lunes, 31 de octubre de 2016

Un mensaje

Mara estaba sentada en la orilla, junto al mar. Tenía los pies descalzos y la mirada perdida mucho más allá de donde el sol se derretía como un vistoso helado. Allí sólo se oía el mar, con su rumor de espuma y sus ecos de sal. El agua arenosa se filtraba entre sus dedos, emborronando los bajos de sus vaqueros. A su lado, los botines, perfectamente colocados, con las puntas salpicadas de arena. Junto a ellos, apoyado como un borracho a punto de colapsarse, su bolso, donde se escondía un móvil en el que se acumulaban en sordina las llamadas perdidas y los mensajes. En sus manos, sobre sus rodillas, las llaves del coche, aprisionadas con tanta fuerza que se encarnaban en sus palmas, como si un dolor fuera capaz de sustituir a otro. Frente a ella, el Mediterráneo, ese mar tan lleno de historias del que, sin embargo, sólo esperaba silencios. Sobre ella, el cielo en retirada, como una acuarela a la que se le hubiera corrido el rímel. Llevaba allí el tiempo suficiente como para haberse olvidado del reloj, de la agenda, de los compromisos, del hoy y del mañana, de todo lo que le recordara que el tiempo sigue aunque ya no lo hagan las personas. Renunciando a ser, se limitaba a estar: vacía como una caracola, llena de recuerdos como el fondo del mar, furiosa con una galerna de reproches que empezaban en Dios y terminaban en ella. Era un animal varado, desnortado, extraño en su propio relato, escupido de sus mapas de certezas, noqueado en algún punto incierto entre querer vivir y dejarse morir. Estaba en ese rincón descabalgado de la realidad en el que el dolor es una unidad de tiempo y el vacío una unidad de espacio. Como si hubiera perdido el transbordo entre la tranquilidad y la esperanza.

El día ya era noche cuando se produjo la primera vía de agua. Segundos después, la otra. Por sus mejillas empezaron a deslizarse unas lágrimas que borraron las huellas de todas las condolencias en forma de beso. Luego, dese las entrañas, como un suburbano furioso, emergió un grito. Un grito desgarrado, despreocupado de cualquier formalismo, un aullido llamando a la puerta donde anida el dolor, una protesta en 360 grados llena de profunda rabia humana. Cuando su garganta se quedó desierta, se mordió los labios al mismo tiempo que cerró los ojos, como esperando que la noche se derrumbara sobre ella, dándole la clemencia de hacerse por fin una con la oscuridad. Y en ese momento en el que todo se volvió sombra, él apareció a su lado, sentado como tantas otras veces en ese mismo lugar, como tantas otras veces con ella. No la miró porque tenía los ojos anclados en la noche. Ella tenía la sangre helada y la piel erizada. Él no se inmutó. La luna lo hacía parecer un bosquejo azulado, el esbozo de un sueño perdiéndose en una almohada al despertar. Cuando ella quiso dar voz al asombro de sus ojos ya fue tarde porque él habló y el aire se llenó de esa voz contra la que nada podía el viento: No te voy a decir que te levantes, que arriba, que pases página, que des carpetazo, que orilles todo lo que sientes y piensas. No: deja arder tus pensamientos y sentimientos hasta que todo quede en cenizas, deja que te salgan todas las grietas, deja que la vida te desnude de cualquier disfraz o excusa o parapeto. Y, una vez pase eso, respira, abre los ojos, incorpórate y vuelve a vivir y no sólo a respirar. 

Al terminar la última palabra, él se disolvió como la espuma en la orilla, dejándola con cicatrices pero sin heridas, con ausencias pero sin vacíos, con silencios pero sin llantos, con todo lo necesario para tornar la deriva en vida.

domingo, 30 de octubre de 2016

Un bufón en la corte de Simeone

Hay árbitros y árbitros. Hay árbitros que se limitan a arbitrar y árbitros que tienen alma de folclórica on fire. Los primeros tutelan partidos de fútbol; los segundos los convierten en un esperpento. Los primeros son olvidados por los aficionados en cuanto pitan el final del partido; los segundos son recordados vehementemente junto a su linaje pretérito y venidero por la hinchada. Anoche, el Vicente Calderón sufrió la actuación de un árbitro de estos últimos. Uno de esos que transforman un partido sin sobresaltos en una montaña rusa mientras al público se le va poniendo semblante de xenomorfo cabreado y al árbitro rictus de marine espacial sin GPS.
Así, el Atleti-Málaga pasó de ser un encuentro entretenido entre un equipo en auge (el colchonero) y otro bien trabajado (el boquerón) a ser un espectáculo tan bochornoso como una gala de José Luis Moreno. Y todo porque un árbitro, Estrada Fernández, decidió sustituir el reglamento oficial por el co*o de la Bernarda como criterio a la hora de desempeñar su función. Especialmente irritante fue su baremo para sacar (o no) tarjetas, alcanzando su cénit al mostrar la segunda amarilla a Savic por resbalarse en plena carrera y derribar sin querer en la caída a un jugador del Málaga. No extraña por tanto que el Calderón en la segunda parte (cuando el soplapitos decidió destaparse como Priscila, Reina del desierto) entrara en estado de incandescencia por lo que estaba pasando sobre el césped, que era un circo con un bufón como jefe de pista con momentos de buen fútbol por parte de ambas escuadras.

