viernes, 26 de enero de 2018

La otra cara del machismo

"Esas tías están donde están por vía vaginal. ¡Por vía vaginal!". Lo escuché hace pocas semanas. Yo caminaba por la noche de vuelta a casa por los aledaños del Retiro. A la altura de uno de los innumerables bares que había en esa calle me crucé con una pareja de buena presencia y una cuarentena bien llevada, quizá más cerca de los treinta que de los cincuenta. Él, silencioso y atento a su mujer. Ella, hablando y gesticulando con vehemencia. Ignoro a santo de qué estaban teniendo esa conversación pero el caso es que la mujer, a propósito de una congénere bastante célebre en este país, derrochaba indignación o quizás envidia o tal vez ambas cosas y, justo en el instante en que sus pasos y los míos se descruzaban, escuché esa airada frase que he transcrito literalmente al principio del artículo. Y me quedé pensativo por haber escuchado semejante queja de boca de una mujer en un momento en el que todo el mundo anda hipersensible con el tema de cerdos, mujeres y viceversa que, aunque podría ser el nombre de un nuevo programa de Mediaset, no es otra cosa que el escandalazo de destapar la fosa séptica donde anidan los Weinstein, Allen y demás piara. De aquellos pensamientos, esta reflexión que hoy quiero compartir.

Antes de exponer mi opinión, me gustaría hacer unas matizaciones a modo de aviso para navegantes y aclaración para imbéciles. Primero, yo, con independencia del contexto o del ámbito, a cualquier abusón, acosador o salido le castraría (y no precisamente químicamente) y le tendría literalmente de por vida en un gulag junto a los de su misma manada. Y segundo, no voy a entrar aquí a valorar los "braguetazos" como sistema de promoción en sociedad, más que nada porque es una "técnica" a la que recurren tanto hombres como mujeres y, por tanto, no tiene que ver con el género sino con dónde ubica cada cual sus prioridades en la vida y a qué dedica cada persona sus esfuerzos. ¿Legítimo? Sí. ¿Elogiable? Corramos un tupido velo...

Hechas las aclaraciones preventivas, al grano. La soliviantada queja de esa señora me hizo pensar en el uso de las "armas de mujer" (eufemismo bastante denigrante, por cierto) en el contexto estrictamente laboral como forma de conservar o mejorar el puesto-sueldo. Me parece un tanto paradójico y bastante incongruente que se critique (con toda la razón) a cerdos y babosos que se escudan en el ambiente profesional para dar rienda suelta a su sexualidad y en cambio con el empleo de las "armas de mujer" en el hábitat laboral se pase de puntillas en el mejor de los casos. Para mí son dos caras de la misma repugnante moneda: la del machismo o, poniéndonos estupendos, del "heteropatriarcado". Y ojo que sé perfectamente distinguir una mujer meramente coqueta y cordial de otra que abraza como modus operandi concentrar todo el calentamiento global en la entrepierna de su superior jerárquico del mismo modo que sé diferenciar lo que puede ser un mero e incluso inocuo tonteo de algo nivel "creo que voy a vomitar" o discernir entre lo que es "pelotear" a una persona y lo que es "calentar" a alguien. ¿Por qué se censura que un impresentable se deje llevar por sus instintos sexuales en el trabajo y en cambio no se reprueba que una mujer apele a esos mismos instintos sexuales para sobrevivir o medrar en el trabajo? Para mí es la misma mierda porque tanto asco me da el jefe salido como la empleada microondas. Creo que comportamientos en los que las mujeres reemplazan los méritos y habilidades estrictamente profesionales por otras habilidades (que teóricamente sólo sirven en la profesión más antigua del mundo) son el alimento perfecto para ese tóxico paradigma falocéntrico y sexualizado que da origen a aberraciones como Harvey Weinstein. ¿Con qué jeta alzas la voz contra el acoso sexual en el trabajo y te callas contra quienes deliberada e interesadamente calientan ojos, oreja, mente y entrepierna del jefe de turno? Para mí, tan importante y necesario es aniquilar profesional y socialmente a esos miserables tipos que se creen los reyes del mundo y tienen su pene cual cetro como barrer de cualquier ecosistema laboral a esas mujeres que prefieren depender de erecciones ajenas más que de méritos propios. ¿Por qué? Porque tanto unos como otras son la encarnación de un mismo y apestoso problema, uno del que cerdos y calentonas sacan tajada por igual. Más allá de las motivaciones que puedan tener las empleadas microondas, creo que son tan tóxicas y contraproducentes para la meritocracia laboral y la igualdad efectiva entre hombres y mujeres como tener por jefe a un tío que piense y actúe con los genitales. Alguien puede refutarme diciendo que esas mujeres hacen "eso" para sobrevivir en su trabajo pero no deja de ser un argumento tan capcioso como sostener que Harvey Weinstein daba empleo a muchas actrices. 

Habrá quien piense que hablo por hablar, como si escribiera por postureo. Pues mira, no. En mi (pen)última etapa profesional, del mismo modo que tuve la suerte de poder ver en acción a gente más que decente en todos los sentidos, tuve la desgracia de ser testigo forzoso de conductas vomitivas protagonizadas por superiores babosos y/o mujeres sin más habilidad ni vocación que la de sustituir al Viagra. En referencia a estas últimas me acuerdo de algunos casos bastante ejemplares pero hay una mujer que recuerdo especialmente, una que profesionalmente era un monumento a la ineptitud, personalmente tan interesante como el gotelé y físicamente lo más parecido a Heidi después de devorar a Niebla; una auténtica mediocre que consiguió mantener durante lustros su puesto (mando intermedio) a base de enardecer los genitales de sus sucesivos jefes de manera sencillamente inexplicable; una espabilada que, gracias a sus indisimuladas y reincidentes "armas de mujer", obró el milagro de que sus superiores pasaran por alto su objetiva impericia y evidente jeta porque estaban demasiado pendientes de fantasear con esta tipa, lo cual es para ir al psiquiatra y declararse culpable de parafilia sexual. Y todo esto, ojo, en una empresa en la que otras mujeres que sólo se preocupaban de trabajar mucho y bien y que eran infinitamente más válidas profesional y humanamente que esta individua o bien estaban en el furgón de cola salarial o bien acabaron en la rúe por no ser hija/esposa/sobrina/amiga/querida de. Así que no, no hablo por hablar.  

