viernes, 28 de noviembre de 2014

Los dos lados de la ventana

Fuera, tras la ventana, una luz ahogada en blanco sepulcraba el teatrillo de un otoño que ensayaba un día más la despedida. Fuera, tras la ventana, la neblina emergía espectral desde el río, desvaneciendo los huesos roídos de los árboles. Fuera, tras la ventana, decenas de suelas machacaban la hojarasca que amortajaba las calles como los jirones de un diario obsoleto. Fuera, tras la ventana, el viento olía a brindis y derrota, a telón a punto de caer. Fuera, tras la ventana, la orquesta desafinada de la ciudad rompía el réquiem con su enjambre de ruidos. Fuera, tras la ventana, el mundo seguía su locura de peonza. Dentro, tras la ventana, el tiempo suspendido en la penumbra era el principio y el final de toda esperanza. Dentro, tras la ventana, el espeso silencio velaba el derrumbe de un aliento que se apagaba como el sol en el oeste. Dentro, tras la ventana, las palabras se disolvían en recuerdo y en nada dejando en el aire un amargo olor a nostalgia. Dentro, tras la ventana, los sueños por vivir, las promesas por cumplir y los proyectos por hacer se habían disuelto como sueños separados de la almohada. Dentro, tras la ventana, la vida se escapaba como un castillo de arena asediado por la espuma salada. Dentro, tras la ventana, el teléfono permanecía enmudecido por los vivos que no quieren saber nada de la muerte. Dentro, tras la ventana, los vestidos de las grandes ocasiones colgaban resignados al nunca más. Dentro, tras la ventana, las lágrimas abrillantaban unos labios combados en sonrisa. Dentro, tras la ventana, un coqueto pañuelo coronaba un cuerpo a punto de implosionar. Dentro, tras la ventana, ella miraba la vida marchar.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Rencor, memoria y corazón

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Nadie está libre de vivir malas experiencias; situaciones siempre desagradables y con frecuencia injustas; sucesos o momentos que se recuerdan con una amargura nítida sin importar la distancia entre ellos y el momento presente. Tampoco nadie está libre de encontrarse en la vida con personas que erizan el significado de la palabra "gentuza"; hombres y mujeres que son "los abajo firmantes" de muchos de tus peores sentimientos o recuerdos; gente a la que habría sido mejor no haber conocido nunca. Nadie, como digo, está libre de pasar por algo así. La vida es una partida que se juega sin cartas marcadas y, por tanto, todos estamos y estaremos siempre expuestos a la ruindad, la desgracia y/o el desengaño. No importa cuánto hayamos vivido o aprendido: siempre habrá alguien capaz de recordarnos que el mundo y quienes lo habitan no es exactamente una película de Disney.

Todo esto hace que el rencor sea un sentimiento tan frecuente o más que la alegría o la pena. Un sentimiento indeseado que, por cierto, nace paradójicamente con bastante facilidad bajo la mordaza de la buena educación o el saber estar, pues todos ellos hacen que no pocas veces se cierren en falso agravios y equívocos que necesitan una solución más "definida". Un mal sentimiento que secuestra nuestros pensamientos para hacerlos girar en torno a un fuego de fantasías siniestras, recuerdos mortificantes y anhelos revanchistas. Un agujero negro que amenaza con tragarse cualquier luz que haya dentro de nosotros. Un veneno del que podemos y debemos prescindir porque, desde el rencor o por el rencor, pensamos o incluso hacemos cosas que no deberíamos, simplemente porque a cambio obtenemos una absurda y fugaz sensación de confort íntimo, de dulce venganza, de reparación cósmica que sólo nosotros entendemos, cuando, realmente, lo único que hacemos con todo ese dolor podrido y esa rabia emparedada que tenemos dentro no es hacerlos desaparecer sino dejar que se claven como metralla hasta el punto de desequilibrar nuestra escala de prioridades, alterar nuestras atenciones y anquilosar toda nuestra maquinaria de afectos. Así, el rencor se revela como una enfermedad (a menudo de origen exógeno) que, desde el pensamiento, ataca a todo nuestro de sistema afectivo de tal manera que, si no se trata correctamente en modo y tiempo, corremos el riesgo de que nos convierta en infelices crónicos...o en el mismo tipo de gentuza que nos provocó a nosotros tal rencor.

