martes, 27 de diciembre de 2016

Hasta siempre, antiprincesa

Ha muerto Carrie Fisher y con ella todo su brillante ingenio, su luminosa vitalidad y su estelar carisma. Hoy se ha apagado una estrella que comenzó a brillar en una galaxia muy, muy lejana. Hoy decimos adiós a un icono que marcó a varias generaciones coo sólo las leyendas pueden hacer al encarnar a la princesa Leia, un personaje estupendo y entrañable, pionera de las heroínas ficticias que años más tarde intentaron seguir su senda, modélica para mujeres reales que soñaban con otro mundo posible al margen del patriarcado y los convencionalismos machistas, única al reventar el tópico y manido arquetipo de "damisela en apuros" y reconstruirlo como una antiheroína que venía más a salvar que a ser salvada...y lo consiguió.

Hoy es imposible discernir dónde empezaba Leia y acababa Carrie porque ambas compartieron esa arrolladora personalidad capaz de hacerlas sobresalir en un mundo de hombres, ambas se deben mucho mutuamente y ambas tuvieron una vida tan azarosa como singular e interesante. Por eso, hoy, todos los fans de Star Wars, sentimos la pérdida de una pieza emblemática de ese puzzle llamado "cultura popular" como la de alguien cercano, porque al fin y al cabo Leia Organa forma parte de nuestra infancia y de nuestro imaginario y con ella Carrie Fisher. Todos quisimos salvar a esa princesa y conquistar su corazón hasta que nos dimos cuenta de que no necesitaba ser salvada y que era ella la que nos había conquistado a nosotros.

No obstante, es muy injusto simplificar la trayectoria personal y profesional de Fisher haciéndola orbitar únicamente en torno a la protagonista de La guerra de las galaxias porque la fallecida fue una buena actriz que no sólo hizo ESO (ahí está, por citar sólo una película, la divertida Escándalo en el plató) y, además, una interesante escritora y guionista. Dicho de otro modo: Fisher fue Leia pero no sólo Leia y esto conviene no olvidarlo porque lo contrario sería menospreciar el innegable talento que esta mujer tenía y que demostró, por ejemplo, en su "carta de despedida" a Leia.

En definitiva, este odioso 2016 vuelve, una vez más, a romper el corazón como quien quiebra una galleta. No puedo más que sentir auténtica pena por la muerte de alguien que formó parte de nuestros sueños y, desde hoy, de nuestra memoria. Descanse en paz, Carrie Fisher, ahora que Leia Skywalker ya es una con la Fuerza.   

jueves, 22 de diciembre de 2016

Un sueño de veinte años

Tal día como hoy, hace veinte años, nació el grupo de teatro "La fragua y la luna". Habrá quien al leer esto piense: "pues vale". No es mi caso. Ni el de otras personas: las que en algún momento formaron parte del grupo y las que alguna vez se sentaron al otro lado del escenario para presenciar cómo un grupo de chavales dio forma a una aspiración de juventud mientras transcurrían los años y las obras.

Ahora, afortunadamente, es posible hablar de todo ello sin el sesgo del idealismo, la inocencia y la vehemencia propios de la juventud. Y digo afortunadamente porque, despojado de cualquier inmadurez, romanticismo y cortoplacismo, el balance de lo que "La fragua y la luna" hizo desde aquella Navidad de 1996 sigue siendo hoy tan positivo como en esos años en los que el sentimentalismo desmedido y la falta de rodaje vital distorsionaban la percepción de la realidad como los espejos del callejón del Gato. Por tanto, se puede decir con entera tranquilidad que aquella aventura "iniciática" ha pasado con éxito el chequeo de la madurez

Deconstruir en datos al grupo sería algo fácil pero enormemente insuficiente (una estadística nunca será un poema) ya que lo cuantitativo no puede hablar de lo cualitativo ni lo computable es útil para resumir lo intangible. Y es que la historia de "La fragua y la luna" sólo se puede resumir con palabras (las dichas sobre el escenario) y sin palabras (que en definitiva es en lo que consistir vivir: acumular la mayor cantidad posible de experiencias que no se pueden describir con palabras). En ese sentido, el grupo de teatro estuvo lleno de vida o, mejor dicho, de vidas: las de los personajes a los que dimos voz y piel y las nuestras propias, que quizás no necesiten ser contadas pero sí vividas. Baste decir al respecto que los que hace veinte años éramos unos adolescentes hoy ya tenemos nuestras propias familias, salvo aquellos que nos dejaron antes de tiempo para no salir jamás de nuestro corazón y recuerdo: Marta y José. Y es que "La fragua y la luna", desde su nacimiento, tuvo todos los ingredientes que se pueden esperar de la vida: aprendizaje y puesta en práctica de lo aprendido, aciertos y errores, éxitos y fracasos, carcajadas y lágrimas, encuentros y desencuentros, nacimientos y fallecimientos, bodas y funerales, distanciamientos y reconciliaciones, sorpresas y desengaños, confidencias y secretos, ilusiones y decepciones...todo el trasiego de dicotomías y contrarios vitales es fácilmente identificable en la trayectoria teatral y humana de los "fragualuneros" desde aquel 1996. Respecto a nosotros, los que pase lo que pase siempre seremos parte de ese entrañable grupo de teatro amateur, estos veinte años han sido tiempo suficiente para que la vida, que es el dramaturgo por excelencia, nos asigne distintos roles, guiones y escenarios pero, con independencia de eso, no hay ni uno solo de nosotros que no vea en la amistad un punto de encuentro, un "sitio de nuestro recreo" en el que recordar el pasado, comentar el presente y, por qué no, hablar del futuro. Y eso, la amistad, es lo mejor que nos ha legado "La fragua y la luna" pero, por suerte, no lo único. Ahí están los cientos de recuerdos que cada uno tenemos. Para mí, por ejemplo, los mejores recuerdos de esa etapa son los referentes a lo que pasó "en bastidores": muchos de esos momentos vividos entre bambalinas son simplemente imborrables de mi memoria y la mayoría se costruyeron de una forma tan simple como inconsciente: miradas, sonrisas, gestos de complicidad, silencios que hablaban, abrazos, vellos de punta, lágrimas de alegría, confidencias en la penumbra, discursos entrañablemente épicos...lo que pasó en aquel backstage es algo que ni puedo ni quiero olvidar.

