martes, 30 de diciembre de 2014

Una casita con lucecitas

Mediaset (ese grupo) se ha esforzado en los últimos años en dar motivos suficientes para que asumamos que, de haber un holocausto nuclear o caer un meteorito en España, habría unas cuantas pérdidas que no cabría en absoluto lamentar, por la calidad humana o intelectual de los fallecidos. Motivos que adoptan la forma de programas (con perdón) en los que se puede ver a gente haciendo el cretino con ropa (Gran Hermano), casi sin ropa (Supervivientes), sin ropa (Adán y Eva) y con y sin ropa (Mujeres, hombres y viceversa); o de programas en los que se redimensiona el término "cutre" (Cámbiame) o en los que se puede ver en acción a detritus juniors (Hermano mayor) o seniors (Sálvame). Motivos para entender su parrilla de programación (al menos la de la vergonzosa Telecinco y, en menor medida, la de la indefinible Cuatro) como un excelente argumento para poner en duda no sólo la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra sino también dentro de él. Motivos para creer que el innegable éxito en audiencia de dichos productos lleva los conceptos "coprofagia" y "masoquismo" a un nuevo nivel. Motivos para cuestionar la vigencia de conceptos como "ética", "estética", "mérito", "esfuerzo", "calidad", "virtud", "educación", "evolución", "orgullo", "sensatez"...Motivos para sospechar que Jorge Javier Vázquez, Emma García, Mercedes Milá y Jordi González son, junto al deshielo polar y la sexta extinción, ejemplos claros de que el mundo se está yendo por el retrete a Mach 5. Motivos que dan a entender que cuanto más gilipollesco, inculto, amoral, indiscreto, hortera, vago, lerdo, maleducado, jeta y/o canalla seas, mejor te va a ir en la vida si ésta pasa por Telecisco. Motivos para presuponer que una de las consignas innegociables de Mediaset es la de convertir deliberadamente Telecinco no sólo en su principal emblema (tremendo error) y motor de audiencia sino en escaparate y factoría de seres antropomórficos que deberían ser estudiados por la ciencia o encerrados en el área 51. Motivos para pensar que Mediaset tiene la ilusión, la vocación y el compromiso de convertirse en la mejor (o peor, según se mire) casa de lucecitas en el arcén de la TDT española, especialmente por lo que hace, demuestra y perpetra en Telecirco. Motivos que, por suerte, han llevado a la CNMC a poner el punto de mira al mascarón de proa de esa escombrera humana, al rey de la poza séptica, a la quintaesencia de la telebasura del siglo XXI, a la corte de los milagros de Fuencarral: Sálvame. Y todo ello "sólo" porque este producto (de bajo coste y aún más bajo gusto) incumple la ley que regula los contenidos emitidos en horario infantil, lo cual me recuerda a aquello de condenar a Al Capone "sólo" por delito fiscal.

Yo no voy a entrar a valorar si el acceso de los niños a la televisión tiene que estar regulado por una ley, por una cadena de televisión o por sus progenitores, aunque creo que es una responsabilidad conjunta que no admite dejaciones por ninguna parte, a no ser que lo que se pretenda sea que esas criaturas el día de mañana sueñen con ser tronistas, grandeshermanos, supernáufragos o tertulianos de baratillo en lugar de soñar con ser hombres y mujeres de provecho o, simplemente, hombres y mujeres. 

Lo que sí voy a entrar a valorar es el repugnante y colosal cinismo en que radica la indignada campaña (#yoveosálvame, etc) y el lisérgico argumentario que ha lanzado Mediaset en defensa de Sálvame a cuenta del toque de la CNMC. ¿Cómo se puede querer replicar un argumento legal con razones fuera de Derecho (y de la lógica y la decencia)? ¿Cómo se puede hablar con gesto circunspecto y tono grave de lo que es un esperpento infumable en
fondo y forma? ¿Cómo se puede reivindicar la dignidad de algo que no es más que un festival televisado de miseria, morbo y mediocridad? ¿Cómo se puede utilizar a los espectadores para justificar la permanencia y la calidad del programa a sabiendas de que todo se debe "simplemente" a una infracción legal o, dicho de otra forma, a pasarse por el forro la consideración debida al público infantil? ¿Cómo se puede utilizar como defensa para su preservación razones que valdrían para promover la emisión en ese mismo horario de películas porno o gore? ¿Cómo se puede apelar al futuro profesional de más de 200 familias cuando seguramente esos trabajadores hacen lo que les mandan y están plenamente capacitados para hacer algo distinto y más digno? ¿Cómo se puede desperdiciar dinero, medios y talento en perpetrar un producto tan hortera, cutre y estúpido? ¿Cómo se puede enarbolar la bandera de la libertad de expresión cuando tu "modus vivendi" consiste en pasarte por la quilla el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen? ¿Cómo se puede pedir que se tome en serio algo que nace desde, por y para el disparate? ¿Cómo se puede reclamar que se trate a Sálvame como algo que no sea excepto lo que es: una defecación? Las cosas claras: ni Jorge Javier Vázquez es Valle-Inclán ni Sálvame el equivalente televisivo a una comedia de Darío Fo. Sálvame es un circo de los horrores y J.J.Vázquez su orgulloso jefe de pista. 

