lunes, 31 de agosto de 2015

Wes Craven sin tópicos (o casi)

Es raro y complicado huir de tópicos y lugares comunes a la hora de escribir sobre el fallecimiento de Wes Craven. Podría decir que me fastidia o, hablando claro, que me jode mucho su muerte porque algunas de sus películas están entre mis favoritas en lo que a terror cinematográfico se refiere, siendo dicho género mi favorito dentro de mi afición cinéfila. Podría decir que lamento su pérdida más que la de muchos cineastas actuales porque era uno de los tres nombres claves (junto a Carpenter y Cronenberg) para entender las "horror movies" contemporáneas: ellos fueron al miedo lo que Hitchcock al suspense o los hermanos Marx a la comedia, así de sencillo. Podría decir que por mérito/culpa de Wes Craven muchas noches en mi infancia me costó quedarme dormido. Y aun habiéndolo dicho, tengo la sensación de que, escriba lo que escriba, me dejaré algo en el tintero; así que mejor seré breve.

Siendo honestos, Wes Craven fue como la mayoría de los buenos directores (a excepción de Billy Wilder, porque los genios no cuentan): imperfecto. Realizó películas antológicas (Pesadilla en Elm Street), brillantes (La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos y las tres primeras entregas de Scream), entretenidas (La serpiente y el arco iris, El sótano del miedo, Vuelo nocturno) y truños indefendibles (Shocker, Un vampiro suelto en Brooklyn, La maldición, Almas condenadas y Scream 4). Por ello, hay que valorar merecidamente a un tipo capaz de idear personajes como el ya legendario Freddy Krueger o a un Ghostface casi convertido en icono de la cultura pop actual. Porque quizás
Wes Craven no fuera un genio (que no lo fue) pero sí un cineasta que sabía hacer muy bien su trabajo y con una envidiable capacidad analítica para entender el terror como género fílmico y las películas como parte del imaginario popular y la cultura colectiva, como quedó más que patente en la genial trilogía de Scream. Además, no sólo demostró que comprendía perfectamente que el terror consiste en asomarse a aquello que, voluntariamente o no, está oculto a nuestra vista y/o consciencia sino que también abordó como un tema casi distintivo la delgada línea que separa la realidad de la ficción, lo real de lo que no lo es, lo vivido de lo imaginado; asunto éste muy interesante (al menos para mí) y que podemos encontrar en películas tan emblemáticas suyas como las ya citadas Pesadilla en Elm Street (1 y 7), La serpiente y el arco iris y Scream.

Por todo eso, hoy, con su muerte, no sólo se han quedado huérfanos Freddy, Papá Júpiter, Ghostface y demás sino todos los amantes del cine en general y del terror en particular. Ha muerto alguien capaz de conseguir que tópicos como el que acabo de decir y quería evitar tengan pleno sentido. Ha muerto alguien de quien echaremos de menos su buen hacer tras la cámara, ésa que tantos buenos sobresaltos nos ha regalado durante casi cuarenta años a varias generaciones de espectadores. Descanse en paz. 
 

viernes, 28 de agosto de 2015

El efecto desidia

El célebre concepto del "efecto mariposa" dice, grosso modo, que una acción o perturbación, por muy pequeña y/o distante que sea, genera una reacción en cadena que puede provocar efectos mayores, imprevistos y no tan distantes ni en el espacio ni en el tiempo. Ya saben: el aleteo de una mariposa en una parte del mundo provoca un huracán en otra.

Atendiendo a las incesantes y trágicas noticias sobre la masiva llegada de refugiados e inmigrantes a Europa que se han convertido desgraciadamente en la "canción del verano" en el plano informativo, creo que es un siniestro ejemplo del efecto mariposa aplicado al ámbito sociopolítico. Me explico: los conflictos olvidados y los no tan ignorados de los que de un tiempo a esta parte tenemos constancia periodística son el aleteo de la mariposa y la multitudinaria y constante huida hacia Europa
el huracán. Y esto no se produce tanto por el conflicto en sí (ya hablemos de guerra, terrorismo yihadista, hambruna, pobreza extrema, etc) o por los países de origen (que sólo se pueden calificar como "fallidos" o "corruptos" o "fantasma") como por la hipocresía y, especialmente, la desidia con la que ¿atienden? y ¿gestionan? esos conflictos los países que, por potencial (económico, militar, histórico, etc), están en condiciones de solventarlos. Por poner ejemplos concretos: no puedes lavarte las manos con un conflicto como el de Siria y esperar que las consecuencias no llamen a tu puerta tarde o temprano; ni puedes apartar la vista de las tragedias enquistadas en África y esperar que la gente
deje de buscarse y jugarse la vida para tener un futuro mejor aun a riesgo de acabar en el fondo del Mediterráneo. No puedes. Y menos todavía en un mundo totalmente conectado, en fondo y forma, como el actual. Cerrar los ojos no hará que el dinosuario desaparezca del jardín. Cerrar los ojos no hará que vivamos en un mundo mejor ni más digno ni más llevadero.

