viernes, 25 de abril de 2014

Matrimonio en el jardín

Los dos estaban aburridos junto a la piscina. Katherine, bajo una sombrilla, una pamela de paja y unas sofisticadas gafas de sol. Matthew, bajo un peluquín grasiento, un ceño fruncido y mil pensamientos a ninguna parte. Sólo el sonido del aspersor refrescaba el silencio. Ella, con un bikini pensado para una mujer con treinta años menos, leía una revista de moda, soñando que su vida fuera otra o que su marido fuera otro. Él, pellejo y hueso, sentado en la orilla, buceaba con la mirada buscando el pecio de su matrimonio. En algún lugar de la hierba sonó un teléfono móvil. Una melodía anodina que no resucitó a ninguno de los dos pedazos de carne. Por un momento, el risueño gnomo del jardín pareció mirar hacia la llamada perdida mientras aguantaba estoico la enésima micción de un viejo Yorkshire con problemas de próstata. Luego, mutis por la nada.
Las horas pasaron, el jardín se quedó vacío, pero el desinterés seguía allí, transformando aquel chalet en el parque temático de un fracaso.

viernes, 18 de abril de 2014

Carol

El mundo de Carol era sencillo, como una caja de recuerdos. Una casa de madera en un mar de trigo bajo el inmenso acuario del cielo. Una tumba junto al porche, modesta como una nota a pie de página. Un buzón oxidado donde sólo entraba ya el olvido. Y un perro viejo al que le daba pereza ladrar.

Carol era una mujer menuda y enjuta con la cabeza llena de recuerdos recogidos en un precioso moño cano que todas las mañanas se arreglabCara con coquetería frente al espejo. Por su piel había pasado la vida y el tiempo dejando un mapa de arrugas; la historia secreta de las emociones. Y no vestía de luto, porque pensaba que el negro no hacía justicia a quien puso color a sus días. Así era ella.

La crónica de su vida no tenía grandes titulares. Era una epopeya mundana. La historia de quien sin ambicionar nada conquistó la felicidad. La bitácora de una conciencia que siempre navegó por aguas tranquilas. El sereno estruendo de quien nunca tuvo necesidad de alzar la voz. El murmullo de un triunfo.Pero siempre tuvo un asunto pendiente: el cielo. Y no el edén que prometen las religiones sino el infinito teatro que regalan las noches de verano. El paisaje para el que, desde niña, en lugar de palabras sólo tuvo ojos y horas. El refugio inalcanzable al que siempre volver. El confidente eterno. 

Aquella noche el verano apretaba la piel contra la ropa y el campo dormitaba exhausto entre las nanas de las cigarras. Carol, con mil ochenta meses hormigueando en su memoria, estaba en el porche, mirando al cielo. En su mente, preguntas atropelladas por una curiosidad casi infantil. En el cielo, la respuesta hecha añicos azulados, como luciérnagas de hielo. Una brisa repentina y fugaz le descolocó un mechón. Sonrió. Dijo buenas noches a la tumba y se metió en casa.

A la mañana siguiente, todo se había puesto de nuevo en movimiento. Excepto Carol. Su habitación olía al perfume que discretamente se echaba detrás de los oídos y desprendía una calidez entrañable, como de pan recién hecho. Ella estaba en su cama, tumbada, vacía. En su rostro, ni alegría ni dolor ni espanto; serenidad. Sus ojos, sus preciosos ojos azules, abiertos y en ellos, moviéndose por siempre, todo el cielo.