Antaño nos gustaba cerrar los programas de mano con una frase en la que todos creíamos: "Con su permiso, vamos a seguir soñando". Hoy sería muy temerario decir que el sueño se ha acabado. Temerario e injusto porque que el sueño vuelva a abrir los ojos y a respirar vida es sólo cuestión de tiempo. Y no importa quién encarne ese sueño, quién pise las tablas dejándose llevar por la magia del teatro. Lo que importa es que, sea quien sea, tenga el mismo atrevimiento que tuvimos hace hoy veinte años. El atrevimiento a ser, sentir y estar. Porque vivir, básicamente, consiste en atreverse. Y, como ya he dicho, "La fragua y la luna" estuvo lleno de vida.

Dedicado a todos mis amigos de La Fragua y la Luna: a los que fueron, a los que son y a los que serán.

domingo, 18 de diciembre de 2016

El vaso medio lleno

Antes del partido del sábado, la situación era de "cuñadismo rampante", en la cual muchos aficionados nos volvemos entrenadores, psicólogos, médicos y expertos en lo que sea menester con tal de encontrar la panacea que despeje borrascas y desinfle crisis. Después del encuentro contra la UD Las Palmas, la controversia ha pasado a nivel cuchicheo gracias a que la victoria, como el turrón, volvió a casa por Navidad. Si el fútbol es un estado de ánimo, la diferencia ente ver el vaso vacío a verlo medio lleno es algo más que balsámico.

El resultado, 1-0, fue lo más positivo de un encuentro en el que el Atleti, a falta de suerte, volvió a tener actitud, gracias a la cual se generaron muchas ocasiones de gol ante un rival del mismo perfil que muchos otros que esta temporada han causado disgustos en la autoestima colchonera: un equipo ordenado, con las ideas claras y que no tiene miedo al Atleti.

Así las cosas, en la fría tarde a orillas del Manzanares las buenas noticias pesaron más que las malas, lo cual no significa que haya que bajar la guardia pero sí serenar los ánimos y mandar al pesimismo al rincón de pensar. Entre las buenas noticias habría que destacar el golazo en sí mismo, el retorno de la intensidad, las buenas sensaciones que dejaron Saúl y Vrsaljko y que la afición demostró que Domínguez fue, es y será "uno di noi". Entre las malas (que las hubo y negarlas es forofismo) ninguna nueva: el mediocampo sigue siendo un despropósito del que se aprovechan los rivales descaradamente, hay varios jugadores clave lejos aún de su mejor versión (Koke, Carrasco, Godín y el propio Saúl), algunos rojiblancos parecen merecer la titularidad en el Atlético de Kolkata por las pobres prestaciones que están ofreciendo esta temporada y nuestros delanteros (cuyo compromiso y esfuerzo es gilipollesco cuestionar) siguen esperando a que la suerte deje de bailar merengue en la Castellana y empiece a forrar carpetas con la cara de Griezmann o Gameiro.

Por lo demás, podría comentarse la actuación arbitral pero que al Atleti le toque el pito un pésimo colegiado no es noticia ni excusa.

En definitiva: el Atleti volvió a vencer sin terminar de convencer pero menos es nada y, además, las sensaciones no son tan inquietantes como lo eran hasta hace unos días. Ahora toca descansar y sobrevivir a las Navidades con la tranquilidad de tener claras dos cosas: no hay que dejar de creer y...el escudo no se toca. ¡Buen vaso medio lleno a todos! 

sábado, 17 de diciembre de 2016

"Rogue One": no hay victoria sin sacrificio

El jueves se estrenó Rogue One, la nueva película de la saga Star Wars que, aunque no está inscrita dentro de ninguna trilogía, resulta un buen prólogo a Una nueva esperanza sin por ello perder su valor autónomo. Y es que una de las cosas más interesantes y positivas que tiene este nuevo título galáctico es su entidad, su personalidad. Quien piense que es una película de aperitivo para amenizar la espera del episodio VIII o para rellenar cartelera y arcas está en un error. Como lo estará quien crea que es una película para niños o una pastelada de Disney disfrazada de "space opera". Rogue one es otra historia, nunca mejor dicho.  

