jueves, 31 de diciembre de 2015

Ajuste de cuentas

Fin de año. El momento de la temporada en la que buena parte del personal nos comportamos como si estuviéramos próximos a la muerte y nos sintiéramos en la obligación de hacernos una auditoría a nosotros mismos, como si nos colocáramos ante el espejo recién levantados sin más aderezo, excusa ni maquillaje que el del paso de la vida, como si nos abriéramos en canal listos para hacernos una autopsia y dictaminar la causa de la muerte de todos esos yoes que vamos dejando tras nosotros como un reguero para volver a ese lugar engañoso llamado pasado, como si nos convirtiéramos en la oficina de atención al cliente de nuestras propias expectativas e ilusiones pasadas, como si vaciáramos nuestra mochila con el ánimo de hacer inventario, como si nos transformáramos en editores de nuestra propia biografía antes de dar luz verde a su publicación, como si no viéramos más salida que descomponer lo vivido en una tabla contable donde lo que no suma resta, como si nos diéramos un paseo por el campo de batalla listos para evaluar cuánta sangre necesitó el triunfo y cuánta la derrota cuando ya se ha asentado el polvo, la pólvora, el ruido y la furia.

Fin de año. El momento de la temporada en el que sobre cada uno de nosotros se proyecta desafiante la sombra no sólo de los últimos 365 días sino de los otros que los precedieron; en el que el pasado se convierte en una llamada a medianoche; en el que el recuerdo viene a pedirnos explicaciones como una pareja celosa; en el que los propósitos que lanzamos al aire un año atrás caen por fin como un aguacero de realidad; en el que nos interrogamos sin luz ni taquígrafos a la espera de descubrir si somos culpables, inocentes o víctimas; en el que en la sala del cotillón suena la última canción y uno debe decidir si apurar el trago, lanzarse a beso abierto, disfrutar del paisaje o volverse a puerto; en el que el mundo parecer perder todo el arcoiris de grises y sólo entienda del blanco y el negro; en el que la memoria es la impertinente vecina que viene a quejarse por goteras; en el que el futuro llama a la puerta para entregarnos el paquete de la incertidumbre; en el que un nuevo año nos espera en la cama sin sueño y con ganas mientras nososotros estamos sin ropa y con dudas; en el que baja la marea y todo ante los ojos se divide en pecios y barcos que flotan; en el que nos presentamos forzosos a un examen que no va de saberse las respuestas sino de conocer las preguntas.

Fin de año. El momento de la temporada que la gente acostumbra a celebrar como la muerte de esa suegra con vocación de amargavidas; como el paso de largo de ese meteorito que quería convertirnos en dinosaurios; como el tanto de la victoria en el último minuto de la prórroga; como el primer beso de alguien con quien sólo habías tenido sueños; como la sonrisa de un ser querido; como la buena noticia que llega tras superar las trincheras del escepticismo; como la alegría bailando en lágrimas por mejillas; como el premio a ese cupón que compraste sin convicción y guardaste sin mucha fe; como el encontronazo con lo que dabas por perdido; como un "La guerra ha terminado"; como la primera vez en que descubres el porno de la felicidad; como el "bye, bye" a la Estrella de la Muerte; como la última canción de Sabina con un whisky on the rocks; como Ulises al volver a abrazar a Ítaca; como el "Sí" cuando todo pintaba a "No"; como el gol de Godín en el Camp Nou; como la luz al final de la desesperanza; como el olvido de lo que nunca debió ser recordado.

