lunes, 11 de febrero de 2013

Renunciatus VI

"Lo dejo", "Me voy", "No puedo más", "Ahí os quedáis", "Dimito", "Renuncio", "Desisto", "Paso", "Yo me bajo aquí", "Que pase el siguiente", "No contéis conmigo", "Que lo haga otro", "Me piro", "Chao", "Nos vemos"... Dios se acaba de quedar sin jefe de prensa. El Papa Benedicto XVI se prejubila, por voluntad propia. El anuncio-renuncia, honesto, valiente e inesperado a partes iguales (la honestidad es un acto de valentía actualmente inesperable), ha conseguido, como no podía ser menos, un milagro: que nadie hable de política ni economía hoy.

Benedicto XVI ya no puede más, al menos con la Iglesia, y no me extraña. Tras ocho años de pontificado, deja el papelón a otro, porque, sinceramente, el puesto de Papa hace tiempo que dejó de ser el chollo proverbial que era para convertirse en una piñata, en una diana, en un puteo de baja intensidad, por toda la tela que tiene para cortar y la mierda que hay para limpiar. Eso desgasta a cualquiera, por muchas ganas que le pongas, como venía evidenciando el aspecto físico de Benedicto XVI en los últimos años, más cercano al del Emperador Palpatine que al de un hombre sano.

De todos modos, pese a la sorpresa, el hecho en sí no supone un hito histórico, en la medida en que antes que él ya hubo cinco Renunciatus: Clemente I, Ponciano, Silverio, Celestino V y Gregorio XII dejaron en vida el cargo (por diversas razones). No obstante, no deja de ser chocante cómo en una institución milenaria y tradicional como pocas alguien en su posición decide salirse del guión e ir por libre. Máxime si es un Papa que, de puro conservador, muchos pensaban que le tendrían que quitar del Vaticano con espátula.

Así las cosas, la noticia no es tanto que el Vaticano huele a casting como el incierto futuro de una institución/comunidad/religión que parece abocada a decidir entre colgar el cartel de "Cerrado por cese de actividad" o bien el de "Próxima reapertura". Veremos qué pasa...

lunes, 28 de enero de 2013

Mediocridad y empresa

Hace unos días leí un artículo tan provocador como interesante que ponía negro sobre blanco una realidad de nuestro tiempo: las empresas no están interesadas en el talento. El post se hacía eco en su mayor parte de otro del empresario y gurú norteamericano James Altucher, en uno de cuyos párrafos más destroyers y no por ello menos cierto decía que las empresas actualmente están especializándose en destruir las aspiraciones profesionales de sus empleados más talentosos, responsables y esforzados. Cito: "In other words, his main job was to destroy the career aspirations of his most talented people, the people who swore their loyalty to him, the people who worked 90 hours a week for him. If they only worked 30 hours a week and were slightly more mediocre he would’ve been happy. But he doesn’t like you. He wants to you stay in the hole and he will throw you a meal every once in awhile in exchange for your excrement". O, dicho de otra manera, que cuanto mejor seas, peor pinta tu futuro en la empresa. Es decir, que cuantas mejores ideas tengas, cuantas más horas dediques a realizar un trabajo de calidad para tu empresa y cuanto más responsale seas con tu cometido, peor te va a ir. ¿El mundo al revés? Totalmente, pero no por ello menos verosímil, por desgracia.  

Cada día que pasa estoy más convencido de que en el mundo en general y en España en particular, la gente con talento (especialmente si es joven) tiene dos alternativas y las dos difíciles: O bien montárselo por su cuenta o bien irse fuera. ¿Alternativas a qué? Pues a seguir trabajando en una empresa (sea cual sea su tamaño y ámbito de actividad) donde lo único que les importa es que seas un pelele dispuesto a sacrificar tu personalidad, capacidad, ideas y dignidad con la mejor de las sonrisas, so pena de irte a la empresa más multinacional más grande del mundo y que en España cuenta con casi seis millones de personas en nómina."O trabajas como a mí me salga de los cojones o a la puta calle". Así las cosas, la "fuga de cerebros" es la única alternativa real y decente a la "vendimia de cerebros", por la propensión al pisoteo del talento que muestran algunas empresas. Y es que a la ya proverbial falta de oportunidades se ha añadido un nuevo obstáculo: la falta de consideración.

