jueves, 30 de marzo de 2017

¿Y que cumplas muchos más?

Anda la UE de cumpleaños (60) pero no está para guateques la cosa ya que ahora mismo se encuentra más cerca de murmurar "requiescat in pace" que entonar alegremente "y que cumplas muchos más". ¿Por qué? Tirando de objetividad: la Unión Europea ha sido incapaz de solventar las cuatro crisis sobrevenidas y casi simultáneas que ha vivido estos últimos años: la económica, la social, la política y la que, como consecuencia del fracaso en esas tres, ha puesto contra las cuerdas a la sesentona Unión: la crisis de credibilidad. Por tanto, no es de esperar que se cante un jovial cumpleaños feliz en plena UCI.

En ese sentido, hay que puntualizar que el reciente auge de los populismos,  los extremismos y los euroescépticos en las naciones europeas no son la causa del problema sino un síntoma del mismo. ¿Qué problema? El de no haber sido capaz de afrontar las expectativas puestas en la UE y quedarse así en una tierra de nadie donde se distinguen más y mejor los defectos y virtudes de este tinglao supranacional. Es cierto que fallan la pedagogía y el marketing pero sobre todo fallan las ideas, las decisiones porque, más allá de sus mejorables formas, la UE tiene un problema de fondo

Es verdad y de justicia es decirlo y reconocerlo que gracias a la Unión Europea el Viejo Continente ha disfrutado de más paz que en ningún momento previo de la Historia (lo cual ha ahorrado unos cuantos millones de muertes) o que el tránsito humano y comercial se ha visto enormemente favorecido gracias a la barra libre fronteriza para los socios o que hay mimbres suficientes para hacer algo infinitamente mejor que lo que hay. ¿Qué hay? Pues un engendro tan grande como Cthulhu y tan grácil como la Torre Eiffel que se ha demostrado incapaz de afrontar con finura
quirúrgica los contratiempos y las necesidades sobrevenidas; un club excesivamente burocratizado que cada vez se ha ido desconectando más de la sociedad europea hasta ser percibida por ésta como una suerte de pub swinger donde los únicos que se lo pasan bien son los que están dentro; un fumadero de euros cuyos trajeados y peripuestos clientes entienden mejor "lo mío" que "lo nuestro"; una Torre de Babel donde fulanos y menganos trapichean con sus respectivos intereses creados mientras los problemas reales se les acumulan en la bandeja de entrada; una orquesta desafinada que no da con la partitura adecuada; un monumento al despotismo ilustrado forrado de declaraciones rimbombantes; una ensoñación a la que la realidad está engullendo por los pies sin prisa pero sin pausa. En resumen: la UE es el McLaren-Honda de la Comunidad internacional y ni siquiera tiene un Fernando Alonso que maquille el jaleo.

Así las cosas ¿qué se puede hacer? Tomar una decisión que sea incompatible con esta situación de "ni sí ni sino todo lo contrario" que reina desde hace demasiado tiempo sin que nadie se atreva a agendar una cita con la guillotina. La que sea pero una decisión: ya sea profundizar de una vez por todas hacia un modelo federal y con un ejército propio (lo de Eurocorps es un chiste) o bien remontarse a la época en la que el tinglao europeo se reducía a un ámbito económico-comercial pero en el que cada Estado se buscaba la vida como un freelance. Dicho eso, vistos los antecedentes y las trazas que tiene la Rusia de Putin, mejor la primera opción que cualquier otra. Pero insisto, si la UE quiere seguir siendo algo, debe tomar una decisión que la extraiga de este marasmo especulativo y ensimismado en el que se ha enredado.

Lo cierto es que todo el mundo es más o menos consciente de que la UE está embrollada en una encrucijada que plantea un dilema nivel Hamlet y cuyo desenlace es francamente incierto no tanto por las opciones a elegir sino por la autocomplacencia, la abulia y la miopía europeísta de los actuales gestores del cotarro, más pendientes de no perder su propio tenderete que de lo que pase con el mercado entero.

Por todo ello, con los 27 caminando entre la implosión y la catalepsia, Londres gritando fuck off a los cuatro vientos, Rusia relamiéndose cual Hannibal Lecter y Trumpland enredando, es obvio que el ambiente está para pocas bromas y ninguna fiesta porque o mucho cambian las cosas o la UE seguirá los decadentes pasos de cierto imperio que también nació en Roma.

jueves, 23 de marzo de 2017

El dúo

Tip y Coll, Andrés Pajares y Fernando Esteso, Mariano Ozores y Juanito Navarro, los hermanos Calatrava, Martes y Trece, Faemino y Cansado, Cruz y Raya, el dúo sacapuntas, Los Morancos...España siempre ha sido muy fértil a la hora de alumbrar dúos cómicos pero como Pablo Iglesias y Mariano Rajoy pocos parangones hay en el historial de la comedia patria. Por no decir ninguno.