Fue tan malo el arbitraje que casi eclipsa el gran partido de Yannick "The man" Carrasco y La Marsellesa (Griezmann y Gameiro) y el oficio que demostró el Atleti para solventar contratiempos propios o arbitrales y así alzarse con una merecida victoria (4-2) que por momentos peligró. Casi.

sábado, 29 de octubre de 2016

El presidente Kaiju

Jason Voorhees, Michael Myers, Freddy Krueger, Pinhead, Sadako, Mariano Rajoy...el mal siempre vuelve. Cuando uno cree que por fin ha acabado la pesadilla y que la maligna criatura ya reposa contra su voluntad en el inframundo con un velatorio de títulos de crédito, hete aquí que regresa de la tumba para atormentar las vidas del personal como si nada hubiera pasado. En el caso de Rajoy, parece que en España ha pasado de todo pero a nada que uno rasque llega a la verdad: "vanitas, vanitatis" o "rien de rien" que cantaba la Piaf. La muestra de todo ello, lo de hoy: cuando se despertó, Rajoy todavía estaba allí. Así que aquí, en este país que flota cual coprolito río abajo, lo único que ha pasado es el tiempo (10 meses). El tiempo de desalojar a una pléyade de caraduras e ineptos de las instituciones a los que sólo aplauden una panoplia de propagandistas pesebreros y unos impasibles votantes de inteligencia lesiva y lesionada a los que lo mismo les daría el águila de FF que la gaviota del PP con tal de que no gane "el otro" (ese concepto) o nadie les fastidie el chiringuito (otro concepto y muy español por cierto). 

Así, por perder el tiempo, hemos sido testigos forzosos de una investidura gatopardista para una legislatura de postureo en la que la credibilidad de la clase política no volverá a casa por Navidad dado que nuestros políticos han devenido en macabras bromas de Halloween con ascendente en chirigota, que España siempre ha sido muy suya a la hora de darle el toque cañí a todo, incluidos los despropósitos. Hoy, por tanto, se acaba de iniciar una legislatura rara que ningún partido quiere pero todos necesitan. Una que, salvo sorpresón, acabará pronto y mal pero que será aprovechada por los políticos no para arreglar el país (bye, bye, ingenuos) sino para reflotarse electoralmente ante unos más que previsibles comicios anticipados. Vamos, que este legislatura tiene el mismo futuro que Paquirrín en los Grammy pero idéntico nivel de bochorno que cualquier hit del australopiteco bético. Eso sí, para disimular el descaro y la vergüenza de que el moái del Partido Procesado revalide su cargo como Presidente en disfunciones, la clase política ha tenido a bien ofrecernos estas semanas unos entremeses de creación propia con los que amamantar a tertulianos y distraer a papamoscas. Así, durante estas semanas precedentes, el público patrio ha podido contemplar piezas como "El arte de implosionar" representada por la compañía El puño y la rosa, "El partido soy yo" del grupo La coleta de Pablo, "Naranjas de la china" de Rivera Company y "Ese señor del que usted me habla", representada por Peperos Anónimos. Unos entremeses con una finura nivel gotelé que, sin embargo, han resultado ser más animados que el previsible debate de investidura en el que todo el mundo ha estado en su papel pero sin ir más allá, como una cena de Nochebuena. Así, por la tribuna de oradores han desfilado Mariano Rajoy, el totémico líder del partido más corrupto de los últimos años y a la sazón autoparódico mandamás de uno de los gobiernos más bochornosos de la etapa democrática; Antonio Hernando, el Bruto que habló tras dejar a César la espalda como una tacoma; Pablo Iglesias, el Señor Hyde del neobipartidismo que sueña con devolver a España a esa época en la que su abuelo practicaba el genocidio low cost; Albert Rivera, el Doctor Jeckyll del neobipartidismo que pasó de ilusionante promesa a petardazo preciosista a velocidad Mach 3; Joan Tardá, la última criatura del doctor Moreau mitad jabalí mitad cretino; Rafael Hernando, el avinagrado libador de recovecos marianos...y toda una retahíla de variopintos personajes que ríete tú de los concursantes de First dates.

El caso es que, aunque hayamos llegado a esta esperpéntica y lamentable situación principalmente por demérito de todos los partidos (exceptuando el PP) y demencia de unos millones de españoles (hola, hijos de la gaviota), también hay que reconocer que Rajoy ha puesto de su parte para revalidar esta ignominia. Rajoy sigue siendo Presidente no porque sea un político creíble (que no lo es) o una persona preparada (que tampoco) o un hombre de ética admirable (menos aún) o un representante digno (risas aquí) sino porque ahí, con su desgarbada figura, con su aparatosa desfachatez, con su paquidérmica desidia, con su monumental soberbia, con su colosal enajenación, con su inabarcable jeta, Rajoy ha desplegado ante propios y extraños su única habilidad: permanecer inalterable. El presidente relecto se ha revelado así como una suerte de Godzilla gallego contra el que nada pueden hacer la sensatez, la lógica, el sentido común, la Justicia o la decencia y mucho menos sus rivales políticos, a quienes ha tratado como si fueran confeti. Dicho de otro modo: Rajoy es un kaiju y se comporta como tal: hace lo que quiere, como quiere, cuando quiere y nada ni nadie le pondrá parar.Y así, imparable, el kaiju Rajoy ha dejado España como Godzilla Japón: difícil de mirar. Porque, las cosas como son, Rajoy recogió un país que estaba hecho un Cristo (ese Zapatero de moda...) y él, guiado por su natural talento, lo ha restaurado dejándolo como el Ecce Homo de Borja.


El mercado laboral, la ciencia, la cultura, la educación, el modelo económico, los medios de comunicación, las libertades constitucionales...cuesta encontrar un solo ámbito que haya quedado indemne al paso del cuñado de Cthulhu. Por cepillarse, se ha cepillado hasta la gramática castellana. De ahí que los únicos beneficiados por los garbeos del kaiju pontevedrés hayan sido, por un lado, los generadores de memes y virales, y, por otro, los enemigos del Estado democrático de derecho (ponga aquí el nombre de cualquier miembro de Podemos, independentista catalán o golfo pepero).
 
Si con esta aberrante y aterradora hoja de servicios Rajoy ha conseguido ser reelegido Presidente pues...mejor será asimilar de una vez por todas la idea de que España es un país con exceso de gilip*****, porque sólo así se explica que esta monstruosa hemorroide pseudodemocrática siga donde está.


lunes, 24 de octubre de 2016

Dejar marchar

Ayer domingo, Salvados, para variar, volvió a ejercer de timbre de la conciencia y de catalizador dignificante del periodismo español. El tema, en esta ocasión, la eutanasia. Y mereció la pena (nunca mejor dicho); tanto el programa ("La buena muerte") como el asunto abordado.
 

