Anoche acudí al estreno de "Cisne negro", una de las películas más inquietantes y elegantes que he visto en mucho tiempo. Que su calidad técnica e interpretativa le haya reportado nominaciones y consecuciones de galardones cinematográficos por todo el orbe se queda casi en segundo plano.
El film narra los simultáneos ascenso a la gloria profesional y descenso al infierno personal de una joven bailarina que pasa de la anónima mediocridad a alzarse con el papel estelar en el celebérrimo ballet "El lago de los cisnes". La danzarina, epicentro de esta siniestra y apoteósica tragedia, es interpretada por una Natalie Portman que pone todo el cuerpo y el alma para arrastrarnos consigo en ese viaje sin retorno que inicia su Nina Sayers, al final del cual, sin desvelar el desenlace, sólo diré que se encuentra, casi con toda seguridad, un merecidísimo Óscar.
"Black Swan" es una película que va de menos a más, con un crescendo implacable y enfermizo que culmina en un último tercio absolutamente magistral. Es tan endiabladamente inquietante que se podría decir que es un cruce entre una película de Lynch, Fincher y Haneke, pero con la dosis de personalidad suficiente para alabar sin remilgos el talento incontestable de su director: Darren Aronofsky.
Lo que más me gusta de "Cisne negro" no es su oscuro argumento, ni las excelentes interpretaciones de todos sus actores (destacando, además de la portentosa Portman, un mefistofélico Vincent Cassel y una sensual Mila Kunis, conformando así el venenoso triángulo sentimental-profesional de la trama); ni la magnífica fotografía; ni los estupendos encuadres; ni el eficaz uso de los efectos especiales; ni los fabulosos carteles promocionales. No, lo que más me gusta de esta película es la amplia variedad de lecturas que suscita: Puede ser entendida como una original traslación de la historia de "El lago de los cisnes" a un entorno contemporáneo; como una demoledora reflexión de cómo una obsesión profesional puede cambiar nuestra vida personal para siempre; como un escabroso retrato de la trastienda emocional del ballet; como una tenebrosa crítica al despiadado mundo laboral actual que intenta despojarnos progresivamente de cualquier atisbo de humanidad; como una denuncia del afán perfeccionista que se nos inocula social, familiar y laboralmente; como una alegoría envenenada sobre el peligro de ser las personas que otros quieren que seamos; como una fábula del poder destructor de nuestra propia psique; como una disputa entre el control establecido por la familia y el trabajo y la libertad individual; o, simplemente, como una metáfora de la lucha entre el orden y el caos, entre la realidad y el deseo, entre los sueños y los miedos; entre la pasión creadora y el perfeccionismo destructivo, entre el bien y el mal que anidan dentro de nosotros mismos. Porque todo eso y más es esta película.
Poco más que decir sobre esta indispensable cita con el séptimo arte y con los monstruos que todos llevamos en nuestro interior. Y es que, al salir del cine, uno no puede más que citar la frase que cierra "Cisne negro": Al final, todo ha sido perfecto.
3 comentarios:
Me muero de ganas...arrggg...no pude ir el viernes pero de mañana no pasa.
Mi post para mañana...qué yo la veo hoy en loe Renoir!
Eso sí, espero que me guste tanto como a tí.
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