domingo, 31 de mayo de 2015

119 decibelios

119 decibelios es el ruido de un avión al despegar. Y el de un concierto de rock. Y el de un trueno. Y el de decenas de miles de personas demostrando a los cuatro vientos sus complejos y su falta de formación, educación, respeto y sentido común, como una vez más (y van tres) se encargaron de demostrar esta noche y en su mayoría las aficiones de Barça y Athletic en su tercera final de Copa de los últimos seis años.

La pita no por esperada ha dejado de ser menos bochornosa y repugnante. Un espectáculo vomitivo por varias razones:
- Es una acción inconstitucional al ir contra el himno estatal, que forma junto a la bandera y el escudo los símbolos del país. Por tanto, es un delito y como tal viene tipificado en el Código Penal, en su artículo 543, dedicado a los "ultrajes a España" y que dice lo siguiente: Las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses.
- Es una indefendible falta de respeto para todos los demás españoles que no piensan como los españoles que esta noche han pitado el himno.
- Es un descarado desprecio a todos los valores que comparten tanto el deporte como la vida en democracia.
- Es una evidente demostración de que siempre habrá malnacidos dispuestos a utilizar un acto que nada tenga que ver con la política para mezclar churras con merinas y reivindicar su condición de gilipollas virgen extra. ¿Qué tendrá que ver un partido de fútbol con las majaderías y los delirios políticos de los iluminados separatistas? Aparte de nada, quiero decir.
- Es una nueva muestra de cómo se ha extendido a ámbitos no políticos la perversa hipocresía que manejan las ideologías nacionalistas e independentistas en España: convertir en objeto de crítica aquello de lo que al mismo tiempo estás obteniendo un beneficio inmerecido, obsceno y constante.

En línea con esto último, creo que sería una muestra de sensatez, coherencia y, por qué no, valentía que el F.C. Barcelona y el Athletic Club de Bilbao renunciaran voluntariamente a seguir formando parte de toda competición nacional y a cualquier ingreso económico de procedencia española. ¿Lo van a hacer? Lo dudo. A menudo, la estupidez y la cobardía van de la mano. Es más cómodo seguir pataleando y, simultáneamente, beneficiándose económicamente. Quizás ha llegado el momento de que si dichos clubes no toman la puerta de salida se les conduzca a la misma, con o sin el consentimiento de estos jetas.

Por otra parte, creo que es totalmente absurdo el debate sobre si la pita está dentro de la libertad de expresión o es simplemente intolerencia en estado puro. Convendría recordar a esa legión de meapilas, demagogos y cretinos que entienden la pita amparada por
la libertad de expresión que, tal y como dice la Constitución española, los derechos y libertades fundamentales tienen sus límites no sólo en lo que disponga el ordenamiento sino en el respeto al resto de derechos y libertades (ver artículo 20.4). Así que, si quieren defender, matizar o excusar el asqueroso espectáculo que han ofrecido los "pitantes", mejor harían en esgrimir como argumento el respeto que se merece todo animal, que es lo que son.

No obstante, lo más deprimente de toda esta noche ha sido la vergonzosa reacción de las autoridades, tanto institucionales como gubernativas y deportivas a lo que es sin duda un ataque al himno y, por tanto, al conjunto del Estado. Tal vez es que Felipe VI confundió entereza con tibieza o que el Presidente del Gobierno tenía el plasma averiado o que el Ministro de Interior estaba rezando el rosario en ese preciso instante o que la Delegación del Gobierno en Cataluña se cogió la noche libre o que la Fiscalia General del Estado estaba cazando gamusinos o que el Presidente de la Real Federación Española de Fútbol entienda que la Constitución no va con él. No lo sé. Lo que sí sé es que hoy nadie ha defendido no ya la pura legalidad sino el respeto debido al conjunto del pueblo español. Y eso da pena. Mucha. Y también rabia. Y ni la una ni la otra se me van a ir por muy acertado que sea el contenido del tardío comunicado del Ministerio de Presidencia. Así las cosas, ya que la ofensa es irreparable, lo único que espero es una sanción ejemplar y contundente contra ambos clubes que evite que ese disparate se repita en el futuro. 