Ambos son los grandes cómicos residentes del Congreso de los Diputados (con permiso del pausado y lisérgico Gabriel Rufián) y sus shows alegran la mañana a los medios "informativos" y a sus respectivas huestes de pelotas y votantes. Antes de seguir conviene recordar que el PP no estaría donde está de no ser por Podemos y el partido de Pablo Iglesias no estaría donde está de no ser por el PP; dicho de otro modo: de no ser por la atención política, pública y mediática que dedicó el PP (y sus medios de propaganda afines) a Pablo Iglesias y su disfuncional y estrafalario séquito, Podemos no habría sido Podemos, de igual manera que de no ser por la insurgencia morada el PP carecería de todo argumento para articular el discurso del miedo que le ha llevado a revalidar asiento en La Moncloa. PP y Podemos se necesitan como los pulmones y el oxígeno. Los "dimes" de unos capitalizan y motivan los "diretes" de los otros y viceversa. Cada cual explota extraordinariamente bien en términos mediáticos y electorales las miserias de su rival parasitario. Uno es la excusa y coartada del otro para seguir en el candelero ante la vergonzosa ausencia de un plan o programa serio para España. Son, resumiendo, un "matrimonio a la gresca de conveniencia" y un excelente ejemplo de que la democracia en España debería ir pidiendo cita para la prueba del Carbono 14. Sus discusiones de fogueo, sus reyertas retóricas, sus encontronazos verbales, sus desaires sobreactuados...todo en los cruces dialécticos entre Iglesias y Rajoy (y sus sustitutos) está pensado como puro marketing político: no hay un fin en sí mismo y, de haberlo, no casaría con el interés general porque a estos dos showman lo único que les interesa es que los suyos (sus electores) sigan siendo suyos, muy suyos y de los suyos, que diría el registrador en excedencia que preside el Gobierno. Si ése es el fin (y lo es), qué mejor que montar un espectáculo que levante risas y aplausos en derredor del líder, arrebate el foco a otras formaciones políticas y espabile a las hordas de tarados que se dejan media vida comentando en Internet las mejores jugadas de sus idolatrados mesías y criticando las del rival como si les fuera el pan en ello o anhelando el día de pasar por las urnas con el voto entre los dientes.

Convertir el Congreso de los Diputados en una especie de club de la comedia diurno es un claro síntoma de que la endogamia, la jeta y el ensimismamiento de la clase política ha alcanzado tales cotas que son completamente notorias su enajenación de la realidad y su dimisión del rol democrático y constitucional. Los políticos no tienen más plan que seguir viviendo de la sopa boba electoral y los trapicheos circundantes al puchero; todo lo demás les es ajeno. Por eso, porque les pilla muy lejos la opinión pública y más lejos aún algo parecido a vergüenza, no tienen reparo alguno en montar operetas como la de ayer entre Iglesias y Rajoy que pasará a la historia como el día en que se djo en sede parlamentaria "me la bufa". El problema está en que la acertada denuncia de un escándalo (el uso abusivo y perverso por parte del Gobierno del veto a las proposiciones legislativas) ha quedado soterrada bajo el show, el esperpento, la algarada, la polvareda, prevaleciendo de esta manera lo anecdótico sobre lo importante, la forma sobre el fondo, la bobada sobre el problema y la gresca sobre el debate. Así es la política hoy en España: tan llena de nada que cualquier cosa vale parece servir para rellenar el hueco. Antaño, a los políticos se les medía por sus logros políticos o legislativos y por su calidad discursiva; hogaño parece que la valía de estos tipos se mide en función del número de aplausos, risas y likes que consiguen concitar en torno a sí. Está claro que al Gobierno de Rajoy se la bufa muchas cosas pero no menos claro está que a los inquilinos del Congreso se la bufa España y los españoles.

Supongo que peperos y podemitas verán en estos sainetes y astracanadas que perpetran Rajoy e Iglesias un motivo de regocijo vital y les encandilarán como si fueran los duelos entre Góngora y Quevedo pero a mí lo único que me provocan estos numeritos son una profunda vergüenza ajena porque el principal decoro que deberían tener nuestros políticos no estriba en ir vestidos de una determinada manera o expresarse de una determinada manera sino en demostrar cierta dignidad en su desempeño dado que, en teoría, no son ni más ni menos que los representantes de toda la ciudadanía. Así que o bien en España hay una mayoría de imbéciles o bien los imbéciles en su mayoría se encuentran en los escaños de San Jerónimo. No hay más opciones. 

domingo, 19 de marzo de 2017

Ya es primavera en el Vicente Calderón

Para resumir el partido Atlético de Madrid - Sevilla desde el punto de vista rojiblanco se podría recurrir al laconismo (partidazo), a los tópicos (algo más que tres puntos), a la objetividad (victoria local), al triunfalismo (que pase el siguiente), a la prudencia (hay que seguir en esta línea) o al simple exabrupto (¡con dos co*****!). Todas estas opciones son válidas y fundadas en la realidad porque lo cierto es que ayer el Vicente Calderón vivió una estupenda tarde de fútbol protagonizada por los jugadores colchoneros ante una grada pletórica que disfrutó tanto con el juego de sus ídolos como con el primaveral tiempo que amparó al partido.