Claro que, en la trastienda de esa hipocresía y dejadez, como explicación y causa de ambas, se encuentra un problema aún más profundo y muy distintivo de nuestro tiempo: el "ninguneo" de 360º; la incapacidad o la decisión del hombre actual de no ver al otro; la eliminación del prójimo como factor a tener en cuenta; la cosificación de "los demás"; el vaciamiento de importancia e
interés de cualquier persona que nos sea ajena en lo afectivo; la alergia a todo aquello que no entendamos como "asunto nuestro". Un problema esencialmente ético pero con consecuencias en lo político, económico, social, cultural, familiar que llenan la actualidad oficial o cotidiana de millones de personas en todo el mundo. Ya no es que miremos a otro lado, es que miramos y no vemos porque no queremos ver. Y mientras este problema no se solucione de base, situaciones como las que estamos viviendo ahora no dejarán de suceder. 

Pero, volviendo al tema de la huida-llegada a Europa de refugiados procedentes de Oriente Medio y África, aún más indignante que la inoperancia e/o intolerancia que están demostrando los países receptores resulta su irritante capacidad para olvidar su pasado reciente (¿cuántos europeos no han salido/huido/emigrado hacia otros países buscando una vida mejor por culpa de la ratonera económica?), no tan lejano (con actitudes como las demostradas ahora, la Segunda Guerra Mundial habría sido una masacre aún mayor en Europa), lejano (¿hablamos de cómo los países que hoy forman Europa antaño conquistaron y/o colonizaron territorios de los que ayer presumían y hoy se desentienden?) o cultural (si fuera por el talante actual, a Odiseo le habrían dado por donde no da el sol y La Odisea sería una obra de apenas unas líneas). ¿Cuánta gente abandona su hogar o familia por gusto? ¿Cuántas personas arriesgan sus vidas por fastidiar? ¿Cuántas deportaciones han acabado con una guerra? ¿Cuántas vallas han solucionado hambrunas? ¿Cuántas declaraciones han frenado las bombas? No es demagogia. Es sensibilidad. Es sentido común.

Que los únicos que están demostrando estar a la altura de las circunstancias sean las ONG (aquí en Europa o allá sobre el terreno), los ciudadanos rasos y las propias víctimas dice mucho de cuánto tienen que cambiar las cosas para que las potencias occidentales no lo sean sólo en desvergüenza, que el "ser" se gane el calificativo de "humano" y que el mundo en que vivimos, al menos en Europa, se merezca el adjetivo de "civilizado". Además, siendo francos, entre tratar a los refugiados como si fueran una plaga y convertir al país en una barra libre hay un término medio y ahí, como dijo el clásico, siempre estará la virtud.

¿Qué haría yo para solucionarlo si fuera el diriginte de un país con potencial y recursos para ello? Dejarme de brindis al sol,
discusiones bizantinas y cogérmela con papel de fumar e intervenir activamente, aunque eso no case con esa majadería de lo "políticamente correcto", habida cuenta de que la ONU sirve para poco; que los gobiernos de los países en problemas son un desastre ya casi atávico; que la UE se preocupa más por las cuentas que por las personas; que EEUU ha renunciado a su rol de Supermán; que naciones como Rusia, mafias como los traficantes de emigrantes y terroristas como el Estado Islámico se aprovechan-descojonan de las soluciones burocráticas; que las convenciones internacionales se han demostrado a todas luces ineficaces; que las ONG no dan abasto y que el tiempo no pone las cosas en su sitio. ¿Qué tipo de intervención? Directa, colegiada (si fuera posible) y en el origen: militar cuando sea preciso (para zanjar un conflicto armado o paliar una catástrofe) y, en todo caso, tutelar en lo político-económico (una vez "normalizada" la situación), pero (y ojo que es un "pero" muy importante) sin ningún interés lucrativo ni colonialista ni político sino con la sola intención de ahorrarse gastar tiempo, dinero y recursos en achicar torpemente problemas como los presentes y de evitar a miles de refugiados y exiliados emprender el amargo camino del desengaño. Claro que, para ello, deberíamos vivir en un mundo mucho más altruista y sensato, algo muy improbable, visto lo visto. ¿Es una solución radical? Sí, igual que lo es amputar una pierna para evitar la gangrena y así salvar la vida. ¿Hay otra solución alternativa? Siendo honesto y realista y tirando de hemeroteca, lo dudo mucho. Prefiero apostar por una actitud paternalista o vigilante antes que dejar tirado al personal o parchear indefinidamente un problema. Siempre será más práctico para evitar un hundimiento tapar la vía por la que entra el agua que sacarla con cubos.