Por todo ello, espero y deseo que Sálvame desaparezca de la parrilla (al menos de su horario actual) no sólo por respeto a la legalidad sino, más importante aún, por ayudar a que España deje de dar asco. Igual que espero y deseo idéntica suerte para las aberraciones antes citadas...No obstante y pese a todo, soy plenamente consciente de que, muy problablemente, en todo este embrollo pesará más la vocación de Mediaset de convertir a los espectadores en moscas. ¿Por qué? Porque mientras la basura tenga su público, siempre habrá gente dispuesta a hacer negocio con ella. Y a defenderla.

domingo, 28 de diciembre de 2014

La dimensión mariana

Mediocre. Falso. Irresponsable. Impresentable. Enajenado. Altanero. Ingenuo. Cobarde. Inepto. Miserable...muchos de estos calificativos podrían orbitar alrededor de Mariano Rajoy con todo merecimiento por despropósitos como el discurso-balance anual pronunciado el pasado viernes. Un discurso que, en forma y fondo, resulta tan indignante como extraño, tan optimista como infundado, tan sesgado como injusto, tan grandilocuente como vomitivo. Un discurso que, más que por un Presidente realista, sensato, honesto, valiente, comprometido y sensible, parece pensado, escrito y pronunciado por un Ricardo III con denominación de origen gallega. Un discurso, en definitiva, que insulta a la inteligencia al mismo tiempo que abofetea la dignidad de la ciudadanía por su manifiesta y premeditada desconexión con la realidad. Y he aquí la clave la cuestión: Mariano Rajoy Brey no pertenece a esta realidad. Es de otro sitio. De la dimensión mariana. Una región lisérgica y absurda donde todos sus oriundos tienen en su cerebro la canción "Todo es fabuloso" como hilo musical. Y cuanto antes admitamos todo esto, mejor. Así nos ahorraremos unos cuantos calificativos y no nos rasgaremos las vestiduras.

Porque, si Rajoy fuera de este mundo, en su discurso, en lugar de descorchar el champán y sacar pecho, habría pedido perdón. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, en su discurso, en lugar de
descorchar el champán y sacar pecho, habría pedido perdón y reconocido que si España está consiguiendo vadear como malamente puede la crisis es gracias al esfuerzo, la grandeza y la responsabilidad de sus ciudadanos y no gracias a un Presidente cobarde, traicionero e incapaz de acometer las reformas y los recortes que verdaderamente necesitaba el país; medidas que pasaban por hacer que la política dejara de ser un negocio lucrativo para ser un servicio por y para los ciudadanos; por transformar y adelgazar el régimen autonómico, provincial y municipal; por replantear el modelo económico y productivo; por redefinir y proteger el Estado de bienestar; y por solucionar los problemas en lugar de transformarlos. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, en su discurso, en lugar de descorchar el champán y sacar pecho, habría reconocido y pedido perdón por haber exterminado económica y fiscalmente a la clase media, por haber devaluado hasta la denigración el mercado de trabajo y las condiciones laborales y salariales, por haber convertido forzosamente a jóvenes excelentemente preparados en zombis, esclavos o emigrados, por haber penalizado salvajemente el acceso a la cultura y el ocio, por haber perpetuado la educación y la sanidad como motivos de bronca, por haber preservado la prosperidad de unos pocos en detrimento de la de la mayoría, por perjudicar mezquinamente la libertad de expresión e información recogidas en el artículo 20 de la Constitución Española, por intentar mangonear en el poder judicial, por aumentar estratosféricamente la deuda pública, por esforzarse en involucionar tecnológica y digitalmente a la sociedad, por actuar con tibieza contra la corrupción y con furia y soberbia contra quienes le critican o llevan la contraria, por parapetarse detrás de un plasma o una hobbit cuando vienen mal dadas, por hacer de la chapuza y el disparate su hoja de ruta, por apuntalar la Gobiernocracia en perjuicio de la democracia, por haber convertido el remedio en algo aún peor que la enfermedad, por cortar amarras con quienes, votándole o no, creían, esperaban o merecían una España mejor. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, no habría dicho siquiera ningún discurso. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, hace tiempo que por decencia y vergüenza habría dimitido.

