Que España es diferente es algo más que un rancio eslogan turístico: es la mejor explicación para resumir la mayoría de las cosas que pasan en este país. Incluida la política. Sólo así se entiende y justifica por ejemplo que el PP, que desde hace años chapotea en la más absoluta desfachatez despojado de toda legitimidad ética, política e intelectual, esté más cerca de conseguir revalidar una nueva mayoría absoluta que de irse retrete abajo. Este asombroso antimilagro no sólo es mérito de los impasibles votantes peperos, que poseen unas tragaderas que empequeñecen a las de las actrices porno, sino que también es demérito de la izquierda, que es incapaz de articular una alternativa sólida y creíble que desahucie al PP del Gobierno porque está incendiada por sus luchas intestinas. En ese sentido, el incendio tiene tantos focos como conflictos.
Primer conflicto: el PSOE. En estas semanas hemos vivido un sainete gore en el que el inverosímil Pedro Sánchez, el político más fotogénico y sobreactuado de los últimos lustros, el hombre que se creía el Julio César de la política española, ha acabado como el insigne romano: con la espalda como una tacoma aunque, por suerte para él, no en sentido literal. Paga así una gestión errante y errada y la osadía de renegar de su condición de "hombre de paja" del aparato del partido con tanto ahínco que acabó por llegar a la enajenación. El espectáculo ha sido bochornoso tanto por el lado de Sánchez como por el de quienes lo han quitado de la foto. La lucha de poder resultó tan tosca y atropellada que adoptó las formas y el fondo de un vodevil tremendista que ha supuesto la implosión de un partido básico en el ecosistema político español en un momento decisivo para atajar la amenaza de dos formaciones parademocráticas y nocivas para España como son el PP y Podemos. Es muy probable que el PSOE de Sánchez fuera rumbo a la irrelevancia a velocidad de crucero pero es seguro que el PSOE tras Sánchez viaja sin escalas con destino a ninguna parte y eso es igual de malo que lo otro. Quizás en el PSOE haya quien empiece a pensar si para salvar la rosa ha bastado con arrancar el capullo.
Segundo conflicto: Podemos. Parece claro que hay dos Podemos. Uno, el liderado por Pablo Iglesias. Otro, el representado en la figura de Íñigo Errejón. El Podemos de Iglesias es el que apuesta por la crítica destructiva, la gresca, la demagogia inflamada y la restauración de un pasado idealizado y siniestro. Por contra, el Podemos de Errejón es el que defiende la crítica atemperada, el debate, la contraposición ideológica y la desintoxicación del futuro. Iglesias concibe al partido como una herramienta para la revancha mientras que Errejón lo interpreta como una plataforma para el cambio. Iglesias busca ser el Amado Líder de la (extrema) izquierda mientras que Errejón pretende ser el catalizador de las demandas sociales que latían en el magma del 15-M. Iglesias concibe a sus votantes como un mero recurso mientras que Errejón los entiende como un fin. Iglesias busca servirse de la política y Errejón busca servirla. En resumen: hay divorcios entre personas más afines que estos dos. De momento, la ya apenas disimulada lucha entre el furioso y vertical Pablo y el cerebral y transversal Íñigo está en tablas pero ninguno de los dos se conformará con ese empate, especialmente Iglesias, quien, al más puro estilo de la vieja política, está absolutamente decidido a transformar la peculiar idiosincrasia original de Podemos en un férreo personalismo donde la discrepancia es tan bienvenida como la decendia y el sentido común (nótese la ironía). Lo que está claro es que, dada la nitidez de las diferencias entre uno y otro, el devenir de Podemos quedará ligado íntegramente a la suerte del ganador, algo bastante interesante si tenemos en cuenta que hay quien dice que Podemos, por la izquierda, ya ha tocado techo electoralmente hablando.
Segundo conflicto: Podemos. Parece claro que hay dos Podemos. Uno, el liderado por Pablo Iglesias. Otro, el representado en la figura de Íñigo Errejón. El Podemos de Iglesias es el que apuesta por la crítica destructiva, la gresca, la demagogia inflamada y la restauración de un pasado idealizado y siniestro. Por contra, el Podemos de Errejón es el que defiende la crítica atemperada, el debate, la contraposición ideológica y la desintoxicación del futuro. Iglesias concibe al partido como una herramienta para la revancha mientras que Errejón lo interpreta como una plataforma para el cambio. Iglesias busca ser el Amado Líder de la (extrema) izquierda mientras que Errejón pretende ser el catalizador de las demandas sociales que latían en el magma del 15-M. Iglesias concibe a sus votantes como un mero recurso mientras que Errejón los entiende como un fin. Iglesias busca servirse de la política y Errejón busca servirla. En resumen: hay divorcios entre personas más afines que estos dos. De momento, la ya apenas disimulada lucha entre el furioso y vertical Pablo y el cerebral y transversal Íñigo está en tablas pero ninguno de los dos se conformará con ese empate, especialmente Iglesias, quien, al más puro estilo de la vieja política, está absolutamente decidido a transformar la peculiar idiosincrasia original de Podemos en un férreo personalismo donde la discrepancia es tan bienvenida como la decendia y el sentido común (nótese la ironía). Lo que está claro es que, dada la nitidez de las diferencias entre uno y otro, el devenir de Podemos quedará ligado íntegramente a la suerte del ganador, algo bastante interesante si tenemos en cuenta que hay quien dice que Podemos, por la izquierda, ya ha tocado techo electoralmente hablando.
Así las cosas, con el PSOE automutilándose y Podemos con problemas de esquizofrenia, a la izquierda de este país no le hacen falta tanto unas nuevas elecciones como un buen paso por el psiquiatra que acabe ya con este lamentable espectáculo cainita y caníbal que sólo beneficia a quienes no se merecen estar al frente del país ni un minuto más.
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