domingo, 13 de abril de 2014

"Noé" o el diluvio universal según Aronofsky

Suele pasar. Llega la Semana Santa y todo se vuelve bíblico. Hasta las decepciones. Anoche vi Noé, la película del siempre interesante Darren Aronofsky (director, guionista y productor del film) que gira en torno al Génesis en general y al diluvio universal en particular. Decir que Noé naufraga sería un chiste fácil, pero merecido por los tres grandes errores que comete el director de peliculones como Cisne negro o El luchador:
  • El excesivo metraje (más de dos horas) para un hecho/relato que no da para tanto ni en su versión original ni en la propuesta de Aronofsky. Un defecto que no se justifica sino que se agrava con las aburridas tramas, el ritmo (se debió ahogar) y las (es)forzadas interpretaciones de un elenco que seguramente deba tachar esta película a la hora de repasar su brillante filmografía.
  • Las fallidas y chirriantes licencias: Antes de meterme con dichas licencias, conviene aclarar que no me parece mal innovar a la hora de contar algo ya sabido. La creatividad siempre es bienvenida. Y más si hablamos de algo que tan manido y esencialmente mítico como es el Antiguo Testamento/Tanaj en general y el diluvio universal en concreto (mito presente no sólo en la mitología judeo-cristiana sino también en la mesopotámica, griega e hindú, por citar algunos ejemplos). Así pues, no hay nada malo en "hacer tu propia versión" del mito del diluvio porque, para empezar, eso mismo hicieron los hebreos con el mito babilónico de Utnapishtim. El problema, como en toda adaptación, viene a la hora de decidir y justificar qué respetas, qué aportas y de qué prescindes. Y es ahí donde Aronofsky mete la pata: dejando a un lado la discutible y sorprendente utilización de "Los Vigilantes" (criaturas gigantescas de origen básicamente apócrifo y denominadas Grigori o Nefilim), la película descarrila gracias a la anacrónica vestimenta del personal(chupa y pantalón de cuero incluidos...), la modificación de la edad de los hijos (que originalmente ya eran hombres casados cuando empezó a llover), la supresión de personajes (si quitas las esposas a dos de los tres hijos, la repoblación mundial se complica), la inclusión de personajes bíblicos que nada tienen que ver con la trama (Matusalén y Tubalcaín) sólo para intentar cebarla, el insípido añadido de conflictos inexistentes en el mito original (la guerra por el Arca, la natalidad de la chica estéril, etc), la demencial conversión de Noé en el Jack Torrance del Antiguo Testamento o la decisión de que los primeros nietos de Noé sean un par de gemelas (¿repoblación universal in vitro? ¿incesto?).
  • La contradictoria mezcla de intenciones: Tanto el excesivo metraje como el popurrí de licencias fallidas son víctimas directas de las cinco incoherentes intenciones que maneja Aronofsky a la hora de contar la historia. La primera es querer ser más mitológico y doctrinario que la propia Biblia. La segunda, intentar conciliar el creacionismo con el evolucionismo (¿?) La tercera, meter con calzador un discurso ecológico-vegano. La cuarta, convertir la situación pre-diluvio en una crítica ¿encubierta? a la desquiciada sociedad actual. Y la quinta, intentar convertir el mito en un espectáculo hollywoodiense mezclando para ello (sin criterio ninguno) la épica, la fantasía, el drama y el romance.

Por todo ello, a pesar de la innegable potencia visual de ciertas escenas (ej:los sueños, las escenas en time-lapse) y de demostrar claramente la devastadora e inexplicable actitud del Dios del Antiguo Testamento, Noé está más cerca de aburrir y desconcertar que de cualquier posible virtud exigible a una ficción. Y es que esta película es un arca que en lugar de estar llena de animales, está llena de errores.

viernes, 11 de abril de 2014

Umbral


Se detuvo ante la puerta, giró sobre sus talones, contuvo la respiración, cerró los ojos y escuchó. Silencio. Las tuberías bajo la escayola, la madera de la tarima flotante, las juntas de los muebles del salón, los grifos de plata de los baños, las ascuas de la chimenea y el reloj comprado en almoneda del recibidor: nada emitía sonido alguno. Un silencio incontestable. Dejó escapar el aire lentamente. Transcurridos unos segundos, inspiró y el olor a lavanda impregnó su nariz. Sonrió. Abrió los ojos. Y allí clavada en la pared, enmarcada y perfectamente equilibrada, apareció una fotografía en blanco y negro. Hacía veinte años, el color, el rockabilly y las risas de aquella escena se congelaron en un clic y medio instante. Él y ella. Ella y él. Ellos y el mundo antes de la boda. Se descalzó. El tacón del zapato derecho cayó en un golpe seco sobre el suelo. Dio cuatro pasos hasta la pared mientras las medias que enfundaban sus pies levantaban un siseo de la alfombra de seda del recibidor. Se acercó a la fotografía. La observó detenidamente. Miró su bolso. Volvió a mirar la fotografía. La dobló cuidadosamente en cuatro pliegues y la guardó en su bolso, junto a una funda de gafas y un billete de tren. Sólo ida. Colgó el marco vacío en la pared. Sus pasos recorrieron en sentido inverso la alfombra. Se calzó sus zapatos. Inspiró. Las llaves tintinearon cuando las dejó en el llavero. Cerró los ojos. Abrió la puerta. Su cara se llenó de luz y ruido. Dio un paso. Luego otro. Y la casa quedó atrás.