Pero no, resulta que no, Mariano Rajoy no es de este mundo. Es de la dimensión mariana. Una dimensión habitada por criaturas que, ya de nacimiento, carecen de responsabilidad y de dignidad y de honradez y de inteligencia y de valentía. Y, como decía anteriormente, cuanto antes admitados todo esto, mejor. Porque, si no, corremos el riesgo de tomarnos en serio a este tipo y considerar al Presidente del Gobierno y su paso por La Moncloa como un esperpento propio de su paisano Valle-Inclán, una astracanada política, una inocentada pésima, una broma sin gracia y con mal gusto, un chiste que merece y debe ser olvidado.  

viernes, 26 de diciembre de 2014

El chiste de Montesquieu

"En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el ejecutivo de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil. Por el primero, el príncipe o el magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y por el tercero, castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares. Este último se llamará poder judicial; y el otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado (...)". Esto decía por Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu, en su obra El Espíritu de las leyes (1749). Esto es lo que se denomina "separación de poderes" o "teoría de los tres poderes". Esto es lo que, junto con la soberanía nacional, conforma la piedra angular de cualquier sistema democrático. Y es un chiste. O, mejor dicho, España hace que lo sea. ¿Por qué? Porque, sencillamente, en este país, la separación de poderes ni está ni se la espera, con lo cual, al hablar de la "democracia española" deberíamos acompañarla con el calificativo "presunta" o el prefijo "pseudo" si no se quiere faltar ni a la realidad ni a la inteligencia ciudadana.

Lo curioso es que este disparate, que esta desvergüenza no es algo que se esté llevando de modo secreto ni sutil sino que está a la vista de todo el mundo. Ya lo dice el aforismo: si quieres ocultar algo ponlo a la vista de todos. Basta con leerse la Constitución Española de 1978 y la Ley Orgánica del Poder Judicial (6/1985) para darse cuenta que, legalmente, la separación de poderes no está contemplada de facto en el ordenamiento español.  Y no lo está porque el corpus legislativo que corona la Constitución está orientado básicamente a reconocer y proteger lo que es una realidad cotidiana: el rey del mambo es el poder ejecutivo (el Gobierno) mientras los otros poderes, el legislativo y el judicial, tienen la misma autonomía respecto a aquél que un disidente en Corea del Norte.  Así que, en España, en lugar de hablar de "democracia", lo más correcto sería hablar de "Gobiernocracia". ¿Exagerado? Ojalá:
El control del poder legislativo: Por una parte, el Gobierno controla férreamente las Cortes (órganos en los que reside principalmente la potestad legislativa) a través de la representación parlamentaria del partido en el poder, especial y escandalosamente en situaciones de mayoría absoluta. Por otra parte y por si fuera poco lo anterior, el Gobierno abusa hasta la perversión del recurso legislativo que suponen los decretos. Así que ya me dirán ustedes dónde queda la autonomía y la importancia del poder legislativo en una situación así.
El control del poder judicial: Este poder, en España, tiene sus órganos principales y cardinales en el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y el Ministerio Fiscal. Pues bien, la sombra del poder ejecutivo en estos órganos es muy alargada y efectiva ya que en su
configuración interviene decisivamente el Gobierno ya sea indirectamente a través de las Cortes, como sucede con el Tribunal Supremo (ver artículos 343 a 348 y 586 de la LOPJ), el Tribunal Constitucional (ver artículo 159 de la Constitución Española) o el Consejo General del Poder Judicial (ver artículos 566 a 578 de la LOPJ), o directamente mediante la designación del mandamás, como ocurre con el Ministerio Fiscal (véase Fiscalía General del Estado). Por tanto, en España más que de poder judicial, podríamos hablar de jueces, magistrados y fiscales cuyo futuro profesional pasa únicamente por dos alternativas: padecer el síndrome de Estocolmo o sufrir una defenestración más o menos rápida.

Y todo esto está ahí, oculto a la vista de todos. Por eso no deja de ser llamativo el escándalo y la indignación ciudadana cuando este mamoneo da señales de vida. Lo llamativo es que sea llamativo para quien vota a personas que no están dispuestas a cambiar ni esta situación ni una sola coma de la Constitución ni del resto del ordenamiento porque lo único que tienen los
partidos (al menos los tradicionales-habituales) entre ceja y ceja es ser el Gobierno en la gobiernocracia española. De todos modos, volviendo al tema de las señales de vida de esta democracia deforme y aberrante, en 2014 hemos tenido unas cuantas, especialmente en el ámbito judicial, que es donde algunos ciudadanos aún tienen puestas unas mínimas e ingenuas esperanzas (perdidas, por cierto, hace tiempo en lo que se refiere a las Cortes...). Señales como la presión para actuar contra Artur Mas, el "castigo encubierto" al juez Ruz, la  apasionada y escandalosa defensa de la Infanta Cristina, la elegante dimisión del Fiscal General del Estado, las protestas de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, por citar algunos ejemplos negativos, o el asombro y la alegría por la imputación de la hermana del Rey, por citar uno de los escasos ejemplos positivos.

Así que, teniendo en cuenta todo esto, es obvio que España ha cogido la separación de poderes de Montesquieu y ha hecho con ella o de ella un chiste, una chirigota, una astracanada, una pantomima en la que no creen ni siquiera quienes la perpetran. El problema de todo ello no es ya que no tenga gracia sino precisamente lo que el propio Montesquieu ya advirtió:"Cuando los
poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación, entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo. Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor. En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente".