Resulta cuando menos llamativo y paradójico que, en esta época en la que hay una creciente sensibilidad y concienciación respecto al sufrimiento animal, la eutanasia aún siga rimando con tabú y sea objeto de voces bajas, reclinatorios y estigmatización social e incluso legislativa. ¿Por qué negar a un ser humano la misericordia y la dignidad que tan justamente se reivindica para los animales? ¿Por qué tener empatía hacia un caballo con la vida quebrada a la altura de una pata o hacia un perro al que apenas le quedan ladridos y no hacia un enfermo terminal o hacia quien tenga la agonía como unidad de tiempo? ¿Por qué conceder la piedad a un animal y escamoteársela a un ser vivo?
 

Quizás es porque aún, como sociedad y como individuos, la gestión de todo lo que tenga que ver con el tánatos nos desnuda de certezas, nos expone al vacío insondable, nos convierte en niños acurrucados temerosos de la oscuridad, nos arroja hacia ese estado primigenio del ser humano en el que el hombre antes de ser, temió. A nadie le gusta refrescar aquello del "memento mori". De ahí que intentemos casi ya inconscientemente construir un artificioso malecón de eufemismos y soslayos entre la muerte y lo que nosotros determinamos como "vida". Un error que obedece a un doble planteamiento fallido: por un lado, creer que vida y muerte son disociables; por otro, considerar que la muerte es algo así como un tormento  tartárico en el que perdemos todo menos la consciencia. El primer planteamiento equivocado responde a la absurda creencia de que la vida y la muerte son cosas distintas cuando en realidad forman parte de un todo armónico y ensamblado sin fisuras ni cláusulas ni matices ni letras pequeñas. El otro planteamiento desacertado en cambio se debe a la (con)fusión entre los términos "muerte" y "enfermedad", que son cosas distintas por mucho que la primera pueda ser una consecuencia de la segunda y es que, como dijo un sabio, cuando la muerte viene tú no estás ni volverás a estar por tanto no hay de qué preocuparse; otra cosa distinta es que biológicamente llega un momento en el que ya no hacemos otra cosa más que morir paulatina e irremediablemente pero de eso no somos conscientes (salvo que alguien tenga la infeliz idea de decirlo).
 

Otro de los motivos de esta peculiar actitud ante la muerte en general y la eutanasia en particular es conceder a  Dios la exclusiva gestión sobre la vida y la muerte y, por tanto, negársela radicalmente al ser humano so pena de anexarnos a un confesionario cuando no de condenarnos a eterno padecimiento en el parque temático de Lucifer. Esto obedece a la secular sedimentación del ideario e imaginario cristiano especialmente en la sociedad occidental y más aún en los países de tradición católica. Un planteamiento que resultaría plausible de no confrontarlo con la cruda realidad: ¿es Dios quien decide que un niño muera de una enfermedad incurable? ¿Es Dios quien da luz verde a que una persona implosione atrozmente con una enfermedad degenerativa? ¿Es Dios el que da la baja a un chaval con todo por vivir y deja en plantilla a un terrorista? ¿Es Dios quien estima conveniente de buenas a primeras convertir el calendario de un ser humano en un calvario? ¿Estamos de coña o qué? Retazos de esta gilipollesca creencia los encontramos en comentarios de measalves (hasta las religiones tienen su cuota de cuñadismo) e incluso en sermones funerarios (coleteando en expresiones tipo "ahora que Dios ha llamado a su presencia a..."), lo cual es particularmente bochornoso. A todos aquellos que crean que Dios es una especie de George R.R.Martin y nosotros pobres personajes de Poniente déjenme darles una exclusiva: Dios no interviene en la vida de las personas, ni para bien ni para mal: no es ni Supermán ni Pinhead. Por tanto, asumiendo la no injerencia de lo divino en lo humano, decidir acerca de lo terrenal no debe se causa de reprobación, censura o demonización. Las religiones (y sus voceros) en situaciones como las que contextualizan una eutanasia están o deberían estar para ofrecer consuelo no para tocar las pelotas. Supongo que habrá algún flandersiano que piense que la eutanasia se pasa por el forro el mandamiento de "No matarás". Pues bien, a esos escrupulosos mojigatos de cerebro tierno habría que explicarles que una cosa es dar matarile a un inocente y otra muy distinta liberar del sadismo que supone un padecimiento irremediable a un ser humano digno de tal denominación (nota: no considero seres humanos a todas las personas, razón por la cual a un terrorista, asesino, maltratador, violador, pedófilo o pederasta no lo liberaría de sufrimiento alguno sino todo lo contrario). Dicho de otra manera: ese precepto aplica al ámbito del homicidio, no de la piedad. En ese sentido, conviene recordar a esos beatos aspaventosos que la eutanasia no es matar por mucho que la consecuencia sea la misma: el deceso y un cuerpo inanimado. Y ojo que el abajo firmante es creyente.

Así las cosas, soy partidario de la eutanasia siempre que el peticionario lo pida (o sus seres queridos en su nombre) y la enfermedad o el padecimiento no tengan solución médica o de tenerla no sea compatible con la dignidad que la mayoría de personas se merece. Por eso, practicar una eutanasia me parece una de las más asombrosas y valientes muestras de bondad, sensibilidad, piedad y respeto que puede brindar un ser humano a otro porque en el fondo pienso sinceramente que decidir morirse, preferir la muerte a la agonía es una elección como cualquier otra que una persona toma a lo largo de su existencia con respecto a su vida, con la única singularidad de que es la última y sin duda más valiente decisión a tomar. Por eso, para mí, la eutanasia no es más que dejar marchar, dejar partir, dejar morir pero también dejar vivir: permitir que cada persona haga con su vida lo que quiera incluso en su última hora, conceder el derecho a vivir, sentir y ser en libertad, sin coacciones ni reproches ni represalias. Y es que lo verdaderamente importante en este mundo es que la muerte te pille viviendo y no sólo respirando porque cuando uno deja de (poder) vivir la vida no hay mejor salida que ahorrarle el calvario de sentir que ya no se es y saber que ya no se está.