Fin de año. El momento de la temporada en el que nos ajustamos cuentas con nosotros mismos, listos para librar una reyerta íntima y personal en la que no quepan prisioneros, preparados para resintonizarnos como si fuéramos televisores desfasados, dispuestos a someternos a la cirugía de la conciencia, animados para comprobar si debemos preocuparnos más por nuestro nivel de colesterol o el de autosugestión, decididos a desnudarnos ante la mirada de quien somos y quien fuimos, convencidos para convertir la zona cero en el nido del Ave Fénix. El momento de la temporada en el que las intenciones y propósitos pretéritos chocan con los venideros. El momento de la temporada en el que conjugamos el yin y el yang para que rime con "Big Bang". El momento de la temporada en el que tenemos la oportunidad perfecta para separarnos de esa corriente ingenua que lleva a cargar nuestra consciencia de palabras, metas y promesas y, en su lugar, llenarla de toda la experiencia y el conocimiento adquiridos. El momento de la temporada idóneo para recordar que no hay más futuro que el siguiente paso, que la felicidad no es cuestión de cantidad sino de calidad, que la grandeza no es un asunto de tamaño, que la alegría tiene más que ver con el saber que con el tener, que la vida no consiste en sobrevivir sino en saber vivir sobre la propia vida, que todo pasa, que todo llega, que la esperanza siempre fue el último de los males, que la paciencia siempre será la mejor de nuestras armas, que no somos lo que queremos sino lo que demostramos, que para poder ser hay que saber estar y que para estar lo importante es conservar las ganas de seguir aprendiendo, de seguir sintiendo, de seguir equivocándose, de seguir levantándose, de seguir sorprendiéndose, de seguir mejorando, de seguir caminando, de no apartar la mirada de la vida.

Feliz cambio de año a todos.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Ahora, nosotros

No podemos votar desde el miedo. Ni  desde la pena. Ni desde el odio. Ni desde la resignación. Ni desde la inercia. Ni desde la ingenuidad. Ni desde la vergüenza. Ni desde el forofismo. Ni desde la crítica. Ni desde la confrontación. Ni desde el egoísmo. Ni desde el pasado.
 
Debemos votar desde la ilusión. Desde la esperanza. Desde la convicción. Desde la voluntad. Desde la consciencia. Desde la experiencia. Desde el orgullo. Desde la conciencia. Desde la propuesta. Desde el entendimiento. Desde la altura de miras. Desde el presente pensando en el futuro.

Ya no podemos ni debemos votar por descarte. Ya no podemos ni debemos votar para que el otro no gane. Ya no podemos ni debemos votar para ajustar cuentas. Ya no podemos ni debemos votar para seguir alimentando frentismos ni turnismos que no llevan a ninguna parte. Ya no podemos ni debemos votar con los ojos cerrados. Ya no podemos ni debemos votar mirando al pasado. Ya no podemos ni debemos votar como quien da un cheque en blanco. Ya no podemos ni debemos votar pensando en que será otro el que se coma el marrón. Ya no podemos ni debemos votar con la intención de imponer o ignorar. Ya no podemos ni debemos votar para perpetuar errores o cambiarlos por otros. Ya no podemos ni debemos votar pensando sólo en nosotros. Ya no.

Nuestros abuelos y padres, quienes nos precedieron, hicieron grandes sacrificios para pasar página, para dejar de tirarse muertos a la cara, para dejar de mirar a derecha o izquierda y mirar hacia delante, para convivir desde la diferencia y la diversidad, para construir un país mejor para ellos y para quienes vinieran después. A ese momento, histórico y ejemplar pese a lo mejorable, lo llamamos Transición y nos trajo la democracia que tenemos hoy y de la que, pese a sus evidentes defectos, tenemos que estar agradecidos porque nos da la oportunidad de equivocarnos, de acertar o de cambiar las cosas.

Ahora, estamos ante otro momento histórico que puede y debe ser ejemplar en la medida en que puede y debe traer una regeneración democrática de la que disfrutemos no ya sólo nosotros sino también quienes vienen y vendrán. Pero para que sea ejemplar los que tienen que ser ejemplares no sólo son los políticos a los que elijamos en las urnas sino especialmente y por encima de todo nosotros: los electores, los soberanos, los ciudadanos. Así que mañana a votar por el mañana con todas las ganas, con todo el respeto y con la vocación de hacernos un regalo no sólo a nosotros ni a los nuestros sino también a los demás y a quienes heredarán las consecuencias de nuestras decisiones.

