No. Que no te engañe el título. Este no es un artículo sobre flora. Más bien es un artículo sobre fauna; sobre cerdos concretamente, pero no esos de los que se sacan jamones y demás productos como si fueran una mágica chistera de charcutería sino de los que son un manantial de marranadas difíciles de comer y digerir para cualquiera con un mínimo de estómago moral. Como la foto ayuda, imagino que ya sabes de qué y de quiénes estoy hablando. Sí. Este artículo surge a propósito de la inesperada primavera de depravados que ha llegado este otoño, de esa repentina floración de guarros, salidos, obsesos y miserables en plena época en la que muchos árboles hacen un fúnebre striptease desnudándose de hojas. Los yanquis tienen una poética expresión para el otoño: "the fall" y, ciertamente, estas semanas han sido para Harvey Weinstein, Kevin Spacey y otros ilustres del cine -se habla de Dustin Hoffman, Ben Affleck, Louis C.K., Brett Ratner y Matthew Weiner, entre otros- una auténtica fall (caída) que en algunos casos tiene pinta de perpetuo nocaut profesional. ¿Por qué entonces he titulado el artículo así? Porque creo que, con toda esta desagradable polémica, se están cometiendo dos errores de atención que casan bastante bien con el popular consejo "que los árboles no te impidan ver el bosque". Y es que, en mi opinión, este nauseabundo caos ha desviado la atención de ciertas personas hacia los árboles y no hacia el bosque.
Por un lado, está el tema del silencio de las víctimas. Es decir: hay gente que, una vez que se ha descubierto este estercolero, están más pendientes de debatir sobre el silencio de las personas afectadas por las cerdadas que por los hechos en sí o sus responsables. A mí, honestamente, me da igual si el silencio de las víctimas se ha mantenido imperturbado en el tiempo por un lógico bloqueo psicológico, tacticismo profesional, miedo laboral, culpa judeocristiana, fobia al "qué dirán", vergüenza con efecto retardado u oportunismo ventajista. A mí lo que me interesa es que ese silencio se rompa sin importar el cuándo y lo que me preocupa verdaderamente es quién causa ese silencio, porque en este sentido creo que no sólo hay que culpar al repugnante homo genitalis de turno que considera que su pene es un cetro al que rendir pleitesía sino que también merece una crítica esta sociedad (o, al menos, a una porción no pequeña de la misma) que trata a las víctimas de estos abusos como si fueran apestadas, cómplices o carne de condescendencia. Callar no siempre denota consentimiento y por eso hay que respetar la intimidad que ampara ese silencio con la misma rotundidad que hay que abrigar sin miramientos a quien tiene la valentía de quebrarlo voluntariamente. Dicho de otra manera: el problema no está en callar sino en lo que provoca ese legítimo mutismo; el problema no está en el armario sino en lo que te obliga a resguardarte en él. Por eso, mejor preocupémenos de poner el foco crítico en los culpables y no en quienes les culpan, incluso aunque lo hagan desde el oportunismo. Además, puestos a fijarnos en el silencio, me parece aún más escandaloso y grave el silencio de quienes, sin ser víctimas pero sí conocedores, prefirieron callar a pedir la voz y la palabra para dar la cara: eso sí que es grave y cobarde porque en ese silencio sí es el mejor cómplice para esos monstruos y el peor desamparo para sus víctimas. En definitiva: que las consecuencias no te impidan ver el problema.