En fin. Que sí, que bienvenida sea esta desparasitación de cerdos dementes que ven una muñeca hinchable en cada mujer. Pero, por favor: que en el mismo pack manden a tomar viento a esas señoras y señoritas que confunden deliberadamente cualquier trabajo con la prostitución. En el ámbito laboral sólo podrá aspirarse a acabar con el indefendible machismo y sus asquerosas ramificaciones cuando no tengan cabida en ningún trabajo ni los Harvey Weinstein ni las menganas con vocación de fulanas.

jueves, 25 de enero de 2018

"La peste": un entretenido thriller tenebrista

Recientemente he terminado de ver La peste, serie de Movistar + que, junto a El Ministerio del Tiempo, es quizá una de las mejores muestras de la buena salud de la ficción televisiva española.

La serie, creada por Alberto Rodríguez y Rafa Cobos (responsables del estupendo film La isla mínima), nos adentra en la Sevilla de mediados del siglo XVI, cuando España era EEUU y Sevilla su Nueva York, para hacernos testigos de la investigación de una serie de macabros asesinatos con trasfondo religioso, trama que casi constituye un delicioso Macguffin para hacer un asombroso fresco la sociedad de la época y donde vemos desarrollarse a unos variopintos personajes en busca de su identidad mientras la peste va diezmando la población. Misterio y revelación, sufrimiento y placer, pobreza y riqueza, religión y ciencia, humildad y ambición, ignorancia y conocimiento, luz y oscuridad, vida y muerte...toda esta ficción está asentada sobre un enjambre de antagonismos que ayudan magníficamente a dotar de cierto aire tenebrista a la ética y estética de esta producción.

La peste podría definirse como un thriller de época y lo es porque la trama principal viene a ser un Se7en en la España del Siglo de Oro. Pero, contemplada en su conjunto, esta producción trasciende el entretenimiento del "thriller" y el historicismo del "de época", para tocar temas que, por desgracia, no han pasado de moda: la corrupción, la degradación cainita en los tiempos de crisis, la minusvaloración de la mujer, el dirigismo ideológico, la persecución de cualquier disidencia, el clasismo, el conocimiento como herramienta subversiva, la ética de los prejuicios, el desarraigo identitario en un mundo febril y arrollador...Temas tan interesantes como estos están en La peste y son una de sus varias virtudes.

La serie tiene ecos de Rinconete y Cortadillo de Cervantes, El capitán Alatriste de Pérez-Reverte, Venganza en Sevilla de Asensi y La leyenda del ladrón de Gómez Jurado (que, por cierto, ha suscitado una acusación de plagio contra La peste). A ello hay que añadir que la pareja protagonista, el experimentado y desencantado Mateo Núñez y el novato pero espabilado Valerio Huertas, es bastante de deudora no tanto del legendario tándem Holmes-Watson de las célebres novelas de Arthur Conan Doyle como de la famosa dupla que formaban Guillermo de Baskerville y Adso de Melk en El nombre de la rosa de Umberto Eco. Por todo ello, los amantes de la literatura estarán más que conformes con la narrativa de esta producción, incluso aquellos que les guste la pseudoliteratura porque La peste tiene un ritmo y unos giros de guión dignos de cualquier aventura del profesor Robert Langdon

No obstante, en paralelo a su indudable calidad narrativa, merece la pena destacarse la dirección artística, la fotografía, el vestuario y el maquillaje porque resulta francamente impresionante la sensación inmersiva que provoca en el espectador tanto talento y esfuerzo conjunto, de manera que, más que ver una ficción, parece que la pantalla se convierte en una ventana desde la que el público se asoma al pasado. Hay fotogramas que poco tienen que envidiar a lienzos de Zurbarán, Velázquez o Caravaggio y eso son palabras tremendamente mayores y quizás el mejor elogio que se puede hacer al equipo técnico de La peste, artífice de que te creas totalmente la sordidez de los suburbios y la suntuosidad de los palacios que dan el marco perfecto a esa lucha de luz y sombra que vertebra todo el relato.

A todo lo dicho hay que sumar el estupendo trabajo del reparto (Pablo Molinero, Sergio Castellanos, Patricia López Arnáiz, Cecilia Gómez, Paco León, Manuel Solo, Paco Tous, Tomás del Estal, Antonio Dechent...) que interpreta con solvencia a personajes más o menos ricos en matices pero siempre verosímilmente humanos, con los suficientes claroscuros internos para alejarse de cualquier arquetipo o cliché. Por cierto, Paco León demuestra una verdad que a menudo se olvida: dentro de cada cómico hay un buen actor.

Por si fuera poco, quienes sean víctimas de la insaciable curiosidad, pueden ahondar en los entresijos de la serie, Sevilla y la época gracias a la interesante iniciativa interactiva de "La Ruta de la Peste".