Todos conocemos a personas que en los 70 cambiaron la Historia de España, voto a voto. Ahora es nuestro turno, el de quienes no conocemos otra cosa que la democracia, para volver a hacer historia, para escribir un nuevo capítulo. Ahora nos toca a nosotros.

Star Wars: El despertar de la fuerza, el renacer de una saga

Anoche vi el estreno de "Star Wars VII: el despertar de la fuerza". Durante la proyección, sonreí varias veces, se me pusieron los pelos de punta otras tantas, se me cortó el aliento en las escenas donde sobran las palabras y, al final, durante los créditos de cierre, aplaudí espontánea y sinceramente, como la mayoría de la sala, por cierto, absolutamente llena de espectadores. Creo que eso es lo mejor que se puede decir de esta película que aprovecha todo el poder de la nostalgia en beneficio propio y del espectador.

Las promociones de esta producción vienen a decir que cada generación tiene su propia trilogía de Star Wars. Dando eso por cierto, "El despertar de la fuerza" es el equivalente en el siglo XXI a "Una nueva esperanza" por muchos más motivos que el de ser la primera de una nueva tanda de películas ambientadas en una galaxia muy, muy lejana...No en vano, en este séptimo episodio las referencias, los ecos y los guiños al capítulo de 1977 son más que evidentes y acertados, ya estemos hablando de planos, diálogos, objetos, situaciones, naves u, obviamente, personajes. Como no quiero hacer ningún spoiler me limitaré a decir que cualquiera que sea fan de la saga en general, de las magistrales entregas IV a VI en concreto y de "Una nueva esperanza" en particular disfrutará bastante con esta película ya sólo por la complicidad que busca y consigue encontrar con el espectador. Además, "El despertar de la fuerza", se desarrolla sobre un esquema conceptual y argumental muy similar al de la película que hace 38 años lo cambió todo: por una parte, lo básico del famoso patrón narrativo conocido como el "viaje del héroe" está ahí (aunque de forma más condensada/abreviada); por otra parte, se reitera la ubicación de la génesis narrativa en un planeta desértico, el droide con un secreto, la lucha entre dos bandos (la "resistencia republicana", que antaño fue la "alianza rebelde", contra la "Primera Orden", herederos del "Imperio"), la elección de un trío de (anti)héroes como protagonistas, la figura de un siniestro villano enmascarado con un mundo interior más bien complicado (que, por cierto, está bastante inspirado en una historia antaño oficiosa y hoy apócrifa), el conflicto-tragedia familiar como una de las subtramas más importantes, la presencia de una figura patriarcal en busca de alguien a quien transmitir su legado, la lucha contra un arma gigantesca capaz de destruir planetas (cuyo nombre es otro gran guiño), la búsqueda de un viejo maestro Jedi, el sacrificio como forma de completar la iniciación de los protagonistas...Dicho de otra forma, muy "warsie": la fuerza de la nostalgia es muy poderosa en esta película. No obstante, decir que "El despertar de la fuerza" es un remake encubierto de "Una nueva esperanza" sería muy injusto porque J.J. Abrams demuestra el respeto, el ingenio y la personalidad suficientes para aportar elementos nuevos (la elección de una heroína como nueva y fuerte protagonista central, una multiculturalidad más acentuada incluso que en las trilogías precedentes) o propios (la maestría a la hora de jugar con los prejuicios y las certezas del espectador, la predilección por incluir misterios a resolver, el dominio a la hora de dar pistas que pueden o no ser válidas, la utilización del cliffhanger como punto de inflexión...). Es decir, que Abrams parece que con esta película ha buscado honrar al pasado al mismo tiempo que sentar las bases de algo diferente. Lo cual, por cierto, no es precisamente fácil.

