sábado, 24 de noviembre de 2018

La nueva censura

Actualmente, la corrección política y la hipersensibilidad conforman un tácito totalitarismo que funciona como una eficaz censura, ya sea a priori o a posteriori. Ahora al expresarte debes tener mucho cuidado porque es más que probable que alguien pueda darse por ofendido, rasgarse las vestiduras o convertirse en un molinillo de aspavientos. Que tu intención sea ofender o no ya es lo de menos. La intencionalidad y el sentido de las palabras ya no es patrimonio del emisor del mensaje sino del receptor...y así pasa lo que pasa: discusiones gratuitas, polémicas inesperadas, reyertas verbales sin ton ni son, pasarse por el forramen el diccionario y el artículo veinte de la Constitución, tergiversaciones a la carta, etc. Hemos llegado a un punto tan demencial que lo que tú quieres decir no importa nada en comparación con lo que otros quieren entender desde su propio paradigma y sensibilidad. Así, escribir o hablar se ha convertido en un paseo por un campo de minas, que es en lo que se ha transformado esta sociedad tan hipócritamente correcta e hipersensible, de manera que hasta decir "Buenos días" corre el riesgo de provocar tarde o tempano un shock anafiláctico a alguien. 

Cuanto más sincero y libre seas a la hora de expresarte, más papeletas tienes para acabar de protagonista involuntario en alguna gresca. A mí me ha pasado, sin ir más lejos, ayer. Resulta que este pasado viernes llegué tarde a mi trabajo a pesar del madrugón (me levanto a las 05:45 de la mañana para poder llegar bien ya que para ir a mi trabajo requiero usar metro, tren de cercanías y autobús interurbano) por culpa de que una mujer de rasgos andinos y evidentes problemas de sobrepeso tuvo a bien no cederme paso ni hueco para subir por las escaleras que conectaban la estación de metro con el andén de cercanías (las escaleras mecánicas estaban en obras y toda la gente se canalizaba por unas "estrechas" escaleras tradicionales), lo cual motivó que perdiera un tren en mis narices y llegara, como decía, con retraso a mi trabajo. Aquella falta de consideración y de sentido común por parte de la señora al obstruirme el paso propició mi enfado y que manifestara éste en mi página de Facebook mientras esperaba a la venida del siguiente convoy. Tal manifestación consistió en un comentario breve pero muy ácido y cruel contra la buena señora. Un texto que en su mayor parte consistía en una descripción de dicha persona, escrita indudablemente desde un corrosivo cabreo, pero descripción al fin y al cabo. Quiero decir: no me movía ninguna pretensión racista ni xenófoba ni supremacista ni clasista ni narcisista ni egocéntrica ni ninguna estupidez similar. Dicho de otro modo: habría escrito un texto muy similar en tanto que corrosivo ya me hubiera cerrado la trazada Charlize Theron, Richard Ford, Adele, Joaquín Reyes o Florentino Fernández. Así, por ejemplo, para referirme a sus rasgos andinos utilicé expresiones como "altiplánica andina" (por referencia al Altiplano) o "hija de Atahualpa" (por aludir al célebre líder inca); para describir su físico escribí "tapón", "rechoncha", "con paso mórbido", "adefesio" y "como una morcilla"; para referirme a su falta de sentido común la califiqué como "cretina"; y remataba mi metralla verbal con un "en algún momento de su vida perdió la gracilidad, el civismo, la motricidad, la lozanía y la belleza". El post lo cerraba con un "La madre que te parió", tras expresar mi obviamente exagerado deseo de "catapultarla". ¿Habría escrito otras palabras de tratarse de una persona distinta? Obviamente, porque no todas las personas son iguales. ¿Habría variado mi intención corrosiva, cabrona y burlesca de tratarse de otra persona? Ni lo más mínimo. Así las cosas entiendo totalmente que se me repruebe por utilizar lo estético como arma o por ser tan sumamente ácido por algo que, en definitiva, no deja de ser una anécdota. Eso lo comprendo y lo asumo, teniendo claro igualmente que simplemente me limité a describir a la persona causante de mi enfado, de una forma desagradable y cruel sí, pero totalmente compatible con la realidad y sin ninguna exageración. Aun así, insisto en que habría sido igualmente hiriente y mordaz de tratarse de una persona de género, rasgos, fisionomía o