Lo más lamentable fue la imagen dada por el Sevilla y no, no me refiero a la estética (estos tipos o tienen un problema con las tallas o lo tienen con los excesos alimentarios) sino a que el mayor rival para el Atleti durante los 93 minutos no fue Sergio Rico (cuyas paradas salvaron al Sevilla de un escándalo peor y amargaron el retorno a Fernando Torres) sino Jesús Gil Manzano, árbitro con apellidos inquietantes para el aficionado rojiblanco y que demostró estar tan capacitado para arbitrar un partido de fútbol como uno de curling (cretinos de España, no lo dudéis: el arbitraje es una inmejorable opción laboral). Cuesta creer que un equipo como el Sevilla, con aureola de candidato al título y cierto prestigio en Europa, se plante ante un rival directo sin más plan que repartir leña y perder tiempo; porque ese fue el mezquino guión que siguió el conjunto sevillano hasta que Godín les demostró a los hispalenses que el Atleti es tan receptivo a las bromas como Steven Seagal. A partir del gol del uruguayo, el Sevilla, aprovechando el nefasto arbitraje, decidió intentar plantar cara o al menos maquillar el bochorno pero ya era tarde: el Atlético estaba decidido a arrollar con actitud y buen fútbol a sus rivales. Y lo hizo (a pesar de los errores arbitrales): hubo varios momentos en que el partido parecía un combate entre huargos de Invernalia y la Patrulla Canina. Por eso, hasta el gol sevillista se antoja demasiado premio para una propuesta tan mediocre.

En cambio, el Atlético hizo un partido tan serio y notable en todas sus líneas que sería injustísimo destacar a algún jugador. Así que mejor ahorrar tiempo y palabras con un escueto pero enorme ¡Gracias! Este lance liguero ha evidenciado que los jugadores del Atleti cada vez se parecen más a esos espartanos que llevan años sembrando respeto en Liga, Copa y Champions. En la fase decisiva de la temporada, la vuelta a los orígenes cholistas está próxima a completarse y buena muestra de ello fue que los goles locales los anotaron tres buques insignia de la armada colchonera: Godín, Griezmann y Koke.
 
Era muy importante dejar noqueado al Sevilla...pero no más que hacer lo mismo con los rivales que aguardan en Liga y Champions. ¡Aupa Atleti!

sábado, 18 de marzo de 2017

"La Bella y la Bestia": mejor homenaje que película

Ayer Disney estrenó por fin la versión "en carne y hueso" de su clásico animado de 1991, La Bella y la Bestia. Siguiendo con su discutible pero provechosa línea estratégica de "auto-remakes" de sus grandes éxitos de antaño (Alicia en el País de las Maravillas, La Bella Durmiente, Cenicienta, El Libro de la Selva...), el imperio del ratón vuelve así a asaltar las taquillas con un reto francamente difícil: emular con acción real lo que supuso todo un hito en el cine de animación (La Bella y la Bestia del 91 conviene recordar que fue el primer film de dibujos animados en optar al Óscar a la Mejor Película y supuso todo un fenómeno que derivó en una traslación al teatro musical no menos exitosa). Por eso, en torno a este estreno sobrevuelan varias preguntas: ¿estará a la altura de la original? ¿la superará? ¿fracasará? De momento, a tenor de las últimas noticias, parece que será todo un éxito en cuanto a la taquilla se refiere pero, dejando al margen el aspecto económico, ¿qué se puede decir de lo cinematográfico? Pues, en mi opinión, esta versión de 2017 de La Bella y la Bestia hace lo necesario para aprobar el expediente pero no para eclipsar a su matriz animada, puesto que esta cinta de acción real se queda (muy) lejos de la magia y la grandeza hoy ya casi legendaria del clásico de 1991 (ojo que la nostalgia es un arma de idealización masiva y arrolladora). Dicho de otra manera: un notable no es una mala nota...excepto si se compara con una matrícula de honor. 

Uno de los grandes puntos a favor de esta película es que no deja mal sabor de boca gracias a remontarse a sí misma; es decir, se sobrepone a sus propios defectos y va de menos a más: de lo difícilmente pasable a lo entrañable, de la insulsa copia a la interesante emancipación, del virtuosismo hueco al encanto cómplice. Y lo consigue básicamente por dos claves: todo lo que hay del original en ella está escrupulosamente respetado y lo que no había en aquél pero añade éste funciona bastante bien, ya hablemos de canciones-números musicales, matices en los personajes o tramas. Por ejemplo, descubrir ahora el (desgraciado) trasfondo familiar de ambos protagonistas enriquece a los personajes, es coherente con la historia que ya conocemos y sirve para marcar una mínima distancia respecto al original sin adulterarlo. Eso sí, abundando en lo que mencionaba de la complicidad, hay que hacer una matización importante: si esta película funciona (y sí, funciona) es porque nunca deja de ser un innecesario pero efectivo homenaje a la del 91, a pesar de los interesantes añadidos propios que aporta, que son más cosméticos que relevantes. Por tanto, como peli, no está mal; como homenaje, está bastante bien.