Por eso, si a alguien le quedan ganas de reír después de tener claro que, hasta el momento, en España, con éstos, todo está perdido...debería hacérselo mirar o ser cabeza de lista del PP, PSOE o IU en las próximas elecciones.

viernes, 19 de diciembre de 2014

"El Hobbit": un viaje agotador

Esta semana, el viaje por la Tierra Media llega a su fin. Esta semana se ha estrenado la última parte de la trilogía cinematográfica de El Hobbit, precuela a su vez de otra trilogía, la de El Señor de los Anillos.

Hace dos años, por estas mismas fechas, escribí sobre su primera parte. Ahora que escribo sobre la conclusión tengo una sensación agridulce. 
Quizás por el vacío y la extrañeza que deja un viaje así: largo (trece años desde si contamos desde el estreno de La comunidad del anillo), intenso, emocionante, impresionante y épico. Un viaje que parecía impensable dada la enorme dificultad que entraña adaptar acertadamente al cine algo tan vasto, especial y espectacular como las obras más famosas de J.R.R.Tolkien. Un viaje en el que hemos conocido personajes, interpretaciones y secuencias que quedarán para la historia del cine y la cultura popular igual que sucedió en su día con sagas como Star Wars. Un viaje lleno de talento, esfuerzo y fantasía que ha sido merecidamente premiado tanto en taquilla como con galardones y opiniones. Un viaje que, en definitiva, ha valido la pena. 
O quizás, y aquí viene la parte amarga, porque esta conclusión, este desmesurado, irregular y fallido desenlace ha demostrado que el viaje, ha sido, en todos los sentidos, agotador. Y de ello es buena muestra esta película, muy por encima de la media en cuanto al género fantástico o de aventuras se refiere pero claramente por debajo del nivel marcado por Peter Jackson en esta titánica hexalogía. Un desenlace en el que se nota algo parecido a "desgaste", a "fatiga" y que, a su vez, genera algo parecido a "decepción", a "expectativa no saciada", a un "me esperaba más" o, tal vez y muy probablemente, "me esperaba algo mejor".

De acuerdo que El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos tiene todo aquello que ha hecho de Peter Jackson el Steven Spielberg o George Lucas del siglo XXI y que podemos reconocer fácilmente en todas sus películas ambientadas en la Tierra Media: un don para recrear personajes y escenarios magníficamente, una habilidad para llevar el concepto "épico" a un nuevo nivel cinematográfico, un espectacular uso de los recursos digitales, una acertada selección de actores, un talento para combinar la emoción y la acción...Pero esta tercera y última parte de El Hobbit tiene varios problemas y que se podrían resumir en "el lastre de las licencias". Y es que, si en otras películas de la saga el hecho
de introducir modificaciones respecto al original no chirriaba demasiado o, incluso, funcionaba bien, aquí sí chirría y, además, lastra imperdonablemente el metraje y el tempo narrativo. Es lo que tiene, principalmente y por citar los casos más dañinos, meter al personaje de Légolas (que no estaba en el libro) y crear al personaje de Tauriel (ocurrencia de Jackson): tienes que darles tramas y secuencias que ¿justifiquen? su presencia y es por ahí por donde esta película echa a perder buena parte de su potencial. Si a eso se le une la excesiva duración de la batalla
(y eso que a mí me encanta la épica), la extrañeza o confusión que dejan ciertas lagunas de mayor o menor calado (hay cosas que parecen suceder porque sí o cuya explicación se debe haber quedado en la sala de montaje...), forzar las conexiones-puentes con La comunidad del anillo (tan poco sutiles como fallidas) y la atención que reciben tramas y personajes que poco o nada importan pues...la película está más cerca de la decepción de la apoteosis. ¿La culpa de todo ello? Haber rozado la perfección en las películas anteriores: a la mínima que te descuidas...

No obstante y pese a todo, hay que ser agradecido al equipo liderado por Peter Jackson por haber llevado a la gran pantalla lo que antes sólo estaba en la imaginación. Hacer lo que han conseguido Jackson y compañía sólo está al alcance de muy pocos y, en el cine actal, de casi nadie. Así que..ya quisieran muchos fallar de esta manera. Ya quisieran muchos despedirse así.

Por todo ello y a pesar de este desenlace, sólo cabe una palabra para despedirse, al menos de momento (¿Silmarillion?), de la Tierra Media: Gracias. 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Muerte y resurrección de Joaquín Sabina

Y al tercer día resucitó de entre los que le dieron por muerto. En menos de una semana, los seguidores, detractores e indiferentes de Joaquín Sabina han tenido oportunidad de asistir a la muerte y resurrección de este artista. Si el ataque de pánico del pasado sábado preparó esquelas, el concierto del martes las convirtió en papel para el olvido. Y todo ello gracias a un talento que combina la genialidad y la provocación y una honradez de las que no dejan prisioneros.

