suerte para sus gentes, no es Madrid. La mejor definición que se me ocurre de esta localidad es que es un lugar con alma de aldea y prestaciones de ciudad, bendecida por la naturaleza y la cultura...que no sería lo mismo sin sus habitantes: los "estellicas". Amén del "acentico", los estelleses destacan por su genuina nobleza, "sonoras" maneras, cómica terquedad, imperturbable tranquilidad, inocua fanfarronería y secular afición a cualquier cosa que se asemeje a un festejo, como queda patente en sus fiestas patronales. A ello hay que añadir la curiosa tendencia a clasificar genealógicamente a cualquier persona (Éste es hijo de...o nieto de...o sobrino de...) o, en caso de duda, preguntarte por tus parientes ("¿Y tú de quién eres, majo?"), algo hasta cierto punto lógico teniendo en cuenta que Estella es una auténtica maraña de "archiconocidos" apellidos (Jordana, Ruiz, Larramendi, Osinaga, Echeverría, Azanza, Zunzarren, Llanos, Magallón...). Gentes peculiares que, si tuviera que buscarles un parecido aproximado, sería el de los convecinos de Astérix, el galo, con perdón para unos y otros.

Pero Estella no sólo es su población, sino el crisol de cultura y naturaleza que representa esta emblemática ciudad navarra del Camino de Santiago. Caminar hacia tiempos pretéritos por el barrio de la Rúa bajo la mirada de la Cruz de los Castillos y a la sombra de siglos de historia; pasear por el verde remanso de Los Llanos; sobrecogerte cuando San Pedro atrona su histórico legado; disfrutar de la fresca tertulia en El Ché; sumergirte en la quietud casi mística del Puy; enredarte en el crisol de olores y colores del mercado "juevero"; embobarte ante la frondosa y maravillosa planicie de Urbasa; escuchar las anécdotas que moran en cada calle o fachada; zambullirte en agua salada a decenas de kilómetros del mar; disfrutar del precioso nacimiento del río Urederra...Estella es un pasaporte para una miríada de pequeños y deliciosos placeres y sensaciones.Pero la ciudad del Ega, como se le llama comúnmente, tiene otra virtud: aquello que le falta a Estella, si es que le falta algo, lo tiene bien cerca, se trate de lo que se trate.

Esa es mi Estella, un lugar en el que he tenido los mejores guías que se pueden tener: mis padres, su "cuadrilla" y los impecables reporteros del "Diario de Navarra". Un lugar que, como los buenos tesoros, aguarda escondido entre montañas que algún afortunado lo encuentre.

lunes, 9 de julio de 2007

Sanfermines: Más allá del mito

Desde el pasado viernes 6 anda Pamplona inmersa en su fiesta más universal: los Sanfermines. Encierros, jolgorio de interior, alborozo callejero, alegría que no conoce ocaso ni prejuicio...es fácil recitar los tópicos que rodean a estos festejos, mas, tras ese velo mítico que envuelve a los Sanfermines, se esconde la cruda realidad.En el fondo, le pese a quien le pese, los Sanfermines no dejan de ser un macrobotellón urbano que se distingue por el hecho de que los "participantes" van más o menos uniformados con el traje festivo navarro (vestidos de blanco con pañuelo y cinto rojos en cuello y cintura respectivamente) y porque cada mañana los organizadores sueltan por las calles unas descomunales reses para quitar a más de uno la somnolencia y ebriedad a golpe de adrenalina. Por lo demás, los Sanfermines no se diferencian en gran cosa de cualquier fiesta popular de un pueblo salvo en que cuentan con muchísimo más presupuesto y más "figurantes". Y punto. Olvídense del romanticismo insuflado por Hemingway en Fiesta, porque todos sabemos que los estrafalarios y entrañables guiris (estadounidenses, australianos, ingleses...) adoran la juerga genéticamente. Despiporre y una vorágine de fluidos, con música verbenera y toros de fondo. Eso son los Sanfermines.