Otro de los aciertos de esta versión es que sabe ser hija de su tiempo; así podemos advertir en ella cosas que en el mejor de los casos estaban meramente apuntadas en la versión de 1991 cuando no eran directamente inexistentes. Por eso, la recién estrenada película tiene entre sus ingredientes una mayor sensibilidad por aspectos tan nuestros en tanto que cotidianos como el feminismo (esta Bella, sin estridencias, hace más por la mujer de hoy que muchos discursos encendidos de demagogia y eslóganes vacíos), la orientación sexual (ese LeFou...), el mestizaje social (algunos personajes secundarios ahora son negros), el conocimiento como
antídoto frente a la barbarie...En línea con esto último, me gusta especialmente que uno de los mensajes que enarbola La Bella y la Bestia sea que la cultura "mola" o, dicho de otro modo, que ser culto es sexy. A nadie se le escapa que Bella no es una palurda como la mayoría de sus vecinos gracias a su pasión por la lectura (aunque eso le haga tener fama de rarita, friki, etc) o que el acercamiento entre la Bestia y ella coincide con el descubrimiento por parte de Bella de que su anfitrión es un tipo leído y con una biblioteca impresionante (el tamaño intelectual siempre importa). La cultura como herramienta de empoderamiento personal es uno los posos más interesantes que deja esta versión de 2017. Volviendo al asunto de su coherencia con el contexto actual, esta nueva aproximación encaja bastante bien con la propia trayectoria de esta historia desde que su versión más primigenia y embrionaria apareciera en El asno de oro de Apuleyo (siglo II) en el relato sobre Eros y Psique; así, dejando al lado el discutido precedente de El rey cerdo del renacentista Straparola, el inmortal cuento creado por la escritora Barbot de Villeneuve (1740) y refinado en su forma más conocida por la también escritora Leprince de Beaumont (1756), siempre ha sabido beber con acierto de la época en la que fue escrita cada revisión, oxigenándolo, afinándolo, renovándolo y engarzándolo con el sentir social de cada momento, como ha ocurrido con esta nueva producción. 

Más allá de todo eso, la película tiene todos los argumentos necesarios para dictaminar que "no está mal": los efectos especiales están a la altura de lo esperado (aunque tanto ordenador creo que chirría en algunas escenas), las interpretaciones del reparto confirman un buen trabajo en el casting (a pesar de que Luke Evans me parece poco creíble por su sobreactuación), la banda sonora es excelente (pese a que me sigo quedando con la original), las escenas musicales son bastante dignas...Pero, como apuntaba al principio, este film tiene defectos y no muy disimulados. De todos ellos, destacaría dos. Primero: el metraje resulta excesivo y el "tempo" narrativo no contribuye precisamente a maquillarlo. Y segundo: era absolutamente innecesario hacer esta "nueva" versión, especialmente cuando la sombra del original es tan profunda y alargada...

Orillando estos detalles, dejo aquí una sugerencia: quien tenga paciencia y tiempo debería disfrutar con los créditos finales porque merecen la pena (valen más que algunas escenas perfectamente prescindibles o abreviables).

En definitiva, para mí, este nuevo auto-remake de Disney acierta en lo fundamental pero palidece ante el encanto de la original. Por eso, se disfrutará aún más si el espectador se hace a sí mismo el favor de olvidarse de cualquier odiosa comparación y se toma esas más de dos horas como una fiesta de homenaje a la que ha sido invitado para celebrar la vigencia de un relato muy potente y la pervivencia de la magia de una de las mejores películas que ha firmado Disney en toda su historia.

jueves, 16 de marzo de 2017

Vida extraterrestre en el Calderón

Como una fiesta de Nochevieja sin alcohol. Como una película existencialista uzbeka. Como un paseo por el desierto de Atacama. Como una cocacola que ha perdido el gas. Así de entretenido fue el Atlético de Madrid - Bayer Leverkusen casi todos los 93 minutos que duró.

El "casi" se debe a la aparición de vida extraterrestre en el Vicente Calderón. Con la NASA haciendo un carísimo tacto rectal al cosmos en busca de vida alienígena y resulta que ésta está aquí en la Tierra, en el hogar de la mejor afición del planeta. Porque, ahora en serio, lo de Jan Oblak no es de este mundo. Lo que hace parece propio de Benji Price y éste es un dibujo animado. Este rubio discreto y espigado recuerda al Hombre de Vitruvio bajo palos porque en no pocas ocasiones parece la perfección hecha portero. Todo sería más creíble si creyéramos que Oblak es la encarnación eslovena del dios hindú de la protección, Visnú, porque lo que hizo anoche sólo se explicaría si tuviera cuatro brazos y un don para proteger a los suyos. Si a alguien le parece exagerado todo esto que acabo de decir, que vea por favor la segunda parte de Oblak anoche y luego ya hablamos de hipérboles, metáforas, etc. Porque fue Oblak y sólo Oblak quien en la última mitad de la eliminatoria decidió recompensar a la hinchada rojiblanca por su asistencia y animó la noche madrileña y amargó la alemana. Sus extraordinarias paradas fueron lo mejor de un encuentro en el cual el Atleti tiró de ramplonería para finiquitar el asunto sin grandes alardes y el Bayer sólo demostró tener un guardameta bastante fiable (Leno metió dos manos extraordinarias que salvaron a su equipo) y una afición animosa.