Por todo ello, no es de extrañar que lo ocurrido en el partido en el plano estrictamente deportivo haya quedado muy mermado en su relevancia. En ese sentido y en mi opinión, esta noche en el Camp Nou sólo ha habido una cosa digna de ser admirada, elogiada y recordada: el orgullo que ha demostrado el Athletic. Todo lo demás, se merece el olvido pero no el perdón.

viernes, 29 de mayo de 2015

Tras la cena

Fuera, al otro lado de las cortinas cruzadas y la persiana bajada, el aire gélido vaciaba las calles mientras las nubes manchaban el cielo como brujas a la carrera. Dentro, los restos naufragados de la cena. Frente a ellos, el televisor encendido, iluminando el pequeño salón con un halo azulado y eléctrico. Ellos, sentados uno junto a otro, descomponían la jornada en una reyerta de anécdotas y comentarios sin más importancia que la de poner pausa y complicidad a un día a punto de echar el telón. En la trastienda de sus preocupaciones, la incertidumbre de un futuro inconcreto en el que había las suficientes amenazas como para no fiarlo todo a las certezas. No era un diálogo memorable pero era un diálogo necesario, útil, balsámico. Hablaban intercambiando palabras, miradas y pequeños gestos de los que escriben grandes historias en notas a pie de página. Dialogaban al mismo tiempo que intentaban espantar fantasmas o quizás haciendo de esto la excusa para aquello. Conversaban para saberse el uno al lado del otro, para sentirse juntos pese a todo y por encima de todo. Utilizaban aquella agradable palabrería para dar un barniz de normalidad a una vida en la que cada noche velaban armas para el día siguiente, para vestir de rutina la épica de salir adelante en un mundo que no acababa de amanecer, para amansar un tiempo encabritado como un animal herido. Se daban palabras con la misma honestidad que un beso porque en ocasiones el silencio es un lujo que una pareja feliz no se puede permitir.

Y así estaban, zigzagueando en la frontera entre lo mundano y lo íntimo, cuando la televisión empezó a susurrar una ventana hacia otra de esas tantas vidas que caben en la vida. Una ventana hacia una tragedia de esas que hacen tambalear cualquier creencia en cualquier Dios. Una ventana hacia una historia que, teniéndolo todo para acabar mal, merecía acabar bien. Una ventana hacia la intimidad de una pareja muy joven, humilde, anónima hasta entonces cuya valentía y compromiso les libraba de cualquier posible juicio o consejo o nada que no fuera enmudecer y conmoverse. Una ventana hacia una de esas epopeyas que lo mismo sirven para cebar programas sensacionalistas que para descartar el destino como animal de compañía o para aleccionar sobre en qué consiste esto de la vida. Una ventana directa hacia una moraleja agridulce, impertinente y cierta: vivir es reaccionar. Pero también es creer no tanto en un Dios como en quien te hace sentir como si lo fueras; creer en quien con una sola sonrisa pinta de luz la más profunda oscuridad; creer en quien espera de ti lo imposible que sólo tú eres capaz de hacer; creer en quien da sentido y significado a cualquier sacrificio por exigente, duro o desagradable que sea; creer en quien convierte el amor en la mejor excusa para no renunciar a nada; creer en quien, desde que entra en tu vida, se convierte en ella.

Pasaron varios minutos en los que sólo el televisor hablaba. Ambos estaban completamente sumergidos en la historia de aquellos jóvenes que habían convertido el tártaro en una declaración de amor apabullante e incontestable. En un ejemplo. En una lección. 