¿Cómo librarse o afrontar esto? Yo creo que la mejor solución es la más dura de todas: pasar página. Uno no puede recuperar la estabilidad ni la salud mental y afectiva si no consigue que la causa o el causante del rencor deje de formar parte íntima o cotidiana de sus pensamientos. Con ello no quiero decir que haya que perdonar en el sentido cristiano y poner la otra mejilla. Eso es una ética magistral...pero ineficaz en un mundo con excedente de hijos de puta y en el que el paso del tiempo no es con frecuencia ninguna panacea. No. El rencor no necesita el perdón del corazón sino el perdón de la memoria. Ese que borra cualquier recuerdo del suceso o la persona desagradable o que, al menos, lo entierra tan hondo que acabas por ignorar su existencia. Los malos recuerdos y quienes los protagonizan deben quedar en nuestra cuneta. Es decir, el rencor no se cura con paz sino con olvido, desdén, indiferencia, desprecio, desvinculación. En ese sentido, conviene recordar que vivir, entre otras muchas cosas, significa aprender a dejar atrás lo bueno y lo malo pero muy especialmente esto último. De no hacerlo, es bastante probable que nos instalemos emocional e íntimamente en un constante bucle en el que revivamos una y otra vez un mal recuerdo que debería estar muerto hace ya tiempo. Vivir en el presente mirando hacia el pasado es la mejor forma de no ver ningún futuro, máxime si ese pasado poco o nada bueno tiene que aportarnos, así que, mejor ser prácticos y querernos un poco más a nosotros mismos haciendo con las malas personas y los malos recuerdos lo mismo que se hace con las malas hierbas: arrancarlas. 

Y digo todo esto desde la experiencia de quien ha perdido demasiado tiempo rumiando el rencor por sucesos y/o personas que no se merecen ni un solo segundo de mis pensamientos. Por tanto, mejor dedicar nuestros esfuerzos a crear, a construir, a querer, a avanzar. Así al menos nos podremos diferenciar de quienes se dedican a destruir, a odiar, a entorpecer. Y, sólo por eso, ya merece mucho la pena intentarlo.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Después de 600

Después de seiscientos artículos publicados en este blog desde hace más de ocho años, hay pocos temas o cosas sobre las que no haya escrito. Por eso, hoy quiero dedicar este post a los míos. ¿Y quiénes son "los míos"? Es díficil contestar de una forma precisa o rotunda a esta pregunta, pero, honestamente, pienso y siento que mi gente, los míos, son quienes...

Sin compartir mi sangre, firman y firmarán a pie de mi felicidad.

Compartiendo mi sangre, dan sentido a las palabras "nobleza", "lealtad", "cariño" y "tranquilidad".

Sin ser mi familia, formaron una sobre un escenario.
Son parte de una pequeña gran escuela en la que aprendes a descubrir, a descubrirte y a que te descubran.

Estando o no, siempre están y estarán.

Cuentan todas las veces que se han caído por las veces en que se han levantado.

Cuando las flechas cubren el sol, luchan en la oscuridad.

Saben que todo gran camino empieza con un pequeño y único paso.

Hacen lo correcto sin importar si coincide o no con "lo fácil".

Asumen que los errores, duelan o no, forman parte del aprendizaje.

Son conscientes de que crecer consiste en disfrutar del desengaño sin formar parte de él.

Han descubiero que el tiempo no pasa sino que se invierte o se malgasta.

Les preocupa el presente porque es el lugar en el que pasarán su futuro.

Suman y multiplican pero no restan ni dividen.

No tienen miedo ni vanidad para reescribirse o reinventarse.

Sienten que el valor está en la diferencia.

Prefieren ser la excepción y no la regla.

Son renglones torcidos en tiempos de dictados y cuadrículas.

Confían en la pausa en un mundo frenético.

Creen que la única forma de ser pasa por la sinceridad.

Alzan la mirada cuando o donde el resto agacha la cabeza.

