lunes, 29 de junio de 2009

¡Transformaos y avanzad!

Las autoridades sanitarias advierten que este artículo contiene una dosis de frikismo por encima de lo normal. Dicho esto...sólo puedo confesar que estoy encantado de las adaptaciones que se han hecho de una de mis series favoritas de mi infancia, de esas con las que disfrutaba como un enano cuando lo era. Estoy hablando, lógicamente de "Transformers".

Al abrigo del genio (cuando quiere) Steven Spielberg en la producción y Michael "FX" Bay en la dirección, se ha "transformado", nunca mejor dicho, una apasionante y vistosa serie de dibujos animados en dos películas cuyo altísimo nivel de entretenimiento es inversamente proporcional a la calidad interpretativa y guionística. Tanto "Transformers" como "Transformers: The revenge of The Fallen" constituyen un pirotécnico, nostálgico y colosal guiño a las legiones de niños de entonces y ahora que han tenido en Optimus Prime y compañía unos sensacionales compañeros de ensoñaciones. ¿Que el guión está cogido con pinzas? Sí, especialmente, en la segunda (lo del robot con bastón o el devastator con genitales de demolición vamos a dejarlo en un rincón...). ¿Que ninguno de los intérpretes estará nominado al Óscar por su desempeño en estos films? Obviamente. ¿Que todos los implicados en este par de películas consiguen hacer disfrutar durante horas al público sin ser pretenciosos? Indudablemente.

Ver películas de este tipo y magnitud demuestran que entretener es uno de los principales cometidos del cine y que no es algo fácil de conseguir (de memeces soporíferas están los videoclubs y las parrillas televisivas llenas).

Yo, como friki nostálgico e irreversible Peter Pan, no puedo ser parcial en este tema, máxime cuando estas adaptaciones atesoran más virtudes que defectos y tienen un robots tan bien hechos, unas canciones francamente animadas de Linkin Park (What I've done y New divide) y una chica que deja en pañales a cualquier efecto especial.

En definitiva, que después de ver películas como las de Transformers, lo primero que se me viene a la mente es decir aquello de ¡Autobots, transformaos y avanzad!

viernes, 26 de junio de 2009

Michael Jackson: Eclipse completo

Ha muerto Michael Jackson, uno de esos artistas cuyo nombre y canciones desafiarán siempre al tiempo y el espacio. Un mito, pero de los de verdad, no de esos que la mercadotecnia y el esnobismo musical nos empeñan en inocular entre papanatez y papanatez. Un tipo que pasó de cantar y bailar como si fuera de otro planeta a parecerlo realmente. Un ser humano que bordó la genialidad en lo musical y el esperpento en lo personal. El protagonista de videoclips y canciones tan memorables, alucinantes y alucinógenas como "Black or white" o "Thriller". Un tipo con un talento inigualable que no supo aplicar a su vida fuera de un escenario, en la que, año tras año, se empeñó en ahogarse en un sonrojante, mediático y estrambótico ridículo hasta que ha acabado por eclipsarse del todo. Genio, juguete roto, demente, artista...Rest in peace, Michael. Muere el esperpento. Vive la leyenda.

sábado, 6 de junio de 2009

Eeee...uuuuu...ropa

En vísperas de que decenas de millones de ciudadanos del Viejo Continente se queden en casa mientras otros pasan el rato votando, me he decidido a dejar constancia de qué es para mí la UE, Europa y la señora madre que parió a las instituciones de ellas derivadas.

¿Qué es la UE?
  • Un club de golf-os para gente muy exclusiva.
  • Un cementerio internacional de políticos paquidérmicos.
  • Un walhalla de políticos defenestrados.
  • Un escaparate para líderes ávidos de ego con vocación de pavos reales (por lo general, franceses).
  • Un picnic multilingüe de corbatas y fotos de familia.
  • Un onanismo mental de impotentes estadistas y políticos menopáusicos.
  • Una "performance" en la que los actores son su propia clac.
  • Una cornucopia que se inmola en un mar de dádivas y sanguijuelas.
  • Un sueño aborto del que nadie se atreve a despertar.
  • Un concierto cacofónico que queriendo sonar a vals de Strauss suena a ventosidad de Schuman.
  • Una moneda común y veintisiete egos dispares.
  • Un motivo de sorna y chanza para otras potencias mundiales.
  • Una religión de agnósticos.

¿Qué debería ser la UE?
Un parlamento que legisle, un tribunal que imponga la Ley, un gobierno que administre y ejecute, una única voz internacional, un ejército y una policía tan comunes como el euro, un compromiso honesto con altura de miras más allá del propio ombligo...y un millar de pequeños detalles que nadie quiere tener en cuenta.