Por otra parte, está el asunto de identificar en términos valorativos al artista y a su obra, dejando que la valoración de la persona se extienda o confunda con su trabajo. Esto quizá puede resultar bastante polémico o controvertido pero espero explicarme bien. Creo que es un error juzgar para bien o para mal un trabajo por quien lo hace del mismo modo que es un error valorar a alguien en lo personal por su desempeño profesional. Quiero decir: puede haber bellísimas personas cuyo legado profesional sea pura bazofia igual que puede haber excrementos antropomórficos capaces de dejar para la posteridad auténticas obras maestras de la misma manera que puede darse la circunstancia de que la valía humana y la profesional estén perfectamente alineadas, aunque esto último es algo infrecuente en un mundo lleno de matices y contradicciones. Estoy pensando por ejemplo en Kevin Spacey, un tipo netamente despreciable que sin embargo es un actor que ha dejado para la posteridad en varias ocasiones interpretaciones magistrales. ¿Qué hacemos con películas como American beauty o Se7en o La vida de David Gale? ¿Quemamos todas las copias que existan de ellas? ¿Quitamos a Spacey todos los galardones que ha recibido como actor por ser un "presunto" acosador sexual? No se trata de dejar que la obra exculpe al artista sino de saber colocar en compartimentos estancos lo personal de lo laboral. Yendo un poco más allá y trascendiendo el tema del escándolo sexual: para mí es un error dejarse llevar por filias o fobias personales o morales respecto al artista a la hora de afrontar su obra. Sería algo semejante, salvando las distancias, a culpar a los hijos por los pecados de sus padres. Por eso, me parece una estupidez dejar que la opinión o la impresión que tengamos de un artista nos influya a la hora de disfrutar o no de su obra, lo mismo que me parece una majadería ensalzar o vituperar a un artista como persona basándonos en su obra. Esto en España, por desgracia, se da mucho y desde hace siglos: lo de llevar en hombros o a rastras a un artista (ya sea escritor, actor, pintor, cineasta, etc) sólo por razones de afinidad o discrepancia política, intelectual o sexual. Por eso, por ejemplo, no puedo más que sentir profunda pena por aquellos que desdeñan la poesía y el teatro de Federico García Lorca por ser de izquierdas y/u homosexual (razones por cierto de las que se valieron unos hijos de puta para asesinarlo), igual que siento lástima por quienes ensalzan estratosféricamente la poesía de Miguel Hernández sólo por comulgar con sus ideas políticas. En EEUU, cuna de la polémica que propicia este artículo, también saben mucho de esto, valga como botón de muestra el deleznable macartismo. Creo que, en este ámbito, abstrarse del artista resulta decisivo para disfrutar incondicionadamente de su obra porque estoy convencido que, de conocer los vericuetos biográficos de célebres escritores, pintores o cineastas, a lo mejor caían unos cuantos pedestales y se elevaban otros. Si nos dejáramos llevar únicamente por la catadura moral del artista, habría libros que quitar de bibliotecas, películas que eliminar de filmotecas y cuadros que descolgar de museos. Al hilo de esto, si alguien está interesado en conocer entresijos biográficos de grandes artistas, recomiendo la lectura (bajo su responsabilidad) de estos libros Vidas secretas de grandes escritores, Vidas secretas de grandes maestros de la pintura y la escultura y Vidas secretas de grandes directores de cine. Volviendo al tema del artículo, yo soy partidario de que sólo la Justicia juzgue a los artistas cuando toque (ya está tardando en poner en su sitio a Weinstein y cía) y que sólo la libertad de pensamiento y expresión juzgue a sus obras. Por eso no soy especialmente partidario de boicots sociales o profesionales a ningún artista por cuestiones personales: si tiene que ser retirado de la circulación, que sea por la vía penal, no por la moral. Ahí está por ejemplo Roman Polanski, un director en activo bastante interesante que sin embargo jamás logrará quitarse de encima el sambenito de la infame pederastia. En definitiva: que lo personal no te impida ver lo profesional.
Y luego, por último, está el tema de quienes abordan esta polémica como un problema meramente sexual. No. Esto, por muy repugnante, vergonzoso y decadente que resulte, va más allá de lo genital, lo físico, lo sexual y las filias y las parafilias. Esto no tiene que ver tanto con el pene y lo que se hace con él como con el poder y lo que se hace desde él. Ningún abuso, sea de la clase que sea, se produce desde una posición de inferioridad sino desde una posición de superioridad. Por eso, me parece que todo abuso ejercido por quien se vale de su fortaleza física, profesional, jerárquica o social se merece idéntica reprobación, censura, denuncia y persecución social, mediática y judicial. ¿Acaso no te jode la vida igual un abuso sexual que uno laboral? Y ojo que tampoco es una cuestión de género porque lo mismo te puede amargar la existencia él que ella. Creo que este tema tiene más que ver con nuestra relación con el poder y con nuestra percepción del mismo, una percepción que a menudo roza la impunidad y la inmunidad no sólo porque la Justicia no haga su trabajo sino por herencia de una mentalidad anticuada, patriarcal y servil, alentada en parte por la religión, según la cual quien está arriba tiene toda la razón y el poder y el derecho y quien no está arriba tiene que agachar la cabeza y perpetuar así un vasallaje psicológico y funcional que no pocas veces deriva en un síndrome de Estocolmo social que se torna en paradigma dominante y del que se nutre la pervivencia de ciertas instituciones o prácticas. Es contra eso contra lo que hay que luchar, contra el mal uso y concepción del poder. En definitiva: que lo concreto no te impida ver lo global.
De todos modos, por desgracia, toda esta polémica no es nueva y menos en Hollywood; ahí está el escándalo de Roscoe Arbuckle para muestra de ello. Lo que sí espero y deseo, aunque sea ingenuo, es que estos desgradables sucesos sirvan de una vez por todas para que nadie se calle pero también para que nadie deje de ver el bosque por culpa de los árboles.
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