Precisamente, ya desde el propio título del film (Rogue One. Una historia de Star Wars) se destaca la naturaleza de historia corta de esta película en comparación con esa colosal historia-río que conforman los episodios I al VII (hasta el momento). Rogue One tiene todos los distintivos narrativos de un buen relato: es intensa, directa, compacta, con unos personajes bien definidos (aunque no sean profundos) y una trama clara y sólida. Cuesta encontrarle fallas o defectos (lo cual no quiere decir que no los tenga) y eso es algo que se agradece, especialmente si tenemos en cuenta que las últimas películas de Star Wars son demasiado imperfectas. ¿Por qué cuesta encontrarle defectos? Rogue One funciona bastante bien porque es coherente con su naturaleza de relato y no tiene pretensiones grandilocuentes. Cuenta la historia que quiere contar. Y lo de hace sin perder el tiempo ni caer en frivolidades ni en concesiones ni a la espectacularidad gratuita ni al buenismo disneysiano. La razón de todo esto: Gareth Edwards (director bastante interesante por cierto) tiene muy claro qué contar y cómo y por eso prescinde de meterse en jardines de incierta salida. Hace lo que ya demostró en su recomendable ópera prima Monsters: contar una historia intensamente humana sin renunciar a los recursos y subterfugios del género de que se trate la película. Respecto a esto, es evidente que Edwards no ha actuado como el típico cineasta de prestigio que vende su alma al diablo al embarcarse en blockbusters. Y esto, también se agradece.

Otra cosa que se agradece, en la línea de lo que acabo de comentar, es que Rogue One sea tan autoconsciente de su condición de hermana pequeña, si se puede llamar así, porque desde esa humildad construye algo dignísimo y merecedor de todo respeto y agradecimiento. Para conseguirlo se ayuda de otra virtud del film: tener muy claro el género y no enfrascarse en el habitual batiburrillo que estilan este tipo de superproducciones. En ese sentido, Rogue One es esencialmente una película bélica y, por tanto, alejada de las perífrasis rimbombantes del género de aventuras y del buenismo familiar típico de Disney. Así, Rogue One" se muestra como una historia profundamente agridulce que sabe tener, mostrar y conservar su propia personalidad, pese a estar indudablemente inserta en el universo de Star Wars y servir de excelente precuela del legendario episodio IV, cuyos sucesos transcurren muy poco tiempo después de lo visto en esta película. Por eso, Rogue One no gira en torno a cierta profecía (aunque influya en ella) ni tiene como protagonistas a los miembros de una familia dispersados por la galaxia (al menos no ESA familia) pero encaja perfectamente con todo lo visto y conocido de la "historia principal" sin renunciar a diferenciarse claramente de ella por la crudeza narrativa y emocional que demuestra a través de unos personajes que, pese a estar a la sombra de los míticos, no quedan eclipsados.

En sintonía con su naturaleza bélica, este film nos cuenta cómo consiguió la Alianza Rebelde los planos de la Estrella de la Muerte pero lo que nos dice es que hay ideas por encima de las personas, causas que están más allá de la vida y las vidas, motivos que dan sentido a renuncias y sacrificios. Y es que si algo es Rogue One es una celebración del sacrificio, un asiento de primera fila para el martirio de unos hombres y mujeres que quizás no pasen a la Historia pero sin los cuales ésta no tendría sentido, la apoteosis de los héroes anónimos, la sublimación a sangre y fuego de unos parias que dignifican las palabras "valentía" y "compromiso". Dicho de otro modo: esta película es un constante recordatorio (de principio a fin) de que no hay victoria sin sacrificio, de que sin Rogue One no habría habido Una nueva esperanza.

Quizá para endulzar tanta intensidad dramática y conceder tregua al espectador ante el creciente fatalismo, la película regala un puñado de guiños, cameos y "reapariciones" nada gratuitas que harán las delicias de quienes veneramos la trilogía inicial (episodios IV a VI).

Por lo demás, poco o nada que objetar al reparto, la fotografía, el montaje y la música. Todo en Rogue One está a la altura de lo esperable/exigible y me atrevería a decir que, después de la primera trilogía, ésta es la película de Star Wars más redonda y acertada, dentro de sus posibilidades y pretensiones.

En definitiva: tras ver Rogue One, quizás te quedes impactado por el destino de sus protagonistas pero lo que es seguro es que esta película ha traído tanta esperanza a la saga de Star Wars como los planos de la Estrella de la Muerte a los rebeldes. 
 

lunes, 12 de diciembre de 2016

En tierra de Nadia

Engañar en beneficio propio es infame. Utilizar a un menor con fines lucrativos es repugnante. Rentabilizar económicamente una enfermedad es vergonzoso. Apelar a la solidaridad con intenciones espurias es canallesco. Por eso, para hablar de los "padres de Nadia", en los que convergen todas esas asquerosas prácticas, se me acaban los adjetivos.
 

El "caso Nadia" es un fenómeno ambivalente, un suceso de esos que sirven para mostrar lo mejor y lo peor del ser humano. Y esto, por desgracia, no es algo nuevo. Quizás lo reseñable en esta ocasión es la rapidez con la que se pasó de la alegría a la estupefacción, de la celebración a la repulsa, del orgullo al asco. La condición humana en un chupito. Realismo disparado a bocajarro.