¿Qué más se puede pedir? Una segunda temporada, tal vez. Llegará en 2019. Por tanto, nada más que pedir y sí mucho que disfrutar porque La peste es entretenimiento del bueno.
      

miércoles, 24 de enero de 2018

Algo mayor que la pena

Lo reconozco. No tengo ni puñetera idea del momento en que el Atlético de Madrid pasó de ser un equipo temible a una entidad caritativa. Quizá empezó con la marcha de Tiago. O con la de Raúl García. Pero la realidad es que el Atleti de Simeone hace tiempo que ya no es ni parece el Atleti de Simeone. Ha perdido todas las señas de identidad, todas esas características que pintaron el nirvana de rojo y blanco. ¿Dónde está la intensidad que canibalizaba a los rivales? ¿Qué fue de esa rabiosa ambición que disparaba la adrenalina de la hinchada? ¿Cuándo perdió esa increíble concentración que tantos disgustos nos ahorró? ¿Por qué no hay rastro del coraje y corazón que se transformaban en orgullo en las gradas? ¿En qué momento se olvidó el "partido a partido" y el "jugar cada partido como si fuera el último"? ¿Cómo es posible que haya jugadores que sigan disfrutando de titularidades u oportunidades cuando antaño, con el mismo entrenador, serían carne de banquillo, grada o traspaso? ¿Qué día se decidió premiar la torpeza, la apatía o el despiste en un club que presumía de eficacia, compromiso y concentración? No se trata de no tener memoria ni de ser desagracedido. Precisamente por tener memoria de lo hecho y por gratitud al descomunal milagro que hizo Simeone duele y avergüenza tanto este bochornoso mes de Enero en el que el Atleti se ha vuelto presa fácil de haters propios y ajenos.

Como decía, el Atleti hoy por hoy está más cerca de ser una entidad caritativa que el equipo al que Simeone elevó al Olimpo futbolístico. Caritativa, sí, por que el Atlético da oportunidades (de jugar) a quien no se las merece y permite ocasiones (de gol) a quien no te las va a conceder. Puro altruismo contraproducente. Y no es algo meramente subjetivo. Enero es netamente objetivo, realismo sin adulterar: el Atlético actual defiende y ataca con la fiereza de un monja nonagenaria, tiene la precisión de una escopeta de feria, sufre de un mediocampo convertido en el camarote de los Hermanos Marx, posee el mismo temple que un adolescente en plena hormonación, tiene varios pilares a años luz de su mejor versión, exhibe jugadores que son más propios de las épocas más pintorescamente oscuras del club que de un equipo temido y Simeone dedica más tiempo a perseverar en errores que en demostrar algo parecido a autocrítica. Uno de esos errores, quizás el más reiterado e irritante, es dar oportunidades a jugadores que no se las merecen: esto es un club de fútbol, no una casa de beneficencia. Mérito y rendimiento, de eso va esto y casi todo en la vida. La pena, la caridad y la condescendencia para la misa de los domingos o las campañas de Change.org. 

Hoy el Sevilla, sin hacer nuevamente un fútbol demoledor, ha arrollado al Atleti, dejando siniestro total el ánimo de una afición que actualmente sólo tiene en Oblak y Costa a tipos dignos de ella. Y no, no se trata de ganar como sea ni de títulos ni de estadísticas ni récords ni de estética. Se trata de sentirse orgulloso. Y cuando lo que sientes es pena o vergüenza, no queda espacio para el orgullo. Quizá sí lo hay para la melancolía. Se puede y debe estar muy orgulloso de lo logrado por Simeone y los jugadores en estos años pasados...pero el presente no invita a sentir ninguna clase de orgullo. Quizá porque ni los propios jugadores lo demuestran en el campo. Porque, más allá de la porción de culpa que pueda tener Simeone (que tiene indudablemente su responsabilidad en todo este cisco), lo que no se puede aceptar es que sigan jugando con el Atleti tíos que con su actitud o su desempeño han dinamitado cualquier confianza o crédito que pudieran tener o merecer.

Habrá quien diga, con un punto de demagogia facilona y bastante ironía, que mejor estábamos con Manzano o en la época en la que éramos un equipo más castizo y low cost. Yo fui, soy y seré siempre del Atleti, aunque éste jugara en una liga de barrio. Lo único que pido es que el Atlético me haga sentir orgulloso de él en la victoria, el empate y la derrota. Nada más. 

De todos modos, como vengo diciendo en estos últimos partidos, cosas así siempre dejan lecciones constructivas. Hoy, la merecida eliminación de la segunda competición en lo que va de temporada, deja algunas de ellas: la mejor es que después de tocar fondo, porque esto es tocar fondo, sólo se puede ir hacia arriba y, con un poco de suerte, ese "arriba" nos pillará en la final de la Europa League. Claro que, para llegar a ese hito, habrá que asumir de una santa vez que hay jugadores a los que la edad les ha pasado por encima o a los que prensa y afición han sobrevalorado de forma contraproducente para todos o a los que habrá que buscar acomodo en otro club o en la grada o a los que no se les puede dar más premio que el banquillo. Es mi opinión pero creo de verdad que, más allá de la justa eliminatoria copera, este patético y frustrante Enero deja triste y merecidamente señalados a tipos como Correa, Gabi, Koke, Thomas, Gameiro, Carrasco, Moyá...además de al propio Simeone, al que ya no le funciona ni la táctica ni los planteamientos ni los cambios ni la retórica para mantener las buenas sensaciones, ésas que hace ya tiempo que quedaron en el retrovisor. Hay que ser justos tanto en las alabanzas como en los reproches. ¿Quiero decir con esto que hay que pitar al equipo, a ciertos jugadores o al entrenador? En absoluto. La afición rojiblanca siempre ha estado muy por encima de los resultados y los momentos y así debe seguir siendo, porque si no seríamos una afición tan ventajista, oportunista, interesada y cínica como la del Madrid. Lo que quiero decir es que del mismo modo que el forofismo no debe ser una venda en los ojos de nadie, empezando por el entrenador y acabando por cualquiera de los que amamos a este equipo, tampoco debe ser gasolina en tiempos de incendio. Como decía el Doctor Jeckyll: "Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite". Y, ahora que el Atleti está convertido en un horrible Mr. Hyde, ahora que el Atleti no se merece la afición que tiene, es precisamente cuando la hinchada debe demostrar que, por muchos años, estadios y escudos que pasen, siempre estaremos a la altura de nuestra fama.