Lo que está claro es que, dejando las cosas como están, es decir, no haciendo nada para arreglar de verdad el problema, la mariposa seguirá batiendo sus alas y las tragedias seguirán llamando a nuestra cara para que se nos caiga de vergüenza.

miércoles, 26 de agosto de 2015

El show de Matrix

La casualidad ha querido que en los últimos tiempos haya leído varios artículos que, de forma directa o indirecta, abordan el tema de la realidad como ficción, de la vida como simulacro, de la experiencia como ensoñación, de la irrealidad como verdad. Un asunto bastante jugoso del que, desde diversas perspectivas, ya han dado y dan buena cuenta la filosofía (Platón y su metáfora de la caverna, Zhuanzgi y su sueño de la mariposa, Descartes y su hipótesis del genio maligno, Dancy y Putnam y su argumento del cerebro en una cubeta...), la literatura (La vida es sueño de Calderón de la Barca, Niebla de Unamuno, Tlön, Uqbar, Orbis tertius de Borges...), el cine (Tron, El show de Truman, Matrix, Nivel 13, Abre los ojos...), la televisión (series como Black Mirror o documentales como Could our universe be a fake?) y los videojuegos (simuladores sociales como The Sims o Tomodachi Life, juegos tipo sandbox como GTA o Read Dead Redemption; aventuras interactivas como Heavy Rain, LA Noire, The Walking Dead, Mass Effect...) , pero no tanto la ciencia (o eso creía).

Quizás por ello, me ha llamado la atención descubrir que tipos como el astrónomo Lord Martin Rees diga que puede que seamos una mera simulación hecha por una inteligencia superior o como que el matemático y cosmólogo John Barrow considere la posibilidad de vivir en universo simulado o como que el filósofo Nick Bostrom plantee que somos el resultado de una simulación tecnológica o que el físico nuclear Silas Beane argumente la hipótesis de que
todo cuanto existe no es más que el producto de una simulación externa o que el astrónomo y directivo en la NASA Rich Terrile proponga que estamos viviendo en algo similar a un videojuego, que la neurocientífica Susana Martínez-Conde afirme que sería imposible probar que no somos una simulación de ordenador o que científicos de la Universidad Tecnológica de Viena anuncien haber demostrado el "principio holográfico" según el cual el universo sería un holograma. En resumen, que me ha sorprendido comprobar que lo que se ha dado en llamar "hipótesis de la simulación" no es algo precisamente minoritario ni cosa de una banda de "freaks" o "fumaos".

Dejando al margen cualquier refutación de esas hipótesis científicas (doctores tiene la ciencia), no deja de ser tan sugerente como inquietante la posibilidad de que todo cuanto somos, vivimos, hacemos, sentimos, pensamos o recordamos no sea más que producto de un juego o simulación que
escapa a nuestro control y entendimiento; que seamos títeres, avatares o creaciones de un programador o jugador icognoscible (¿Juega Dios a Los Sims con nosotros? ¿Hay Dios o es un simple programa informático?); que seamos personajes, artificios, puras ficciones; que no existimos de verdad, en definitiva. Así, de ser cierto lo que hoy son sólo planteamientos, ante la inexistencia de cualquier libre albedrío no tendríamos que preocuparnos ni por el futuro ni por la culpa ni por el remordimiento ni por la responsabilidad ni por el estrés. Y eso sería positivo. Igual que podríamos mandar a la papelera cualquier sistema legal, social, político, filosófico, ético, moral o religioso. Y eso sería interesante. Igual que no tendría sentido reflexionar sobre conceptos como "conciencia", "consciencia", "libertad", "mortalidad", "identidad", "personalidad" o "alma". Y eso sería curioso. Ni tendríamos que preocuparnos por saborear la vida y todo aquello que hace que valga la pena. Y eso no sería ni positivo ni interesante. La simple posibilidad de que algo o alguien esté haciendo el gilipollas con nosotros por mera especulación, experimentación, curiosidad o divertimento es algo sencillamente humillante, encabronante y siniestro. El planteamiento o la hipótesis de la simulación es de un nihilismo tan devastador que sólo se puede superar mediante la locura o la ignorancia.