Yo fui uno de los muchos que creyó en la historia. Por eso, me conmovió esa tragedia capaz de rebasar cualquier ficción. Por eso, me impresionó la subsiguiente avalancha de generosidad y empatía capaz de superar cualquier calificativo. Por eso, me repugnó el posterior descubrimiento de cuánta oscuridad cabe en el corazón de un padre y el silencio de una madre. Porque creí y como yo miles de personas más, entre ellas el es que uno de los periodistas más honrados, brillantes, comprometidos y honestos que hay en España: Pedro Simón, quien en el reconocimiento de su error hizo más por el Periodismo que muchas facultades y medios de comunicación de este país.

No me arrepiento de haber caído en la trampa porque eso significa que sigo creyendo en el ser humano, aunque cada vez tenga menos motivos para ello, y porque no hay mejores lecciones que las que acompañan a los desengaños. ¿Cuál es la que aprendido en este caso? Que la Humanidad no es ni buena ni mala: simplemente deambula en una tierra de nadie ajena a códigos legales, morales y religiosos. Es la tierra de la dulce Nadia pero también la de sus infames padres, Fernando Blanco y Marga Garau. Por eso, de esta moraleja, conviene no olvidarse.

domingo, 11 de diciembre de 2016

El panda, el madroño y el escudo

Suena a libro de Las Crónicas de Narnia, y aunque también es un cuento, éste no va de alimentar la inocencia sino de erradicarla a cambio de "llevárselo fresco". Porque, en el fondo, se trata de eso: de llevárselo fresco, de hacer negocio con intangibles, de rentabilizar económicamente elementos cargados de un valor no cuantificable desde lo monetario, empresarial o financiero, de hacer caja a pesar de las sensibilidades y los sentimientos. La denominación del nuevo estadio del Atlético de Madrid y el rediseño del escudo obedecen a todo esto y por eso se ha originado una polémica desagradable, gratuita y desaconsejable en el seno de la hinchada rojiblanca (que es la auténtica esencia y el verdadero patrimonio del club); una controversia de la que hay que culpar a los mismos tipos que representan las páginas más bochornosas de la historia del club, es decir, a los rescoldos del gilismo, a los herederos de Jesús Gil, a los "delincuentes prescritos" (que no proscritos), al infumable dúo tragicómico que rige los destinos de la entidad colchonera, a los dos bomberos pirómanos parapetados tras esa mesiánica casualidad llamada Diego Pablo Simeone. Lo que ha pasado es una muestra más (y van...) de que Cerezo Torres y Gil Marín representan la bicefalia de un despotismo nada ilustrado pero sí bastante lucrativo que parece tener como lema "todo por el aficionado pero sin el aficionado".

A nadie escapa que vivimos en una época donde el deporte se ha visto despojado de buena parte de su épica y autenticidad en aras del mercantilismo más desvergonzado. Por eso, ahora, a las entidades deportivas les importa más que nunca la cuenta de resultados, los ingresos, el marketing, la publicidad y la comunicación corporativa más que lo estrictamente deportivo. Hoy el deporte es más negocio que ocio; el fútbol es el mejor exponente de eso y la última muestra de ello la ha dado el Atlético de Madrid. En este contexto, puedo llegar a entender lo que ha pasado, pero de ahí a defenderlo o justificarlo va un trecho oceánico.

Si me apuras, lo del nombre del nuevo estadio (que haya gente que lo llame "naming" da una idea de que esto no va ni con el deporte
ni con los sentimientos) es lo menos escandaloso. Primero, porque es cierto que hay una creciente tendencia al "patrocinio" de recintos deportivos (mal de muchos...). Y segundo, porque, estando el club en manos de quien está, lo sucedido no es ninguna sorpresa. Yo, como muchísimos otros aficionados, era partidario de haber homenajeado en el nombre del próximo feudo al atlético más laureado e importante en la historia no sólo del club sino del fútbol español: Luis Aragonés. Pero pedir a los mandatarios del club un signo de decencia, agradecimiento o complicidad con el sentir de la afición es perder el tiempo y amargarse el día. Aquí compensan más los diez millones de "euros chinos" por temporada que cualquier otra cosa. De ahí lo de "Wanda". Lo de añadir "Metropolitano" es una maniobra de distracción, una forma de intentar maquillar el asunto al apelar a la nostalgia, la melancolía y lo sentimental; en la misma línea, por cierto, habría que situar el spot publicitario creado ad hoc y que es puro efectismo. El resultado es un nombre transexual, valga el calificativo: "Wanda Metropolitano". Habrá a quien le guste y lo respeto. A mí no me gusta porque supone prostituirse: dejar que alguien te meta mano durante un tiempo pactado a cambio de dinero.

