domingo, 31 de mayo de 2015

119 decibelios

119 decibelios es el ruido de un avión al despegar. Y el de un concierto de rock. Y el de un trueno. Y el de decenas de miles de personas demostrando a los cuatro vientos sus complejos y su falta de formación, educación, respeto y sentido común, como una vez más (y van tres) se encargaron de demostrar esta noche y en su mayoría las aficiones de Barça y Athletic en su tercera final de Copa de los últimos seis años.

La pita no por esperada ha dejado de ser menos bochornosa y repugnante. Un espectáculo vomitivo por varias razones:
- Es una acción inconstitucional al ir contra el himno estatal, que forma junto a la bandera y el escudo los símbolos del país. Por tanto, es un delito y como tal viene tipificado en el Código Penal, en su artículo 543, dedicado a los "ultrajes a España" y que dice lo siguiente: Las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses.
- Es una indefendible falta de respeto para todos los demás españoles que no piensan como los españoles que esta noche han pitado el himno.
- Es un descarado desprecio a todos los valores que comparten tanto el deporte como la vida en democracia.
- Es una evidente demostración de que siempre habrá malnacidos dispuestos a utilizar un acto que nada tenga que ver con la política para mezclar churras con merinas y reivindicar su condición de gilipollas virgen extra. ¿Qué tendrá que ver un partido de fútbol con las majaderías y los delirios políticos de los iluminados separatistas? Aparte de nada, quiero decir.
- Es una nueva muestra de cómo se ha extendido a ámbitos no políticos la perversa hipocresía que manejan las ideologías nacionalistas e independentistas en España: convertir en objeto de crítica aquello de lo que al mismo tiempo estás obteniendo un beneficio inmerecido, obsceno y constante.

En línea con esto último, creo que sería una muestra de sensatez, coherencia y, por qué no, valentía que el F.C. Barcelona y el Athletic Club de Bilbao renunciaran voluntariamente a seguir formando parte de toda competición nacional y a cualquier ingreso económico de procedencia española. ¿Lo van a hacer? Lo dudo. A menudo, la estupidez y la cobardía van de la mano. Es más cómodo seguir pataleando y, simultáneamente, beneficiándose económicamente. Quizás ha llegado el momento de que si dichos clubes no toman la puerta de salida se les conduzca a la misma, con o sin el consentimiento de estos jetas.

Por otra parte, creo que es totalmente absurdo el debate sobre si la pita está dentro de la libertad de expresión o es simplemente intolerencia en estado puro. Convendría recordar a esa legión de meapilas, demagogos y cretinos que entienden la pita amparada por
la libertad de expresión que, tal y como dice la Constitución española, los derechos y libertades fundamentales tienen sus límites no sólo en lo que disponga el ordenamiento sino en el respeto al resto de derechos y libertades (ver artículo 20.4). Así que, si quieren defender, matizar o excusar el asqueroso espectáculo que han ofrecido los "pitantes", mejor harían en esgrimir como argumento el respeto que se merece todo animal, que es lo que son.

No obstante, lo más deprimente de toda esta noche ha sido la vergonzosa reacción de las autoridades, tanto institucionales como gubernativas y deportivas a lo que es sin duda un ataque al himno y, por tanto, al conjunto del Estado. Tal vez es que Felipe VI confundió entereza con tibieza o que el Presidente del Gobierno tenía el plasma averiado o que el Ministro de Interior estaba rezando el rosario en ese preciso instante o que la Delegación del Gobierno en Cataluña se cogió la noche libre o que la Fiscalia General del Estado estaba cazando gamusinos o que el Presidente de la Real Federación Española de Fútbol entienda que la Constitución no va con él. No lo sé. Lo que sí sé es que hoy nadie ha defendido no ya la pura legalidad sino el respeto debido al conjunto del pueblo español. Y eso da pena. Mucha. Y también rabia. Y ni la una ni la otra se me van a ir por muy acertado que sea el contenido del tardío comunicado del Ministerio de Presidencia. Así las cosas, ya que la ofensa es irreparable, lo único que espero es una sanción ejemplar y contundente contra ambos clubes que evite que ese disparate se repita en el futuro. 

Por todo ello, no es de extrañar que lo ocurrido en el partido en el plano estrictamente deportivo haya quedado muy mermado en su relevancia. En ese sentido y en mi opinión, esta noche en el Camp Nou sólo ha habido una cosa digna de ser admirada, elogiada y recordada: el orgullo que ha demostrado el Athletic. Todo lo demás, se merece el olvido pero no el perdón.

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