Artículo escrito en homenaje de todos aquellos que se atrevieron a irse y quienes tuvieron el corazón suficiente para dejarlos marchar.

viernes, 21 de octubre de 2016

Regénesis

Foto de
Javier Crespo
En el principio fue la palabra, la tuya. La luz al final del túnel que acabó por sacar los colores a la oscuridad. El último tren con parada única en Felicidad. El big y el bang de un nuevo universo por explorar sin más nave espacial que el verbo "estar". La promesa de compartir el espacio sin importar el tiempo. El deseo de hacer un espacio al tiempo para sentir que todo lo bueno pasa rápido pero se disfruta lento. El orden que mandó al carajo el caótico desván donde el miedo y la rutina vivían de prestado. El debut de un nuevo dios en el que creer: el amor. La única fe verdadera: la de la Biblia de tu sonrisa.

martes, 18 de octubre de 2016

Humanidad a la deriva

El Mediterráneo es un mar en lo geográfico y un océano en lo cultural en la medida en que sirve de nexo entre pueblos distantes en lo espacial y/o lo temporal. El Mediterráneo es un lugar a medio camino entre lo real y lo imaginado, entre la crónica y el mito, entre la verdad y la leyenda. Pero el Mediterráneo es también y muy "recientemente" la mayor fosa común de Europa y probablemente del mundo (más de 10.000 muertos desde 2014), un lugar donde en los últimos años mueren hombres o esperanzas con tanta asiduidad y "facilidad" que dejó de ser noticia para ser paisaje, un paisaje de pena inabarcable y fondo atroz en el que la humanidad flota a la deriva mientras a su alrededor la credibilidad de organizaciones supranacionales y gobiernos de toda índole se hunde irremediablemente y la esperanza en el ser humano chapotea aparatosamente para no ser un pecio más. El Mediterráneo se ha convertido en un horror cotidiano, en una tragedia que llama diariamente a la puerta de nuestra conciencia.

Por eso es no sólo agradecible sino también imprescindible que alguien se tome la molestia de agarrarte de la pechera y obligarte a mirar sin apartar la mirada. Eso es lo que hizo Jordi Évole en Salvados con "Astral", un documental impecable en la forma e implacable en el fondo que llenó los ojos de quienes lo vieron de salitre, espanto, sudor, vergüenza, pena y asombro. El programa, el programón del domingo, nos contaba la gesta (a las
cosas hay que llamarlas por su nombre) de unos activistas españoles (los de Proactiva Open Arms) decididos a arrancar de los brazos de la muerte a centenares de refugiados que se lanzan al mar Mediterráneo sin más equipaje que la fe; una fe ciega, injustificada y con frecuencia letal pero inflamada por la desesperación de quien huye. Y es que los inmigrantes, los navegantes del patíbulo, los parias flotantes, los desheredados de la suerte, las personas de rostros desencajados por el agotamiento y la incertidumbre, huyen sin cobardía pero con temeridad. Se arrojan al mar escapando de una vida incendiada por la injusticia y todas sus atroces ramificaciones. He ahí la gran paradoja de los que migran confiando su aliento a unas embarcaciones precarias siempre e inverosímiles con frecuencia: arriesgan su vida para tener una. Un doble o nada, el Hades o el Olimpo, un salto al vacío convertido en un horizonte de agua que tal vez nunca devenga en tierra firme. Por eso adquiere aún más valor el trabajo de Open Arms, porque, al igual que hacían los héroes clásicos, viajan al mundo de los muertos para trastocar la cuenta de resultados. Una hazaña tan ejemplar que deja en miserable ridículo a todos los "solidarios de salón", esos que se llenan la boca de palabras grandilocuentes pero que a la hora de la verdad no tienen el coraje para hacer nada más que posturear.

Así,"Astral" nos ha obligado a contemplar una situación en el que la falta de escrúpulos de las mafias, la pasividad, ineficacia e irresponsabilidad de gobiernos (europeos y no europeos), la desesperación de los emigrantes y la extraordinaria solidaridad de los activistas conforman un impresionante cuadro donde tienen cabida lo mejor y lo peor de la condición humana. Y lo ha hecho de una forma alejada de todo personalismo y efectismo, dejando que el narrador-presentador desaparezca en favor de los auténticos protagonistas y permitiendo que las imágenes hablen con toda su honesta crudeza hasta causar una marejada de pensamientos y sentimientos.

Por todo ello, el Salvados del pasado domingo nos volvió a rescatar de la mediocridad aletargada en que vivimos para ofrecernos (una vez más) todo un encuentro con el ser humano en toda su grandeza y miseria al mismo tiempo que reconciliaba la televisión con la calidad y el periodismo con la decencia. Y todo eso en una noche en la que muchos españoles prefirieron dedicar sus pupilas a averiguar si Bisbal y Chenoa se daban o no un abrazo en lugar de dirigir la vista, la conciencia y la consciencia a ese sitio no tan lejano donde la humanidad flota peligrosamente a la deriva.

domingo, 16 de octubre de 2016

Fiesta en el Calderón

Hay partidos irrelevantes que marcan la diferencia entre ganar o perder un campeonato. Hay partidos irrelevantes que toman el pulso al hambre de un equipo. Hay partidos irrelevantes en los que rivales que no pintan nada te pueden pintar la cara. El de ayer fue uno de esos partidos.
Antaño, partidos como el de ayer en los que, por diversas razones, los colchoneros esperábamos que Charlize Theron saliera de la tarta, solían acabar como si nos hubiéramos quedado encerrados en el ascensor con Leticia Sabater. Antaño quiere decir "antes del Cholo" porque lo cierto es que desde la llegada de Simeone el Atleti es tan pasota e inofensivo como un Terminator. El entrenador, los jugadores y la afición tienen claro el objetivo (ganar) y el método (dejarse el alma en el césped y la grada) con independencia de la competición o el rival de que se trate. Y eso quedó demostrado ayer: a este equipo lo mismo le da luchar contra un aspirante a la Champions que contra un aspirante al descenso.