Cuando desaparieceron de la pantalla, ellos seguían allí, en el salón. Apagaron el televisor. Recogieron la cena. No hablaban. No hacía falta.

lunes, 25 de mayo de 2015

Cambio capital

Ayer, 24 de mayo, se celebraron las elecciones municipales y autonómicas. Ayer, 24 de mayo, el PP se pegó un hostión de tal calibre que no lo maquillan ni la aritmética ni las estadísticas. Ayer, 24 de mayo, el PSOE siguió su lento pero seguro viaje hacia la nada. Ayer, 24 de mayo, IU y UPyD aceleraron su descenso hacia la irrelevancia. Ayer, 24 de mayo, el bipartidismo murió. Ayer, 24 de mayo, en las elecciones municipales y autonómicas, los ciudadanos devolvimos a la democracia la dignidad que había perdido en manos de los partidos tradicionales. Ayer, 24 de mayo, se produjo un cambio con epicentro en Madrid.

Las razones que, en mi opinión, explican todo esto, son en líneas generales las siguientes:
- PP: El programa electoral del PP para estas elecciones ha estado claramente basado en tres puntos: dar pena, dar asco y dar vergüenza. Fuera de eso, el partido que hasta anoche tenía mayoría absoluta en decenas de municipios y autonomías, no se ha molestado en tener algo parecido a un programa ni nuevo ni electoral ni digno de consideración y, como ejemplo de ello, bastan los bochornosos espectáculos de Aguirre y Cospedal. Ello,
unido a su irritante prepotencia, su evidente desconexión con su electorado (y con la propia realidad), su vergonzosa ausencia de autocrítica, su cansina insistencia en un absurdo patrioterismo y un infundado triunfalismo económico, su denigrante concepción de la ciudadanía como un rebaño de niños de teta y a su obsesión por el discurso del miedo ha llevado a los populares a una situación crítica (11 puntos menos que en 2011, 2,5 millones perdidos) que no ha sido de siniestro total porque aún existen cientos de miles de descerebrados capaces de seguirles votando (misterio que debería resolver Íker Jiménez). Una situación tan negativa para sus intereses que ya da igual si Mr. Plasma, Marciano Rajoy, decide adelantar las elecciones generales o dejarlas donde estaban: lo de ayer fue el bofetón de Gilda. Lo que está por venir, una caricia de Mike Tyson.
- PSOE: Tras las elecciones de ayer, lo único que ha quedado patente es que el cambio de Pérez Rubalcaba por Sánchez sólo ha servido para aminorar la velocidad de su implosión, pero ni mucho menos para detenerla. La "izquierda ciudadana" ya ha elegido sus paladines y estandartes y ninguno de ellos son puños ni rosas. ¿Motivos? La falta de originalidad de sus planteamientos, el
colaboracionismo con el PP en ciertos asuntos, la ausencia de reacción inteligente ante los nuevos tiempos y el hecho de tener un líder que sólo puede ofrecer fotogenia. Todo ello les ha colocado en un dilema de consecuencias suicidas para sus intereses: si no pactan con quienes le han comido la tostada, beneficiarán al PP, y si pactan, habrán sentenciado su porvenir electoral y político para los próximos años. Es decir, que Sánchez y compañía tienen ante sí la nada envidiable tarea de escoger si, políticamente, quieren morir ahorcados o, por el contrario, morir fusilados.
- IU: Alguien ya debería haber empezado a preparar un funeral civil. Causa de la muerte: anacronismo.
- UPyD: Alguien ya debería haber empezado a preparar un funeral color magenta. Causa de la muerte: narcisismo.
- Podemos: Es el partido que mejor rédito electoral y mediático ha sabido obtener del magma indignado (y ojo que no sólo me estoy refiriendo al 15M y aledaños). Ese magma al que lo único que le importa es el cambio y el desalojo por encima de la viabilidad de las ideas, la fiabilidad de sus líderes y la demagogia. Ese magma cortoplacista que es el auténtico maná para la izquierda en España actualmente, como, para su desgracia, han constadado PSOE e IU. Ese magma coyuntural que cree que Pablo Iglesias es una
suerte de mesías que traerá la prosperidad y un arcoiris diario a este país. Bueno, también lo pensaron los franceses con Robespierre y los alemanes con un tan Adolf. El caso es que, más allá de cualquier consideración, el efectismo de Podemos está dando un sensacional resultado. Lo que es innegable es que tienen mucha más astucia, habilidad e inteligencia que la mayoría de los partidos políticos en liza a la hora de fijar sus objetivos y conseguirlos, como ejemplifica la táctica de recurrir a "plataformas Frankenstein" para concurrir electoralmente en algunos sitios y que tan buenos resultados le ha dado en Barcelona y Madrid.
- Ciudadanos: Pese a las torpezas cometidas respecto a las listas de canditados, a los constantes y absurdos ataques de uno y otro
lado y a los malabares que ha tenido que hacer con los plazos y los medios, ha conseguido unos resultados francamente buenos (tercera fuerza a nivel nacional, ojo). Ahora mismo, Ciudadanos encarna la única esperanza de un cambio viable y sensato. Algo que deberá confirmar demostrando que no pactará con unos ni con otros para auparlos a sillones y elaborando una lista para las generales que no lo fíe todo al indudable magnetismo y talento de Albert Rivera. De no ser así, la decepción puede ser tremenda.