Mentiría si dijera que no me apenó lo del sábado. Igual que mentiría si dijera que no me alegré por lo de anteayer. ¿Por qué? Porque siempre me ha interesado más la gente que cae y se levanta que la que nunca cae. Porque siempre he sentido simpatía por los que cuando vienen mal dadas le echan ese par que son la voluntad y el carácter. Porque Joaquín Sabina es diablo de mi devoción desde que, hace ya unos cuantos años, escuché una canción suya.

¿Por qué me gusta Sabina? Esta pregunta requiere una respuesta que no se puede leer sino oír porque sólo pueden contestarla correctamente sus canciones pero, igualmente, diré que admiro y aprecio a Joaquín Sabina porque me encanta ese equilibrio entre el canalla y el genio, entre el diablo puñetero y el cronista
íntimo, entre el incomodante y el cómplice, entre el dandy que se emborracha de vida y el poeta que la canta a versos. Para mí, Sabina es el último maldito de los escenarios, el compañero de soledades, el iluminador de noches oscuras, el artesano de lo agridulce, el burlador de hipocresías, el que paga las rondas de la imaginación, el abajo firmante de las crónicas de los derrotados, el bardo de los noctámbulos, el voyeur de los neones del alma, el narrador de las medias sonrisas, el que saca lo universal de lo mundano, el renegado del que no se puede renegar, el apóstol al que el Cielo le tiene sin cuidado, el compositor del himno emocional del Atleti, el que canta sin pena y con gloria.

Así que, por todo ello, me alegro de que el último traje que se haya puesto Joaquín Sabina haya sido el de Ave Fénix. Olé, maestro. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Mala hierba

Desde que tenía diez años, soy fan y seguidor del Atlético de Madrid. No soy un asesino. Ni un violento. Ni un radical. No soy gentuza. Y como yo decenas de miles de personas dentro y fuera de España que sienten al Atleti de una manera pasional y sana. Es decir, como la mayoría de atléticos, colchoneros, indios o como se nos quiera etiquetar.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, los aficionados del Atlético parece que estamos bajo sospecha por culpa de un grupo de salvajes, de la demagogia barata de algunos periodistas y opinadores, y de la torpeza de quienes velan por la seguridad ciudadana.

Por culpa de un grupo de salvajes que no conocen ni la educación ni el respeto ni el honor ni la vergüenza ni la valentía ni la inteligencia. Salvajes que, valiéndose de pertenecer a un grupo llamado "Frente Atlético" (no todos los del FA son salvajes pero sí que todos los salvajes forman parte del FA) y con la excusa del fútbol, dan rienda suelta de forma masiva y cobarde a toda la basura que tienen en el lugar donde el resto de personas tienen el alma. Salvajes que no tienen reparo alguno en atemorizar, apalear o asesinar tanto a inocentes como a escoria como ellos en defensa de no se sabe bien qué pero seguro que no el Atleti, ni el deporte ni nada que sea digno de otra cosa que asco. Salvajes que por ser como son y negarse a ser de otra forma han envenenado un graderío, un estadio y una afición. Salvajes que han dado argumentos a quienes, movidos por la idiotez o la envidia, están deseando confundir al todo con la parte y mezclar churras con merinas. Salvajes que han dado motivos objetivos para vomitar sandeces a todos los que tienen ganas al Atleti por lo que ha conseguido en el campo. Salvajes incapaces de entender que a un campo de fútbol se va única y exclusivamente a animar con fines y argumentos estrictamente deportivos. Salvajes que, siendo pocos, se lo están haciendo pagar a muchos. Salvajes que se creen en posesión de un club y del derecho a animar mientras se encargan de escribir las páginas más negras tanto del club como de la afición. Salvajes que lo único que hacen bien es causar vergüenza, pena y asco. Salvajes capaces de aplaudir y festejar los errores y los tropiezos del equipo al que dicen animar. Salvajes cuyo sitio está en una cárcel, un reformatorio, una selva o el cubo de una clínica abortista pero desde luego no en un campo de fútbol ni en una sociedad civilizada y de gente de bien. Salvajes que, como la mala hierba, hay que erradicar de raíz.

Por culpa de la demagogia barata de algunos periodistas y opinadores de plató o barra de bar que no hacen nada por templar la discusión y sí mucho por verborrear alegremente y alargar el incendio. Periodistas y opinadores que prefieren el jaleo a la pausa y la polvareda al análisis. Periodistas y opinadores que, quizás llevados por sus filias futbolísticas, por su frustración vital o por su majadería personal, prefieren alimentar el morbo, el escándalo y la animadversión sin más intención que la de aprovechar la carroña hasta que no dé más de sí. Periodistas y opinadores que en lugar de utilizar las neuronas recurren a la demagogia. Periodistas y opinadores expertos en meter a todo el mundo en el mismo saco. Periodistas y opinadores que se ensañan con el Atleti como si fuera el único club afectado de este problema cuando el asunto de los ultras radicales afecta aún hoy a muchos clubs (que, por cierto, no han movido un dedo para solucionarlo o tienen una permisividad inquietante con los ultras). Periodistas y opinadores que, si quisieran ayudar, no dedicarían ni un minuto de atención a lo que hagan o dejen de hacer los responsables directos de esta situación. Periodistas y opinadores que en el fondo lo que hacen, quieran o no, es ayudar a criminalizar injusta e indiscriminadamente. Periodistas y opinadores que han contribuido y contribuyen a desestabilizar y demonizar a toda una afición y a un club tanto como los salvajes que comentaba antes.