No estoy en contra de los Sanfermines. Soy hijo de navarro, veraneo en aquellos lares desde niño, tengo una extraña simpatía por la gente de allí y he estado en dos ocasiones en las fiestas que propician este artículo. Lo que sí estoy en contra es de la imagen "romántica" y mitificada que se ha generado. Cualquiera que vaya a Sanfermines y tenga la sesera en su sitio estará de acuerdo en que:
  1. Da verdadero asco recorrer la ciudad por el repugnante aspecto que presentan las calles y parques, donde lo que no mancha, apesta, y lo que no hiede, pringa.
  2. Hay que hacer un colosal ejercicio de indiferencia para evitar que ciertas estampas y comportamientos públicos, dignos de cualquier reportaje de National Geographic, se te queden en la retina indefinidamente.
  3. Son unas fiestas tan masificadas que el agobio o el cabreo están a la vuelta de la esquina.

Yo, personalmente, no le encuentro el atractivo a formar parte de una marabunta humana en la que estás rodeado de apóstoles de la melopea que berrean majaderías o rebuznan cánticos festivos. No le encuentro el atractivo a unas fiestas donde hay más corridas fuera de la plaza de toros que dentro. No le encuentro el atractivo a esta verbena pueblerina con look Hollywoodiense. Pero entiendo y respeto que haya a quien le guste.

Por lo demás, me seguiré levantando estos días a las ocho de la mañana para, sin periódico y con legaña, asistir al siempre emocionante encierro, como hago desde niño.

viernes, 6 de julio de 2007

Santa Engracia 18: Bienvenidos al Cuarto Mundo

Hay estampas cotidianas que forman parte ya del panorama clásico madrileño: el atasco de la mañana, las lumis de la calle Montera, las esperas en Barajas, el gentío de la calle Preciados, el atasco de la noche y...la cola de Santa Engracia 18. Si alguien va despistado, puede pensar que en dichas señas se ofrecen pisos gratis, cheques en blanco, invitaciones para ver en directo a alguna estrella musical, o cualquier cosa de balde, porque en España, basta con que te den algo sin cobrar un duro, aunque sean enemas o ukeleles, para que se te forme una cola con más gente que judíos siguieron a Moisés. Pero no. En Santa Engracia 18 lo que hay es una oficina-comisaría que expide DNIs y pasaportes. Toma ya.

Debutar en la cola de Santa Engracia supone un impacto comparable a contemplar el mar por primera vez, ver nacer a un hijo o sentir el primer orgasmo. Es indescriptible. Aquello parece el umbral entrada al Cielo: gente de toda edad, raza, sexo y condición esperando ser la persona elegida para cruzar la puerta y acordándose, de cuando en cuando, de Dios. La única diferencia es que, en lugar de San Pedro, el cancerbero es un policía con la expresividad de Rambo y la simpatía de Terminator. Como un "puerta" de discoteca, pero con placa y uniforme. Además, en dicha cola, ocurre un fenómeno altamente sospechoso y asombroso: el tiempo transcurre con normalidad pero el espacio permanece invariable. Ya puede usted estar a las ocho de la mañana junto a la esquina que dobla la calle que a las dos de la tarde seguirá estando en la esquina que dobla la calle. Los físicos y parapsicólogos deberían estudiar esto urgentemente, así que que se sumen a la cola cuanto antes, por favor. Claro que, visto el perjuicio físico, psíquico y emocional que ocasiona, también debería añadirse una caterva permanente de psicólogos que apoye vivamente con sus consejos placebo y suaves palmaditas a los sufridos esperadores de Santa Engracia 18. Total, por tocar un poco más las maracas al personal no pasa nada. Llega un momento en el que, si no te ha entrado una furia homicida ni has optado por el suicidio público, te insensibilizas y "vives sin vivir en ti" que diría la santa.

Todo es posible en esa cola: amar, odiar, hablar, guardar silencio, sonreír, llorar, copular, darse de mecos, reproducirse, fenecer, comer, dormir...y tal vez soñar. Al igual que sobrevivir en una isla desierta, aguantar un martirio o soportar las tradicionales reuniones familiares navideñas, formar parte de la fila de Santa Engracia 18 o de cualquier comisaría dedicada a esos menesteres es una experiencia que te hace más fuerte y gracias a la cual aprender a valorar las pequeñas cosas la vida y te replanteas tu existencia...al menos como ciudadano español. Porque la odisea que supone, pongamos por caso, renovar el DNI en España es digna de un país no ya tercermundista sino cuartomundista. Y que nadie me venga con alegaciones absurdas en favor de la Administración o de la Policía Nacional, porque para endiñarte multas, cobrarte impuestos o agitarte los testículos con memeces son rápidos como guepardos y más eficaces que el Superglue.