Dicen y sienten sin miedo a los daños colaterales de las habladurías u opiniones ajenas.

Cruzan las puertas entreabiertas en lugar de quedarse ante ellas.

Aprendieron que conformarse es la más inaceptable de todas las cobardías. 

Quieren creer que el éxito no es cuestión de enchufes o suerte sino de esfuerzo y talento.

Consideran que la verdadera justicia no está escrita ni lleva toga.

Apuestan por la cultura en tiempos de mediocridad.

Saben que un buen libro, una buena película, una buena obra o un buen videojuego consisten en lo mismo: contar bien una historia.

Pudiendo ser de cualquier equipo, eligen ser del Atleti.

Viven y saben vivir. 

Así que por todas esas personas que, conociéndolas o no, son "los míos", bien vale la pena haber escrito esos seiscientos artículos y volver a compartir con ellos otros tantos.

viernes, 21 de noviembre de 2014

La última hoja

Edward Barrons peinaba funerales, tenía la vida sin planchar y la sonrisa cerrada por derribo. Pero eso no le importaba. Vivía en una urbanización de las afueras donde nunca pasaba nada que no fuera el tiempo. Pero eso no le importaba. Tenía setenta y ocho años y murió a los setenta y tres. Y eso sí le importaba. Porque hacía cinco inviernos que ya nadie le llamaba “Eddie” ni le despertaba con olor a tostadas y café recién hecho ni le abrazaba por las noches en la cama aunque no hiciera frío. Aquella mañana, con la madrugada aún en retirada, se puso la bata que ya no olía a ella, dejó encendida la radio en la cocina y salió al cobertizo. Frío y viento para un hombre hueco. Otoño en el jardín. Y en el jardín, un roble. Y en el roble, una hoja. Una que bailaba su muerte como un ahorcado. Durante un instante, Edward Barrons pidió a Dios que esa hoja fuera la suya. Cinco minutos después, entró en la casa y subió el volumen de la radio. Música clásica para un mar de silencio.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Lisergia, asombro y nostalgia

El pasado jueves por la tarde fui con mi hermano a ver en directo un show de WWE; para profanos: un espectáculo de lucha libre. Uno de esos planes que sirven para desempolvar la camaradería cómplice familiar y, al mismo tiempo, hacer un agradable y divertido "regreso al futuro" en toda regla. Uno de esos planes que, dentro de unos años, seguro que aparecerá de improvisto en algún pensamiento o conversación cuando nadie lo espere. Uno de esos planes.

La velada se puede resumir en tres palabras: lisergia, asombro y nostalgia.
Lisergia porque sólo como lisérgico se puede resumir el espectáculo de la cola para entrar, el previo al show amenizado por unos altavoces donde tronaban los grandes éxitos de Los Chunguitos (¡¿?!) con "Dame veneno" rompiendo el hielo, la pintoresca y ruidosa presencia de los "no sólo soy fan también soy un friki", la presentación del espectáculo con Lilian García cantando a capela "Que viva España" (¡¡¿¿??!!) o lo nunca antes visto o, mejor dicho, oído en el mundo del wrestling: un combate de "pajeras" (nunca antes un desliz hizo tanto por la comedia y el porno). Una lisergia que, más allá del desconcierto, ayudó a crear un clima de propensión a abandonar toda seriedad, a pasarlo bien.
Asombro porque resulta asombroso comprobar en vivo la descomunal presencia de estos titanes del ring, ver en persona a auténticos iconos que nunca pensaste ver más allá de una pantalla y constatar que, independientemente del elemento "show", los profesionales de la WWE son verdaderos atletas. Pero también resultó asombroso por sentir y ser parte de un ambiente en el que más de diez mil personas (lleno total) electrizaron el aire con sus constantes gritos, aplausos y abucheos. Sentado allí, en el graderío, uno podía imaginarse fácilmente cómo sería aquello de sentarse en el Coliseo romano a ver darse de leches y algo más a los gladiadores.
Y nostalgia por comprobar que el público allí presente estaba formado por los niños que fuimos y los niños que son. Es decir, los que descubrimos hace (muchos) años el wrestling de la mano del mítico programa "Pressing catch" en Telecinco y los que lo han descubierto recientemente gracias a las emisiones en Cuatro, Marca TV y Neox, siempre con la voz y las extrañas ocurrencias de Héctor del Mar como denominador común. Así, resulta casi lógico que la adrenalina deportiva dejara su paso a la nostalgia personal. Viendo las caras de emoción, las miradas de asombro y los gritos honestos de los más pequeños (que eran muchísimos pese a la hora y ser día de diario) uno recuerda y se recuerda. Se remonta a los tiempos en los que aún ignoraba que lo que ocurría en el ring estaba guionizado y ensayado. A los tiempos en los que no discriminaba entre combates nivel "charlotada" (como dos de los que se vieron el jueves) de auténticos combates de calidad (como los de Sheamus vs Harper o, especialmente, Cena vs Rollins). A los tiempos en los que de los televisores españoles salían cosas como "piquete de ojos", "quebradora", "baile de San Vito", "abrazo del oso", "jalar de los cabellos", "más, más (nombre) que nunca" y el resto de expresiones que salpicaban las narraciones de aquellos combates. A los tiempos en los que los latidos atropellaban palabras al ver a personas de carne y hueso a las que la mentalidad infantil convertía en dioses de un Olimpo personal e innegociable. A los tiempos de los Hulk Hogan, The Ultimate Warrior, Bret "The Hitman" Hart, "Macho Man" Randy Savage, Ric Flair, Mr. Perfect, Ted Dibiase, Shawn Michaels, The Undertaker, Tito Santana y compañía.