Pero, como digo, lo del nombre no me parece tan grave. Al menos no en comparación con lo del escudo. En este caso, la cuestión no es si estéticamente convence o no al personal. No, aquí la cuestión y el gran error consiste en excusar tras un rediseño ligado al estreno de un nuevo estadio lo que es una nueva y errónea conceptualización, una desacertada redefinición de lo que significa el escudo, el blasón, el emblema del Atlético de Madrid. Un escudo no es un logo, por mucho que el origen de los logos se pueda rastrear hasta los escudos y blasones familiares del Medievo. Un escudo no es un elemento a manejar por el marketing, el merchandising o la comunicación corporativa. Un escudo no es algo que se pueda entender ni gestionar desde el diseño ni desde la publicidad ni desde la comunicación. Un escudo es algo que conecta íntimamente a personas de distintas generaciones porque remite a algo que está por encima de lo cronológico y lo geográfico. En ese sentido, es cierto que el escudo del Atlético ha sufrido cambios a lo largo de la historia del club pero no menos cierto es que durante décadas el escudo ha sido fácilmente reconocible a pesar de ligeros cambios y matices. Lo que ha pasado es que ahora ha pasado de ser un escudo a ser, de facto, un logotipo. Las "explicaciones" dadas por el responsable van en esa línea aunque, por prudencia, cobardía o jeta, no lo diga abiertamente. A mí me parece fenomenal que el Atleti tenga un logo pero no por eso había que cepillarse el escudo. De todos modos, vuelvo a lo de antes: este despropósito se entiende si tenemos presente que los clubs deportivos funcionan actualmente como empresas puras y duras, orillando así todo lo emocional, sentimental o subjetivo. Los clubs hoy se pasan por la quilla lo que piensa o sienta la afición y para muestra, el Atlético. Por suerte para sus dirigientes, el "Cholismo" ha permitido durante los últimos años compensar esa deficiencia a base de títulos y emociones capaces de distraer la mirada del aficionado de esta realidad tan fría y deshumanizada. En resumen: la nueva insignia como logo me parece aceptable pero como escudo me resulta una tomadura de pelo.

Que el club sabía que estaba haciendo algo polémico, por decirlo eufemísticamente, se evidencia en el hecho de parapetar a Cerezo (a Gil Marín lo enviaron a China directamente) detrás de un plantel de gente que, a diferencia de él, sí a honrado al club y es motivo de orgullo para toda la hinchada. En ese sentido, lamento el "papelón" que hicieron las leyendas atléticas al refrendar con sus palabras o presencia el disparate del nombre y el escudo. Es indudablemente cierto que el romanticismo ya no gana títulos ni sanea cuenta de resultados pero también lo es que el respeto al legado y al aficionado hay que tenerlo siempre en mente y éste no ha sido el caso.

Dicho todo esto, lo más criticable no es lo concreto del nombre o del escudo sino el generar una controversia absolutamente innecesaria en un momento delicado de la temporada y que desvía la atención de lo verdaderamente importante: el equipo. Y es que propiciar discusiones entre aficionados no es la mejor idea de gestionar un club ni de centrarse en lo que importa realmente. Si lo que quieren los ¿responsables? del club es preocuparse por la futura temporada, mejor harían en asegurar la existencia de formas de acceso dignas al nuevo estadio en lugar de meterse en jardines como el que ha generado esta gresca, que de lo meramente estético y superficial ha trascendido a lo ético e íntimo. Además, si lo que de verdad se pretende es "renovar", "actualizar" o "abrir una nueva etapa" en la entidad (argumentos todos ellos utilizados estos días), mejor sería empezar por cambiar a la directiva, pero esto tampoco es lo prioritario ahora mismo. Lo que importa es hacer la mejor temporada posible. Todo lo demás es secundario, aunque duela o indigne. ¡Aupa Atleti!

jueves, 8 de diciembre de 2016

¿Y tú? ¿Te sientes español?

Escribía el otro día sobre la venganza en diferido contra Fernando Trueba a cuenta de unas controvertidas declaraciones suyas. Sobre el boicot a "La reina de España", me remito a lo dicho en aquel artículo. Hoy voy a hablar de la excusa tras la que se ha parapetado esa sobrevalorada revuelta torreznera, esto es, de las desafortunadas palabras de Trueba al recoger el Premio Nacional de Cinematografía. Desafortunadas porque sólo a la luz de las explicaciones dadas (entonces y ahora) por el propio cineasta a resultas de la polémica se han podido entender correctamente; claro que eso, el correcto entendimiento, se lo pasan por la quilla quienes se rasgaron las vestiduras por esas manifestaciones y han alentado la represalia contra Trueba a través del sabotaje taquillero a su última película. Como también se pasan por la quilla esos fervorosos papanatas el respeto a una libertad fundamental y protegida constitucionalmente como es la de expresión.