Y sí. El Atlético hoy por hoy da absoluta pena. Pero hay algo mayor que la pena y que debe seguir latiendo, pase lo que pase: el corazón de los auténticos protagonistas del Atleti: nosotros, los aficionados. Se suele decir que los hinchas somos el jugador número 12. Y la afición del Atleti es el mejor ejemplo de eso en todo el planeta futbolístico. Por eso, que por nosotros no quede: a poner el alma en la garganta y el corazón en los aplausos. Así que...¡A seguir latiendo! ¡Aúpa Atleti! 

sábado, 20 de enero de 2018

Oootra vez

A veces, basta un detalle para resumir el todo: Diego Costa reclamando vehementemente a sus compañeros mayor coraje mientras él predicaba con el ejemplo. Ha sido en la primera parte pero podría bien resumir el partido entero, el cual ha mostrado a un Atlético demasiado irregular y funcionarial que ha otorgado una inmerecida alegría a un mediocre rival acumulando deméritos a medida que avanzaba el encuentro. Como el martes contra el Sevilla en Copa. Esta vez ha sido un 1-1 contra el Gerona en Liga pero el sabor a derrota es idéntico. El día de la marmota colchonera.

Pero, como dije el martes, accidentes como éste dejan lecciones interesantes. Por ejemplo, que los minutos de silencio de la afición duran más que los de Jaime Latre, que Diego Costa y Oblak son los únicos argumentos que hay ahora mismo para creer en milagros, que los árbitros en España son como Enrique Iglesias sin autotune y que los cambios, tanto en la vida como en el deporte, hay que hacerlos para mejorar, no para empeorar. Respecto a esto último, puedo llegar a entender a Simeone y quiero pensar que pretendió preservar a Costa (que además parece ser que tenía molestias) y Griezmann para la hipotética hazaña del próximo martes pero los cambios han sido un evidente error (cosa que el Cholo no reconocerá ni bajo tortura) por el momento (la victoria no estaba ni mucho menos asegurada) y, sobre todo, por sus relevos, quienes han demostrado por qué hoy por hoy no pueden ni deben jugar. Claro que tampoco han ayudado a maquillar el circo los "sospechosos habituales", jugadores a los que no se les discute su voluntad pero sí su idoneidad y aportación, jugadores más propensos a cabrear a la hinchada que a alegrarla, jugadores que hoy han saltado como titulares, jugadores a los que cualquier aficionado rojiblanco puede poner nombre. A lo mejor va siendo hora de asumir que, con independencia del estado de forma física, hay jugadores que por diversas razones son más contraproducentes que útiles. Así las cosas, resulta menos raro que la segunda parte haya sido la crónica de una pifia anunciada, una que se ha asentado en una evidente falta de lucidez y de contundencia en ambas áreas.

No obstante, todos conocemos al Atleti: un equipo capaz de complicarse en lo fácil y bordarlo en lo difícil. Y también nos conocemos como afición. Por eso sabemos de sobra que esta incomodidad hemorroidal que tenemos por culpa de los dos últimos percances se cambiará por euforia si el martes el Atleti honra a su historia y afición dando su merecido al Sevilla. Capaz es. ¡Aúpa Atleti!

viernes, 19 de enero de 2018

"Vergüenza" o como reírte mientras lo pasas mal

He terminado de ver la serie Vergüenza, de Movistar +. Mejor dicho, he terminado de disfrutar con esa insólita, atrevida, provocadora, inteligentísima e hilarante producción que, a lo largo de diez capítulos, nos mete en la vida de Nuria y Jesús, una pareja esperpénticamente española en la que son fácilmente identificables los defectos tanto de nuestra sociedad (la precariedad laboral, la falta de empatía, la melancolía que provoca la urgencia de las expectativas propias y ajenas, la apariencia como placebo, la convivencia como foco de conflicto, el postureo como forma de comunicación, el "cuñadismo"...) como del español medio, ése que encuentra todas sus taras sublimadas en el personaje de Jesús, encarnando magistralmente por ese actorazo que es Javier Gutiérrez.

Foto: Tamara Arranz
Así, ese pobre diablo, ese perdedor a su pesar, ese individuo carne de astracanada, ese antihéroe esperpéntico, esa quintaesencia de lo políticamente incorrecto que es Jesús se revela ante el espectador como el "cuñado alfa": todos los vicios y defectos imaginables en un español los tiene ese personaje elevados a su máxima, horrible, vergonzosa...y descojonante expresión. Hipócrita, mentiroso, bocazas, fanfarrón, impertinente, manipulador, mezquino, cotilla, jeta, guarro, pretencioso, racista, envidioso, prejuicioso, machista, interesado, cutre, salido, veleta, pícaro, desconsiderado, acomplejado, vanidoso, prepotente, egocéntrico, inoportuno, indecoroso, imprudente, mediocre, hortera, sin gracia...Jesús Gutiérrez es todo eso y más pero, dentro de ese "más", hay un hálito de humanidad, de cotidianidad que lo hace entrañable, a pesar de que todo lo que hace y dice es patético y vergonzoso el 99% de las veces. El contrapunto y complemento perfecto a todo eso lo tenemos en el personaje de su pareja, Nuria, una mujer que sería perfecta si no fuera la encarnación de la torpeza, una torpeza asentada, eso sí, en una ingenuidad, bondad, timidez, paciencia y espontaneidad que la hacen infinitamente más entrañable que su novio, cosa, por cierto, bastante sencilla, visto el nivel del tipo.