Así las cosas, después de tres horas de show, es lógico que me volviera a casa satisfecho por haber compartido una muy divertida y agradable velada con mi hermano y con la convicción de que, quizás, ya va siendo hora de pasar el testigo del asombro y la emoción a los que están en edad para ello y quedarme sólo con la entrañable nostalgia de los buenos recuerdos. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

El día después (del ridículo)

Hoy es 10 de noviembre. Los cuatro jinetes del Apocalipsis no corretean sobre la Tierra. Buena señal. Mariano Rajoy y Artur Mas sí corretean sobre la Tierra. Mala señal. Hoy es 10 de noviembre. El día después de que en Cataluña, con su presidente a la cabeza, se llevara a cabo una performance a medio camino entre el esperpento teatral y los referéndums franquistas. El día después de que el Gobierno de España, con su presidente a la cabeza, decidiera olvidarse del artículo 155 de la Constitución y de qué significa que un país se defina y defienda como "Estado de Derecho". El día después de que dos políticos lamentables quisieran llevar el concepto "ridículo" a una nueva dimensión. El día después de que Artur Mas decidiera ponerse el mundo por barretina y pasarse por el arco triunfal la Constitución mientras lleva a toda una región a un callejón de difícil salida. El día después de que Mariano Rajoy decidiera plegarse sobre sí mismo hasta crear una paradoja en el espacio-tiempo que haga dudar de su propia existencia. El día después de constatar que el sentido común se ha extinguido en España. El día después de descubrir que este país tiene poco de democracia pero mucho de carrera de pollos sin cabeza. El día después de que España tenga su dignidad, fiabilidad y seriedad como país al nivel "coño de la Bernarda".

Y la culpa de todo ello no es achacable tanto a la proverbial (e injustificada) sensación de incomodidad que lleva a Cataluña a ser políticamente algo así como la mosca cojonera mediterránea por excelencia (de la que ya hablé en otro artículo), como a la lamentable y demencial actitud de Rajoy y Mas. Uno, Rajoy, encarnando la quintaesencia del inmovilismo y otro, Mas, representando el no-va-ídem de la irresponsabilidad. Uno, Rajoy, cobarde, perezoso y cretino. Otro, Mas, kamikaze, frenético y astuto. Ambos, incapaces de llegar a ningún entendimiento. Ambos, enajenados. Ambos, huyendo hacia delante. Ambos, traicioneros. Ambos, un insulto para la inteligencia. Ambos, cadáveres políticos. Ambos, peligrosos para cualquier democracia. Ambos, impresentables. Ambos, pura miseria.