Ignoro si el mediocre partido que firmó el Atleti se debió al relajo por la cómoda ventaja atesorada en la ida o a la necesidad de ahorrar esfuerzos ante la inminente y trascendental visita liguera del Sevilla o al once de circunstancias que planteó Simeone o a que algunos jugadores decidieron irse de viaje astral o a que la persistente fe del Cholo en algunos chicos sigue peleada con la realidad. Puede que fuera debido a todos estos discutibles factores pero el caso es que el juego del Atleti, pese a dejar algunas jugadas de mérito, estuvo más cerca de ser malo que bueno. Con el Leverkusen este juego "doble cero" puede valer y valió para dejarlo en la cuneta. Con otros equipos no. Con otros equipos no bastará con, por ejemplo, dar la enésima oportunidad al voluntarioso pero aturullado Correa sino que será necesario que todos los cracks disponibles estén en el césped y no calentando en la banda.

En definitiva: el de anoche no fue un encuentro vistoso ni entretenido pero sí eficaz porque valió para pasar a los cuartos de final de Liga de Campeones y así estar muy merecidamente entre los ocho mejores equipos de Europa por cuarto año consecutivo; un hito que, por estar acostumbrados, corremos el riesgo de minusvalorar. Y todo gracias a que, aunque el Atleti no tuvo su noche, sí la tuvo ese portero que bordea los límites de lo increíble llamado Jan Oblak, cuya sensacional actuación bien valió el precio de la entrada y el pase a la siguiente ronda. ¡Aupa Atleti!

martes, 14 de marzo de 2017

Hazte Odiar

Hay gente que se hace querer y gente que se hace odiar. La asociación Hazte Oír (HO) se inscribe en este último grupo.

Raro es el día que en las últimas semanas no sale alguna noticia al calor del enésimo exabrupto de esta entidad legal pero sumamente controvertida. Sin ir más lejos, este pasado fin de semana han vuelto a las andadas con su sonrojante show cavernario por las calles de Madrid. Ya apuntaban maneras con sus discrepancias (por decirlo con más educación y respeto que los que HO nunca tendrá) sobre el aborto o las parejas homosexuales. Pero lo que han hecho y dicho recientemente respecto a la identidad sexual es simplemente repulsivo no sólo por inmiscuirse en lo que es un asunto delicado y estrictamente íntimo e individual sino por recurrir a niños para ilustrar sus siniestros silogismos y mezquinos razonamientos. Así, el denominado "autobús de la transfobia" fletado por esa asociación de magistrales pensadores divergentes supone más que una muestra de la libertad de expresión un insulto a la inteligencia, la dignidad y la convivencia y un puntapié a la lucha contra el bullying, que no deja de ser una forma de terrorismo capaz de destrozar la vida, literal o figuradamente, a cualquier menor. 

Considerar paria o monstruo de feria a todo aquel que se salga de lo que estos extraordinarios espabilados consideran como "normal" no sólo es lo que subyace en esperpentos como este del autobús sino que sitúa a los excelsos miembros de Hazte Oír en el mismo estante que, por ejemplo, los salvajes integrantes del ISIS dado que no tienen más discurso que el odio ni más argumento que la ignorancia ni más plan que el hostigamiento al diferente. Pero...¿qué es concretamente esta asociación que pone en el cadalso a homosexuales, transexuales y madres abortantes y que parece más propia del Medievo que del siglo en que vivimos? Para quien, pese a la mediática polémica de estos días, no sepa qué es Hazte Oír basta decir que se trata de una asociación ultracatólica, reaccionaria y retrógrada que hereda (voluntariamente o no) lo más abyecto del Franquismo y, precisamente por eso, está en contra de toda libertad, derecho, singularidad o persona que no encaje en su medieval y siniestramente demencial cosmovisión. Cuesta creer que en pleno siglo XXI subsistan esta clase de personas y pensamientos más propios de la época de las hogueras y los sambenitos. Pero existen. Y es que Hazte Oír es el equivalente cañí a esas inquietantes y alucinadas comunidades y sectas que anidan en las profundidades de Norteamérica por las que no parece pasar ni el tiempo ni el raciocinio. 