Foto: Tamara Arranz
En mi opinión, Vergüenza, entronca, en su esencia, con maestros como Berlanga, Azcona, Valle-Inclán y Muñoz Seca, y en sus formas, con el vodevil, el neorrealismo, la comedia romántica y un humor corrosivo propio de South Park, Rick y Morty o Padre de familia. Toda una mezcla a priori improbable pero que, gracias al trabajazo de Álvaro Fernández Armero y Juan Cavestany tras las cámaras y de Javier Gutiérrez, Malena Alterio, Miguel Rellán, Lola Casamayor, Vito Sanz y demás reparto ante las cámaras, resulta una rareza increíblemente adictiva, magnética, desternillante y eficaz. Ahí está su éxito en audiencia, críticas y premios (triunfó en los Feroz) para acreditarlo.

Y es que lo que esta serie hace es algo insólito en nuestra televisión y muy difícil de lograr en general: conseguir que te rías cuando deberías estar abochornado...o incluso estándolo, que de tu boca salga una carcajada en lugar de un "Madre mía...", que te enamores de esa radiografía del patetismo made in Spain, de esa crónica demencial de las miserias que los españoles guardamos en alfombras y armarios. 

Uno de los grandes méritos de Vergüenza es que, pese a caminar a menudo al filo de lo grotesco, consigue que muchas de sus escenas o situaciones te suenen a conocido, ya sea por vivencia personal o porque te lo han contado. Sus creadores han sabido extraer el disparate y el bochorno de la España cotidiana y hacer con ello algo enormemente ácido y divertido. En ese sentido, creo que, entre los muchos momentazos que dejan sus diez capítulos, las secuencias de la clase de inglés y la comida con los suegros de Jesús son memorables. 

Por suerte, la han renovado para una segunda temporada. Hasta que llegue, lo mejor será disfrutar de la primera porque a mí, que no estoy en unas circunstancias muy Disney, me ha sacado unas cuantas sonrisas y muchas más carcajadas. Que todas las vergüenzas sean tan llevaderas como ésta.   
             

miércoles, 17 de enero de 2018

Errores de garrafón

¿Mereció perder el Atleti? ¿Mereció ganar el Sevilla? Probablemente la respuesta sea no en ambos casos. Pero la vida es así: 1-2 y a hacer milagros en la ribera del Guadalquivir dentro de una semana.

Lo bueno que tiene cualquier fracaso, dentro o fuera del deporte, es que siempre, siempre, siempre deja lecciones que te sirven para el futuro. Esta noche los atléticos hemos aprendido que el tiempo es una mera convención (para el árbitro Latre un minuto dura 18 segundos) o que no se puede ganar un partido si todo tu centro del campo naufraga o que tan pronto eres el héroe como el villano de la función o la decisiva diferencia entre jugar con Jan Oblak y hacerlo con un portero humano o que Savic es a la velocidad lo que Rajoy a la sintaxis o que Costa sigue a lo suyo (luchar y marcar) o que hay gente dispuesta a atizarte hagas lo que hagas (al Cholo hoy hay quien le critica los cambios "ofensivos" y otros días le critican por cambios "defensivos") o que uno no puede corregir su propia naturaleza (hola, Carrasco) o que "Zombie" suena fantástico en la megafonía del Metropolitano. Lecciones agradables y lecciones desagradables. Como la vida misma.

En líneas generales, el Atlético ha estado demasiado desafinado para lo que exigía la ocasión y si a eso se añade que la suerte ha sonreído al rival pues la derrota parece algo menos absurda. Y digo absurda porque el Sevilla se ha llevado el triunfo más por demérito colchonero (dos errores garrafales del Atlético, dos goles sevillistas) que por credenciales hispalenses. Pero ha ganado. Y los hinchas hemos vuelto a casa como cuando en lugar de haber disfrutado de un copazo te has metido un garrafón entre pecho y espalda.

Ahora toca olvidar el estropicio y pensar en el partido liguero. Ya habrá tiempo para pensar en hazañas coperas. Porque, eso sí: si hay un equipo lo suficientemente rebelde, contrapronóstico, disfuncional e imprevisible como para hacer milagros a prueba de ateos ese el Atlético. Así que, lo pasado, pasado. ¡Aúpa Atleti!

martes, 16 de enero de 2018

Junto al tablero azul

Fue en esa época en la que aún sigues siendo un niño y no lo sabes. En esa época en la que mi mente iba por un lado y mis hormonas por otro. En esa época en la que vivía en un cándido Mátrix a salvo del incierto campo de minas llamado madurez. En esa época en la que mi mundo giraba en torno a apuntes escolares, libros literarios, películas de culto y juegos de ordenador en disquetes de tres y medio. En esa época en la que mis tardes y noches orbitaban en torno a un pesado tablero de madera azul apoyado en dos caballetes azules en el medio de un cuarto azul con un flexo de luz blanca. En esa época estúpida, ingenua y feliz en la que creía que estudiar me abriría las puertas del paraíso laboral, que el esfuerzo me exiliaría de cualquier problema, que ser buena gente bastaría para tener una vida feliz, que ser romántico batiría cualquier coraza femenina, que tus seres queridos son tótems incuestionables y que en algún momento del futuro sería escritor. En esa época en la que uno creía en Dios, Guybrush Threepwood y el Atlético de Madrid. En esa época en el que la minicadena de la habitación se convirtió en una ecléctica y variopinta gramola donde programaba concienzudamente una lista de reproducción a modo de cajón de sastre en el que cabían el Adagio de Von Karajan, el Songs of distant Earth de Mike Oldfield, la banda sonora de El Cuervo, el Cross Road de Bon Jovi, las Mentiras del viento de Manolo Tena, La Flaca de Jarabe de Palo, el Load de Metallica...En esa época los "conocí" a ellos; a ella: Dolores O'Riordan y The Cranberries