Dicho esto, antes de acabar, comentaré brevemente "lo de Madrid". En Madrid ciudad: el espectáculo que ha dado Esperanza Aguirre ha sido simple y llanamente patético, vomitivo, ridículo y bochornoso. Se ha revelado como la quintaesencia de todos los vicios y defectos del PP...y así le ha ido: pírrica victoria. Claro que, quienes más agradecidos deben estar a Aguirre son los
de Ahora Madrid, porque han sido los más beneficiados con la desmedida y disparatada campaña de descalificaciones, incoherencias y golpes bajos que ha perpetrado la candidata (im)popular a la alcaldía. Ello por no hablar del repugnante y partidista tratamiento ofrecido por Telemadrid, con los ¿debates? como peor ejemplo de desfachatez. Así las cosas, los únicos o, mejor dicho, las únicas que han estado a la altura de lo que esperaban sus votantes han sido Carmena y Villacís. Coherencia. En cuanto a Antonio Miguel Carmona, probablemente el candidato mejor preparado de cuantos se presentaban a la alcaldía, ha sido víctima tanto de los problemas del PSOE a nivel general como de su excesiva ilusión personal por ser alcalde, que le ha llevado a realizar una campaña demasiado "electoralista" (valga la redundancia) y con ideas francamente estrambóticas (esas naumaquias...). De IU y UPyD no hablo por respeto a su extinción. 
En Madrid comunidad: duelo al sol bajo la insipidez...excepto por Ignacio Aguado, quien, con trabajo, humildad y sensatez, ha obtenido unos excelentes resultados. Por lo demás, está claro que son malos tiempos para la poesía...

Ahora se avecinan unas semanas de incertidumbre, llenas de cábalas, conjeturas y juego de tronos. Unas semanas que deberán resolver muchos interrogantes ante el nuevo escenario que ha dejado el vendaval ciudadano. Unas semanas que servirán para atraer o espantar decepciones. Unas semanas que influirán en mucho de lo que ocurra en las próximas elecciones generales. Pero,más allá de todo esto, lo más importante es que el cambio ya está aquí, que el tiempo de la prepotencia y la desvergüenza ha llegado a su fin, que la impunidad ha caducado, que los ciudadanos hemos vuelto a tomar las riendas, que la soberanía vuelve a estar donde dice la Constitución: en el pueblo español.