¿Por qué pasa esto?
  • Porque, a diferencia de los históricamente jóvenes Estados Unidos, por poner un ejemplo, es muy difícil hablar de altruismo y compromisos comunes a naciones con siglos y siglos de historia íntima, personal e intransferible.
  • Porque en Europa, proverbialmente, lo que más hemos tenido en común han sido las disensiones, las grescas diplomáticas, las guerras, los imperios expansionistas y todo aquello que graba a fuego la desconfianza en el ADN de cada país. Nos hemos peleado tanto, contra tantos y con tantas permutas en el bando de "amigos" y "enemigos" que es casi imposible que confiemos en los demás y deseemos un bien común. "Si me va bien, a mí el resto plin". En definitiva, secularmente, hemos estado más de acuerdo en estar en desacuerdo que cualquier otra utopía.
  • Porque los políticos de cada país, y el nuestro es el mejor de todos los lamentables ejemplos, utilizan los comicios europeos como segundo round de los internos, como una fútil refriega en la que sacar a pasear el cacaculopedopís patrio, convirtiendo así a Europa en una excusa sin importancia.
  • Porque para los políticos, la abstención y el desinterés es un mal menor.
  • Porque vivimos en una época en la que ser político es una profesión interesada y no una vocación honesta.
Y entonces ¿qué hacemos mañana? Pues, si se es pragmático, quedarse en casa en franca rebeldía contra tanto cretino y golfo. Si se es borrego, acudir en masa a votar a quienes ha protagonizado una bochornosa campaña electoral. Si es honesto y europeísta, votar a partidos como UPD, que al menos tienen las cosas claras de cómo debería ser Europa y no faltan al respeto y la inteligencia de decenas de millones de ciudadanos.

lunes, 1 de junio de 2009

Los 39 escalones...y 1 traspié

Este sábado tuve la oportunidad de ver en el teatro la comedia "Los 39 escalones", adaptación paródica de la película homónima del gran Alfred Hitchcock, quien a su vez se basó en la novela de John Buchan. Descontando el curioso clima glacial que hacía en el interior del Teatro Maravillas, lo más interesante que se puede deducir es que es evidente que hoy en día se puede adaptar casi cualquier cosa (y no digamos ya parodiarla). Otra cosa distinta, pero no menos importante, es el tino con que lo hagas...o el acierto de quienes tienen que representarlo en escena, y ahí es donde me chirría ligeramente este pastiche que aspira a ser desternillante sin conseguirlo del todo.

Las desventuras del pobre e "inocente" Richard Hannay implicado a su pesar en una conspiración entre espías y demás gente indeseable son llevadas a escena de una forma más que inteligente y hábil en cuanto al uso del escenario se refiere, al utilizar brillantemente muy pocos elementos para emular decenas de ambientes y lugares distintos. Cantar distinto es la interpretación, en la que los mal llamados secundarios (Beatriz Rico, Gabino Diego y Diego Molero) dan sopa con honda en naturalidad, talento y desenfado al actor protagonista, Jorge de Juan, que ofrece una actuación irregular, desafinada, desentonada, deslucida o cualquier sinónimo que usted quiera emplear de una manera tan innegable que sólo puede ser atribuida al agotamiento, divismo, autocomplacencia o una mala dirección.

Si ya la historia en que se basa no es la más hilarante del mundo y pierde "alma" con el cambio paródico de la pantalla a las tablas, el hecho de que el eje principal de "Los 39 escalones" descanse sobre un Jorge de Juan francamente desacertado en su interpretación, la impresión o regusto que tuve al salir del teatro fue de que, poco o mucho, se había desperdiciado potencial. Algo que, paradójicamente, exhibió el menos conocido de los intérpretes y el más brillante en comicidad de aquella velada: el camaleónico Diego Molero. Éste y, como decía antes, el uso del mobiliario y los recursos escénicos son lo más interesante de esta "adaptación" que, aunque mejorable, no defrauda como pasatiempo...y es que, pese a todo, el teatro sigue siendo una opción formidable a la que dedicar el tiempo libre.

Delicioso cuento inmortal

Una fábula gótica del siglo XXI, un delicioso e inquietante cuento de hadas, una mágica y oscura historia de amor, un canto a lo diferente y los diferentes, una poesía de Bécquer vestida de Poe, una romántica historia de niños para adultos, un sobrio e íntimo ensayo sobre el amor a los amigos y la amistad de los amantes, sobre la pureza de los sentimientos como subversión, sobre el corazón como subterfugio, sobre el encuentro entre los excluidos...se podría describir de muchas formas esa pequeña gran joya cinematográfica llamada "Déjame entrar" (Låt den rätte komma in o Let the right one in, como prefieran).También podría empezar y acabar el artículo diciendo que es la película que más me ha gustado y más me ha emocionado y conmovido de cuantas he visto en mucho tiempo.