Por culpa de la torpeza de quienes deben velar por la seguridad que, cuando tenían que estar, no estaban o no se enteraron y, cuando no hacen falta, montan un desmesurado dispositivo que convierte a un estadio en Guantánamo y a todos los espectadores en sospechosos, sin hacer distinción entre el abuelo y el skin, entre el niño y el radical, entre el padre de familia y el gorila con exceso de adrenalina y alcohol. 

¿Qué hacer para solucionar este problema? Creo que entre la tolerancia cero y el "matar moscas a cañonazos" (como se está haciendo ahora) hay un término medio que los responsables de solucionar el asunto (el club, la policía y las autoridades deportivas) deberían encontrar, porque no puede ser que por una escoria minoritaria pague una mayoría de gente que sólo busca y quiere animar al equipo de sus amores (y ataques al corazón).

Así las cosas, sólo puedo decir que el Atlético sólo es patrimonio de quienes estamos dispuestos a ir al Calderón a reír, llorar, aplaudir, ovacionar, gritar, festejar, lamentar o levantarnos del asiento por lo que pase en el campo, por lo que hagan en el terreno de juego quienes se enfundan la rojiblanca. De quienes sentimos cierta entrañable complicidad por los extraños que tengamos sentados al lado por el mero hecho de compartir una ilusión y afición común. De quienes sentados en el estadio nos sentimos en casa. Eso es el Atleti. Esos somos el Atleti. No los asesinos ni los violentos ni los ultras, por mucho que salvajes, periodistas, opinadores y responsables de seguridad quieran hacer parecer lo contrario.

martes, 2 de diciembre de 2014

"Isabel": una serie para la Historia

Anoche, después de tres temporadas, terminó "Isabel". Una serie con la que TVE ha comprobado que la ficción histórica puede ser un éxito de audiencia y críticas; que la divulgación de calidad en televisión no está reñida ni con el prime time ni con el entretenimiento; que una cadena pública no sólo puede sino que debe poner en valor la cultura y la Historia de un país; que otro tipo de series hechas en España es posible. Una serie con la que millones de españoles hemos comprobado el enorme talento artístico y técnico que hay en nuestra industria del cine y la televisión; la riqueza, complejidad y profundidad de un pasado que ha sido a menudo víctima de sesgos, simplificaciones, filias y fobias que nada tienen que ver ni con la Historia, ni con la educación ni con la realidad; el magnetismo de unos personajes que antes de ser leyenda fueron carne y hueso. Una serie con la que se ha demostrado que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, ya sea individualmente o como Reyes Católicos, fueron, son y serán los mejores y más importantes monarcas que tuvo y tendrá esta nación. Una serie, en definitiva, necesaria.

Y todo ello pese a ser imperfecta e irregular y estar condicionada por una coyuntura económica y mediática muy
complicada. Lo cual deja otra importante lección: no hace falta ser perfecto para ser inolvidable. En ese sentido, para mí, "Isabel" tiene dos grandes méritos que destacan por encima de otros como la dirección artística, el vestuario, la fotografía, la música o el manejo del tempo narrativo. Uno de esos grandes méritos es su combinación de rigor, ingenio y buen gusto a la hora de recrear la Historia que permite que "Isabel" no sólo sea excelente para descubrir o redescubrir nuestro pasado sino también para asimilarlo y sentirlo, para hacerlo presente en nuestros intereses, afectos y emociones. El otro gran mérito que en mi opinión atesora esta serie es la oportunidad para que espectadores de todas las edades y condiciones hayan/hayamos sido
testigos del descubrimiento, la confirmación o la redención de actores y actrices que, gracias a "Isabel", se han ganado muy merecidamente (si es que no lo tenían ya antes) el conocimiento, el respeto, la admiración y el cariño de millones de personas. Que "Isabel" sea lo que es y será ya para siempre sería impensable sin el excelente desempeño de Pablo Derqui, Bárbara Lennie, Ginés García Millán, Pedro Casablanc, William Miller, Ainhoa Santamaría, Pere Ponce, Javier Rey, Daniel Albadalejo, Roberto Enríquez, Raúl Mérida, Úrsula Corberó, Francesc Garrido, Iván Hermes, Jorge Bosch, Héctor Carballo, Jacobo Dicenta, Marta Belmonte, Abel Folk, Borja Luna, José Pedro Carrión, Julio Manrique, Lluís Soler, Fernando Guillén-Cuervo, Eusebio Poncela, Irene Escolar, Jordi Díaz, Ramón Madaula, Sergio Peris-Mencheta...y el resto de un amplísimo elenco en el que brillan por méritos propios Rodolfo Sancho y Michelle Jenner, que han dado cuerpo y alma a unos personajes monumentales con unas interpretaciones simplemente impresionantes. Cuando un personaje se queda en la memoria y en el corazón de un espectador, un actor ha hecho muy bien su trabajo. Y el reparto de "Isabel", salvo escasas y perdonables excepciones, lo ha bordado.