Hoy en muchas empresas, una persona con talento lo tiene mucho más difícil que una persona mediocre. ¿Qué se puede entender por "mediocre"? Pues a cualquier persona que no tiene la formación, el talento o la dignidad mínima para hacerse valer profesional y personalmente en su trabajo y que sustituye esas carencias por un servilismo descarado, una mentalidad mercenaria y una habilidad excepcional tanto para lamer el culo y alabar gilipolleces como para traicionar sus ideas y lealtades si con ello conserva o mejora su situación en la empresa ("Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros"). Son esas personas a las que si un superior les cagara en la cara reaccionarían diciendo: "Qué rico está este chocolate, oiga". Son individuos poco problemáticos en tanto que, como decía antes, nunca se harán valer ni están en condiciones intelectuales de hacer sombra a un superior (y a casi nadie) y que son fácilmente despachables con un sueldo o un cometido ridículos. El problema llega cuando a esas personas, a las mediocres, se las premia con sueldos y cargos muy superiores a los del resto, especialmente, a los de las personas con talento. Ahí ya se deberían encender las alarmas...pero no se encienden. ¿Por qué? Por dos razones, principalmente. Una, porque la situación es tan dramática que muchas personas están dispuestas a soportar eso con tal de tener un trabajo. Y dos, porque se ha extendido por demasiadas empresas una cultura donde la excelencia y el talento son considerados algo caro y/o subversivo. La mediocridad es un recurso abundante, barato y tranquilizador o al menos ese es el mensaje que se está lanzando. Así que el mensaje que se lanza actualmente desde algunas empresas está bastante claro: cuanto más inútil y desvergonzado seas, tu situación profesional pinta tan bien como la de cualquier enchufado.

Por todo ello, actualmente la plantilla de muchas empresas, nacionales e internacionales, se podría dividir en tres grupos: la gente con talento (que no sabe qué pinta allí), la gente a la que no le queda más remedio (que aguanta por hipoteca o situación familiar) y la gente mediocre (que son el alma mater de esas empresas). 

Si antaño se abogaba por el esfuerzo, la constancia, el mérito, la calidad y la personalidad, hoy se prefiere el camino fácil, el atajo, el mínimo esfuerzo, la tranquilidad del pantano, la supervivencia del "como sea". Hoy se dedica más tiempo a barnizar egos, premiar enchufes, regatear la conciencia y mercadear con favores que a cuidar, promover, valorar y confiar en las personas con potencial, talento y ganas. Hoy a sinvergüenzas y/o cretinos notorios se les "premia" profesionalmente. Hoy parece prevaler la norma del "cuanto peor seas, más futuro tienes". Hoy se ha olvidado que la competitividad sin excelencia es lo mismo que el progreso sin riesgo: nada. Así pasa lo que está pasando: que muchas empresas, tanto fuera como dentro de España, caminan directamente hacia la nada, hacia la mediocridad, hacia la mierda. Y a pocos parecen importarle, quizás porque su salario tiene los dígitos suficientes para silenciar la vergüenza.

En una época como la actual, donde todo parece sacado de una pesadilla cutre e insoportable, el ámbito laboral no iba a ser menos. Puto mundo éste que parece obligarte a elegir entre acostarte con la conciencia tranquila o tener un sueldo. Lo único bueno de todo esto es que aún hay excepciones, trabajos donde importan las personas, empresas que cuenten con el talento. El reto: encontrar esas excepciones y si no...crearlas.

viernes, 25 de enero de 2013

...más que mil artículos

En ocasiones, se cumple aquello de vale más una imagen que mil palabras. En este caso, gracias a El Jueves, una ilustración vale más que mil artículos. Por eso, no hace falta decir más.
 

sábado, 12 de enero de 2013

Amor. Haneke. Vida. Genio

Hay películas que te acompañan siempre una vez las ves. Anoche vi una de ellas: Amor de Michael Haneke. Al salir del cine, uno entiende no sólo el palmarés que tiene (Palma de oro en Cannes, cuatro Premios del Cine Europeo, un Globo de Oro, cinco nominaciones a los Óscar...) o la fama de tótem cinematográfico de su director, sino por qué el cine es un arte y, en ocasiones como ésta, algo más que eso. Quizás porque Amor es todo lo que cabe esperar del cine como arte y todo lo que cabe esperar de la vida como tal. Punto.