Por eso, el Atleti ayer, pese a un inicio en el que Godín demostró que es humano, pasó por encima del Granada, que es todo un poema y no precisamente de García Lorca. Por eso, el Atleti ayer, pese a tener que remontar, brindó al Calderón la mejor fiesta por su 50 y último cumpleaños gracias a Hattrick Carrasco, enésimo milagro del Cholo, que ayer se puso en modo Stephen Curry y sembró el pánico en el conjunto nazarí como si hubieran invitado a Jason Voorhees a una fiesta de springbreakers. Por eso, el Atleti ayer, decidió convertir un partido peligrosamente irrelevante no sólo en un hito para las estadísticas y la historia colchonera sino en un mensaje para el resto de gallos de la competición: "Alégrame el día".

Según la mitología griega, la granada te ata al Hades. Según la mitología cholista, te lleva al Olimpo. Y es que ayer, en el cumpleaños en diferido del Calderón, todo el estadio acabó con esa sonrisa irremediable y tonta de post-orgasmo que provoca sentirse parte de un momento memorable y difícilmente repetible.

viernes, 14 de octubre de 2016

La respuesta está en el viento

El Premio Nobel de Literatura de 2016 ha sido otorgado al cantautor Bob Dylan. Si, aun con toda esta concisión y asepsia, leerlo produce un no-sé-qué, asimilarlo ya...

Antes de entrar en faena y para que no queden dudas al respecto: reconozco sin matices ni letra pequeña la valía y la relevancia de un cantautor como Dylan; sería necio ignorar la enorme trascendencia que este artista ha tenido para la música. Que me guste ya es otro cantar, nunca mejor dicho. Tampoco es que lo deteste. Simplemente, no me llama la atención.

Yendo ya al meollo de la cuestión: el Nobel de Dylan me parece una frivolidad, una estridencia, un disparate, un patinazo, una majadería, un ejercicio de postureo irrisorio, un error. No porque considere que un tipo como Dylan no se merezca un Nobel sino porque pienso que se merece el de Literatura tanto como el de Física o el de Química. Si querían dar un Nobel a Dylan, mejor habrían hecho en crear una categoría nueva (la de "Música") en lugar de hacer lo que han hecho: buscar una pirueta argumental ("haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense") que les permita dar "porque sí" dicho galardón al cantautor estadounidense, especialmente cuando este buen señor no ha escrito una sola obra que se pueda considerar literaria. De ahí que la controversia generada al calor de la concesión no sólo sea lógica sino que es sana y necesaria.

Me parece un error dar el Nobel de Literatura a Dylan respirando aún escritores tan magistrales como Richard Ford (para mí el mejor narrador vivo), Paul Auster, Don DeLillo, Ian McEwan o Philip Roth, por citar sólo algunos ejemplos y dejando conscientemente al margen a magníficos poetas y dramaturgos por ahorrar tiempo y espacio. ¿Por qué pienso que es un error? Porque la calidad estrictamente literaria de Dylan es por lo general mediocre. Es cierto que, combinando la letra y la música, Dylan consigue hacer indudablemente arte y algo innegablemente genuino, pero, atendiendo a todo lo que no es puramente musical, el ingenio "poético" de Dylan brilla en muy contadas ocasiones (por ejemplo, en la legendaria Blowin' in the wind). Dicho de otro modo: Dylan como cantautor es un icono pero como "poeta" es del montón. Y si alguien quiere discutir eso, invito a que se lea con detenimiento las letras de las canciones de Dylan porque descubrirá que muchas no son precisamente para tirar cohetes (por cada letra aceptable hay varias que o bien te dejan frío o directamente dan vergüenza ajena). Poesía es lo de Lorca, Lautréamont, Cavafis, Szymborska o Sabina; lo de Dylan es otra cosa. Por eso resulta sorprendente, ofensivo y francamente gilipollesco que habiendo tanta calidad donde elegir se premie a un artista que pasará a la Historia de la Música pero jamás a la de la Literatura. El Nobel a Dylan es una bofetada que ni Ford ni Auster ni DeLillo ni Roth ni otro buen puñado de escritores excepcionales (incluso el sobrevalorado Murakami) se merecen. Si el campo literario actual fuera un erial...pues vale, pero no es el caso ni mucho menos. Además, que este cantautor tenga el mismo Nobel que se negó a autores tan prodigiosos como Borges, Tolstoi, Ibsen, Miller, Kafka o Calvino es una broma de mal gusto. Punto. 

Por otro lado, puestos a premiar a foráneos ajenos a la "nación literaria", ¿por qué no un guionista o un director de cine? Al fin y al cabo, son de facto contadores de historias y, muchos de ellos, objetivamente mejores que Dylan en esos menesteres: ahí están Lynch, Nolan, Eastwood, Haneke, Malick, Tarantino...

Hay quien se ha venido arriba y ha salido en defensa del Nobel de Dylan apelando a Homero, Safo, los juglares, los trovadores y los cantares como refutación a quienes pensamos que un cantautor no se merece el Nobel de Literatura o a quienes creemos que meter a la música dentro de la literatura es mezclar churras con merinas. Aun a riesgo de desilusionar a quienes han eyaculado champán al calor de este Nobel, las canciones de Dylan nada tienen que ver ni con la cólera de Aquiles ni con las peripecias de Odiseo ni con el esquivo Santo Grial ni con la espada de Roldán ni con el perro de Culann ni con el amor cortés ni con todo este etcétera que integra la denominada "literatura oral". La literatura oral fue una necesidad en un contexto en el que la voz era el mejor soporte cuando no el único. En el siglo XXI, apelar a la "literatura oral" para respaldar a Dylan es, como mínimo, anacrónico y, muy probablemente, una estupidez. Además, volviendo a lo de "contar historias" oralmente y a la "tradición estadounidense", Dylan es un mero telonero comparado con monstruos como Johnny Cash (cuyo Nobel brilla por su ausencia). Hasta Bruce Springsteen (que tiene en su haber el mismo Nobel que Cash) ha sabido contar-cantar la historia reciente de los EEUU mejor que Dylan. Así las cosas...¿alguien me quiere decir, por ejemplo, qué historia cuenta el flamente Nobel en la famosa Knockin' on Heaven's door? ¿La calidad literaria reside en repetir una y otra vez la misma frase como si estuvieras al borde del coma etílico?