Evidentemente, nada de esto habría pasado si Rodríguez Zapatero (esa ameba), hubiera tenido la boca cerrada y la prudencia abierta cuando en 2003 perpetró la ocurrencia de prometer apoyar el Estatuto que aprobara el parlamento catalán. Tampoco habría ocurrido nada de esto si Mas se hubiera comportado como un político sensato, una persona responsable y un cargo público leal
a la misma legalidad que le ampara y no como la cheerleader número uno del "soberanismo" que se pasa por el forro la Constitución, los fundamentos democráticos y la misma realidad. Y, evidentemente, nada de esto habría pasado si Rajoy se hubiera comportado como un político decente, una persona valiente y un Presidente del Gobierno comprometido con la defensa del Estado de Derecho y no como un manso en plaza cuyo único talento constatado es el de encadenar errores, mentiras, traiciones y atropellos. Rajoy y no Mas es quien preside el Gobierno de España. Rajoy y no Mas es quien debe ser el primer interesado en aplicar y hacer aplicar la Constitución. Rajoy y no Mas es quien debe ser el principal protector de la democracia ante cualquier ataque o burla. Rajoy y no Mas es a quien millones de españoles confiaron una mayoría absoluta para que gobernara desde la firmeza, el coraje y la honradez. Por eso, Rajoy y no Mas es quien ha perdido más con todo esto por su inexplicable dejación de funciones, su imperturbable tibieza y su eterna y despreciativa sordera y ceguera ante las reclamaciones y necesidades no ya de quienes le votaron sino de la mayoría de la sociedad española. Si el Presidente del Gobierno no sabe o no quiere gobernar, no está ni capacitado ni legitimado para estar en su cargo ni un segundo más, por mucho que su mediocre corte de babosos y palmeros le canten al oído aquello de "Todo es fabuloso". Claro que, para renunciar a algo tan seductor como el poder se requiere valentía, cualidad que, junto a la belleza, la coherencia y la decencia, debió quedarse en el colador genético de Rajoy al ser concebido. Pocas veces un cobarde dio tanta pena y tanto asco a la vez.

Así las cosas, Rajoy ya puede añadir el 9-N a su lista de grandes éxitos, junto a la aniquilación económica de la clase media, la devaluación del mercado laboral, el exterminio de la deontología periodística, la tibieza ante la corrupción, la creación de Podemos o las comparecencias por plasma, entre otros muchos hits. Lleva un carrerón que ni Fernando VII.

Por lo demás, sólo cabe esperar que todo pase lo antes posible y que lleguen tiempos mejores, cosa que, sin duda, así será porque, honestamente, peores que éste, pocos.

sábado, 8 de noviembre de 2014

"Y, el último hombre": un cómic para recordar

He sido, soy y seré un gran amante de los cómics. Hasta el momento, puedo decir que he leído cientos y de todo tipo. En la mayoría de casos, al cerrar la última página, mi sensación era la de quien ha disfrutado de un entretenimiento tan buscado como fugaz en el tiempo y la memoria. En otros, no muchos (y de ahí su valor), al cerrar la última página, tuve la convicción no sólo de haber disfrutado enormemente sino también de haber leído algo que formaba o formará parte de la historia del noveno arte con todo merecimiento (Watchmen, V de Vendetta, 300, From Hell, Sin City, La Liga de los Hombres Extraordinarios, Batman: Año Uno, The Authority, Kick Ass, Walking Dead...). Pero sólo con uno me ha pasado que, al cerrar la última página, no sólo he tenido la convicción de haber disfrutado tremendamente con un cómic histórico sino que me he llenado de emociones; de emociones inesperadas, personales y reales. Ese cómic ha sido Y, el último hombre, reeditado en España en los últimos veinte meses por ECC Ediciones. Reeditado, sí, así que quizás esta reseña llegue tarde, varios años tarde de hecho, ya que esta obra conoció su primer número en 2002 y finalizó en 2008. Pero eso no importa tanto como haber tenido la suerte de leerlo.