Dirigido y escrito por el propio Haneke, el film cuenta el desenlace de una vida y la apoteosis de un amor a través de los últimos meses de Georges y Anne, una vieja pareja de antiguos profesores de música, interpretados más allá de lo magistral por Jean-Luis Trintignant y Emmanuelle Riva, quienes ven cómo la vida y la muerte dinamitan su cotidianidad a través de una enfermedad degenerativa e incurable que, desarrollando Anne, sufren ambos dramáticamente. Ya sea desde el punto de vista técnico, narrativo, interpretativo o emocional, decir que Amor es una obra maestra es tal vez quedarse corto. Las impresionantes interpretaciones, los personalísimos encuadres que sólo se permiten grandes como Haneke, el insuperable manejo de la narración (comienzo y final se remiten mutuamente, las elipsis son acertadísimas para ir a lo esencial sin perjudicar la historia, el excelente manejo del doble nivel contar/decir, el logro de insinuar mucho con muy poco...), la fría luz que baña toda la película, un guión donde tan devastadores y brillantes son los silencios como algunas frases simplemente inolvidables...nada queda al azar en esta película y, por eso, su éxito es cualquier cosa menos casual o arbitrario.

Impresionante, intimista, conmovedora, elegante, contundente, poética, cruda, tierna, clara, sugerente, personal, universal, sutil, directa, sensible, dura...Amor es una película demoledoramente humana que sin ser grandilocuente resulta grandiosa. Contiene y muestra todos los sentimientos, las emociones y la contradicciones que hay en la vida. Es una película que habla de la vida desde la muerte, de la felicidad desde el sufrimiento, del amor desde el dolor, de la presencia desde la ausencia, del todo desde el vacío. Es pura y absoluta vida.

Pero, por encima o aparte de todo, Amor es una película que, mostrando las relaciones y reacciones humanas, responde a dos de las grandes cuestiones que se hace cualquier persona: qué es el amor y qué es la vida. 

¿Qué es el amor? El amor es todo lo que nos queda cuando todo lo demás se ha ido. El tesoro que descubrimos en la pérdida y las pérdidas. El último refugio de la condición humana. La frontera. La sonrisa en la navaja. La verdadera obra de arte a la que puede aspirar cualquier persona. Atreverse con lo impensable. Darse a otra persona hasta que sólo estés en ella. La renuncia definitiva. Conocerse y descubrirse en el otro. La fortaleza en la devastación. Lo que define la vida y las vidas que caben en ella. El mayor de los esfuerzos para saborear un segundo. La entereza ante la existencia. Lo es todo en la nada. La prueba constante y el desafío irrenunciable. El gran triunfo de los héroes anónimos. La lucha por la certeza. El significado para todo aquello que no tiene palabras. El espacio comprendido entre la lágrima y la risa. Silencio y trueno. La dignidad de la hiel y la derrota. El paso más allá. Toda la vida con la que llenamos cada día.

¿Qué es la vida? La vida es lo que hacemos ante la muerte y antes de la muerte. Nuestra respuesta a la única certeza. La sorpresa a traición. El arte de retrasar lo inevitable. El camino al final del cual nos descubrimos. El striptease de la verdad. El silencio después de la melodía. El conjunto de pequeños detalles con los que construimos nuestra fragilidad. Un castillo de naipes de cristal. El fuego cruzado entre lo que creemos saber y lo que creemos querer. La más maravillosa de todas las putadas.

¿Qué es Amor? Un canto de vida y muerte. Una magistral película para la que ya no me quedan palabras. Sólo ideas, sensaciones, sentimientos y algunas lágrimas.

martes, 8 de enero de 2013

Zero Dark Thirty: Oscuras victorias

Por fin he visto una de las películas más esperadas de la temporada: Zero Dark Thirty, la polémica, tensísima, minuciosa y apabullante adaptación al cine de la caza (en todos los sentidos) del mayor hijo de puta de nuestro tiempo: Osama Bin Laden (de cuya muerte ya hablé en otro artículo en su día).

La película, dirigida por la oscarizada Kathryn Bigelow, fusiona varios géneros (drama, acción, bélico, thriller, espionaje y documental) para contar con todo lujo de detalles, una honradez muy valiente y un pulso acojonante cómo la búsqueda de un paria de Al Qaeda desembocó en una de las operaciones militares más secretas e importantes de toda la historia: la que acabó con el líder terrorista sirviendo de alimento para peces. Así, las dos horas y media que dura Zero Dark Thirty se pasan casi volando por el interés de lo que cuenta, por la intensidad con que se cuenta y por esa curiosa estructura fragmentada en pequeños capítulos o bloques que concede algunos segundos de respiro al espectador en un metraje en el que la tensión avanza implacable en creciente espiral hasta el clímax final. Un clímax de especial interés ya que muestra con gran verosimilitud (en líneas generales) lo que sólo muy pocos vieron y todo el mundo se imaginó: cómo se mató a Bin Laden.