Ahora que el tiro les ha salido por la culata y ha patinado demasiado lejos, Hazte Oír defiende su inicua ideología y repugnante modus operandi amparándose en la libertad de expresión reconocida en el artículo 20.1 de la Constitución de 1978. Y efectivamente, podría decirse que lo de esta asociación encontraría amparo en esa libertad. El problema es que Hazte Oír hace un uso de la libertad de expresión tan perverso como el que podríamos encontrar en un discurso de Hitler, una reflexión de Charles Manson, un comunicado de ETA o un vídeo del DAESH. ¿Son legítimas las ideas y expresiones que emplea Hazte Oír? Totalmente, mientras un juez no diga lo contrario. ¿Son respetables tales ideas y expresiones? Eso ya varía según la persona; para mí, en absoluto. En ese sentido, ahora que merecidamente granizan reprobaciones de todo tipo sobre esta agrupación de egregias luminarias del pensamiento occidental, Hazte Oír ha adoptado una postura hipócrita y victimista hasta la náusea reivindicando la libertad de expresión del citado 20.1 mientras siguen con su estrafalario y vergonzante circo del odio. Verles en ese rol de víctima es como ver llorar a un nazi porque alguien no comparte su antisemitismo. Harían bien en recordar estas extraordinarias gentes que el artículo 20 en su punto 4 advierte que la libertad de expresión está limitada por el respeto a los demás derechos y libertades consagrados en el título I de la Constitución, entre los cuales habría que destacar la dignidad de la persona solemnizada en el artículo 10 y la igualdad de todos los españoles proclamada en el artículo 14 y contra las que chocan las formas y el fondo de Hazte Oír. Y ello por no hablar de otras leyes que sitúan lo que hacen y dicen estas bellísimas personas más cerca del Código Penal (como bien apunta la Fiscalía) que de la Carta Magna. Por tanto, menos lobos, Caperucita, porque aquí no hay más víctimas que las que Hazte Oír señala con inquisitorial determinación. En mi opinión, a la vista de los hechos y las palabras, lo único que Hazte Oír pretende (o sueña) es que no haya más pensamiento que el suyo ni más dictadura que su pútrida y absurda cosmovisión y para ello hace lo que sea, como poner en la picota a niños pequeños, que es directamente para desear su pronta partida al infierno a los que no saben hacerse oír tan bien como hacerse odiar. 

Pero, dejando la refutación legal aparte y centrándome en el asunto de la transexualidad, los de Hazte Oír, en un alarde de estupidez anacrónica y notoria ignorancia, claman que la sexualidad de una persona la determinan los órganos genitales...cuando está estudiado y comprobado científicamente (véase por ejemplo estos artículos aparecidos en ABC, Omicron y Tendencias21) que dichos órganos sólo determinan la sexualidad morfológica o superficial y no la sentida o vivida, que es la que configura la identidad sexual real. Dicho de otro modo: el sexo no está en la entrepierna sino en el cerebro, ya hablemos del género o de la orientación sexual. Ante esto, caben dos posturas: comportarse de forma civilizada o actuar como los de Hazte Oír. Uno puede entender o no estos vericuetos de la identidad sexual pero lo que no se puede nunca es dejar que la incomprensión derive en un hostigamiento cruel, injusto y gratuito como el que alientan estos flandersianos pasadísimos de rosca. Y menos si eres tan abisalmente torpe o cobarde como para poner el foco en los menores, cuando si ya es un tema sumamente delicado para un adulto lo es aún más en la infancia, esa época en la que la crueldad no conoce más freno que la educación y/o un bofetón oportuno. Precisamente por comportamientos y pensamientos como los de Hazte Oír persiste aún hoy la necesidad de dar visibilidad a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales como lo que son: personas y no apestados. Redundando en esto último: sin gente como Hazte Oír, se quedarían huérfanos de justificación espectáculos tan horteras, zafios y chabacanos como el desfile del Orgullo Gay que, ante disparates como los de HO, articulan un exhibición que partiendo de una esencia básicamente reivindicativa deriva a menudo en un despiporre estridente y de mal gusto.

Una de las cosas que más me llaman la atención de todo esto de Hazte Oír es cómo deforma la realidad o cuán alterada tiene la percepción de la misma para elaborar sus discursos y argumentos. En este sentido, destaca especialmente la figura del presidente de esta asociación, Ignacio Arsuaga. Es difícil encontrar fuera del Congreso alguien que diga tantas mentiras en menos tiempo y de forma tan impune: en España la única Inquisición que ha habido fue la de Iglesia Católica (y no la del colectivo LGTB); en este país la última dictadura, censura, adoctrinamiento escolar y pensamiento único llevaban la firma de Franco (y no del colectivo LGTB). Por tanto, conviene no frivolizar ni utilizar conceptos y términos tan siniestros de una manera tan ligera, salvo que seas un bellaco y/o un necio y/o un tarugo intelectual y/o andes corto de educación y/o seas poco diestro en Historia de España. Desconozco si el tal Arsuaga es alguna de estas cosas pero lo parece con sus decalraciones. Afortunadamente (imagino que para desgracia de Hazte Oír) en España hoy en día no sólo existe libertad de cátedra y escolarización sino que en la mayoría de colegios se educa a los niños para que sepan convivir en sociedad, aceptando con
naturalidad las diferencias y respetando la heterogeneidad de las personas, que es algo capital en una sociedad democrática o que aspira a serlo. Dicho de otra manera, por suerte, en este país se educa a los niños para que no sean tan intransigentes y arcaicos como la gente de Hazte Oír. Pero es que, además de mentir flagrantemente, Arsuaga enuncia en calidad de agraviado y con una habilidad demagógica propia de Goebbels otros casos recientes en los que la libertad de expresión ha creado monstruos (Rita Maestre y cía blasfemando en pelotas en una capilla, los titiriteros autores de una pantomima cutre y de pésimo gusto, el concejal Zapata y su humor azuloscurocasiestúpido, etc) pero eso no le exime a él ni a su asociación de ser otro monstruo más surgido a la sombra de esa libertad. En definitiva, más allá de la pirotecnia dialéctica de Arsuaga lo único que hay es una profunda, profundísima ignorancia, como quedó patente, por ejemplo, en su entrevista con Iñaki López.