Así las cosas, ante una situación así, en la que se nos plantea en fondo y forma algo que escapa al entendimiento de cualquier
persona, la única salida válida es la que tanto practicaban los sabios de la Antigüedad (y que, por cierto, tan olvidada tenemos hoy en día): aceptar con serenidad que hay cosas que no podemos ni podremos conocer (y, por extensión, prever, controlar o remediar) y centrarse en las que sí. Cualquier otra opción, es reservar un billete de ida para Arkham o la morgue.

De todos modos, por si acaso y para que conste: que nadie acabe mi partida ni cierre mi sesión aún, por favor. Ya habrá tiempo más adelante para el "Game over". Gracias. 

viernes, 14 de agosto de 2015

Estrellas

Ni una. Ni una sola. Llevaban un buen rato tumbados, con sus menudos cuerpos perdidos en un mar de hierba y sus ojos intentando abrazar más cielo del que podían. La madrugada había traído una brisa agradable que limpiaba el recuerdo del sofocante bochorno diurno. Sus bocas no paraban de enredarse en un zigzag de palabras aún frescas por el regusto del helado de chocolate con el que habían finiquitado la cena. Siguiendo los consejos de los mayores, que los vigilaban como faros desde el cobertizo, se habían colocado en la zona menos iluminada para ver mejor eso que unos llamaban "lágrimas de San Lorenzo", otros "Perseidas" y la mayoría "estrellas fugaces". Pero ni una. Ni una sola...de momento. No desesperaban. Sobre ellos, el cielo nocturno de agosto desplegado hasta donde se acaban los adjetivos.

Él estaba vestido como una versión en miniatura de su propio padre. Aún era demasiado joven para analizar esa extraña obsesión con la que algunas madres visten así a sus retoños. Ella estaba vestida como si fuera a ser expuesta en un escaparate de alguna carísima juguetería. Aún era demasiado joven para darse cuenta de que las mujeres nunca dejan de jugar a las muñecas. Ambos deshilvanaban el mundo en una crónica atolondrada e ingenua en la que la risa y la bobada forman todo un corpus filosófico. Lejos, el enjambre de la conversación de los mayores, con sus fachadas y sus silencios.

Habían perdido la noción del tiempo que llevaban tumbados a la espera de que alguna estrella fugaz picara el anzuelo. Quince minutos. Media hora. Tal vez más. Lo único que sentían pasar eran las nubes espectrales a la carrera. No les importaba. Toda su ilusión se concentraba en ver el arañazo plateado de una estrella camino a ninguna parte. Y mientras esperaban a quedarse sin palabras, rellenaban con ellas todas las costuras del reloj, intentando ignorar la creciente amenaza de una voz adulta finiquitando la magia con un "Chicos, nos vamos".

De pronto, él calló. Sus ojos se abrieron como un bostezo perezoso y se incorporó bruscamente.
- ¿La has visto?
- ¿El qué?
- Una estrella. ¡Una estrella fugaz!
- ¡¿Dónde?! - dijo ella mientras se levantaba sorprendida.
- ¡Allí! Entre esas dos.
- ¿Allí?
- No, ahí.
- No.
- ¡Ja! ¡He visto una!
- Pues yo no.
- No pasa nada. Habrá más. Dicen en la tele que hay muchas.
- Vaya chasco. Qué rabia...
- Si veo otra te lo digo.
- ¿Seguro que era una estrella fugaz?
- Yo creo que sí.
- ¿Crees o estás seguro?
- Creo que estoy seguro.
- Bueno, sigamos mirando.
- Eso.
- El truco es tener los ojos abiertos.
- ¿Tú puedes estar mucho sin parpadear?
- Sí. ¿Y tú?
- Yo también.
- Guay.
Se quedaron sentados en silencio y el aire se llenó de voces de padres y grillos. 