En resumen, esta producción de Diagonal TV capitaneada por Jordi Frades, eclipsa con una sólida aleación de talento, pasión y profesionalidad delante y detrás de las cámaras cualquiera de los defectos que se le podrían buscar.

Por todo ello, creo que el más honesto cumplido que se puede hacer a quienes han hecho posible "Isabel" es que es una serie de la Historia, por la Historia y para la Historia. Y, ante algo así, todo empieza y acaba con una misma palabra: gracias.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Los dos lados de la ventana

Fuera, tras la ventana, una luz ahogada en blanco sepulcraba el teatrillo de un otoño que ensayaba un día más la despedida. Fuera, tras la ventana, la neblina emergía espectral desde el río, desvaneciendo los huesos roídos de los árboles. Fuera, tras la ventana, decenas de suelas machacaban la hojarasca que amortajaba las calles como los jirones de un diario obsoleto. Fuera, tras la ventana, el viento olía a brindis y derrota, a telón a punto de caer. Fuera, tras la ventana, la orquesta desafinada de la ciudad rompía el réquiem con su enjambre de ruidos. Fuera, tras la ventana, el mundo seguía su locura de peonza. Dentro, tras la ventana, el tiempo suspendido en la penumbra era el principio y el final de toda esperanza. Dentro, tras la ventana, el espeso silencio velaba el derrumbe de un aliento que se apagaba como el sol en el oeste. Dentro, tras la ventana, las palabras se disolvían en recuerdo y en nada dejando en el aire un amargo olor a nostalgia. Dentro, tras la ventana, los sueños por vivir, las promesas por cumplir y los proyectos por hacer se habían disuelto como sueños separados de la almohada. Dentro, tras la ventana, la vida se escapaba como un castillo de arena asediado por la espuma salada. Dentro, tras la ventana, el teléfono permanecía enmudecido por los vivos que no quieren saber nada de la muerte. Dentro, tras la ventana, los vestidos de las grandes ocasiones colgaban resignados al nunca más. Dentro, tras la ventana, las lágrimas abrillantaban unos labios combados en sonrisa. Dentro, tras la ventana, un coqueto pañuelo coronaba un cuerpo a punto de implosionar. Dentro, tras la ventana, ella miraba la vida marchar.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Rencor, memoria y corazón

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Nadie está libre de vivir malas experiencias; situaciones siempre desagradables y con frecuencia injustas; sucesos o momentos que se recuerdan con una amargura nítida sin importar la distancia entre ellos y el momento presente. Tampoco nadie está libre de encontrarse en la vida con personas que erizan el significado de la palabra "gentuza"; hombres y mujeres que son "los abajo firmantes" de muchos de tus peores sentimientos o recuerdos; gente a la que habría sido mejor no haber conocido nunca. Nadie, como digo, está libre de pasar por algo así. La vida es una partida que se juega sin cartas marcadas y, por tanto, todos estamos y estaremos siempre expuestos a la ruindad, la desgracia y/o el desengaño. No importa cuánto hayamos vivido o aprendido: siempre habrá alguien capaz de recordarnos que el mundo y quienes lo habitan no es exactamente una película de Disney.

Todo esto hace que el rencor sea un sentimiento tan frecuente o más que la alegría o la pena. Un sentimiento indeseado que, por cierto, nace paradójicamente con bastante facilidad bajo la mordaza de la buena educación o el saber estar, pues todos ellos hacen que no pocas veces se cierren en falso agravios y equívocos que necesitan una solución más "definida". Un mal sentimiento que secuestra nuestros pensamientos para hacerlos girar en torno a un fuego de fantasías siniestras, recuerdos mortificantes y anhelos revanchistas. Un agujero negro que amenaza con tragarse cualquier luz que haya dentro de nosotros. Un veneno del que podemos y debemos prescindir porque, desde el rencor o por el rencor, pensamos o incluso hacemos cosas que no deberíamos, simplemente porque a cambio obtenemos una absurda y fugaz sensación de confort íntimo, de dulce venganza, de reparación cósmica que sólo nosotros entendemos, cuando, realmente, lo único que hacemos con todo ese dolor podrido y esa rabia emparedada que tenemos dentro no es hacerlos desaparecer sino dejar que se claven como metralla hasta el punto de desequilibrar nuestra escala de prioridades, alterar nuestras atenciones y anquilosar toda nuestra maquinaria de afectos. Así, el rencor se revela como una enfermedad (a menudo de origen exógeno) que, desde el pensamiento, ataca a todo nuestro de sistema afectivo de tal manera que, si no se trata correctamente en modo y tiempo, corremos el riesgo de que nos convierta en infelices crónicos...o en el mismo tipo de gentuza que nos provocó a nosotros tal rencor.