nacionalidad totalmente distinta. No obstante, mi error es, por un lado, haber extrapolado mi crítica más allá de la falta de civismo y la carencia de sentido común y, por otro, haber escrito "en caliente". Pero nada más. Mi texto, en el fondo, podría - y quizá debería - haber sido éste: "Un ser humano esta mañana me ha impedido el paso en unas escaleras en el Metro de Madrid, suceso que ha supuesto que mi madrugón no haya servido de nada ya que he perdido el tren de Cercanías y he llegado tarde a mi trabajo. Esto ha provocado mi enfado con este ser humano ya que me ha irritado mucho su falta de consideración al ver que yo intentaba pasar. ¡Mecachis!". Así me habría ahorrado cualquier crítica por referirme al género de la mujer, a su fisionomía y a su estética y, de paso, no me habría convertido en objeto de interpretaciones retorcidas y reproches desmedidos. Pero yo, cuando me enfado, soy enormemente ácido y creativamente cruel en lo verbal. ¡Qué le voy a hacer! Es uno de mis incontables defectos. Pero el quid de la cuestión y el pretexto de este artículo vienen de un comentario que escribió una persona a propósito de mi texto contra la tipa del metro y que, básicamente, venía a decir que soy un racista y egocéntrico. Y mira, por ahí no paso. Soy sarcástico, lenguaraz, mordaz y cáustico pero no soy, de ninguna manera, ni racista ni egocéntrico. Y cualquiera que me conozca bien lo sabe. O lo debería saber. ¿Sería también racista y egocéntrico de haber criticado de idéntica manera a una persona de rasgos caucásicos y nacionalidad española? Dudo que alguien me hubiera espetado eso de haber sido así. Ahí está la hipocresía y la incoherencia de esa nueva y bochornosa censura que está extendiéndose por la sociedad, porque habría criticado con la misma saña a una persona más ibérica que el jamón de bellota. ¿Cachondearme del físico de alguien de distinta nacionalidad me convierte en racista? ¿Ser despectivo con una persona extranjera en sí misma considerada me transforma en racista? ¿Criticar con dureza a alguien foráneo por su comportamiento me hace racista? ¿Que me refiera de forma ingeniosa o chistosa a la procedencia de una persona me hace racista? ¿Que me enfade con alguien que no sea español me acredita como racista? Ajá, entonces, si me cachondeo del físico, soy despectivo, critico duramente el comportamiento o me cisco en la estampa de alguien de nacionalidad española o de rasgos "mediterráneos", ¿qué soy? ¿Racista también? Por favor, un poquito de sensatez y coherencia. Yo no hago distingos a la hora de criticar o cabrearme porque me cabrean las mismas cosas, las haga quien las haga. Por otro lado, utilizar como arma u objeto de sorna defectos físicos o psicológicos es reprobable en tanto que cruel, pero nunca jamás puede servir de argumento para decir barbaridades como que una persona es "racista". Para que quede clarinete: yo a esa tipa no la critiqué por no ser española o no tener rasgos propios de estos lares. La critiqué por ser una perfecta idiota al darse cuenta de que intentaba pasar y no echarse a un lado, perdiendo así el tren que debía coger. Que en mi comentario en Facebook aludiera a otras características simplemente obedece a que quería "hacer sangre" para saciar mi cabreo y a ilustrar cómo era la moza en cuestión para dar la mayor cantidad de "información" posible, no a que vinculara tácita ni explícitamente a su raza o nacionalidad su carencia de civismo, su insensatez, su gordura o su fealdad. Me parece una majadería tener que aclarar esto, pero visto como está el patio...La nacionalidad o la raza no son sambenitos pero tampoco pueden ser salvoconductos. Por otra parte, ¿soy egocéntrico por enfadarme? ¿Es egocéntrico preocuparte de hacer las cosas lo mejor posible? ¿Es egocéntrico ser escrupulosamente responsable? ¿Es egocéntrico que te preocupe lo que pueda pasarte? ¿Es egocéntrico querer ser puntual? Es que es de risa. Además, ¿qué pasa? ¿que ya no se puede criticar nada? ¿que "lo físico" y "lo mental" son anatemas? Si esto sigue así, va a llegar un punto en que para no soliviantar a nadie será necesario prescindir de cualquier información referente a una persona o cualquier descripción de un atributo físico o psicológico. Y eso es muy triste. Quevedo hoy las pasaría muy putas.