Otra de las cosas que me llaman la atención es cómo una organización ultracatólica como ésta es capaz de tener esta actitud frentista, emponzoñar el ambiente y generar tanto odio cuando la religión cristiana es básicamente un corpus ideológico en torno a la idea y premisa del amor incondicional. ¿Cristo y Hazte Oír? Agua y aceite. No me extraña que hasta la Iglesia española ya no quiera saber nada de quien se comporta como lo hace esta asociación. A mí, como cristiano, estas mentes preclaras de HO me dan pena y vergüenza, no sólo porque ignoran lo más esencial de este credo sino porque sembrando odio no sirven a Dios sino al Diablo.

Lo peor de todo es que Hazte Oír está perpetrando todo este disparate en calidad de "asociación de utilidad pública"; es decir, que supuestamente es útil para todos los españoles (homosexuales, transexuales y abortantes incluidos). Al menos así lo consideró el anterior Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, quien en 2013 favoreció a HO con esta distinción que, entre otras cosas, les reporta interesantes beneficios fiscales. Dejando al margen que tal decisión fue uno de los muchos despropósitos firmados por un tipo que es digno de un monográfico de Cuarto Milenio, es curioso (por no decir alarmante) que con la que hay montada no se le haya retirado ya a HO tal consideración de "utilidad pública" porque esta magnífica gente de Hazte Oír sólo es útil para las personas que piensan y sienten como ellos, que, afortunadamente, son una minoría marginal y menguante en la sociedad actual.

Acabo ya. Creo que me ha quedado un artículo un tanto extenso pero sólo así podía dar cabida a las refutaciones (legal, científica, retórica, religiosa y ciudadana) que merece Hazte Oír. Habrá quien, conociéndome o habiendo leído otros artículos, se sorprenda de que no haya empleado insultos o palabras malsonantes contra esta asociación y quienes la integran. Efectivamente, no lo he hecho porque he preferido tirar de ironía y sorna contra estas personas (no así con sus acciones). Sé que el diccionario de la RAE es enormemente rico para etiquetar a los de Hazte Oír pero no menos cierto es que hay gente que necesita ser descalificada y gente que se descalifica sola. La asociación Hazte Oír (HO) se inscribe en este último grupo porque más que oír lo que debería es hacérselo mirar.

sábado, 11 de marzo de 2017

De lobos y hombres

"Hay un placer mejor que matar: dejar vivir". Con esta memorable frase de James Oliver Curwood concluye esa obra maestra que es El oso (1988, Jean-Jacques Annaud) y empieza este artículo, un post en el que no aparecen plantígrados pero sí cazadores y gente dispuesta a reivindicar la vida de animales salvajes como son los lobos.

Lo escribo a raíz de la polémica suscitada reavivada estos últimos días en torno a la asociación Lobo Marley, contra la que la Justicia se está empleando con un esmero que brilló por su escandalosa ausencia en casos infinitamente más graves como el del matrimonio Urdangarín Borbón o los golfos de las black, lo cual no deja de ser un agravio y un despropósito si tenemos en cuenta el hecho litigioso: la gente del Lobo Marley echó a perder en 2014 unos chiringuitos rústicos a unos cazadores con el loable pretexto de evitar que dieran injusto y cobarde matarile a lobos.

Yo no voy a hablar hoy de la Justicia en España porque ya lo hice en otro artículo no muy lejano en el tiempo. Baste decir que es como un mal jugador de fútbol: lenta, torpe y errática. Tampoco quiero explayarme demasiado hablando de forma genérica sobre ese gremio de personas que en pleno siglo XXI defienden un actividad excusable en el paleolítico como es la caza: simplemente diré que si estas luminarias de la civilización de escopeta en ristre y raciocinio encasquillado  quieren hacer algo útil con su vida y
su afición a dar pasaporte a seres vivos, mejor harían en ir a Raqqa para enviar al Hades a unos cuantos hijos de pu*a cuya muerte saldría más a cuenta que la de unos animales que se limitan a ser lo que son: seres libres y salvajes que se buscan la vida como pueden y saben. Aunque mucho me temo que esta gente anda escasa de valentía en su canana y seguirá construyendo subterfugios y excusas con las que solucionar a tiro limpio carencias más severas que su falta de sensibilidad, porque lo de sentirse más hombres teniendo algo duro e inorgánico entre las manos es digno de Freud o diván argentino. Y conste que respeto a los aficionados a la caza del mismo modo que respeto a quienes, por ejemplo, sean sadomasoquistas practicantes o feligreses de la Cienciología o asociados de Hazte Oír: los respeto pero su "rollo" no va conmigo.