En línea con esto último, la vocación de "El despertar de la fuerza" queda bastante clara y no es la de un "más de lo mismo" sino servir de puente entre lo ¿viejo? (lo clásico nunca caduca) y lo nuevo. Por eso, tiene mucho de "entrega del testigo", de relevo generacional tanto delante como detrás de las cámaras. Algo que queda bastante claro con la aplicación de la técnica de creación literaria del "kill your darlings", sintetizada en una muerte que no por verla venir deja de ser menos dolorosa...y útil para los propósitos y las necesidades de esta nueva trilogía. Dicho de otra manera: avanzar significa aprender a despedirse. Y hasta ahí puedo leer...

Así pues, como no quiero extenderme demasiado por miedo a destripar más de la cuenta o atenuar el seguro disfrute de quien vaya a verla, simplemente diré que el Episodio VII, tanto en lo argumental como en lo técnico, lo interpretativo y lo musical, está más próxima a la mítica trilogía inicial (episodios IV-VI) que a la terrible trilogía posterior (episodios I-III). Es eficaz sin ser efectista, es nueva sin renegar del pasado, es madura sin dejar de ser apta para todos los públicos (Disney se nota), es entretenida pero con cierta sustancia, es autoconsciente del legado sin renunciar a ofrecer algo nuevo y es, sin duda, muy prometedora. Por todo lo dicho, creo que cualquier reseña de "El despertar de la fuerza" podría titularse "Una nueva esperanza para los fans" o "El ingenio contraataca" o "El retorno del entretenimiento"...Y buena parte del mérito de ello, más allá del solvente reparto (aunque obviamente no se pueda ni deba esperar interpretaciones de Óscar) y de un guión aceptable (pese a algunas cosas que no quedan suficentemente explicadas), lo tiene J.J.Abrams, que ha sido capaz de hacer con Star Wars algo aún mejor que lo logrado con la otra saga galáctica por excelencia...

Con todo esto no quiero decir, como creo que ha quedado claro, que estemos ante una película perfecta, puesto que tiene cosas evidentamente mejorables (el poco carisma del reparto, una duración quizás excesiva, las lagunas del guión antes mencionadas...), pero sí que es una película que merece la pena verse por cómo se enfrenta al impresionante peso del legado, las expectativas y la nostalgia y, además, a las dificultades propias de todo inicio de trilogía (en las que se dedica más tiempo a presentar a los personajes y las tramas-río que a lo que es acción o entretenimiento puro y duro).  

En definitiva, la séptima entrega de Star Wars demuestra que, por suerte, no todo estaba perdido; al contrario: evidencia que todo eso posible cuando la Fuerza está contigo. Y quien dice Fuerza, dice talento. Así que, por todo ello, sólo cabe decir una cosa más: Gracias, J.J. Abrams: contigo re-empezó todo.
 

(Para descubrir más cosas sobre Star Wars no dudes en leer este otro artículo pinchando aquí)

lunes, 14 de diciembre de 2015

La luz del terrorismo

El terrorismo no es oscuridad. Es luz o, mejor dicho, traslación de luz. El terrorismo nos da miedo porque nos cambia el foco, desplazándolo para iluminar algo que de normal permanece en la oscuridad y que erróneamente ignoramos en lo sensible y despreciamos en lo cognoscible al considerarlo inexistente. Un “algo” que se constituye como un leviatán latente pero capaz de emerger en cualquier momento y lugar, de confirmar su existencia a los ojos de la consciencia como un arco voltaico que instantáneamente sacude nuestros patrones de pensamiento y comportamiento al tiempo que conecta personas, ideas, ideologías, territorios, sentimientos y vacíos. Un “algo” cuya revelación nos deslumbra y conmociona como una descarga eléctrica propagándose por una red de tiempo y espacio en la que la instantaneidad y simultaneidad exteriores se conjugan con una resonancia sensible, íntima y no explicable que cada persona contribuye a propagar como si fuera un repetidor de sentimientos tan universales como primigenios que al expandirse como círculos excéntricos acaban por convertir las distintas comunidades sociales en un único ser social, sintiente y desconcertado. Un “algo” cuyo poder conmocionador no depende
tanto de la concreción de la amenaza o el acto terrorista como de la imposibilidad de ubicarlo en ninguna ideología, credo, ética o moral y que, por tanto, no podemos abordar ni solucionar desde ninguna ideología, credo, ética o moral. Un “algo” que no podemos aprehender ni manejar ni física ni emocional ni intelectualmente pero con una utilidad manifiesta en tanto que sirve para definir y ubicar por contraste. Así, el terrorismo constituye una raya que simplifica las formas de estar y sentir(se) y que nos ayuda a posicionarnos, a saber qué o quién somos gracias a revelarnos qué o quién no somos. ¿Y qué es eso que no somos? Seres humanos en estado puro, despojados de cualquier ideología, ética, moral, interés o convención social. Por eso da miedo el terrorismo, porque ilumina la oscuridad sobre la que hemos construido nuestra identidad como individuos y como sociedades; porque nos obliga a confrontar aquello que, siendo y estando, no siempre vemos o estamos dispuestos a ver, recordar o reconocer.

