Recientemente he visto la película Handia, producción vasca que se estrenó a finales de octubre y cuenta la historia de Miguel Joaquín Eleicegui Arteaga, el llamado "Gigante de Alzo", sobrenombre que casi es un microcuento en sí mismo y que permite sintetizar lo que es la trama principal de este film: cómo un mozo de dicha localidad guipuzcoana tuvo en el gigantismo su principal penitencia pero también su pasaporte a la posteridad y la fama más internacional, ya que la celebridad de Miguel Joaquín (1818-1861) fue tan grande en su época (siglo XIX) como sus fenomenales dimensiones (casi 2,4 metros de alto y más de 200 kilos de peso), siendo objeto de atención incluso de las principales cortes europeas de la época.
He de reconocer que no vi Loreak, la aclamada anterior película de los responsables de Grande (así sería el título en castellano de esta cinta): Jon Garaño, Aitor Arregui y José Mari Goenaga. Y me arrepiento. Porque Handia es una narración que combina el costumbrismo preciso y entrañable de Pío Baroja (patente en estupendas novelas como Las inquietudes de Shanti Andía, Zalacaín el aventurero o La casa de Azigorri) con el buen gusto estético y la poética plasticidad de Terrence Malick (constatable en obras maestras como El árbol de la vida). Y eso, fusionar lo mejor de dos contadores de historias tan distintos como portentosos, no es algo al alcance de cualquier paisano. Todo en esta producción rezuma sensibilidad y preciosismo; es una magnífica muestra de artesanía cinematográfica que bien vale el precio de la entrada, aunque sólo sea por disfrutar de planos que, de ser pinturas, estarían en museos casi con toda seguridad.
Para mí, precisamente esa belleza formal y espiritual que hay en Handia disculpa el quizás excesivo metraje para contar una historia indudablemente curiosa pero que quizás en sí misma no dé para esas cerca de dos horas. Y es que, en el fondo, esta película no deja de ser un íntimo y agridulce "cuento real" que seduce progresivamente al espectador con su calidad estilística y humana hasta sumergirlo en ese ambiente casi mágico en el que tanto lo rural como lo urbano respira un aire finisecular (la segunda mitad del siglo XIX) y donde todo cambia antes de lo imaginado, incluso la suerte. Esa fortuna que, con su presencia y ausencia, marca la vida de los hermanos Martín y Joaquín Eleicegui, protagonistas del film.
Por poner una pega a este excelente drama y así no pecar de fanatismo, tal vez señalaría esa secuencia que muestra el encuentro entre el Gigante de Alzo y la niña-reina Isabel II, momento que, para no destriparlo, me limitaré a decir que me recordó a esa hilarante escena de El jovencito Frankenstein donde Igor dice un genial "Pues va a ser muy popular" y que creo que chirría con el tono dramático que baña esta estupenda producción. Cuestión de gustos supongo.
No obstante, y por rematar, he de admitir que Handia me ha gustado más de lo que pensaba. Es una de esas raras veces en que las altas expectativas se ven incluso superadas. Tal vez porque demuestra con talento que hasta las más absolutas grandiosidad y universalidad caben dentro de las pequeñas cosas. Y esta película, la del gigantesco Miguel Joaquín Eleicegui, está llena de esas pequeñas cosas.
He de reconocer que no vi Loreak, la aclamada anterior película de los responsables de Grande (así sería el título en castellano de esta cinta): Jon Garaño, Aitor Arregui y José Mari Goenaga. Y me arrepiento. Porque Handia es una narración que combina el costumbrismo preciso y entrañable de Pío Baroja (patente en estupendas novelas como Las inquietudes de Shanti Andía, Zalacaín el aventurero o La casa de Azigorri) con el buen gusto estético y la poética plasticidad de Terrence Malick (constatable en obras maestras como El árbol de la vida). Y eso, fusionar lo mejor de dos contadores de historias tan distintos como portentosos, no es algo al alcance de cualquier paisano. Todo en esta producción rezuma sensibilidad y preciosismo; es una magnífica muestra de artesanía cinematográfica que bien vale el precio de la entrada, aunque sólo sea por disfrutar de planos que, de ser pinturas, estarían en museos casi con toda seguridad.
Para mí, precisamente esa belleza formal y espiritual que hay en Handia disculpa el quizás excesivo metraje para contar una historia indudablemente curiosa pero que quizás en sí misma no dé para esas cerca de dos horas. Y es que, en el fondo, esta película no deja de ser un íntimo y agridulce "cuento real" que seduce progresivamente al espectador con su calidad estilística y humana hasta sumergirlo en ese ambiente casi mágico en el que tanto lo rural como lo urbano respira un aire finisecular (la segunda mitad del siglo XIX) y donde todo cambia antes de lo imaginado, incluso la suerte. Esa fortuna que, con su presencia y ausencia, marca la vida de los hermanos Martín y Joaquín Eleicegui, protagonistas del film.
Por poner una pega a este excelente drama y así no pecar de fanatismo, tal vez señalaría esa secuencia que muestra el encuentro entre el Gigante de Alzo y la niña-reina Isabel II, momento que, para no destriparlo, me limitaré a decir que me recordó a esa hilarante escena de El jovencito Frankenstein donde Igor dice un genial "Pues va a ser muy popular" y que creo que chirría con el tono dramático que baña esta estupenda producción. Cuestión de gustos supongo.
No obstante, y por rematar, he de admitir que Handia me ha gustado más de lo que pensaba. Es una de esas raras veces en que las altas expectativas se ven incluso superadas. Tal vez porque demuestra con talento que hasta las más absolutas grandiosidad y universalidad caben dentro de las pequeñas cosas. Y esta película, la del gigantesco Miguel Joaquín Eleicegui, está llena de esas pequeñas cosas.
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