No obstante, el Nobel a Dylan tiene dos consecuencias positivas. La primera, que el debate ha rebasado los círculos gafapastas, a diferencia de lo que venía ocurriendo los últimos años. Y la segunda: España está hoy más cerca de reptir Nobel en Literatura con...Joaquín Sabina. Es todo un consuelo.

Ahora bien, la respuesta a por qué se ha dado el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan sigue siendo difícil de encontrar...quizás porque esté en el viento.

jueves, 13 de octubre de 2016

El penúltimo bufón

Ha muerto Darío Fo, un bufón magistral que manejó como pocos la provocación y la sátira. El ingenio siempre viene bien para tocar lo que no suena y pocos se atreven y Fo de eso iba tan sobrado como de humor cáustico.
Con el fallecimiento de este gran comediante, la literatura europea (Fo fue también novelista) y especialmente el teatro (la fama de Fo viene principalmente de su faceta como dramaturgo y actor) pierde a uno de sus totems (siendo premiado, en este caso sí merecidamente, con el Nobel de Literatura) un tipo incorrecto, libre y honesto cuya mirada nos ayudó a pensar y cuyos pensamientos nos ayudaron a mirar. Y todo ello sin renunciar nunca al arte más difícil: el de hacer reír. Y es que Fo, maestro de lo bufo, fue quizás uno de los mejores arlequines que tuvo y tendrá la cultura europea.

Y es que el país en forma de bota siempre ha alumbrado grandes maestros a la hora de dar puntapiés a las conciencias desde la sátira. Se fue Fellini (también un octubre, por cierto) y nos quedó Fo. Se va Fo y nos queda Sorrentino. Italia, en cuestión de ingenio, ha tenido siempre un banquillo extraordinario.

Ahora que de Fo ya sólo queda sombra, sería bueno para sobrellevar el duelo no ya (re)descubrir su interesante obra sino permitir que esa ética iconoclasta tan suya deje algo de luz en nuestra mirada y actitud ante el mundo.

Eso sí: en España afortunadamente nos queda el consuelo de tener a otro gran comediante y librepensador que, como Fo, también gusta de hacer pensar y reír al público: el maestro Rafael Álvarez, El Brujo.

Hoy, con la muerte de este arlequín, la comedia ha perdido arte y el arte ha perdido comedia. Hoy, con la muerte de este bufón, la sonrisa ha perdido una excusa más para salir a flote. Hoy, el silencio tiene algo de sentido. Mañana, será un buen momento para seguir haciendo el Fo. Pocos tributos mejores que ese se me ocurren.

martes, 11 de octubre de 2016

Trump

EEUU, esa nación con la autoestima siempre tan on fire que a menudo se refiere a sí misma con el nombre de todo un continente, tiene a gala ser una tierra de promisión en la que cualquier persona puede hacer realidad sus sueños. El archifamoso "American dream", vaya. Donald Trump es un ejemplo de ello, la muestra de cómo hasta el más esperpéntico de los idiotas tiene posibilidades de llegar al plenipotenciario trono imperial de la Casa Blanca si se lo propone. Encarna el sueño americano de una forma tan retorcidamente exacerbada que se ha convertido en la encarnación de una auténtica "American nightmare".

Ignorante, bocazas, imprudente, narcisista, megalómano, machista, racista, misógino, retrógrado, provocador, faltón, prepotente, reaccionario, temerario, con un peinado absolutamente imposible...viendo y escuchando a Trump a uno le cuesta creer (mucho) que no se trate de un personaje salido de series tan delirantes, cáusticas y genuinamente yanquis como South Park, Padre de familia o American dad. El problema es que Trump desafortunadamente no es ningún personaje de ficción sino una persona de carne y tupé y eso despoja de toda posible gracia a este villano de serie B del país de las superproducciones

Por eso, se hace harto complicado digerir que un tipo así haya sido elegido por el partido republicano para disputar a Hillary Clinton la Presidencia de los EEUU porque Trump es un despropósito de tales dimensiones que cada minuto de su campaña es un minuto favorable para la candidata del partido demócrata (o al menos así debería ser). Es cierto que el partido republicano tiene una acreditada experiencia a la hora de encumbrar a indeseables (hola, Nixon) o idiotas (hola, Bush Jr) pero con Trump se han superado y, de paso, han dinamitado el sentido común. Que Clinton no esté arrasando en las encuestas dice más en su perjuicio que a favor de Trump y es algo tan preocupante como el memo cuya cabeza debería inscribirse entre los mitos de Cthulhu.

No obstante, lo peor no es Trump en sí mismo considerado (por muy autoparódico que sea) sino que existan personas dispuestas a votarle, lo cual sólo puede significar dos cosas: o los estadounidenses tienen un sentido del humor francamente siniestro o EEUU posee una tasa de gilipuertas por metro cuadrado verdaderamente alta, puesto que nadie en su sano juicio apoyaría a este bochornoso géiser de paridas, virales y memes.

Que Trump pueda estar al mando de la primera economía mundial y el ejército más poderoso del orbe es algo que, seas o no yanqui, te calambrea el espinazo como no lo haría ni Poe ni Lovecraft ni King. Por eso, espero y deseo que Clinton gane en los comicios presidenciales no tanto porque se lo merezca sino porque es la única antagonista del descerebrado Trump, ya que como éste gane...el mundo puede darse por jodido.

domingo, 9 de octubre de 2016

La izquierda en llamas

Que España es diferente es algo más que un rancio eslogan turístico: es la mejor explicación para resumir la mayoría de las cosas que pasan en este país. Incluida la política. Sólo así se entiende y justifica por ejemplo que el PP, que desde hace años chapotea en la más absoluta desfachatez despojado de toda legitimidad ética, política e intelectual, esté más cerca de conseguir revalidar una nueva mayoría absoluta que de irse retrete abajo. Este asombroso antimilagro no sólo es mérito de los impasibles votantes peperos, que poseen unas tragaderas que empequeñecen a las de las actrices porno, sino que también es demérito de la izquierda, que es incapaz de articular una alternativa sólida y creíble que desahucie al PP del Gobierno porque está incendiada por sus luchas intestinas. En ese sentido, el incendio tiene tantos focos como conflictos.