La historia de mi adolescencia, el hilo musical de mi tránsito de la inocencia al cinismo no se entiende sin Zombie, Dreams, Linger, Ode to my family, Animal instinct, Promises, Just my imagination, When you're gone, Salvation o Ridiculous thoughts. No es postureo, es la verdad. Fueron innumerables las tardes y, especialmente, las noches de aquellos años en los que los grandes éxitos de The Cranberries me acompañaron mientras estudiaba o escribía. Por eso, la inesperada muerte de Dolores O'Riordan ayer me supo a aguacero, a hostión traicionero, a expropiación cruel, injusta e impune de una parte de mí. Y sí, han pasado muchos años desde aquellas veladas del tablero azul, pero el tiempo, que para estas cosas sí es muy sabio, ha dejado en pie dentro de mi banda sonora personal ese impresionante tema llamado Zombie, una canción que, sin exagerar, escuché durante decenas de horas. 

La singular voz de O'Riordan, la banshee de Ballybricken, con esa sensacional habilidad para combinar una potencia desgarradora, una sutileza casi confesional y unas reconocibles inflexiones vocales, fue en mi opinión el mejor recipiente para la música que hacían The Cranberries, cuyas canciones oscilaban entre el rock amargo y las baladas intimistas. A ello hay que añadir algo que no es en absoluto novedoso en el mundo artístico: el vínculo entre el drama y el genio. No se puede entender ni escuchar a esta artista de rasgos afilados y mirada punzante, líder icónica del citado grupo irlandés, ignorando una vida personal bastante tormentosa que derivó en una psique atormentada. Esto es así hasta tal punto que yo no sé si O'Riordan cantaba para exorcizar o compadecer las sombras de sus fans o las suyas propias. Quizá fueran ambas cosas. Lo que es seguro es que, al menos para mí, su voz nítida y dura tenía algo magnético, hipnótico, que conectaba con una parte muy profunda de ti. Y esto, creo, es de los mejores piropos que se pueden decir a quien tiene el coraje de compartir su música contigo. 

Por eso, ahora que su voz tiene el silencio de los cementerios y aún suenan los acordes de la desolación, creo que no hay más ni mejor que pueda decir que gracias, Dolores, por todas esas horas que me hiciste compañía junto al tablero azul. 

domingo, 7 de enero de 2018

Fantasía y spoiler

A lo largo de ese viaje iniciático que es crecer, hay varios hitos con sabor a puerta cerrándose a nuestras espaldas, a mundo desvanecido como un sueño de no retorno, a guión tirado a la papelera, a Platón encendiendo la luz de la caverna, a Morfeo diciéndote "Bienvenido al mundo real". Momentos en que sabes que lo que dejas atrás es un jirón de ti que tarde o temprano será excusa para la nostalgia, la melancolía o la sonrisa condescendiente y cómplice al recordarlo. Son sucesos distintos e incluso distantes entre sí que te van cincelando, zarandeando, espabilando sin más pretexto que la madurez pero todos con un denominador común: ser la primera vez, algo lógico, porque el resto de ocasiones similares ya pisas terreno conocido. La muerte de un ser querido, el sexo, el rechazo en pleno enamoramiento, el primer y naif "sí", la quiebra de una relación, la emancipación, la obtención del primer trabajo, el desempleo, la mudanza, el matrimonio, el nacimiento de un hijo...se pueden citar varios. 

Sin embargo, en este artículo, quiero referirme a uno de esos foganazos de la vida real que te asaltan en la niñez. Descartando el hit de cuando descubres cómo llegan los seres humanos al mundo, creo que en nuestra infancia hay un momento clave en el que de repente te sientes extraño en mundo que se parece mucho al que conocías pero al que percibes inhóspito, casi hostil, como si te acabaran de revelar el secreto de un maravilloso truco de magia. Ese instante en el que te despides de la magia, de la fantasía que hasta entonces había formado parte de tu forma de ver, entender y estar en el mundo. Instantes pueriles y prosaicos pero demoledores de toda ingenuidad y es que crecer no es otra cosa que asistir a la demolición de la inocencia. Sucesos como el hallazgo de la identidad real del ratón Pérez, Santa Claus y/o los Reyes Magos. Esos minutos con el eco de un desplome, de certezas devoradas por el sumidero de la realidad, de primicia cayendo y callando. Son momentos de una brevísima pero intensa orfandad existencial, de desconcierto que dura lo que tardas en cambiar esa infalible, inocente y fantasiosa lógica infantil por la sinapsis escéptica, cínica y pragmática de los "adultos". Un cambio de vías que sabe mal pero que es inevitable, porque en este mundo tan enrevesado tan perjudicial es el predominio de la inocencia...como el absolutismo del descreimiento. Y es que, pese a todo, necesitamos creer, autosugestionarnos, desactivar el piloto automático y participar deliberadamente en la farsa de la fantasía, en el ritual del engaño, en la fiesta de la posverdad, para recordarnos esa etapa llamada niñez a la que con el paso del tiempo idealizamos deliberadamente o no como un Camelot donde reinaba la felicidad, para oxigenarnos con esa ingenuidad que nos hacía carne de sonrisa e inmunes al mundo, para abrazar una mentira que nos reconforte de verdad. Por eso, participamos con entusiasmo en las entrañables conspiraciones que articulan el mundo infantil. Por eso y porque la vida, conforme pasan los años, nos enseña que es necesario asociarse con lo irreal para poder tener un refugio en el que sentirnos tan a salvo como esos peques despreocupados y equidistantes entre la ficción y la realidad cuya alegría es tan pura e incondicionada que la envidiamos, añoramos y preservamos con ahínco. De ahí que, incluso entre adultos, entre personas que hace tiempo dejaron la inocencia en el retrovisor, celebremos cosas como la noche del cinco y la mañana del seis de Enero con una ilusión que rivalice con la de los niños, porque sabemos que de vez en cuando es necesario e incluso urgente revestir de grial lo cotidiano, remontarse al momento en que el truco de magia nos maravillaba para poder afrontar luego ese mundo lleno de spoilers en el que nos guste o no tenemos que sobrevivir.