Bella, elegante, sobria, concisa, poética, pausada, sentida, armoniosa, inteligente, afinada, honesta, cuidada, modesta, interesante, conmovedora...muchos son los adjetivos que orbitan con todo merecimiento ante esta inolvidable producción dirigida por el "desconocido" sueco Tomas Alfredson y basada en la novela escrita por el también guionista de la cinta, John Ajvide Lindqvist. ¿Cuál es la trama? Para no desvelar mucho de la deliciosa película, basta decir que es la peculiar historia afectiva y de mutuo descubrimiento entre un tímido niño víctima de la marginación y el acoso escolar y una dulce y misteriosa niña de hábitos nocturnos y dieta hemoglobínica, todo ello ambientado en un suburbio de Estocolmo. Quien espere ver un sucedáneo de las majaderías videocliperas "crepusculares" o de la enésima chorrada gore a propósito del mito vampírico, se dará un batacazo de campeonato o una sorpresa más que agradable, según el caso. Esto es CINE, no una idiotez proyectada en pantalla grande.

Tan rica en la forma como en el fondo y con una habilidad para espabilar la cabeza y el corazón a partes iguales, "Déjame entrar" es, como tantas otras, una de esas películas que se cuela de soslayo y puntillas por la cartelera, pero que es un auténtico tesoro y deleite para quien tiene la suerte de verlas. Es de esa clase de films que convierten el hecho de ir al cine en un honor y un placer. ¿Por qué? Pues porque, dejando a un lado todo lo que no se puede explicar con palabras, desde el punto de vista técnico no se le puede poner ni un solo "pero". Empezando por las magistrales interpretaciones de los dos niños protagonistas (con más talento y naturalidad que muchos, muchísimos de los actores y actrices que se me vienen a la mente) y acabando por la espléndida e intimista banda sonora, todo en esta película está tan bien medido y plasmado, que uno sólo puede dedicarse al hedonismo cinéfilo.

Y sí, hubo momentos en que tuve la piel de gallina y los ojos lacrimosos, pero, ante obras de arte de este tipo, uno no puede ni debe contenerse. Y ahora, pare ya de leer y consulte urgentemente el cine más cercano donde proyecten "Déjame entrar"...por favor. Es por su bien.


Irónico título, mala película

Resulta chocante que una película que se llame "Good" sea tan mala, pero bueno, sorpresas te da la pantalla grande. Bajo una premisa más que interesante (cómo un intelectual y hombre de bien se va dejando integrar y seducir por la maquinaria nazi), "Good" ofrece al espectador una pura y dura traslación cinematográfica de una obra teatral (me juego el pescuezo a que es mejor y más interesante que lo parido en el celuloide) y he ahí el principal problema: El director Vicente Amorim hace un burdo pastiche de las escenas teatrales de tal (mala) forma que se salta de unas a otras como quien tiene un ataque de hipo, un tic o un complejo de canguro. Tal vez él y/o los perpetradores del guión (C.P.Taylor y John Wrathall) desconocen, olvidan u obvian que adaptar una obra significa contar lo mismo pero con un lenguaje y recursos diferentes. Vamos, que, por ejemplo, lo que en teatro se soluciona con una transición de silencio, música, cambio de luz o monólogo de uno de los protagonistas no lo puedes transformar en cine en un "y ahora pasamos directamente a esto otro", sin utilizar más recurso para indicar el cambio de lugar o tiempo que el de "¡Anda! ¡Ahora van vestidos diferentes!" o "¡Fíjate tú! ¡Antes estaban hablando en su casa y ahora no!". En definitiva, un despropósito tanto desde el punto de vista del montaje como del narrativo-argumental.

Y esto quizás lo habrían podido salvar los actores...si no estuvieran mal dirigidos. Sólo Jason Isaacs ofrece una interpretación creíble y con suficientes matices. El resto, empezando por el habitualmente formidable y aquí desaprovechadísimo Viggo Mortensen, ofrecen un repertorio de actuaciones planas, sin alma y que, en el mejor de los casos, se aferran a clichés y arquetipos que no maquillan lo que es una mala actuación. Parece que hubieran hecho esta película obligados por una hipoteca, pistola o deuda vital. Otro demérito para el casillero del director.