Y, el último hombre, introduce al lector en las aventuras deYorick Brown, un joven de NY aficionado al escapismo que es el único superviviente masculino de una súbita extinción de todos los seres vivos de ese género. Así, junto a su mono Ampersand, la agente secreta 355 y la doctora Mann, Yorick deberá viajar/huir/escapar por el mundo en busca de una explicación y ¿cura? para el "genericidio" y de su novia Beth. Que esa búsqueda no será fácil ni breve es obvio, máxime en un mundo donde este cataclismo ha dado paso a un ¿nuevo? tipo de sociedad en la que, pese a la extinción masculina, se siguen reproduciendo las mismas grandezas y miserias que han acompañado siempre al ser humano.

Así, las aventuras de Yorick y sus amigas se revelan como un viaje tanto exterior como interior, remitiéndonos casi automáticamente a la clásica Odisea, puesto que, al igual que sucede con Ulises, el Yorick que comenzó el viaje no es el mismo que lo terminó, gracias a un camino salpicado de imprevistos, decisiones difíciles y personajes de lo más variopinto. Quizás por todo ello, se podría decir que estamos ante una historia iniciática dado que la búsqueda de Yorick no es más que el largo viaje hacia la madurez, hacia el desengaño que nos prepara para la vida y para valorar las cosas y las personas en su justa medida.

A todo esto hay que añadir que la obra está creada y escrita por Brian K.Vaughan, uno de los grandes referentes y atractivos del mundo del cómic en lo que va de siglo XXI, gracias a trabajos como éste o como Ex Machina, Runaways o Saga. ¿Por qué? Porque tiene un auténtico don para los diálogos, para manejar el temponarrativo y para las elipsis. Porque tiene una innegable maestría para hablar de asuntos, sentimientos y pasiones de profundidad Shakespeariana pero con un estilo muy fresco, actual, cargado de referencias culturales (tanto clásicas como pop) y en el que el humor, la ironía y el sarcasmo complementan y subrayan a la perfección todo lo que ocurre dentro y fuera de los protagonistas. Porque tiene una extraordinaria habilidad para crear personajes llenos de vida, matices y paradojas que se te clavan en la memoria y el corazón en apenas unas viñetas. Porque, en definitiva, Vaughan hace que parezca muy sencillo algo algo que es tan complicado que, para muchos, es imposible.

Si a ello se le suma el excelente trabajo de la dibujante Pia Guerra, con unas ilustraciones llenas de precisión y realismo, Y, el último hombre, tiene absolutamente todos los ingredientes para gustar a cualquier amante de las buenas historias, ya estén escritas en prosa, viñetas o fotogramas. Por eso no extraña que esta obra ganara en 2008 el presitigioso Premio Eisner a la mejor serie o que fuera nominada a los no menos prestigiosos premios Hugo y Harvey. Como tampoco sorprende la enorme repercusión que tuvo y sigue teniendo, pese a los años transcurridos. 

Pero, si hoy estoy escribiendo todo esto es porque ayer cerré elúltimo volumen de esta historia. Ayer acabé el viaje. Ayer finalicé la aventura. Ayer me impresioné, emocioné y conmoví como nunca antes me había pasado con un cómic. ¿Por qué? Bueno, quizás porque Y, el último hombre es una obra llena de vida y, como tal, llena de triunfo y fracaso, alegría y amargura, felicidad y pena, furia y silencio, sorpresa y desencanto, preguntas y respuestas, presencias y ausencias, amor y dolor, rebeldía y aceptación, vida y muerte. Porque, en definitiva, es una celebración de todo lo que nos hace sentirnos vivos. Es un cómic capaz de arrancarte sin permiso una sonrisa o una lágrima o ambas a la vez. Y, tal vez por ello, siento una profunda envidia de quienes tengan la suerte de adentrarse por primera vez en sus páginas.   