Porque, las cosas como son, Trueba con sus declaraciones no ofendió a nadie que no sea lo suficientemente anormal como para tomarse como ofensa unas manifestaciones que se limitaban a dar salida a una reflexión personal, inocua y honesta. Por tanto, soliviantarse por la postura de Trueba ante el españolismo o sentimiento de españolidad es del género idiota. ¿Por qué? Por lo siguiente:
  • No se puede juzgar lo sentimental desde lo ideológico.
  • Lo que dijo Fernando Trueba no sólo no es ilícito sino que además está consagrado legalmente en la Constitución.
  • Precisamente con lo que no comulga íntima y públicamente el cineasta es con esa zafia y extendida confusión entre "patriotismo" y "patrioterismo" en la medida en que éste encarna un nacionalismo chusco, acrítico, exaltado, trasnochado y más reaccionario que aquellos anormales que recibieron jubilosos al infame Fernando VII al grito de "¡Vivan las cadenas!". De ahí que lo único criticable a Trueba sea la falta de precisión a la hora de exponer su desapego.
  • No se puede demonizar al discrepante, máxime cuando la discrepancia se ha hecho desde una educación indiscutible. Estigmatizar a quien piensa y/o se manifiesta de forma distinta a uno es algo que debería dejar de tener espacio en una sociedad supuesta civilizada, por civismo democrático e higiene intelectual.
  • Por muy mayoritario que sea un sentir no se puede represaliar de ninguna manera a quienes no compartan ese sentimiento. También el nazismo fue producto de un sentir mayoritario y sólo un perfecto imbécil lo legitimaría. En ese sentido, no creo que en España el patrioterismo esté tan extendido como para darle la aureola de "mayoritario", por suerte.
  • Poner en la misma diana a Fernando Trueba y al demenciado Willy Toledo es un puro disparate.
De todos modos, la polémica identitaria en torno al sentimiento de "lo español" no está tanto en lo sentimental como en la dificultad para delimitar de forma fiable y mayoritariamente válida qué es "lo español". Algo parecido a lo que nos podría suceder a cualquiera de nosotros si nos preguntaran qué entendemos por "mi gente". Y es que a la hora de manejar ese concepto identitario estamos en un terreno difuso, resbaladizo y poliédrico, propicio por tanto para los equívocos, las paradojas y las polémicas. Vayan a continuación algunos ejemplos de lo que que quiero decir:
  • ¿A partir de qué etapa hay que sentir a España: desde la Iberia prerromana, desde la Hispania, desde la Reconquista, desde la Monarquía Hispánica, desde el Imperio, dede la pérdida de las colonias, desde la restauración democrática de 1978?
  • ¿Sentirse español implica imperativamente enorgullecerse y presumir de logros, gestas y genialidades y ocultar bajo una alfombra de deliberada ignorancia errores, fracasos y barbaridades? ¿Requiere sentirse identificado por igual tanto con García Lorca como con Franco, con Fernando el Católico como con Fernando VII, con Cervantes como con Blue Jeans, con Blas de Lezo como con Kiko Rivera, con "El Ministerio de Tiempo" como con "Mujeres, hombres y viceversa"? ¿O implica minusvalorar sistemáticamente cualquier cosa relacionada con España por complejo a ser calificado como "facha"? ¿O conlleva asumir y ensalzar lo bueno y renegar y denunciar lo malo?
  • ¿Qué elementos habría que incluir dentro del canon de "lo español"? ¿Qué elementos quedarían fuera? ¿Quién determina ese canon?
  • ¿Sólo tienen derecho a sentirse españoles los nacidos en España?
  • ¿A qué da derecho sentirse español? ¿A qué no da derecho?
  • ¿Qué naturaleza tiene el concepto "español": geográfica, registral, jurídica, tributaria, cultural, la conjunción de todas ellas?
Estas son sólo algunas cuestiones que surgen, a bote pronto, a la hora de abordar el asunto de la españolidad. Por tanto, parece evidente que hablar con ligereza y/o rotundidad sobre este tema de "sentirse español" es cuando menos arriesgado y, muy probablemente, desacertado. En ese sentido, desconfío de quienes se rasgan las vestiduras a lomos de absolutos, de quienes pontifican haciendo de cada frase sentencia y de quienes hacen ley de las filias y trincheras de las fobias. En el polémica con Trueba ha habido demasiada (e interesada) sobreexcitación y contudencia, intentando ver gigantes donde sólo había molinos. Lo peor de la polémica no ha sido que se haya llevado por delante una película (de discutible valía) sino que ha permitido dar luz y voz a esos morlocs que acechan en los sobacos de la sociedad española y cuya capacidad cívica, intelectual, sináptica y expresiva rivaliza con la de un bocadillo de panceta. No obstante, por no extenderme mucho más sobre el tema, remito a un artículo que escribí hace más de un año sobre el asunto de la "españolidad".

De todos modos, la clave para entender que Fernando Trueba no se sienta español y no tenga más patria que la de la entera Humanidad ya estaba presente en el propio discurso que originó la polémica. En él, el cineasta explicaba que, culturalmente, lo mismo le daba un español que un extranjero porque ninguno de ellos le era ajeno. Es decir, que por sensibilidad artística y gusto cultural, Trueba se siente humano pero ajeno a cualquier etiqueta o marchamo, lo cual me parece bastante loable. Quizás simpatizo con él en esa afirmación porque la comparto. Cualquiera al que le guste la literatura, el cine o la pintura, por citar sólo tres ámbitos culturales, dudo mucho que tenga un consumo culturalmente endogámico y un concepto de la misma patrimonializado. Utilizando un símil deportivo, la cultura constituye una selección, un all stars en el que se encuentra representado lo mejor que ha dado y legado la Humanidad y cualquiera puede y debe verse representado en ella, por encima de nacionalidades y fronteras. Así, desde un punto de vista cultural, cualquier "localismo" carece de sentido. Por ejemplo, en mi caso, yo no siento a Homero, Dante, Shakespeare, Steinbeck, Miller, Carver, Borges o Ford como "los otros" sino tan "míos" como Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Valle-Inclán, Lorca, Sender o Delibes. Los tiros de Trueba iban/van por ahí. Y son tiros muy acertados ya que conviene no olvidar que toda diferenciación en tanto que distinción entre iguales es algo tan absurdo como la creación de fronteras, que son puros constructos artificiales de la paletez del ser humano.