Pero, para terminar abochornado y con cierta sensación de tomadura de pelo en el paladar, falta el tiro de gracia: la prescindible, inexplicable, inexplicada y absurda inclusión de escenas en las que, sin venir a cuento, el protagonista John Halder (Viggo Mortensen) oye una suerte de música clásica u opereta interpretada por figurantes. Toma jeroma. Y si esto ya desconcierta durante buena parte del metraje, no te digo nada que sea precisamente una escena de éstas la que cierre la película...¡en un campo de concentración! Vamos, para asaltar la taquilla y exigir la devolución del importe de la entrada.

Quizás debería haber empezado esta crítica con una frase que se escuchó en el patio de butacas cuando los créditos liberaban del suplicio sufrido: "¡Vaya mierda!". En definitiva, "Good" es una pérdida de tiempo y dinero que me trajo a la memoria otra bochornosa adaptación cinematográfica, esta vez patria: "El lápiz del carpintero". En fin, el mejor destino para adaptaciones como éstas no es un una pantalla de cine, sino el fondo de un retrete.

FORLANzados a la Champions

Al final, tras un nudo en la garganta, dos dedos cruzados y tres litros de sudor nervioso, todo acabó bien. Lo de mi amado Atleti es como una tv-movie de suspense: un guión que recuerda a otros mejores, un reparto donde brilla por encima de medianías una estrella que no sabes muy bien qué pinta ahí y un noséqué que te hace quedarte hasta el final, a ver qué pasa. El caso es que estamos en Champions, hasta que nos larguen, ya sea en la ronda previa o en las sucesivas, pero oye, ahí estamos. ¿Y todo gracias a quién? A San Diego Forlán, rubio y apolíneo beato del balompié que ha desplazado a San Judas Tadeo como patrón de las causas perdidas, al menos, de las futbolísticas. Sin él, sin su entrega, su profesionalidad, su talento, su perseverancia, su honestidad, su valentía, su temeridad y sus magníficos goles, mi querido equipo rojiblanco habría comenzado hace varias semanas una competición interna de hara-kiris al grito de "¡Sálvese quien pueda!" mientras se hundía en la clasificación. Por tanto, se vaya o se quede vistiendo la camiseta de mis entretelas, Forlán se merece un monumento eterno en la memoria de todo buen aficionado atlético.

No en vano, él es el principal responsable de que hoy no me acuerde de la madre que alumbró al "mandao de los Gil" (uséase, el prepotente y cenizo Enrique Cerezo), a la mano que estremece la cuna (Miguel Ángel Gil), a Disparates Pitarch (que es a la dirección deportiva lo que las escopetas de feria a las armas de fuego), a Javier Aguirre (a quien es mejor que le vaya bonito lejos, muy lejos del Calderón) y a la santa compaña de ánimas en pena y sueldos en alza que gangrenan al Atlético (véase los extintos Maniche y Seitaridis o los extinguibles Luis García, Pablo, Banega, Maxi...). Si fuera por el nivel humano, intelectual y profesional de los directivos y el 70% de la plantilla, el Atleti merecería estar jugando en Segunda. Tiempo habrá de afilar cuchillos y tomar la Bastilla.

En cuanto a Abel Resino, pues, salvo porque se travistió del cobarde e insensato Aguirre la noche que menos debía (la del partido clave contra el Oporto en la Liga de Campeones), ha demostrado la diferencia entre saber lo que se quiere y lo que no, entre la valentía y la tibieza, entre la personalidad y la autocomplacencia, entre la sensatez y la tozudez, entre motivar a una plantilla o convertirla en una guerrilla de zombis, entre sentir un club y no sentirlo...En definitiva, entre él y Javier Aguirre. ¿Que sigue respondiendo al perfil de entrenador top manta? Pues claro, pero es pura coherencia: Ya la directiva, que es quien elige, tiene un nivel de chichinabo. Sea como fuere, bendita sea la hora que vino Abel o se marchó Aguirre.

¿Y qué pasa con Agüero? Que primero Torres y luego Forlán han demostrado que una cosa es ser muy bueno y otra es ser un crack idolatrable. Y el Kun, hasta que se centre o le dejen centrarse de una vez por todas, seguirá siendo un jugador muy bueno (como Simao) pero lejos todavía de lo que implican nombres como Kiko Narváez, "Cholo" Simeone, Fernando Torres o Diego Forlán.

Pero, como digo, hoy es momento de celebrar que el Atleti está a la altura de su afición y todo gracias al único crack verdadero: Diego Forlán. ¿Cuánto durará esto?...No empecemos a tocar las p...preguntas.