Por estampas como las de Santa Engracia 18 España sigue siendo, en el fondo y a la hora de la verdad, "Epaña". ¿Alguien me guarda sitio en la cola?

miércoles, 4 de julio de 2007

Con indios así

Hay quienes lo llevan escondido, como si fuera un pecado o un crimen. Y otros hacemos gala de ello como si fuera un premio. Pero todos nos emocionamos por igual, para bien o para mal, con nuestro equipo: el Atlético de Madrid. Ser del "Atleti", aunque suene a tópico, no es simplemente elegir un equipo al que animar. Es algo más que eso y sólo los atléticos pueden entenderlo. La pasión e implicación personal y sentimental que provoca el Atlético en sus seguidores es algo que no tiene parangón en España y, en Europa, quizás sólo tiene su par en el Liverpool. Y es precisamente allí, a la cuna de los Beatles, donde se marcha la penúltima leyenda e icono rojiblanco: Fernando Torres.

La afición del Atlético está acostumbrada a despedir a sus leyendas y resginarse con las medianías que se quedan. El único consuelo que le resta al indio de pro es que "vendrá otro". Siempre surge alguien que recoge el testigo del mito. Futre, Kiko, Simeone...todos ellos, jugadores legendarios de la historia reciente, tuvieron sucesor en el corazón de la afición y con Torres ocurrirá igual...y quizás ya está en la plantilla. Pero sea como fuere, Fernando Torres es el ídolo rojiblanco más atlético de todos: Ha jugado en el Atleti desde que era un crío y en todos los partidos se ha dejado la piel. Habrá cometido pifias monumentales y protagonizado jugadas y goles memorables, pero siempre se ha dejado el alma en el campo. Y eso ha sido lo que le ha encumbrado como referencia del equipo en los últimos seis años y mito para la afición. Eso y no la verborrea de un tunante argentino ni una prensa demagógica propensa al babeo, por ejemplo. A diferencia de otros mitos futbolísticos, que cuando ya se arrastran por el campo y son un patético lastre deciden cambiar de equipo, salvo excepciones, Fernando Torres se va del Atlético para crecer futbolísticamente y cerrar bocas, para brillar como se merece y no estar rodeado de inútiles, torpes y crápulas que juegan a cualquier cosa menos al fútbol. Y ese, y no la crisis económica o la "mala suerte", ha sido el principal problema del Atlético en la última década: Ni la plantilla ni los entrenadores ni los dirigentes han estado a la altura de la afición ni de sus mitos. Así de sencillo y triste.


Y es que el fútbol se parece mucho a la política: si alguien demostrara tener vergüenza y un mínimo sentido de la honra,el concurrido panorama se tornaría en un solar. Es un imán, a todos los niveles, que atrae a gente que lo único que busca es sacar dinero aunque no se lo gane. Y el Atlético es paradigmático en ese sentido: Medianías y vividores que vistiendo la rojiblanca insultan a los que la honraron, estrellas de saldo que buscan una dorada jubilación, desvergonzados entrenadores con vocación de tahúr, política de fichajes desastrosa, dirigentes que huyen de la responsabilidad...Con este telón de fondo, el primer tío que le echa honor y testiculina vistiendo de rojiblanco accede al olimpo indio por la vía rápida.

Por todos estos motivos, ser del Atleti tiene mérito. Ser del Atleti es querer ser diferente. Ser del Atleti es abonarse a una montaña rusa y ceñirte una corona de espinas cada fin de semana. Ser del Atleti es apostar por el antihéroe en lugar del héroe que se lleva la victoria y a la chica. Ser del Atleti es estar dispuesto a llorar mil veces a cambio de una sola sonrisa. Ser del Atleti es que los pelos se ericen cuando el Calderón entero anima al unísono al equipo. Ser del Atleti es no acostumbrarse a la gloria para poder saborearla como se merece. Ser del Atleti es poner el alma tras un escudo y una camiseta, más allá de los disgustos, los cabreos y las decepciones. Ser del Atleti es...un privilegio y, por todo ello, siempre estoy y estaré de ser orgulloso de formar parte de esta familia de perdedores que de vez en cuando gana algo.