jueves, 10 de abril de 2014

Atleti

Algún día, cuando llegue a viejo, podré decir que yo viví estos tiempos. Algún día, cuando llegue a viejo, podré contar que yo fui uno más de los que rieron, lloraron, gritaron y aplaudieron. Algún día, cuando llegue a viejo, podré hablar a otros de la época en la que la leyenda se escribía sobre piel de gallina en la sección de noticias deportivas. Algún día, cuando llegue a viejo, podré decir que yo pisé el estadio en el que las gradas se volvían trueno. Algún día, cuando llegue a viejo, podré hablar de los días en los que el esfuerzo y el compromiso derribaban gigantes y atrapaban sueños. Algún día, cuando llegue a viejo, podré recordar las caras de quienes se levantaron hombres y se acostaron mitos. Algún día, cuando llegue a viejo, podré explicar el secreto de esa lágrima compartida por el anciano y el niño, el rico y el parado, el castizo y el foráneo. Algún día, cuando llegue a viejo, podré descubrir a otros lo que el fútbol puede enseñarte sobre la vida. Algún día, cuando llegue a viejo, podré demostrar a otros que la gloria no se alcanza con la victoria ni con la derrota sino con todo lo que haces por el camino. Algún día, cuando llegue a viejo, podré afirmar cuánta grandeza cabe en la humildad. Algún día, cuando llegue a viejo, podré decir que yo vi jugar a un equipo que sobre el césped se volvía relámpago, vendaval, estampida, riada, erupción, tsunami, terremoto, remolino y explosión. Algún día, cuando llegue a viejo, podré decir que vi con mis propios ojos un equipo de jugadores que derrochó coraje y corazón hasta abrir de par en par las puertas de la eternidad. Algún día, cuando llegue a viejo, podré contar cómo un solo hombre basta para cambiar la historia. Algún día, cuando llegue a viejo, podré defender ante quien sea que el fútbol, como el más puro de los sentimientos, es algo que te traspasa más allá de las palabras. Algún día, cuando llegue a viejo, podré convencer a quien sea de que la fe no sólo tiene que ver con lo sagrado. Algún día, cuando llegue a viejo, podré recitar los nombres de quienes dejándose el alma conquistaron el cielo donde ya están Aragonés y compañía. Algún día, cuando llegue a viejo, podré sonreír al decir que la vida es algo que se disfruta y conquista partido a partido. Algún día, cuando llegue a viejo, podré recodar la temporada 2013-2014 como el año en que un equipo de fútbol hizo lo impensable hasta ser inolvidable. Algún día, cuando llegue a viejo, podré gritar bien alto: ¡Que viva mi "Atleti" de Madrid!

miércoles, 9 de abril de 2014

Crecer

Crecer es mirarte en el espejo y descubrir que Peter Pan ya se ha ido. Crecer es aprender a despedirte de todo lo que una vez te dejó sin palabras. Crecer es descubrir la pérdida y el desengaño. Crecer es darte cuénta de que la sombra de la felicidad es alargada. Crecer es tener una llamada perdida de tu infancia. Crecer es darte cuenta de que has olvidado. Crecer es contar con que es la vida quien tiene el as bajo la manga. Crecer es sentir envidia de quienes aún corretean despreocupados. Crecer es transformar la nostalgia en un destino turístico. Crecer es valorar la risa por conocer el llanto. Crecer es sentir el azar demoliendo tus certezas. Crecer es decir adiós a tus seres queridos. Crecer es saber que el tiempo acabará por vencer a tus ídolos. Crecer es ver perder al Enterrador o morir al Último Guerrero...