Ayer me enteré de que alguien muy cercano y muy querido por mí había descubierto (o le habían destripado, mejor dicho) que los Reyes Magos vienen de un oriente demasiado cercano al desengaño. Cuando me lo contó, me sentí durante unos segundos como cuando yo pasé por ese mismo trance...pero inmediatamente supe que lo importante de toda esa fantasía, de esa magia, de esa sorpresa no es el encantamiento en sí sino la felicidad que comporta y eso no depende de ningún ser imaginario: la felicidad es tan real como queramos que sea. Sólo hay que poner un poco de niño para darse cuenta de ello y lograrlo. Show must go on. Por eso, está en nuestra mano no ser ni reyes ni magos sino los abajo firmantes de recuerdos preciosos. Somos nosotros los que decidimos abrir la puerta a la alegría. Yo la dejaré abierta. Siempre.   

jueves, 4 de enero de 2018

Las reinonas magas

Hay que reconocer que la Alcaldía de Madrid, desde que está en manos de cierto batiburrillo, tiene cierta propensión a armar el Belén en Navidad con polémicas gratuitas, absurdas y, por tanto, fácilmente evitables. Este año, a diferencia de lo que pasó en 2016, la memez que ha levantado una desmesurada polvareda es la inclusión de una carroza en favor de la diversidad sexual en la cabalgata de Reyes de Vallecas. Esta decisión de homenajear a Priscilla, reina del desierto en plena noche del 5 de Enero ha suscitado, como digo, una polémica que ha devenido en noticia nacional. A mí, por lo pronto, me parece una majadería tanto la decisión en sí como la exagerada sobrerreacción de ciertas personas propensas a mear salves y rasgarse las vestiduras.

En cuanto a la carroza de las reinonas magas: Habiendo días más oportunos, circunstancias menos controvertidas y motivos mejores para visibilizar las diferentes opciones sexuales y reivindicar la normalidad para quien vive, ama y siente más allá de las fronteras heterosexuales, creo que la decisión de pasear este tema en la cabalgata de Reyes es algo fuera de lugar, forzado, inoportuno, incongruente e inconexo, tanto como me lo parece incluir en el desfile de Reyes a personajes del mundo televisivo o de diversos bestiarios que poco o nada tienen que ver con el sarao bíblico-religioso navideño. Ignoro si el tema de la drag-carroza es fruto de una cándida ingenuidad o bien resultado de una deliberada intencionalidad de dar la nota o de refrescar un discutible afán de protagonismo. Sea por el motivo que sea, me parece un error y no por el tema de visibilizar al mundo LGTB sino por la forma y la ocasión. Es como si Podemos leyera un manifiesto republicano en un acto a favor de la monarquía o los de Hazte Oír desfilaran en el Día del Orgullo o un charcutero hablara en una conferencia vegana o el PP encabezara una manifestación contra la corrupción: es algo totalmente legítimo pero chirriante, tonto, de mal gusto y contraproducente para los interesados. En resumen: cada cosa a su tiempo y cada tiempo a su cosa y, mientras tanto, nada de mezclar churras con merinas, por favor. Por cierto, un consejo para esos demagogos, histéricos de la corrección política o fanáticos arcoiris que piensen que soy homofóbico o alguna estupidez similar: leed ciertos artículos que publiqué en 2007 y 2017 y luego ya hablamos.