Primer conflicto: el PSOE. En estas semanas hemos vivido un sainete gore en el que el inverosímil Pedro Sánchez, el político más fotogénico y sobreactuado de los últimos lustros, el hombre que se creía el Julio César de la política española, ha acabado como el insigne romano: con la espalda como una tacoma aunque, por suerte para él, no en sentido literal. Paga así una gestión errante y errada y la osadía de renegar de su condición de "hombre de paja" del aparato del partido con tanto ahínco que acabó por llegar a la enajenación. El espectáculo ha sido bochornoso tanto por el lado de Sánchez como por el de quienes lo han quitado de la foto. La lucha de poder resultó tan tosca y atropellada que adoptó las formas y el fondo de un vodevil tremendista que ha supuesto la implosión de un partido básico en el ecosistema político español en un momento decisivo para atajar la amenaza de dos formaciones parademocráticas y nocivas para España como son el PP y Podemos. Es muy probable que el PSOE de Sánchez fuera rumbo a la irrelevancia a velocidad de crucero pero es seguro que el PSOE tras Sánchez viaja sin escalas con destino a ninguna parte y eso es igual de malo que lo otro. Quizás en el PSOE haya quien empiece a pensar si para salvar la rosa ha bastado con arrancar el capullo.

Segundo conflicto: Podemos. Parece claro que hay dos Podemos. Uno, el liderado por Pablo Iglesias. Otro, el representado en la figura de Íñigo Errejón. El Podemos de Iglesias es el que apuesta por la crítica destructiva, la gresca, la demagogia inflamada y la restauración de un pasado idealizado y siniestro. Por contra, el Podemos de Errejón es el que defiende la crítica atemperada, el debate, la contraposición ideológica y la desintoxicación del futuro. Iglesias concibe al partido como una herramienta para la revancha mientras que Errejón lo interpreta como una plataforma para el cambio. Iglesias busca ser el Amado Líder de la (extrema) izquierda mientras que Errejón pretende ser el catalizador de las demandas sociales que latían en el magma del 15-M. Iglesias concibe a sus votantes como un mero recurso mientras que Errejón los entiende como un fin. Iglesias busca servirse de la política y Errejón busca servirla. En resumen: hay divorcios entre personas más afines que estos dos. De momento, la ya apenas disimulada lucha entre el furioso y vertical Pablo y el cerebral y transversal Íñigo está en tablas pero ninguno de los dos se conformará con ese empate, especialmente Iglesias, quien, al más puro estilo de la vieja política, está absolutamente decidido a transformar la peculiar idiosincrasia original de Podemos en un férreo personalismo donde la discrepancia es tan bienvenida como la decendia y el sentido común (nótese la ironía). Lo que está claro es que, dada la nitidez de las diferencias entre uno y otro, el devenir de Podemos quedará ligado íntegramente a la suerte del ganador, algo bastante interesante si tenemos en cuenta que hay quien dice que Podemos, por la izquierda, ya ha tocado techo electoralmente hablando. 

Tercer conflicto: PSOE y Podemos. El trono de la izquierda es el único al que, realistamente, pueden aspirar en la actualidad tanto el PSOE como Podemos. Una pugna que ya venía anticipándose desde hace tiempo y en la que sólo hay un ganador claro: el PP. Ahora mismo, el PSOE es una foca herida intentando llegar a la orilla y Podemos un hambriento tiburón blanco con coleta y chepa...pero el que está cómodamente disfrutando del espectáculo con un puro en ristre es el infame Mariano Rajoy. Ya sea producto de una hábil estrategia o de la pura suerte, las luchas fraticidas entre PSOE y Podemos son lo mejor que le ha pasado al PP desde que decidió ser un partido impresentable. ¿Le preocupa esto al PSOE? Tal vez pero ahora mismo está más pendiente de salir de la UCI que de mandar a Rajoy a tomar por Galicia. ¿Le preocupa esto a Podemos? Ni lo más mínimo ya que Pablo Iglesias sólo está interesado en una persona: Pablo Iglesias.

Así las cosas, con el PSOE automutilándose y Podemos con problemas de esquizofrenia, a la izquierda de este país no le hacen falta tanto unas nuevas elecciones como un buen paso por el psiquiatra que acabe ya con este lamentable espectáculo cainita y caníbal que sólo beneficia a quienes no se merecen estar al frente del país ni un minuto más.      

lunes, 3 de octubre de 2016

Paz sí, paz no

Colombia ha dicho en plebiscito: "Contigo no, bicho" a la propuesta de acuerdo de paz pergeñada por el Gobierno de Santos y los terroristas de las FARC. 