En resumen, yo no reniego en absoluto de mi nacionalidad pero tengo clarísimo que, por encima de banderas y demás parafernalia, mi patria son los míos. Y, puestos a elegir, prefiero mil veces más a un compatriota como Fernando Trueba que a la caterva de forofos que al hablar de España no sólo ofende a otros españoles sino a la inteligencia y la educación más elementales. 

domingo, 4 de diciembre de 2016

La noche de los uy vivientes

Un empate merecido en una noche mala, y no sólo por lo meteorológico. Así se podría resumir lo que pasó ayer. Una jornada más, el Atleti ni pudo ni quiso ni supo ni mereció ganar.
 

Cada día que pasa, el equipo rojiblanco se parece más a un gran torero cuyas noches de puerta grande se van quedando más lejos en el retrovisor. Antaño sabía lidiar con cualquier toro y sus estocadas eran demoledoras; ahora hace demasiadas faenas de aliño y lleva más sustos y revolcones de los esperados. ¿Por qué ocurre esto? Comparando los partidos que hicieron de este equipo leyenda con los que está haciendo esta temporada, parece evidente que la conjunción de forma, actitud, lucidez y fortuna que llevó al Atleti a la gloria ni está ni se le espera este curso. Cualquier hincha puede asumir que falte alguno de esos elementos pero la ausencia de todos ellos simultáneamente es lo que preocupa y mosquea a cada vez más aficionados, que no entienden la repentina involución de un Atleti que por su reciente historial y actual potencial puede y debe aspirar a todo. ¿Qué es lo que pasa? En mi opinión, cuatro cosas: hay demasiados jugadores lejos de su mejor versión (algunos por edad, unos por sobrecarga de partidos y otros por vete a saber qué), hay un cacao mental patente (empezando por el propio concepto de juego), hay poca suerte de cara a portería y, especialmente, no hay rastro de ese temperamento que hacía insufrible como rival Atleti y convertía a los rojiblancos en caníbales con síndrome de abstinencia fuera cual fuera el rival y el marcador. Tampoco el Cholo el mismo. Lo parece pero no. Desde "lo de Milán", el Cholo, como el resto del equipo, se parece a lo que fue pero no es igual. Algo ha cambiado y, sea lo que sea ese algo, se evidencia en los partidos del Atleti esta temporada. Es una apreciación personal, pero creo que no soy el único que tiene esta percepción.

En ese sentido, el encuentro de anoche fue el enésimo tropiezo de un Atleti en modo "ni sí ni no ni buenas noches" ante un rival bien plantado, ordenado y con las ideas claras. En esta ocasión, uno entrenado por el hombre que empezó a desempolvar el prestigio del Atleti: Quique Sánchez Flores, al que, efectivamente, como muy bien dijo la pancarta, debemos estar eternamente agradecidos. Así, el partido tuvo el interés de confrontar el "Atleti cholista" con el "Atleti de Quique", ya que el conjunto catalán juega muy parecido a como lo hacía el madrileño cuando lo entrenaba Sánchez Flores e incluso cuenta en sus filas con jugadores en aquel entonces rojiblancos. El problema (y la desilusión) es que el "Atleti cholista" no compareció y por eso el Español tuvo más oportunidades de las previstas, chances que habrían provocado un follón de no ser porque Oblak sigue creyéndose Benji Price y maquillando la crisis que atraviesa el Atleti. Y es que la diferencia entre un buen portero (Diego López) y un portero extraordinario (Jan Oblak) es una de la mejores enseñanzas que dejó un partido que también despejó otra duda a la hinchada rojiblanca: la vuelta el "antiguo sistema" (el doble pivote Gabi-Tiago, etc) tampoco está resultando milagrosa, más allá de dotar al equipo de una solidez defensiva ligeramente mayor y, de paso, disimular las carencias de Gabi (nuestro capitán puede dirigir perfectamente la presión pero nunca el juego porque sencillamente no está capacitado para ello). En ese sentido, el vaivén táctico y los altibajos de los jugadores han convertido al Atleti en un adolescente en el que se pueden intuir más cosas de las que se pueden asegurar. Por eso, el partido de anoche estuvo definido por los "¡uy!" que acompañaron a las ocasiones falladas por el Atleti y a las amenazas detenidas por "el hombre que hizo olvidar a Courtois" en una velada en la que el tiempo invernal y desagradable fue el mejor espejo de la situación por la que atreviesan los atléticos, tanto los que están en el césped como los que acuden a millares al estadio Vicente Calderón. 