viernes, 15 de mayo de 2015

"True detective": En la brillante oscuridad

Inquietante, realista, perturbadora, adictiva, oscura, impecable, sugerente, extraña, llena del carisma de las series de culto… Lo que consiguieron Nic Pizzolatto (creador) y Cary Fukunaga (director) con la primera temporada de True detective (que desde anoche disfrutamos en abierto en La Sexta, que hace meses que podemos disfrutar en casa vía DVD o Bluray y que llegó en 2014 a España gracias a Canal +) tiene todas las papeletas para convertirse en historia de la televisión, si es que no lo es ya. Un mérito que conocen de sobra en la HBO (gracias a “The wire”, “Los Soprano” o “Juego de Tronos”, por citar algunos ejemplos) y que, más allá de su perfección técnica y su excelente reparto, se asienta en tres pilares: la narración, el ambiente y Matthew McConaughey.
La narración. Mezclando hábilmente el género policiaco y el drama, “True detective” nos cuenta la caza durante 17 años de un raro asesino en serie por parte de Martin Hart (Woody Harrelson) y Rustin “Rust” Cohle (Matthew McConaughey) dos detectives del Departamento de Policía de Louisiana, al mismo tiempo que nos adentra en las miserias personales de ambos investigadores, convirtiendo así la serie en un lento y tenso viaje hacia el lado oscuro del ser humano. Para ello, la narración combina el pasado y el presente gracias a que son los propios detectives los que,
en sendas entrevistas, recuerdan (cada uno a su peculiar estilo) el caso investigado. Una original estructura que explota magistralmente los flashbacksel tempo narrativo” y las elipsis argumentales para poner en la estratosfera el interés del espectador no sólo por resolver el misterio detrás de los asesinatos sino también por completar el dramático “puzzle biográfico” de los dos protagonistas, cuyas vidas personales no tenemos claro si están en caída libre o han terminado de caer… Porque lo cierto es que, más allá del asunto detectivesco, “True detective” es una serie que nos dice que la inocencia es una leyenda urbana, que vivimos en un mundo roto, que hace tiempo que perdimos el tren a ninguna parte, que hay más verdad en el lado de la locura que en el de la esperanza, que el alma está en la sección de objetos perdidos, que el infierno cabe en un silencio, que no hay luz sin oscuridad y que, para creer, hay que temer y para temer, hay que haber sufrido.

El ambiente. True detective” está ubicada en ese sur profundo, primario y decadente de los EEUU en el que Dios y el Diablo juegan al escondite y donde el fango y la herrumbre no son algo sólo material. Una atmósfera mostrada conun magnetismo enfermizo, propio de maestros como David Lynch y David Fincher.
Matthew McConaughey. Magistral encarnando al taciturno, brillante y nihilista detective “Rust” Cohle, un hombre definido por un profundo infierno interior que sólo atisbamos superficialmente y que se convierte, gracias a la impresionante interpretación del actor, en quizás el mayor punto de interés de la serie, al ser un personaje con una capacidad de atracción tan oscura e irresistible como la de un agujero negro.
En definitiva, "True detective" es una serie que, al menos en su primera temporada (la segunda, con nueva historia y reparto, está ya en camino), entretiene e inquieta por igual, incluso ya desde sus magistrales créditos iniciales. Es una serie de ese selecto grupo de las que o las ves o te las cuentan. Es una serie que, más allá de gustos televisivos, merece la pena ver porque pocas, muy pocas veces, un viaje hacia la oscuridad fue tan indiscutiblemente brillante.

martes, 12 de mayo de 2015

La lección

El domingo por la noche el comunicador Jordi Évole entrevistó en su imprescindible programa "Salvados" al terrorista, asesino, preso, liberado y arrepentido Iñaki Rekarte en uno de esos programas que deberían estudiarse con todo merecimiento en las facultades de Periodismo y/o Comunicación Audiovisual en Euskadi, en el resto de España y en cualquier país civilizado. Porque fue una lección.