Es inquietante cómo los adalides de la corrección política y los paladines de la sensibilidad expiden con tanta facilidad graves etiquetas, tergiversan tus intenciones y te bautizan con palabras gruesas. Y esto ocurre cada día más. Tanto que por ejemplo se ha banalizado algo tan terrible como los descalificativos "nazi", "fascista" o "racista". No puede ser que cada palabra que digas pueda ser malinterpretada y criticada por esas huestes de buenistas, flandersianos e hipersensibles o que te puedan juzgar en tu totalidad como persona sólo por utilizar un adjetivo en lugar de otro. Este nuevo totalitarismo está empobreciendo el lenguaje y coaccionando la expresividad de las personas. Y eso es terrible. Por eso, por acabar y resumir, yo siempre agradeceré las críticas mientras sean fundamentadas y constructivas, porque me ayudarán a ser menos imperfecto, pero las memeces derivadas de "lo políticamente correcto" me las pasaré por la quilla -con todos los respetos- porque prefiero ser torpe a no ser libre.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Resiliencia cum laude

La resiliencia consiste en esto. En levantarse. En volver. En insistir. En luchar. Y el Atleti es uno de los mejores ejemplos de ello en el ámbito deportivo, futbolístico y liguero.

Tras la masacre amarilla en Dortmund, meneo rojiblanco en Madrid. Tras un gol del Athletic, otro del Atlético. Tras las lesiones, los cojo**s. Tras el corazón en un puño, el alma en la garganta. Tras la muerte, la resurrección. Tras la lógica, el caos. Tras la tragedia, la epopeya. Todo muy intenso, muy loco, muy Atleti.

Lo del Atlético en los últimos partidos en Champions y Liga es complicado de describir y resumir desde lo convencional o lo razonable porque tiene que ver sobre todo con el coraje y el corazón, con un sentimiento sin rival, con lo íntimo, con las entrañas que transforman los sueños en campos de batalla de los que salir triunfantes. El Atleti ha escrito estos días una preciosa carta de amor a la resiliencia en dos veladas a doble cara. Un amor correspondido con dos victorias muy trabajadas y merecidas que, sobre todo en la última frente al Athletic de Bilbao, han traído al Metropolitano la magia añeja y épica del Calderón.

Y es que tiene bastante de mágico que el conjunto rojiblanco siga rampante a pesar de la plaga de lesiones, del lamentable estado del césped, de la baja forma de alguno de sus pilares en ambas áreas, de la inusitada porosidad defensiva y de las ocasiones falladas. Pero ahí está: en la vanguardia de la competición nacional y europea. ¿Cómo es posible? Sencillo: cuando tienes en tu plantilla a hombres como Saúl, Rodri, Godín u Oblak lo imposible es sólo una posibilidad más. Su tasa de pundonor en sangre es superior a la de una persona normal. Por eso, ellos escriben y protagonizan las leyendas. Porque se puede ganar o perder pero renunciar a darlo todo es el mejor camino hacia la mediocridad, la instrascendencia y la muerte. Y esto en el Metropolitano lo saben.

¡Aúpa Atleti!

domingo, 4 de noviembre de 2018

Las chicas supervivientes

Recientemente, mientras veía La noche de Halloween (curiosa secuela que también funciona como reinicio de la saga y que me gustó más de lo que esperaba al aunar lo mejor de la original de John Carpenter y de la versión de Rob Zombie), hubo una escena en la que las tres "generaciones de mujeres Strode" plantan cara a Michael Myers uniendo fuerzas y que me hizo pensar en cómo este arquetipo de personaje, el de la chica sobreviviente (final girl en inglés) ha ido evolucionando a lo largo de los años, pasando de ser un icono del puritanismo más rancio a ser actualmente emblema del denominado empoderamiento femenino, ya que donde los hombres fracasan, las mujeres triunfan y mientras ellos mueren, ellas perviven. Así, allí donde las películas de Disney patinan (salvo contadas excepciones, las "princesas" acaban salvadas por "príncipes"), las películas de terror aciertan al mostrar a las mujeres como las pu*as amas, siendo lo suficientemente poderosas y autosuficientes como para escribir su propia historia y derrotar o sobrevivir al villano de turno.