sábado, 5 de diciembre de 2015

The Candidates

En las últimas semanas, los hemos visto hacer el tonto y hablar en serio. Los hemos visto bailar, cantar a capela, conducir, tomarse un café, jugar al futbolín, tirar a canasta, montar en globo, comentar partidos de fútbol, tomarse un café, dar collejas a hijos bocazas, contar intimidades, acomodarse entre los cojines de Osborne...Lo que sea con tal de evitar que parezcan meros expendedores de promesas electorales. Por ver, incluso hemos presenciado debates entre (casi todos) ellos. Parece que los medios y los partidos han consensuado que la mejor forma de hacer campaña en España en el siglo XXI es convertir a los líderes políticos en estrellas mediáticas, lo cual implica a su vez apostar más por la popularidad que por la credibilidad del candidato en cuestión, algo ciertamente discutible pero respetable. Así, del "programa, programa, programa" que diría aquél se ha pasado al "programa de radio, programa de televisión, programa de internet". Como consecuencia de ello, la necesaria, urgente y reclamada segunda transición española ahora mismo está más cerca del zapping que del cambio político, una curiosa estrategia cuyos resultados veremos el próximo 20 de diciembre.

Por eso, ahora que ya estamos en plena campaña presidencial y que hasta Francisco Ibáñez ha tomado cartas en el asunto, quiero hacer una breve reseña de los candidatos a La Moncloa.

Mariano Rajoy: No creo honestamente que sea mala persona ni un bastardo vocacional pero sí creo que es objetivamente un cenizo, mentiroso, enajenado, majadero, acomplejado, soso, perezoso, cobarde, perjudicial, extemporáneo y tarugo cuya habilidad para traicionar sus propias palabras sólo se ve superada por su colosal talento para quedar en ridículo a base de tautologías y declaraciones que lo sitúan en la senda de Ramón Gómez de la Serna y Groucho Marx. Por ello, que este líder de un partido copado por jetas, pelotas y mediocres y de un gobierno que ha dejado a la clase media, al mercado laboral y a la cultura hechos unos zorros siga teniendo opciones de ganar unas elecciones es algo que se merece un programa especial de Íker Jiménez, no vaya a ser que haya estallado un apocalipsis zombi que transforma a la gente en comecerebros votantes del PP y no nos hayamos enterado.

Pedro Sánchez: El tipo que vive, habla y se mueve como si estuviera permanentemente en un anuncio. Es científicamente imposible tomarlo en serio. Está muy bien que el hombre tenga confianza en sí mismo y en sus posibilidades como líder no ya de su partido sino hasta del país pero, las cosas como son, su infundada e indudable autoestima sólo es comparable a su ingenuidad mental y volatilidad ideológica. Su afán por llamar la atención, explotar su telegenia, ponerse estupendo y venirse arriba da mucho juego...siempre que lleves un par de copas encima. Así, Sánchez está más cerca de ser Joaquín Reyes imitando a Kennedy que de constituir una candidatura digna de ser tomada en serio. Al principio, su permanente "modo Teletienda" me parecía curioso pero ahora ya me parece irritante. En teatro se diría que está sobreactuando; en política, que está dando vergüenza ajena. Tanto que cada aparición suya debería aparecer acompañada de un rótulo que pusiera "Apadrina un capullo".