Respecto a la sobrerreacción: una cosa es discrepar y otra ponerse estupendo. Siendo ambas reacciones legítimas y legales, la primera es sana pero la segunda es tóxica. Baste como ejemplo de esto último la petición de la rimbombante Liga Española Pro Derechos Humanos de impedir la salida de la carroza LGTB: "El objeto de esta medida cautelarísima es evitar la tergiversación de las tradiciones religiosas, en detrimento de los niños, cuya ilusión se basa en que los mismos Reyes Magos que conocieron a Jesús en su lecho natal ofreciéndole regalos de alto valor simbólico, celebran cada año el mismo día de su llegada, ofreciéndole regalos a los infantes como tributo del propio Jesús a la humanidad. (...) De ejecutarse la presencia de las Reinas Magas, cambiaría el criterio por el cual existen los Belenes y la imagen de quienes adoran al Niño Dios a pocos días de su nacimiento, lo cual causaría un daño de imposible reparación, porque en ningún caso podría retrotraerse la imagen difundida. (...) La celebración de la Cabalgata en el formato propuesto perjudica altamente el interés general, el interés de los niños en su ilusión y tradición además del interés legítimo de la Iglesia Católica por la irreverente y ofensiva imagen que afecta a uno de sus principales símbolos" y rematan la faena recordando que las Reinas Magas no existen en la tradición religiosa, y que los Reyes Magos "no son personajes sino citas bíblicas de las cuales el Ayuntamiento de Madrid no es titular. Por ello no puede alterar la inalterabilidad dogmática de la Iglesia Católica durante milenios". Esta petición, por cierto desestimada por motivos procesales, es como decía antes el mejor ejemplo de lo que entiendo por sobrerreacción. Dejando a un lado lo repugnantemente cursi y meapílico de la forma y el fondo de su escrito, creo que ejemplifica bastante bien que quienes estan protestando tan airadamente contra la estridente y errónea soplapollez de la drag-carroza quedan en evidencia por varios motivos: 1) Si nos ponemos rigurosos o, mejor dicho, ultraortodoxos con el tema de la Navidad, mejor sería ir cambiando la fecha de celebración de la misma y deconstruyendo el portal de Belén. 2) Los Reyes Magos que todos conocemos beben más de los apócrifos y el costumbrismo popular que de lo poquísimo que dice la Biblia. 3) La propia sexualidad de los RRMM está en ¿entredicho? por la Iglesia con el tema del "sueño de los Reyes Magos", así que mejor correr un tupido velo. 4) ¿Quién les ha nombrado a estos measalves portavoces y paladines del interés general? Puestos a defender el "interés general" y hablar de "alarma social" sería más necesario y digno alzar la voz contra la precarización del mercado laboral, la enésima subida de la luz, el pésimo nivel educativo, la manipulación informativa, la conciliación trabajo-casa o cosas así antes que por el paseo navideño de unos travestidos. 5) ¿Les molesta/cabrea/ofende que desfilen unas drags pero no Bob Esponja, Pocoyó o engendros que parecen sacados de un espectáculo de La Fura dels Baus? ¿En qué parte de la Biblia figuran esos personajes? ¿Fueron Las Supernenas a adorar a Jesús al pesebre? Y 6) La Iglesia Católica y sus leales defensores flandersianos harían mejor en solucionar el asqueroso tema de la pederastia que en protestar por lo que en el fondo no deja de ser una estridente mamarrachada. En resumen: no me parece mal comentar, criticar o protestar por la drag-carroza pero sí me parece gilipollesco exaltarse de semejante manera cuando está el patio como está. Ojalá todos los problemas que tenemos los españoles fueran del nivel de "hombres vestidos de putones galácticos desfilando en Reyes". Por cierto, un aviso para todos esos papanatas que se piensen que soy ateo o agnóstico o iconoclasta: soy creyente, cristiano, católico y practicante...pero no tonto del culo.

En fin. Con todo este asunto de las drag-queens en la cabalgata vallecana creo que los de un lado y otro han perdido una oportunidad estupenda para no quedar como unos perfectos idiotas.

lunes, 1 de enero de 2018

Frankenstein 200

Se cumplen 200 años del nacimiento editorial de Frankenstein, obra que Mary W. Shelley regaló a la Cultura universal un 17 de junio de 1816 (fecha de escritura, que no de publicación, de la novela) en Villa Deodati, a orillas del lago Ginebra. Dejando al margen la curiosa y azarosa vida de su autora y cómo a una mujer tan joven y refinada se le ocurrió semejante monstruosidad (cuestiones ambas que están más relacionadas de lo que podría pensarse), creo que el gran magnetismo de esta famosísima obra, más allá incluso de ese grial que es el triunfo sobre la muerte, está en su protagonista, la criatura "fabricada" por Víctor Frankenstein

Ese monstruo, indudablemente icónico pero devaluado hasta casi la caricatura en las diversas e innumerables adaptaciones del original novelesco, representa la quintaesencia del paria, lo marginado llevado a su paroxismo, la orfandad definitiva. Feo, culto, incomprendido, desubicado, freak, extranjero en cualquier tierra, víctima constante de prejuicios e infundios...todos los atributos de la criatura conforman un solo collage de los distintos parias que aún hoy podemos encontrar por desgracia en cualquier sociedad. Una abominación que resulta más humana que los humanos, pues su indudable anhelo de comprensión, aceptación, conocimiento y amor resulta tan absolutamente humano que es insaciable por una sociedad perdida entre la ciencia, la hipocresía y la superstición.
Por eso, por esa confrontación entre el deseo y la realidad, entre la necesidad y la frustración, entre la carencia y el rechazo, entre el marginado y la impermeable e insensible sociedad, se desencadenan el conflicto y la tragedia que hacen de la criatura de Frankenstein no tanto un monstruoso villano de novela gótica como un antihéroe trágico, víctima de ese fatum que es la condición humana. Él es un monstruo no por su origen sino porque la sociedad lo ve y lo trata como tal, rechazándolo, aislándolo, arrinconándolo hasta más allá de los márgenes que delimitan la "polis social", arrojándolo a una intemperie existencial donde sólo le espera la depresión, la locura y la muerte.

Así las cosas, pasados dos siglos desde que vino a este mundo, la novela de Mary W. Shelley sigue siendo brutalmente moderna no tanto por su indudable valor como simple ficción sino por su calidad como tétrica alegoría del ser humano en su búsqueda del sentimiento de pertenencia, de arraigo, de hogar emocional. Y es que, como los valleinclanescos espejos del callejón del Gato, Frankenstein o el moderno Prometeo, en el fondo, no es más que el reflejo deforme de una sociedad dispuesta a rechazar la disonancia, a castigar a cualquiera que lleve consigo el divino fuego de la diferencia.