Dejando a un lado el innegable valor que Zero Dark Thirty tiene como obra de ¿ficción? y como producción de cine (encontrarle algún "pero" es ponerse demasiado estupendo), para mí esta película es pura dinamita por la honradez y crudeza con la que cuenta las cosas, para bien y para mal, levante o no ampollas (como ya está ocurriendo, por cierto). Es una película seria, madura, equilibrada y honesta. Huye tanto del patriotismo como del patrioterismo, huye de un planteamiento maniqueo para reflejar un mundo donde todos los personajes se mueven en claroscuros, huye de distraerse con los fuegos artificiales para explorar las laberínticas cloacas del poder, huye del efectismo para centrarse en el drama íntimo (especialmente remarcado en el final de la cinta que nos evoca al de En tierra hostil)...en definitiva, huye de lo fácil para contar una historia con la precisión de un cirujano y la sensibilidad de un artista. Por citar dos momentos auténticamente ejemplares del talento de la directora: el inicio, con pantalla en negro, en el que el horror nos pone de pelos de punta con diversas llamadas procedentes del trágico 11-S, y el desenlace, donde el audio se pierde para dejar que hablen sólo las imágenes reflejando la soledad y el horror interior de la protagonista.

Además de todo lo dicho, Zero Dark Thirty es interesante y singular por contar una historia ya de fama universal(la caza de Bin Laden) a través de pequeñas historias íntimas y casi anónimas (especialmente la de Maya, magistralmente interpretada por Jessica Chastain). Y es una película necesaria por lo que se te queda retumbando en la cabeza una vez terminas de verla: Zero Dark Thirty, es una película que cuenta oscuras victorias: la de una mujer en un mundo de hombres, la de una verdad en un mundo de secretos, la de la constancia en un mundo de urgencias, la de la convicción en un mundo de incertidumbres, la de la venganza en un mundo donde la justicia pierde todas las batallas, la de los hechos en un mundo donde las palabras son añicos, la de personas incompletas en un mundo de ausencias y vacíos, la del fin sobre los medios, la del horror sobre el terror. Victorias que representan el mundo en que vivimos y que, nos guste o no, son necesarias. Como películas como Zero Dark Thirty, que, en el fondo, de lo que de verdad habla, no es de la caza de Bin Laden sino de algo mucho más profundo, íntimo e incómodo.
 

jueves, 3 de enero de 2013

¡Rompe Ralph! Una película que da mucho juego

Rompe Ralph. Ya era hora de que el cine homenajeara debidamente al mundo de los videojuegos y dejara de perpetrar aberrantes adaptaciones. Rompe Ralph. Ya era hora de que Disney demostrara que le ha cogido el truco en forma y fondo a eso de la animación por ordenador. Todo eso y mucho más es la última producción de la factoría del ratón más famoso del mundo. Un film que pretende ser a los videojuegos lo que Shrek a los cuentos de hadas...y lo consigue.

La película, en la que se nota la sensacional mano en la sombra de John Lasseter, cuenta la historia de un personaje de videojuego, Ralph, cansado del rol que la vida parece haberle asignado como "villano" en el juego Repáralo Félix (que, por cierto, recuerda bastante al primer Donkey Kong)ya que no se siente respetado ni valorado. Para ello, emprende un viaje (el del héroe, nunca mejor dicho) por otros videojuegos para demostrar su valía...

Como tributo al universo de las máquinas recreativas y los juegos de ordenador y consola, Rompe Ralph es, ya desde sus geniales créditos "retro", toda una gozada para quienes, como yo, somos amantes de los videojuegos. La película está plagada de guiños a muchísimos juegos (Pacman, SuperMario, Mario Kart, Donkey Kong, Sonic, Call of Duty, Medal of Honor, Halo, Gears of War, Street Fighter, Mortal Kombat, Resident Evil, Zelda...) y géneros (acción, bélico, shooter, arcade, plataformas, lucha, carreras, aventura, survival horror, rol...), así como a otros componentes del universo friki (esa respiración de Darth Vader...). También Rompe Ralph es un homenaje bastante entrañable a todo los cacharros que han sido la puerta de acceso a esos mundos de diversión: desde las máquinas recreativas ochenteras hasta las consolas (especialmente a esas que ya nos parecen prehistóricas como la Gameboy). Por todo ello, la película es un excelente y cariñoso repaso a la historia de los videojuegos, con algunas dosis de crítica que no por sutil deja de ser crítica (la evolución violenta de los juegos).