Pero crecer también es dejar el Delorean con el motor encendido. Es recordar que la vida sí que es elegir tu propia aventura. Es tener claro que el pasado está sólo a un recuerdo de distancia. Es aceptar que, para afrontar la vida, quizás necesitas un barco más grande. Es sentir que te has enamorado cuando has encontrado a tu guardiana de la puerta. Es disfrutar sabiendo que has vivido. Es conseguir que otros disfruten al descubrir por primera vez. Es comprender que basta un segundo para volver a ver, a estar, o a ser. Es convertir la magdalena de Proust en un libro, una viñeta, un disco, un muñeco articulado, un videojuego, una canción, el cartel de una película o la sintonía de una serie. Es estar seguro de que nunca nada ni nadie acaba por irse del todo. Es saber que, al mirar por el retrovisor, el niño que una vez fuiste no se ha quedado tan lejos.

sábado, 5 de abril de 2014

Vamos a contar mentiras

España es, cada día más, un país en el que pasando de todo, no pasa nada. Una nación donde llueven piedras y se esconden manos. Un territorio lleno de perros que ladran pero no muerden. Un lugar donde todo queda en papel mojado a la velocidad de la luz. Un país que reniega de la valentía del último paso. Un Estado de polvareda. El reino de todo-da-lo-mismo.

La última muestra de ello es la interminable polémica sobre si el Rey fue el "Elefante Blanco" del 23-F o si los únicos paquidermos que conoce el monarca son los que caza antes de hostiarse. Todo ello a cuenta del libro de Pilar Urbano, cuya tesis principal es que a Adolfo Suárez todo el mundo (empezando por el Rey) quería quitárselo de la vista, ya fuera por lo militar o por lo vil. Tesis que, como era obvio y esperable, ha sido ya desmentida por Zarzuela y por algunos aledaños de Suárez.

Dejando al margen el oportunismo éticamente cuestionable de publicar el libro cuando uno de sus principales protagonistas y afectados acaba de morir, lo que más me desconcierta y llama la atención de todo este cisco es lo siguiente:

  • Si es mentira lo que cuenta el libro, es de tal gravedad que (con el Código Penal en la mano) la autora debería haber sido ya objeto de querella por calumniar (según el artículo 205, calumnia es la imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad), por injuriar (según el artículo 208, injuria es la acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación) y por delito contra la Corona (artículo 490).Por eso, es cuando menos muy sorprendente que todo se quede en el mero bla,bla,bla del desmentido.Si es una mentira tan rotunda, ¿por qué nadie se ha querellado? ¿Por qué el Ministerio Fiscal no ha actuado de oficio? Total, si es mentira constitutiva de delito, quedaría evidenciada en un procedimiento judicial en el que la prueba lo es todo.¿Entonces? ¿Qué pasa? ¿Dónde están las querellas?
  • Si no es mentira lo que cuenta el libro, es igualmente sorprendente que la vilipendiada autora no se haya defendido ya de tanto ataque y menosprecio sacando a la luz los documentos que prueben que lo que dice o lo que cita es cierto. ¿Por qué no se defiende la autora? ¿Dónde están las pruebas de lo que ha publicado? 
¿A qué están jugando? Con las graves insinuaciones y acusaciones implícitas en el libro de Pilar Urbano, sólo caben dos posibilidades: o miente la una o mienten los otros. Es decir, lo único seguro es que alguien nos está tomando el pelo...y que no pasará nada, porque así es este país.

viernes, 4 de abril de 2014

Luz

En la luz todo, todo en la luz. Dos jóvenes haciendo el amor en una buhardilla en Montmartre, un grupo de niños volando una cometa en Hiroshima, un yuppie haciendo footing en Central Park, unos chicos jugando al fútbol en Copacabana, un bebé muriendo en Ruanda, un motorista recorriendo la Ruta 66, un funcionario pintándose los labios en Pekín, una adolescente haciéndose un piercing en Berlín, una viuda rezando en el Vaticano, dos hombres besándose en un motel en Tijuana, un estadio coreando un touchdown en San Francisco, un familia llorando en un velatorio en Catania, una madre tirándose por la ventana en Madrid, una niña bañándose en el Ganges, un joven inmolándose en Kabul, un bebé naciendo en Buenos Aires, dos ancianos abrazándose en los Alpes, un militar masturbándose en West Point, un astronauta llorando en la Estación Espacial Internacional. Y el silbido del viento, desatado, colándose entre los perfiles de metal. El mundo entero cabía en la cerradura de su celda cuando el amanecer entraba sin permiso con el magma de un nuevo día. Daniel sonreía, insuflando aire en las velas de aquel pecio demacrado. A veces, basta un poco de vida en la oscuridad para que todo brille, aunque sólo sea durante unos segundos, aunque sólo sea para desempolvar durante unos instantes la promesa de un mundo al que volver, aunque sólo sea para sugestionarse con la idea de que la libertad es un estado de ánimo. En la luz todo, todo en la luz.