En definitiva, cambiarán los jugadores y los entrenadores, pero la afición del Atleti seguirá animando a un equipo imprevisible mientras sueña con "dobletes" y gente como Fernando Torres porque con indios así, nadie se acordará de los blancos.

lunes, 2 de julio de 2007

Misa, misae

El Vaticano, es decir, Benedicto XVI ha decidido levantar la restricción para celebrar misas en latín. Curiosa iniciativa ya que, dejando el toque "retro" aparte, no deja de ser una medida interesante para que en todo el mundo católico se pueda escuchar misa de la misma forma. Además, he de confesar que soy un auténtico enamorado del latín, gusto que me inició Astérix, desarrolló mi profesora del colegio y consolidaron Cicerón, Virgilio y Julio César. Así pues, la medida no me parece mal, si bien creo que las misas tienen problemas más serios que la lengua en que se digan, como, por ejemplo, los siguientes:
  • La duración: Sólo una película, un concierto o un evento deportivo son capaces de mantener la atención y el interés durante más de media hora. Una misa, no. Y si ya hay coro de por medio, el harakiri ronda los pensamientos de algún que otro feligrés. Cuando alguien en las altas esferas de la Iglesia (que son las más cercanas al Cielo que existen) entienda aquello de "lo bueno si breve, dos veces bueno", se habrá dado un gran paso para hacer de las misas algo atractivo y ameno. Claro que, si las misas están concebidas como una penitencia consuetudinaria para que los católicos practicantes paguen por los pecados de los católicos de pega, entonces no digo nada.


  • Los coros y similares: Habría que eliminarlos a todos y, en el caso de que se quiera amenizar musicalmente la misa, sustituirlos por CDs de música clásica apropiados. Me da igual si estamos hablando de "profesionales" o de voluntariosos vecinos que sueñan con ser Pavarotti o Caballé, si están próximos a la sepultura o a la edad del pavo, o de si se trata de un órgano con apéndices humanos o bien de un grupo de guitarristas con acné du-du-á, du-du-á. Nada. Fuera. Que se vayan a tomar viento, junto a sus cancioneros y repertorios, porque la canción que no atufa a alconfor hiede a "estilo cantautor", que sin duda debería ser ateo, además de privado de talento musical y poético. ¿Alguien se ha detenido a escuchar con detenimiento las canciones? O bien sumen al oyente en una profunda depresión o hacen que clave su mirada en el suelo o techo, intentando despistar al bochorno. Cuántes veces, al sufrir alguno de estos atentados contra la música y el espíritu, me he acordado de la máxima: "Si lo que tienes que decir no es más bonito que el silencio, calla".
  • Los grupos parroquiales: Inmortalizados y condensados en el absolutamente genial personaje simpsoniano de Ned Flanders, no digo que haya que erradicarlos, porque cada cual que haga con su tiempo libre lo que quiera, pero sería necesario promocionarlos lo menos posible, ocultándolos detrás de una opaca discreción, para que la parroquia no parezca un imán de gente sin vida social o excéntricos espirituales. ¿Que a qué grupos me refiero? Pues a todos aquellos cuyo nombre, si no supiéramos que son grupos católicos parroquiales, creeríamos que denomina a una guerrilla paramilitar o secta friki. Ned Flanders hace gracia, pero estos grupos...ejem. Aunque, si el Vaticano consiente de buen agrado a gente como los "kikos" o los operarios de cierta "Obra", esta batalla está perdida de raíz.
  • Las homilías para iniciados: Hay sacerdotes que, por formación, vocación o morbo, pronuncian desde el púlpito unas pláticas que provocan sopor y/o perplejidad, por la complejidad de los conceptos y formas que manejan. Tan es así que uno piensa si es que se ha equivocado de hora y ha ido a la sesión teológica o si ha entrado por error en una extraña logia con forma de iglesia. Sermones como esos son una declaración de guerra para la asistencia a misa. Sea como fuere, cuando escucho alguna de estas homilías, a mí me entran ganas de preguntar si va a haber una homilía de la homilía, para que me entere de algo. Y es que, a veces, entender lo que se dice de o desde las alturas, a veces es tan inalcanzable...

En fin. Que a este convencido católico practicante le parece genial que se permita otra vez hablar en latín en las misas, porque, en el peor de los casos, es una perfecta justificación para decir que no has entendido nada y, en el mejor de los casos, es una delicia escuchar una lengua tan ancestral e imponente; pero, no obstante, al Vaticano le queda aún trabajo por hacer si quieren hacer de la misa algo más atractivo que una penitencia.