La entrevista fue de las que secan el tiempo y borran palabras. Fue una entrevista difícil, dura, amarga, tensa, demoledora, inquietante e impactante. Fue una entrevista en la que lo que se dijo y lo que no se dijo traspasaban la piel por igual. Fue una entrevista en la que cada segundo contaba y contó. Fue una entrevista que hizo imposible cualquier indiferencia. Fue una
entrevista que, por encima del terrorismo y las cuestiones sociológicas y políticas, sirvió para mostrar en toda su crudeza la absoluta contradicción de la condición humana. Fue una entrevista insportablemente incómoda para quienes entiendan la vida desde el blanco y el negro, desde la trincheras, desde los frentes, desde el inmovilismo, desde el enrocamiento, desde las vísceras, desde la ceguera. Fue una entrevista que sin la maestría de Évole se habría convertido en un repugnante monumento al morbo y no en una muestra de periodismo en estado puro. Fue una entrevista honesta y valiente y arriesgada y...enormemente brillante a pesar de toda su oscuridad.

En ese sentido, respecto al entrevistado, Iñaki Rekarte, diré lo siguiente: no voy a olvidar ni a perdonar lo que hizo ni lo que fue: entre víctimas y culpables, yo siempre he estado, estoy y estaré con las primeras y contra los segundos. Arrepentido o no,
sincero o no, es un asesino, una persona que mató a gente inocente y un mal así no se enmienda ni con lágrimas ni con palabras ni con tiempo, sencillamente porque no se puede enmendar. Cuestión aparte es el vergonzoso hecho de que un asesino como él se encuentre en libertad, por muy arrepentido que esté y mucha "vía Nanclares" que se alegue. Pero de ello no tiene ninguna culpa Rekarte sino los políticos que legislan y los jueces que interpretan y aplican la ley. Dicho esto y sin perjuicio de lo anterior, también quiero dejar claro lo siguiente: la valentía del entrevistado para quebrar el silencio, para exponerse al odio de unos y otros, para aceptar inmolarse públicamente cuando lo fácil sería el mutismo cómodo y cobarde, para poner en riesgo su vida y la de sus seres queridos sin más pretexto que el de revelarse y rebelarse contra la barbarie inhumana de la que él mismo es exponente...esa valentía es sencillamente impresionante y muy inusual en nuestro tiempo. Es cierto que esa descomunal sinceridad le llevó a decir cosas que probable y merecidamente no gustaran a muchos (yo incluído) y a incurrir en contradicciones y paradojas indefendibles, pero también le llevó a decir otras cosas que han hecho más por el entendimiento y la cicatrización de heridas que muchos discursos y planes políticos, legislativos, judiciales, policiales y educativos en más de treinta años de democracia. Y, aunque sólo sea por esta última razón, el testimonio no se merece el menosprecio que sí se merece la persona.

Quizás el impacto que ha causado esta entrevista se deba a que vivimos en una sociedad que ha asimilado el tabú, que ha renunciado a la escucha, que ha convertido lo obvio en rareza, que se mueve por pasiones y no por ideas, que se preocupa más del pasado que del futuro, que ha perdido las ganas de mirar y mirarse, que se ha dejado la esperanza en alguna cuneta, que se ha perdido en un laberinto de etiquetas y prejuicios, que se ha vuelto adicta a los eufemismos, que se siente más cómoda con el reproche que con la solución, que sólo busca huir hacia delante al ritmo del sálvese quien pueda. O a que vivimos en un país en el que la mayoría de los medios de comunicación oscilan entre el panfleto y el circo, se alimentan de los culos de los poderosos y creen que la deontología es una especialidad médica. O a que el hombre contemporáneo tiene una extraordinaria propensión a sentirse fascinado por el mal, por el morbo de lo antagónico, por lo transgresor, por lo que se sitúa al margen de la ley o la moral. O, tal vez, se deba a todo ello.