Con frecuencia se suele minusvalorar a las películas de terror, contemplándolas poco menos que como un repertorio de sustos y/o vísceras sin ton ni son. Y no. Las películas de terror son un excelente espejo de la sociedad de su tiempo. De ahí que, por ejemplo, en su día, las películas con alienígenas estuvieran de moda cuando el miedo al comunismo rampaba en EEUU, o que las películas con hordas de muertos vivientes estuvieran en auge cuando el voraz consumismo amenazaba el propio estado del bienestar, etc. Sobre esto hay mucho y muy bien escrito (por ejemplo, el sensacional Monster Show de David J. Skal), así que a ello me remito. En el caso de las final girls, surgen como personajes arquetípicos de un subgénero, el del slasher (es decir, películas de terror protagonizadas por un brutal asesino en serie), que nació al calor del puritanismo conservador que caracterizó yanquilandia a finales de los 70 y comienzos de los 80 del siglo XX y en el que la muerte estaba asegurada para todos aquellos personajes que vulneraran la moral y la estética conservadoras, asunto éste del que se supieron burlar fenomenalmente películas como Cherry Falls, Scream y Las últimas supervivientes. Sobre esto, también se han publicado análisis interesantes (como Hombres, mujeres y motosierras de Carol J. Clover), así que no es mi intención apuntarme ningún tanto con esto sino remarcar algo que es tan interesante como evidente.

La figura de la "chica sobreviviente" se ha hecho icónica tanto en el terror más contemporáneo (ahí están, por ejemplo, personajes como Mari Collingwood - La última casa a la izquierda, Jess Bradford - Negra Navidad, Sally Hardesty - La matanza de Texas, Ginny Field - Viernes 13 parte 2, Laurie Strode - Halloween, Nancy Thompson - Pesadilla en Elm Street, Kirsty Cotton - Hellraiser, Sidney Prescott - Scream, Julie James - Sé lo que hicisteis el último verano, Sarah Carter - The descent, Erin Harson - Tú eres el siguiente, Marybeth Dunston - Hatchet...),como en el futurista (con Ellen Ripley - Alien, y Sarah Connor - Terminator, partiendo la pana). Por eso, no deja de ser curioso cómo se suele asociar a lo femenino géneros como las comedias románticas o películas como las de Disney que, en el mejor de los casos, sirven más para enseñar cómo deberían ser los hombres que cómo deberían ser las mujeres, algo que sí logran, en mi opinión, las películas de terror. La prueba más tosca y evidente de esto es que en las horror movies ellos o caen como moscas o acaban siendo salvados gracias a ellas, que son las que se encargan de derrotar al ente aniquilador (por lo general una versión grotesca y exacerbada de todos los defectos del machismo) o de escapar de lo que parecía una muerte segura. Así, contra la versión endeble, frívola y ñoña de la mujer que se sublima en el pastelada de turno o en la mayoría de "princesas Disney", las películas de terror nos brindan por lo general una versión fuerte, resiliente, inteligente, adaptativa y autosuficiente de la mujer que es bastante necesaria y más cercana a la vida real que las de esas otras ficciones que mencionaba.

De todo ello parecen ser muy conscientes los responsables de La noche de Halloween ya que, más que como un homenaje a Michael Myers por el 40 aniversario de su incorporación al bestiario del terror cinematográfico, funciona como un enérgico subrayado de esas mujeres que sigue en pie cuando los hombres están hechos pedazos, figurada o literalmente. Así que, honestamente, cuantas más mujeres vean este tipo de películas, mejor, porque eso ayudará a destruir cuanto antes no sólo bochornosas desigualdades y sonrojantes tópicos que aún persisten en nuestra sociedad sino también a erradicar a todos esos monstruos que convierten domicilios y/o centros de trabajo en auténticas películas de terror.