sábado, 1 de noviembre de 2014

Último servicio

Tenía el pelo cobrizo, la piel lechosa y el corazón podrido. Se llamaba Dana Rouge y no había puta que la superara a ese lado del Misisipi. Por su cama lo mismo pasaban hombres de negocios que magos vudú, casados cincuentones que estudiantes con acné, sacerdotes descarriados que diablos con las ideas claras, cuerpos atléticos que engendros vomitivos, blancos que negros, chicanos que chinos, dotados que micropenes. Si tenías el dinero suficiente, su vagina era universal. Se llamaba Dana Rouge y a sus más de cincuenta años ya era una puta leyenda. Aliviar los genitales y la cuenta corriente de los hombres era su profesión pero lo suyo, además, era auténtica vocación: disfrutaba jodiendo. No había postura ni gemido ni mirada ni exclamación ni perversión ni enfermedad venérea que no conociera. No había ninguna petición a la que se negara si alguien estaba dispuesto a pagar el precio. Su precio. Se llamaba Dana Rouge y a su edad ya había ganado y gastado más dinero que muchas familias en toda su vida. 

La noche en que se retiró de la profesión, Dana Rouge estaba sentada en su tocador, junto a la cama de cuatro metros cuadrados y sábanas de importación, esperando la llegada del último cliente de la jornada. Una elegante bata de seda color burdeos cubría su enjuto cuerpo al tiempo que empababa el sudor y el olor de un hombre cuyo nombre ya había olvidado. Como siempre, entre servicio y servicio, se acicalaba su largo cabello, se pintaba los labios, se perfilaba los ojos y mascaba compulsivamente un chicle de menta para eliminar de su aliento el olor a nicotina y semen. Penetrando la ventana, el viento nocturno llenó la habitación del húmedo calor del pantano y una lejana canción de jazz. Fuera, en el porche, junto al embarcadero, una orgía de mosquitos acosaba un farol destartalado. Llamaron a la puerta. Dana se echó dos gotas de perfume detrás de los oídos. Volvieron a llamar a la puerta. Dana se incorporó y recorrió el espeso silencio de su casa hasta el recibidor. Justo cuando estaban a punto de llamar por tercera vez, abrió la puerta, dejando que una sonrisa, dos pezones y un kilo de silicona dieran la bienvenida al último cliente. Era un hombre de pelo cano, piel curtida, traje sobrio negro y gafas de sol. Ninguno de los dos dijo nada. El cliente entró antes de que Dana pudiera invitarlo a pasar. En el aire, flotando como un ahorcado, dejó un olor a incienso y carne podrida. Dana disimuló el asco y le sonrió. ¿Quieres una copa? ¿Vino? ¿Gin? El cliente no contestó y se encaminó al dormitorio sin esperar a Dana. De acuerdo, Romeo. Para cuando Dana llegó a su cuarto, el cliente se había sentado a los pies de la cama, con una pose tensa, hierática. Relájate, cariño, y dile a Dana qué va a ser: fránces, griego, completo, lluvia, bondage...Pide y Dana te lo dará si tú puedes dar a Dana. El cliente la miró fijamente pero sus labios macilentos no se despegaron. ¿Te gusta sólo mirar? ¿Quieres que Dana haga un striptease para ti? La única respuesta que se escuchó en la habitación fue la de los animales del pantano follándose al silencio. Muy bien, cariño, puedo quedarme aquí toda la noche sin mover un músculo mientras pagues por ello pero creo que es hora de que abras la boca o la cartera. El cliente miró hacia la ventana. Dana sonrió y se acercó a él. Lo entiendo, cielo. Tranquilo. Déjate hacer por Dana. El cliente alzó su mano derecha y la detuvo. Oye, mira, encanto, soy puta pero no idiota. Dana Rouge no está para perder el tiempo. O pagas y jodemos o ya te estás largando. El cliente se incorporó y el olor a putrefacción se hizo insoportable. Dana retrocedió dos pasos y sofocó una arcada mientras el cliente se aproximó hacia ella con tranquilidad. El farol del porche comenzó a parpadear y un silencio atronador quebró toda la normalidad de la noche. Con un suave y delicado gesto, el cliente retiró la mano de Dana de su boca y acarició su mentón. La respiración de Dana se despeñó. Los labios del cliente se abrieron y dejaron escapar una voz como el eco enfurecido de decenas de niños llorando. Dana Rouge, hoy vas a aprender una cosa: la muerte nunca viene a que la jodan sino a joder.

Se llamaba Dana Rouge y nadie supo qué fue de ella.