Pero es que, como decía, Rompe Ralph es además la confirmación de que (por fin) Disney sabe cómo hacer películas de animación por ordenador que no estén a años luz de las de su filial Pixar. Está un punto por debajo de la excelencia técnica y la intensidad adulta de los grandes títulos de Pixar, quizá debido a que Rompe Ralph se apega demasiado a su target infantil. Sin embargo, es el único defecto que se le puede poner a una película que, además de un apartado técnico más que notable, nos regala lo que cabe esperar de un título de Disney: unos personajes ciertamente entrañables (especialmente, para mí, Vanellope von Schweetz), una historia con final feliz y mensajes-moralejas bastante interesantes para todos los públicos.

En relación con esto último, con las lecciones que deja la película en la cabeza del espectador, hay cuatro que parecen estar bastante claras: El egoísmo conduce a la soledad; para ser felices tenemos que aprender a aceptarnos como somos; nuestro papel en la vida lo elegimos nosotros y el verdadero reconocimiento nunca llega del exterior sino del interior. Una moralina que tal vez a los más pequeños se les escape, pero no a los mayores. Y se agradece, porque vivimos en una época en la que parecemos obligados a ser y hacer lo que otros quieren y en la que la gente se mata por colgarse medallas...

En definitiva, Rompe Ralph es una película muy entretenida, que cumple con nota en todos los aspectos, que hará las delicias de los amantes de los videojuegos y que constituye uno de los mejores pasatiempos para estas vacaciones navideñas. ¡Bien por Ralph!

miércoles, 2 de enero de 2013

Lección de mago

"En realidad, no existe la gente normal y corriente. Todos tenemos el poder de ser extraordinarios, sin importar de dónde venimos ni las circunstancias. Es cuestión de creer. Algunos piensan que es imposible cambiar el futuro pero, en realidad, el futuro es lo que todos hacemos". Esta observación, tan sencilla como ilusionante, no la ha dicho ningún gurú de libros de autoayuda ni ningún pensador de esos que cobran un pastón por cada segundo de su tiempo ni una estrella musical o cinematográfica. La ha dicho Steven Frayne o, como mejor es conocido, Dynamo, el Mago. Un mago, tal cual. O quizás algo más porque, viéndolo en acción, cualquiera diría que Dynamo es un superhéroe, un mutante o alguien venido de otro planeta. Lo cierto es que es un chaval nacido hace 32 años en la localidad inglesa de Bradford  y se llama, como digo, Steven Frayne. De haber nacido hace 2013 años en la localidad judea de Belén se llamaría Jesús de Nazaret. Caminar sobre las aguas, dar la vida a algo que no la tiene, manipular los elementos, transmutar sustancias, vaticinar acertadamente sucesos del futuro, conocer lo que está en tu mente, arreglar algo que aparentemente no tiene remedio, congregar todo tipo de gentes a su alrededor, lanzar un mensaje optimista y conciliador...este chico tranquilo y sencillo de aspecto enclenque y enfermizo (padece la enfermedad de Crohn) es capaz de hacer cosas que ni siquiera la imaginación más creativa es capaz de explicar o prever y lo hace con una naturalidad y modestia verdaderamente convincente. Convierte lo imposible en algo cotidiano. No hay sofisticación ni falsa modestia ni paripé en nada de lo que hace este mago-ilusionista-mentalista-genio. Y creo que eso, unido a la espectacularidad de sus hazañas (ya sean grandes o pequeñas), son las claves de su éxito, que hoy disfrutamos en España gracias al canal Discovery Max y a Youtube.

De todos modos, mi intención con este artículo no es elogiar ni promocionar a Dynamo sino hacerme eco de esa reflexión con la que comenzaba. Estando a comienzos de año y en un estado de depresión como el que llevamos sufriendo los últimos años, palabras así son pura magia a la hora de hacerte recobrar el ánimo y la fe. Estoy de acuerdo en que el futuro es lo que todos hacemos o, por desgracia en algunas circunstancias, lo que nos dejan hacer, pero también pienso que, efectivamente, se pueden cambiar las cosas, empezando por el futuro, si se cree en ellas y en uno mismo. Así que, para este año que comienza, mi gran propósito es creer y hacer, porque creo que, hasta la fecha, esas palabras de Steven Frayne son la mejor receta contra la crisis o, en general, contra cualquier crisis, que he oído nunca. Imaginar, creer, hacer: lo dicho, pura magia...en unos tiempos muy necesitados de ella.