Cuando llegaron a recogerlos, se habían quedado dormidos. La noche era demasiado grande y ellos demasiado pequeños; lo suficiente como para ignorar que las estrellas, fugaces o no, no solamente las podemos encontrar en el cielo; lo suficiente como para, aun desconociendo todo eso, evitar que la vida les arruinara una buena sonrisa.

martes, 4 de agosto de 2015

"Del revés": sentir, pensar, crecer

El cine es un arte. Crecer es una aventura. Teniendo por ciertas ambas afirmaciones, se puede decir con toda tranquilidad que "Del revés" es una de las  mejores películas de aventuras jamás rodadas. Pero eso sería quedarse corto. Mucho. También es una de las mejores películas jamás hechas sobre el interior del ser humano, muy por encima de clásicos como "Viaje alucinante" o "El chip prodigioso". Pero eso también sería quedarse corto. Demasiado. Porque "Inside out" es una obra de arte con la que Pixar completa magistralmente su tríptico sobre el paso del tiempo integrado por las extraordinarias "Toy Story 3" y "Up".

La película muestra al espectador el funcionamiento de la mente (o, siendo rigurosos, del sistema límbico) de una niña de once años llamada Riley especialmente a propósito de la "traumática" mudanza con sus padres desde su Minnesota natal a San Francisco. Así, el público al otro lado de la pantalla asiste a la progresiva configuración y consolidación de la personalidad de Riley a través de la interacción entre las experiencias, los recuerdos y las cinco emociones encargadas de dirigir las acciones y decisiones de la niña: alegría, tristeza, miedo, ira y asco. Para ello, Pixar plantea una película donde la excelencia técnica se convierte en un soporte fenomenal para un guión muy inteligente que nos propone una serie de tramas y subtramas que ofrecen un logradísimo equilibrio de géneros: comedia, aventura, fantasía y drama. De esta manera, el espectador recibe una lección magistral sobre psicología humana mientras la sonrisa, la risa o la lágrima se alternan en su rostro.

Quizás por todo ello, "Del revés" es una película literalmente para todos los públicos ya que la disfrutarán mucho más aún los adultos que los niños...y eso que muy seguramente los peques quedarán encantados con las aventuras y desventuras de Alegría y compañía. Pocas veces en el cine veremos plasmado con tanto ingenio, honradez y "sencillez" cómo somos, pensamos, actuamos y sentimos las personas. Porque, conviene remarcarlo, ésta no es una película sobre monigotes haciendo gracietas: que sea una película animada no significa que sea una película infantil. No, "Inside out" es una obra que nos (re)descubre aquello que unos llaman mente, otros psique, algunos alma y otros personalidad y eso tiene poco o nada de "naif". Además, lo hace con tanto rigor, con tanto buen gusto, con tanta creatividad, con tanta honestidad y con tanta sensibilidad que resulta casi imposible no colocar a esta película entre las mejores de Pixar. Por otra parte, en contra de lo que he leído en algunos sitios, no me parece en absoluto una película ñoña, salvo que erróneamente se confunda el optimismo con la ñoñería. De otras majaderías oídas/leídas como el supuesto machismo que late en la película o las críticas por el hecho de que Alegría tenga buen tipo y Tristeza sea rellenita o que tiene un mensaje conservador en cuanto a lo familiar, sólo diré que quien eso piense efectivamente hace mal yendo a ver "Inside out" en lugar de a un psiquiatra.

Volviendo a la película, "Del revés" está repleta de personajes geniales (empezando por las cinco emociones mencionadas, siguiendo con el conmovedor Bing Bong y acabando incluso por los liquidadores de recuerdos)y escenas y secuencias bien entrañables (la salida del basurero mental, el abrazo entre Riley y sus padres), bien divertidísimas (el disparate en El Sueño Producciones, el atajo por el pensamiento abstracto, el recuerdo recurrente del anuncio del chicle y las desternillantes comparaciones entre las distintas mentes).

Por si eso fuera poco, "Inside out" nos regala algunas lecciones que tanto niños como, especialmente, adultos, no deberíamos olvidar nunca (si no queremos sufrir o equivocarnos más de la cuenta en esto de vivir):
- Crecer consiste fundamentalmente en aprender a dejar atrás.
- En ocasiones, la mejor manera de pensar es no pensar conscientemente en tanto que dejarse llevar.
- La mejor manera de saber comienza por hacer.
- Hay que dejar a la tristeza hacer su trabajo.
- La clave es no perder nunca la alegría, pase lo que pase.
- Para ser hay que pensar y para pensar hay que sentir.
- Nos cambia lo que vivimos no lo que somos.

Si, además de todo lo dicho, la película viene precedida por un corto tan soberbio en fondo y forma como "Lava", poco más hay que añadir excepto que "Del revés" merece estar en la retina, en el recuerdo y en la filmoteca de cualquier persona que tenga la mente (y el corazón) en su sitio.