Por eso, en lugar de jueces y cazadores, prefiero hablar aunque sea brevemente de lo que los fanáticos de la caza han calificado como "ecoterrorismo" (será que lo de los cazadores es pintar lienzos como Velázquez); es decir, de la acción de desbaratar los puestos cinegéticos protagonizada por Lobo Marley y que ha desembocado en todo este embrollo. Yo no dudo que eso, con la ley en la mano, sea un acto punible: lo es. Como lo fueron en su día las acciones en contra de la esclavitud o la discriminación racial o la censura: la Historia está llena de delitos a los que el tiempo y la Ley acabaron por dar la razón. Y éste, en mi opinión, es uno de ellos.
 
Con la misma honestidad que he empleado hasta ahora, digo que el vídeo utilizado por esta asociación para acompañar su llamamiento en redes sociales ante las severas penas que se ciernen sobre ella por estas acciones fue una soberana torpeza como medio (en el vídeo se tomaban por lobos españoles a coyotes americanos y honra a Lobo Marley el comunicado reconociendo el tropiezo) pero muy adecuado para su fin (epatar al receptor y apelar a su sensibilidad y conciencia ante una práctica cruel y absurda). Dicho de otra manera: con su llamamiento en redes Lobo Marley erró el tiro pero dio en la diana. Por eso, con independencia o no de si consiguen fondos suficientes para afrontar la fianza de 50.000 euros (ojalá que sí), la asociación ha conseguido con este desgradable trance alzar la voz y captar la mirada sobre una realidad aberrante que puede y debe ser erradicada, sin importar cuánto tiempo sea necesario para ello.

No obstante, para mí, lo más interesante de esta polémica, más allá de la gravedad de los hechos que la integran, está en el problema de fondo: la destructiva injerencia del hombre en los asuntos de la Madre Naturaleza, la cual lleva milenios demostrando su magistral autogestión y un preciso dominio de la entropía, realidad que el ser humano se pasa por el forro con su infinitas ignorancia y soberbia. En ese sentido, resulta casi hilarante el argumento de no pocos bocacartuchos según el cual la caza sirve para hacer ajustes de plantilla en la fauna en beneficio de todos. No, hijos, no: la caza sirve en primera instancia para matar y luego en segunda instancia (y no siempre) para alimentar un estómago vacío como el cerebro de un necio y/o para alimentar un siniestro estilo decorativo. La Naturaleza se basta y se sobra para que todo esté como tenga que estar y no necesita subalternos y menos si son unos cazadores. Ese argumento falaz del "ajuste" se asienta sobre una hipocresía tremenda: si hay desequilibrios o anomalías en la fauna o flora se debe a que la relación del hombre con la naturaleza es, grosso modo, la misma que existe entre un elefante y una cacharrería. Si hay problemas con los lobos no es porque estos animales se hayan inmiscuido en el mundo de los hombres sino porque fue el hombre quien un mal día decidió inmiscuirse en el mundo de los lobos. Punto. Los lobos sólo tienen afán de putear en los cuentos de hadas, fuera de ellos, los únicos que tienen ganas de tocar lo que no suena son los homínidos que los diezman o les arrebatan su hábitat o les impiden sobrevivir de acuerdo con su naturaleza salvaje. Tan sencillo como eso. Por eso son necesarias asociaciones como Lobo Marley y personas como las que la integran: para sacar la cara y luchar por el derecho a la vida y la libertad de quienes sin ser humanos se merecen, como mínimo, el mismo respeto que si lo fueran. En ese sentido, quiero hacer una mención especial a Luis Miguel Domínguez, mediático naturalista y mascarón de proa del Lobo Marley: en mi opinión, huérfanos del gran Félix Rodríguez De la Fuente, pocas personas han sabido en España divulgar más y mejor sobre el tesoro natural que Domínguez: su pasión en el desempeño y su habilidad para convocar la curiosidad y el amor por "lo natural" merecen protagonizar noticias y no precisamente de tribunales. En tipos como este hombre, los amantes de la naturaleza siempre tendremos un cómplice honesto y los animales un buen amigo.

Acabo ya. Mañana domingo, en Madrid, al mediodía, varias entidades, entre ellas Lobo Marley, abanderan una manifestación en defensa del lobo ibérico. Deseo de corazón que sea un éxito porque somos muchos los que, como yo en este artículo, pedimos la voz y la palabra para defender y luchar por la Vida en cualquiera de sus formas. Eso sí: puestos a elegir, tengo claro que ningún animal merece morir; con los seres humanos ya no lo tengo tan claro en algunos casos. De todos modos, dejando al margen el frentismo al que nos aboca la sinrazón humana, ojalá llegue el día en que nosotros o nuestros hijos o nuestros nietos no tengan que acordarse de la frase de James Oliver Curwood como un melancólico anhelo porque ese día no tendremos nada de lo que avergonzarnos.