El resultado de la consulta popular ha sido tan sorpresivo como balsámico para quienes eran partidarios del no. En lo que a mí respecta, con toda la prudencia del mundo, he de reconocer que me alegro. En este sentido, no hay que engañarse ni dejarse engañar. Lo que han votado los colombianos no era si querían la paz o no sino cómo querían llegar a ella. Analizado con frialdad y perspectiva, el acuerdo, quizás por idealismo ingenuo o por torpeza siniestra, ofrecía más ventajas a los asesinos que a las víctimas. Mala idea. La paz debe conseguirse sin escatimar esfuerzos pero no a cualquier precio. En Colombia hay quien ha querido jugar de forma un tanto chapucera cuando no directamente inquietante con los matices o, mejor dicho, con la ausencia de los mismos, a la hora de abogar en pro del sí al acuerdo para finiquitar el medio siglo de hostilidades que han abonado con sangre la tierra del país cafetero. Toda paz persigue el establecimiento de cierta armonía o estabilidad sobre la que asentar la convivencia social. Y el acuerdo desestimado buscaba eso. El problema está, insisto, en el "cómo". En un armisticio siempre debe haber cesiones y contraprestaciones entre los firmantes: la clave se halla por tanto en conseguir un equilibrio que no hiera la sensibilidad o la dignidad de unos u otros. Por ejemplo, la paz que cerró la Primera Guerra Mundial sólo sirvió para abonar sentimental e ideológicamente el camino a la Segunda por culpa de haberse pasado de rosca con los germanos. De ahí que haya que tener mucho cuidado a la hora de cocinar una paz. En ese sentido, no hay que ser ingenuo: es imposible lograr una paz sin renuncias públicas ni claudicaciones íntimas; no hay ninguna paz en la que todo el mundo quede contento con la factura a pagar. Todo duele para sanar. Pero una cosa es eso y otra muy distinta es que la paz tenga más de chollo para los verdugos que de bálsamo para las víctimas, que es lo que ha pasado en el malogrado acuerdo. Es altamente improbable lograr una paz justa al cien por cien pero sí es innegociable y exigible aspirar a que lo sea. Por eso, mal camino para la convivencia es asentarla sobre la impunidad, de oficio o de facto, de quienes hicieron del terror su forma de vida y convirtieron la sangre inocente en su divisa oficial o sobre la injustificable sinvergonzonería de que las prestaciones para las FARC pasen por encima de la sensibilidad, la dignidad y el respeto que se merecen sus víctimas. En resumen: el principal problema del acuerdo ahora rechazado es que no ha sabido conjugar la necesidad de paz con la consideración a las víctimas ni encontrar el equilibrio necesario entre los colombianos que mataban y los colombianos que morían. Como ha dicho recientamente el ex-presidente Álvaro Uribe: "la paz no es claudicar ante el terrorismo", a lo que yo añadiría que, puestos a claudicar, mejor que lo hagan los verdugos. No obstante, a este problema de fondo hay que añadir un problema de forma, ya que los partidarios del sí, liderados obviamente por Santos (que parece más pendiente de pasar a la Historia que de hacerla), han hecho una campaña absolutamente torpe, apostando por un maniqueísmo indecente y con un tacto escaso cuando no directamente inexistente. Por eso, teniendo todo esto presente, el triunfo del "no" en la consulta popular se aleja de la sorpresa para acercarse al sentido común. Está claro que Colombia quiere la paz pero no de cualquier manera y creo que eso no es algo a lamentar sino a elogiar.

España, igual que el país cafetero, ha tenido y tiene un problema con el terrorismo; en nuestro caso, ETA. Por eso, cuesta menos empatizar con los colombianos, aun cuando hay decenas de matices diferenciadores a tener en cuenta. En España no ha habido ningún acuerdo de paz ni tampoco un plebiscito sobre ella porque, hoy por hoy, no hay urgencia de ello ya que el terrorismo está latente pero no activo dado que los asesinos y quienes los apoyan han dejado orillados por interés los crímenes ahora que se lo están llevando fresco en las instituciones públicas, con la connivencia (por pereza burocrática, cobardía moral o interés electoral) de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial de este país. Hay, por tanto, una paz impostada (mejor eso que lo otro) pero no habrá paz real hasta que todos los criminales sean condenados, ya tengan un pasamontañas en su mesilla de noche o se llamen Arnaldo. Muchos españoles, yo entre ellos, pensamos que no hay paz sin justicia (la resultante del ejercicio de la potestad jurisdiccional por los juzgados y tribunales aplicando la Constitución y el resto del ordenamiento) ni Justicia (la que siempre pasará por la dignidad y nunca por el olvido). Por eso mismo, creo que, de vivirse en España una situación similar a la acontecida en Colombia a cuento del acuerdo, se obtendría un resultado muy parecido al que hoy es noticia.

No obstante, tampoco hay que perder de vista que una hipotética paz con las FARC sería un paso muy importante para la extinción del conflicto terrorista en Colombia pero no el único. Dicho de otro modo: el previsible nuevo y mejorado acuerdo será un buen uppercut pero para mandar definitivamente a la violencia a la lona harán falta un jab que acabe con el Ejército de Liberación Nacional (guerrilleros que también andan a la gresca contra el Estado colombiano) y un crochet que reviente a los grupos armados (descendientes del contraterrorismo de Estado que se practicaba contra las FARC que se han convertido en auténticos administradores del terror en según qué regiones del país). A lo cual habría que añadir que para lograr solucionar el auténtico problema que hay detrás del sanguinario jaleo colombiano no basta con disolver los distintos grupos armados sino que hay que atajar el verdadero detonante y sostén de este conflicto: la desigualdad social y la relación entre gobernadores y gobernados. Del narcotráfico como sistema económico del terrorismo en Colombia ya ni hablamos.

Dicho esto, coincido totalmente con quienes defienden que es necesaria una educación en la paz, en la medida que esa formación no sé si subsanaría las heridas ya abiertas (me da que no) pero sí estoy convencido de que ayudaría a evitar unas nuevas. Y lo digo no tanto porque crea que la paz se logre mediante la educación (para lograr la paz en tanto que restauración de la tranquilidad ya están los jueces, las fuerzas y cuerpos de seguridad y las fuerzas armadas) sino porque una educación de esa índole permitiría preservar mejor la convivencia y, por tanto, evitar nuevos conflictos. Así, sitios como la ECH o el IEPC son dos buenas opciones en las que comenzar a transitar ese camino formativo.    

En definitiva: no pienso que el triunfo del "no" sea motivo de tristeza porque los colombianos que han votado eso no es que estén en contra de la paz sino que prefieren y reclaman una paz aún mejor y eso es algo que nadie puede ni lamentar ni reprochar. Lo que ha quedado fuera de toda duda después del plebiscito es que Colombia tiene una dignidad a prueba de FARC.