Lo que es seguro es que el gran mérito de esta entrevista es de Jordi Évole. Su temple, su distancia, su contención, su habilidad para preguntar lo necesario aunque sea incómodo para él o el
entrevistado, su educación, su inteligencia para manejar los silencios...Évole es un permanente recital no ya de cómo entrevistar sino de en qué consiste ser periodista. Por eso, no son casualidad las excelentes audiencias ni los miles de comentarios positivos ni los premios recibidos. Évole es un fuera de serie y una de las pocas esperanzas que le quedan al periodismo (serio) en España.  

De todos modos, aunque pueda sonar raro, si hay algo con lo que me quedo de la apabullante entrevista es con que han sido el conocimiento y el amor los que han llevado luz a la vida de Rekarte. El conocimiento como salida. El amor como salvación. Viejas ideas pero que no han perdido vigencia...ni urgencia.

En resumen, "ETA desde dentro" ha sido toda una lección. Una lección de valentía de un cobarde. Una lección de humanidad de un monstruo. Una lección de luz desde la oscuridad. Una lección de libertad frente al terror. Una lección de tolerancia ante la intolerancia. Una lección de imparcialidad frente a la beligerancia. Una lección de profesionalidad frente al sensacionalismo. Una lección de periodismo frente a la propaganda. Una lección colosal. Una lección magistral.

viernes, 1 de mayo de 2015

"Los Vengadores": La era de...la decepción

Ayer se estrenó en el cine la película "Los Vengadores: la Era de Ultrón". Ayer fui a verla. Ayer salí decepcionado del cine.

No es la primera vez que digo que es muy poco recomendable ver una película con demasiadas expectativas o ilusiones. Éste es un nuevo ejemplo. Y eso que su impresionante predecesora (de la que también escribí reseña) pueda y deba justificar que muchos espectadores vean esta secuela con el hype camino de la estratosfera, con la inestimable ayuda de los tráilers y comentarios que han precedido a "La Era de Ultrón" (dejando a un lado la más que interesante historia homónima publicada en los cómics hace ya un tiempo y con la que poco o nada tiene que ver esta película).

Decir que esta película está entre las peores de todo el llamado "Univero Cinematográfico de Marvel" no es ser injusto sino realista y coherente con la altura del listón que la propia compañía ha puesto con las películas protagonizadas por Ironman, el Capitán América, Thor, los Guardianes de la Galaxia y, como
decía, el propio grupo de los Vengadores. Dicho de otro modo: cuando la media es de sobresaliente, cualquier nota que no sea ésa siempre será decepcionante. No obstante, tampoco hay que perder de vista que es extraordinariamente difícil mantener la capacidad para asombrar y/o agradar, especialmente cuando los precedentes bordean o alcanzan la perfección. Así que, tanto para bien como para mal, no hay que ser injustos sino honestos: "La Era de Ultrón" no es un bodrio pero sí es la pelicula más decepcionante hasta el momento. 

Lo nuevo de Los Vengadores cumple aquella regla no escrita respecto a todas las secuelas: ofrecer más de lo mismo (más batallas, más acción, más chistes, más guiños
autorreferenciales, más vengadores, más antagonistas) y también ir más allá respecto a la predecesora (nuevos personajes, profundización en la psicología y en las relaciones personales, etc). También cumple con la difícil tarea de cualquier película bisagra (consolidar lo sucedido hasta el momento y sentar las bases de lo que está por venir), algo bastante evidente si se tiene en cuenta que las alusiones a la próxima entrega ("La guerra del Infinito") están muy remarcadas (tanto en la propia película como en la escena de los créditos finales). 