Pablo Iglesias: Un chaval con conflicto de personalidad. No se sabe si quiere ser Robin Hood, el Ché Guevara, Robespierre, Jesucristo echando a los mercaderes del templo, Stalin versión low cost, estrella del rock, el hijo imposible entre Carrillo y la Pasionaria, demagogo pancartero o parlante de bananero en la intimidad. Está claro que fue el primero en llevar la contraria al establishment y el primero al que el bipartidismo le ha partido la cara en lo político y en lo mediático. Pero también está cristalino que es el jefe de pista de un sinestro circo en el que podemos ver a una defecación con problemas fiscales, un niño batracio y los coros y danzas de porrolandia. Su calculada ambigüedad política, su tibieza ante el terrorismo (sea el etarra o el yihadista) o la dictadura venezolana, sus vaivenes entre el radicalismo antisistema y el postureo reformista, su reiteración en la bulla demagógica aun cuando carezca casi siempre de una base real, su inviable y mutante programa y su afinidad con escombreras (en lo estético, en lo ético y en lo político) como Bildu, Barcelona en comú o Ahora Madrid pueden y deben/deberían pasarle factura electoral, aunque es evidente que es la nueva y merecida cara de "la izquierda" a nivel nacional, al menos a corto plazo, toda vez que ha superado al ridículo Sánchez y al trasnochado Garzón en tal menester. Al fin y al cabo, la gente de izquierdas siempre ha sabido premiar la demagogia fácil y el arribismo: para muestra, un Pablo.

Albert Rivera: Al igual que ocurre con la democracia respecto a los otros sistemas políticos, Rivera es el menos malo de todos los candidatos políticos. Quizás su principal defecto es ser, parecer y mostrarse tan pluscuamperfecto que habrá muchos españoles con la razonable duda de saber si es un ser humano o alguien que ha visto Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. No obstante, es evidente que un tipo que, sin ser el campeón que debe revalidar el título, está siendo atacado con la misma saña por el resto de rivales-aspirantes (y sus medios afines y seguidores) no sólo es la referencia sino probablemente el único que electoralmente está haciendo bien las cosas y, de paso, deja carentes de contenido las críticas de quienes le acusan de ser "el nuevo PP" (que es lo que dice la izquierda) o "filoizquierdista" (que es lo que dice la derecha). Porque es innegable que pese a los obvios errores, deslices y torpezas que ha cometido su partido en el pasado (véase Libertas) y el presente (véase Junta de Andalucía), es la única formación política de las cuatro en liza que, al menos según parece, no se ha visto penalizada por el electorado. Dicho lo cual, alguien que apuesta por una nueva forma de hacer las cosas, por huir de las etiquetas, por no condicionarse, por no ser más de lo mismo, por cuidar la ética tanto como la estética, por tomarse la política en serio...me cae bien.

También debería hablar de la sección "Walking Dead", la parte de "lefties" de la política nacional, el terreno en el que existen partidos que sólo percibe el niño del sexto sentido: IU, UPDyD, Vox...pero hay que dejar tranquilos a los muertos.

Sea cual sea el desenlace electoral, lo único seguro es que las semanas que quedan hasta que pasemos por las urnas serán un tour mediático de los cuatro componentes de "The Candidates" intentando convencer a los indecisos, porque a sus groupies ya los tienen plenamente movilizados. Tan sólo espero que, sea cual sea el resultado de las elecciones, el 20-D se certifique la defunción del tóxico bipartidismo y de la vieja forma de hacer política y de servirse de ella. Al menos eso sí nos lo hemos ganado.