El
jueves se estrenó Rogue One, la nueva película de la saga Star Wars
que, aunque no está inscrita dentro de ninguna trilogía, resulta un buen
prólogo a Una nueva esperanza sin por ello perder su valor autónomo. Y
es que una de las cosas más interesantes y positivas que tiene este
nuevo título galáctico es su entidad, su personalidad. Quien
piense que es una película de aperitivo para amenizar la espera del
episodio VIII o para rellenar cartelera y arcas está en un error. Como
lo estará quien crea que es una película para niños o una pastelada de
Disney disfrazada de "space opera". Rogue one es otra historia, nunca
mejor dicho.
Otra
cosa que se agradece, en la línea de lo que acabo de comentar, es que Rogue One sea tan autoconsciente de su
condición de hermana pequeña, si se puede llamar así, porque desde esa
humildad construye algo dignísimo y merecedor de todo respeto y
agradecimiento. Para conseguirlo se ayuda de otra virtud del film: tener
muy claro el género y no enfrascarse en el habitual batiburrillo que estilan este tipo de superproducciones. En ese sentido, Rogue One es esencialmente una película bélica y, por tanto, alejada
de las perífrasis rimbombantes del género de aventuras y del buenismo
familiar típico de Disney. Así, Rogue One" se muestra como una historia
profundamente agridulce que sabe tener, mostrar y conservar su propia
personalidad, pese a estar indudablemente inserta en el universo de Star Wars y servir de excelente precuela del legendario episodio IV, cuyos
sucesos transcurren muy poco tiempo después de lo visto en esta
película. Por eso, Rogue One no gira en torno a cierta profecía
(aunque influya en ella) ni tiene como protagonistas a los miembros de
una familia dispersados por la galaxia (al menos no ESA familia) pero
encaja perfectamente con todo lo visto y conocido de la "historia
principal" sin renunciar a diferenciarse claramente de ella por la
crudeza narrativa y emocional que demuestra a través de unos personajes
que, pese a estar a la sombra de los míticos, no quedan eclipsados.
En
sintonía con su naturaleza bélica, este film nos cuenta cómo consiguió
la Alianza Rebelde los planos de la Estrella de la Muerte pero lo que
nos dice es que hay ideas por encima de las personas, causas que están
más allá de la vida y las vidas, motivos que dan sentido a renuncias y
sacrificios. Y es que si algo es Rogue One es una celebración del
sacrificio, un asiento de primera fila para el martirio de unos hombres y
mujeres que quizás no pasen a la Historia pero sin los cuales ésta no
tendría sentido, la apoteosis de los héroes anónimos, la sublimación a
sangre y fuego de unos parias que dignifican las palabras "valentía" y
"compromiso". Dicho de otro modo: esta película es un constante
recordatorio (de principio a fin) de que no hay victoria sin
sacrificio, de que sin Rogue One no habría habido Una nueva esperanza.
Quizá
para endulzar tanta intensidad dramática y conceder tregua al
espectador ante el creciente fatalismo, la película regala un puñado de
guiños, cameos y "reapariciones" nada gratuitas que harán las delicias
de quienes veneramos la trilogía inicial (episodios IV a VI).
Por lo demás, poco o nada que objetar al reparto, la fotografía, el montaje y la música. Todo en Rogue One está a la altura de lo esperable/exigible y me atrevería a decir que, después de la primera trilogía, ésta es la película de Star Wars más redonda y acertada, dentro de sus posibilidades y pretensiones.
En definitiva: tras ver Rogue One, quizás te quedes impactado por el destino de sus protagonistas pero lo que es seguro es que esta película ha traído tanta esperanza a la saga de Star Wars como los planos de la Estrella de la Muerte a los rebeldes.





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