No es momento ahora de correr como pollos sin cabeza y pregonar el apocalipsis pero tampoco lo es de enrollarse en la bandera y ponerse la bufanda como venda en los ojos. Que el Atleti no está bien es evidente. Que queda tiempo para mejorar las sensaciones y enderezar el rumbo, también. Que ese rumbo pasa más por la Champions y la Copa que por la Liga, muy probablemente. Así pues, de momento, keep calm and ¡aupa Atleti!

sábado, 3 de diciembre de 2016

Artistas, obras y boicots

Un artista debe ser juzgado por sus obras, pero una obra no puede juzgarse en función de su autor. Es decir, una obra de arte no puede entenderse sin su autor pero puede y debe valorarse en sí misma considerada, dejando al margen al autor para aislar la valoración de toda filia o fobia personal hacia el artista. De lo contrario no sólo seremos injustos sino que, además, estaremos comportándonos como unos perfectos majaderos. Y ojo que esa distinción es complicada tanto por el personalismo narcisista de muchos autores como por esa inconsciente propensión de la gente a mezclar churras con merinas. Complicada pero no imposible; por ejemplo, dudo mucho que las películas de Chaplin tuvieran la merecida consideración de obras maestras si el público al juzgarlas tuviera en cuenta las depravaciones sexuales del genial cineasta. Así las cosas, por madurez mental e higiene intelectual, debemos asumir sin aspaviento ni letra pequeña que hay bellacos o personas con las que no tenemos ninguna afinidad capaces de firmar creaciones magistrales de la misma manera que hay bellísimas personas o gente que nos cae estupendamente que son los abajo firmantes de bodrios infumables o la cuadratura del círculo: personas que te sientan como un rayo en el recto que perpetran auténticas castañas y beatos por aclamación que firman verdaderas maravillas, pero ninguno de estos dos últimos casos aplica para lo que estoy hablando.

La opinión que tengamos de un autor debe estar en un compartimento estanco a la que tengamos sobre su obra. Máxime si tenemos en cuenta que lo que perdura en el tiempo hasta sedimentar eso que llamamos cultura son las obras y no la ideología, el credo, el temperamento, los gustos o la idiosincrasia personal de los artistas. 

En ese sentido, haré un aparte que viene al caso. En mi colegio tuve, ya en los años finales, a un profesor de Literatura de cuyo nombre no voy a acordarme pero que hacía honor a su apodo ("el besugo") cuando dejaba deliberadamente que sus filias político-personales enturbiaran y sesgaran sus enseñanzas. Por ejemplo, recuerdo cómo despachó por la vía rápida a unos literatos interesantes cuando menos sin hacer más reseña que "eran unos fachas" (sic). Un patinazo tan reprobable como lo sería no interesarse por Muñoz Seca por "no ser de izquierdas" o por García Lorca por "no ser de derechas", por citar dos ejemplos incomparables pero igualmente trágicos. O dicho de otro modo: la portada es a un libro lo que el autor a su obra y ya sabemos que nunca hay que juzgar un libro por su cubierta.

Todo esto viene a cuenta de la polémica con Fernando Trueba y el boicot a su nueva película a modo de vendetta orquestada en redes sociales por unos hooligans de mente torreznera y modales visigóticos, amplificada por unos medios de comunicación a los que todo lo viral les parece noticiable (error). Una polvareda que se suma a otras similares acontecidas en estos lares. Por cierto, en ese sentido, hay que recordar que en este país tan españoles son el toreo, el flamenco y la tortilla de patata como encumbrar o linchar a alguien con idéntico entusiasmo enajenado (lo de que se lo merezca es ya otro cantar). Pero, volviendo al caso, me parece mal promover y secundar un supuesto "boicot" contra una obra artística como es una película amparándose en meras fobias o desencuentros con su autor por culpa de unas controvertidas y desafortunadas declaraciones (de las que por cierto hablaré en otro artículo). A "La reina de España" hay que juzgarla como obra, emancipada de su responsable. Por tanto, ni hay que atacarla por tirria a Trueba ni alabarla por simpatía al oscarizado cineasta. Dicho esto, por mucho poder que tengan internet y las redes sociales (que lo tienen), querer escudarse en el boicot para explicar su descalabro en taquilla es dedicar a un victimismo reduccionista el tiempo y los esfuerzos necesarios para una más que aconsejable autocrítica. Haciendo balance, al margen del sabotaje virtual, a la nueva película de Trueba no le he ayudado nada la desagradable polémica con los guionistas de la primera parte (Trueba en este caso ha actuado de forma soberbia, grosera y difícilmente defendible) ni tampoco (y muy especialmente) el cada vez menos cuestionado hecho de que "La reina de España" no es precisamente un peliculón (que para gustos los colores, ojo, pero ahí están la taquilla y las opiniones). Sobre todo esto hay ya escrito un estupendo artículo en Vanity Fair y a él me remito. 

Antes de concluir, una precisión: me parece fantástico que un artista, como cualquier ciudadano, exprese sus ideas con total libertad y sinceridad igual que me parece estupendo que esa expresión pueda ser motivo de debate y discrepancia. Lo que me parece mal es que esa discrepancia derive en una insurrección intolerante que no tiene amparo, fundamento ni cabida en un sistema no dictatorial como el nuestro, por mucho que en nuestra cotidianidad estemos más que acostumbrados a consolidar o huir de según qué dictados en función de nuestros intereses o conveniencias. Lo de Trueba es el enésimo ejemplo de cómo hay anormales que hacen montañas de granos de arena y luego encima tienen los santos genitales de provocar una avalancha cuyos daños, directos o colaterales, son difíciles de  ponderar e imposibles de justificar. 

En fin y resumiendo, que el arte debe ser entendido y valorado desde el arte y no desde la política, la religión, el cuñadismo, el chonismo o el talibanismo cavernario.