¿Dónde está el problema? 
Pues está principlamente en que, en esta película, Joss Whedon no ha demostrado el tempo, el tono y el equilibrio con que sorprendió en la espectacular primera parte: 
- Los tonos (épico, dramático, cómico y fantástico) no están bien combinados. Un defecto bastante llamativo si tenemos en cuenta que cada película de Marvel sabe encontrar muy bien el tono: drama y thriller en las del Capitán América, épica en las de Thor, espectacularidad y guasa en las de Ironman y los Guardianes de la Galaxia...Y más llamativo aún si recordamos lo bien utilizados que estaban los diferentes tonos en "Los Vengadores".
- El "tempo" es irregular: dedica más tiempo del necesario a tramas o explicaciones de importancia discutible mientras que hay sucesos o tramas a las que no les da la atención necesaria o que, al menos, no explica o justifica convenientemente por lo que resultan forzadas o prescindibles. Esto se puede deber a que, en su versión original, esta película duraba tres horas y media con lo que es bastante probable que el montaje final haya prescindido, por desgracia, de escenas o diálogos que corregirían este defecto.
- El equilibrio: Si en "Los Vengadores" todo estaba en su sitio y en su justa medida, "La Era de Ultrón" es un ejemplo de lo contrario, fundamentalmente por tres motivos: uno, la propensión al exceso, en fondo y forma (no hay que olvidar que, en ocasiones, "más" no tiene por qué equivaler a "mejor"). Dos: la voluntad (o el mandato) de mostrar, anticipar o referenciar mucho de lo que vendrá cinematográficamente, que entorpece la evolución de la trama y la "tensión narrativa". Y tres: la (irritante) obsesión por incluir el mayor número de chistes o gracietas posible, aunque sea en medio de escenas que lo desaconsejan o en boca de personajes que no son los más apropiados o, simplemente, no tengan gracia para nadie que haya superado la niñez (ej: las frases y onomatopeyas de la Viuda Negra mientras va en la moto, los comentarios sobre Mjolnir en plena batalla final, etc).
¿Consecuencia de todo ello? El guión de esta película es bastante flojo en comparación, sin ir más lejos, con la primera parte. No sólo por aquello de quien mucho abarca poco aprieta (que también), sino por no haber sabido prescindir de nada que no fuera positivo y coherente.
Por otra parte, en cuanto a las licencias o divergencias respecto a los cómics, todas son más o menos aceptables y/o entendibles, excepto una que omitiré por aquello de no destripar y que, francamente, me parece desacertada (máxime siendo uno de los supuestos alicientes de esta entrega).

¿Cuáles son los puntos fuertes?
Son varios y con la importancia suficiente como para salvar a la película de ser un completo desastre:
- Mark Ruffalo y Jeremy Renner están muy por encima de lo visto
en la primera parte (en contraste, por ejemplo, con Robert Downey Jr).
- Hay más sensación de grupo o coordinación, especialmente en las escenas de acción (aunque, para mí, haya algunas "piruetas" que sobren).  
- El ritmo es bastante bueno (las dos horas y veinte minutos se pasan rápido).
- La preocupación por mostrar a los héroes como seres humanos y no como personajes planos.
- La ampliación a nuevos escenarios y personajes que aprovechar, con más calma y acierto, en futuras películas.
- El plano secuencia inicial.
- La pelea entre Ironman y Hulk.
- La tensión entre Ironman y el Capitán América, que se resolverá en la próxima película de este último.
- El hecho de que, aunque sea muy de pasada, aborde temas interesantes como la singularidad, el negocio del tráfico de armas, la creación de vida artificialmente o los daños colaterales de los conflictos bélicos. 

En conclusión
"Los Vengadores: la Era de Ultrón" no es un siniestro total pero sí una decepción. Seguramente arrasará en taquilla por la inercia descomunal que ya tiene generada la franquicia pero no porque sea una gran película o porque esté a la altura de la saga. No obstante, por cerrar con algo positivo, esta película sirve para poner en valor lo extraordinariamente bien que ha estado haciendo Marvel las cosas en el cine y para esperar como agua de mayo esa "Guerra del Infinito" que muy probablemente (y ya en otras manos distintas a las de Whedon) devolverá la ilusión a los fans y recuperará la excelencia de la primera parte algo que, tanto Marvel como los espectadores merecen.