¿Cómo librarse o afrontar esto? Yo creo que la mejor solución es la más dura de todas: pasar página. Uno no puede recuperar la estabilidad ni la salud mental y afectiva si no consigue que la causa o el causante del rencor deje de formar parte íntima o cotidiana de sus pensamientos. Con ello no quiero decir que haya que perdonar en el sentido cristiano y poner la otra mejilla. Eso es una ética magistral...pero ineficaz en un mundo con excedente de hijos de puta y en el que el paso del tiempo no es con frecuencia ninguna panacea. No. El rencor no necesita el perdón del corazón sino el perdón de la memoria. Ese que borra cualquier recuerdo del suceso o la persona desagradable o que, al menos, lo entierra tan hondo que acabas por ignorar su existencia. Los malos recuerdos y quienes los protagonizan deben quedar en nuestra cuneta. Es decir, el rencor no se cura con paz sino con olvido, desdén, indiferencia, desprecio, desvinculación. En ese sentido, conviene recordar que vivir, entre otras muchas cosas, significa aprender a dejar atrás lo bueno y lo malo pero muy especialmente esto último. De no hacerlo, es bastante probable que nos instalemos emocional e íntimamente en un constante bucle en el que revivamos una y otra vez un mal recuerdo que debería estar muerto hace ya tiempo. Vivir en el presente mirando hacia el pasado es la mejor forma de no ver ningún futuro, máxime si ese pasado poco o nada bueno tiene que aportarnos, así que, mejor ser prácticos y querernos un poco más a nosotros mismos haciendo con las malas personas y los malos recuerdos lo mismo que se hace con las malas hierbas: arrancarlas. 

Y digo todo esto desde la experiencia de quien ha perdido demasiado tiempo rumiando el rencor por sucesos y/o personas que no se merecen ni un solo segundo de mis pensamientos. Por tanto, mejor dedicar nuestros esfuerzos a crear, a construir, a querer, a avanzar. Así al menos nos podremos diferenciar de quienes se dedican a destruir, a odiar, a entorpecer. Y, sólo por eso, ya merece mucho la pena intentarlo.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Después de 600

Después de seiscientos artículos publicados en este blog desde hace más de ocho años, hay pocos temas o cosas sobre las que no haya escrito. Por eso, hoy quiero dedicar este post a los míos. ¿Y quiénes son "los míos"? Es díficil contestar de una forma precisa o rotunda a esta pregunta, pero, honestamente, pienso y siento que mi gente, los míos, son quienes...

Sin compartir mi sangre, firman y firmarán a pie de mi felicidad.

Compartiendo mi sangre, dan sentido a las palabras "nobleza", "lealtad", "cariño" y "tranquilidad".

Sin ser mi familia, formaron una sobre un escenario.
Son parte de una pequeña gran escuela en la que aprendes a descubrir, a descubrirte y a que te descubran.

Estando o no, siempre están y estarán.

Cuentan todas las veces que se han caído por las veces en que se han levantado.

Cuando las flechas cubren el sol, luchan en la oscuridad.

Saben que todo gran camino empieza con un pequeño y único paso.

Hacen lo correcto sin importar si coincide o no con "lo fácil".

Asumen que los errores, duelan o no, forman parte del aprendizaje.

Son conscientes de que crecer consiste en disfrutar del desengaño sin formar parte de él.

Han descubiero que el tiempo no pasa sino que se invierte o se malgasta.

Les preocupa el presente porque es el lugar en el que pasarán su futuro.

Suman y multiplican pero no restan ni dividen.

No tienen miedo ni vanidad para reescribirse o reinventarse.

Sienten que el valor está en la diferencia.

Prefieren ser la excepción y no la regla.

Son renglones torcidos en tiempos de dictados y cuadrículas.

Confían en la pausa en un mundo frenético.

Creen que la única forma de ser pasa por la sinceridad.

Alzan la mirada cuando o donde el resto agacha la cabeza.

Dicen y sienten sin miedo a los daños colaterales de las habladurías u opiniones ajenas.

Cruzan las puertas entreabiertas en lugar de quedarse ante ellas.

Aprendieron que conformarse es la más inaceptable de todas las cobardías. 

Quieren creer que el éxito no es cuestión de enchufes o suerte sino de esfuerzo y talento.

Consideran que la verdadera justicia no está escrita ni lleva toga.

Apuestan por la cultura en tiempos de mediocridad.

Saben que un buen libro, una buena película, una buena obra o un buen videojuego consisten en lo mismo: contar bien una historia.

Pudiendo ser de cualquier equipo, eligen ser del Atleti.

Viven y saben vivir. 

Así que por todas esas personas que, conociéndolas o no, son "los míos", bien vale la pena haber escrito esos seiscientos artículos y volver a compartir con ellos otros tantos.

viernes, 21 de noviembre de 2014

La última hoja

Edward Barrons peinaba funerales, tenía la vida sin planchar y la sonrisa cerrada por derribo. Pero eso no le importaba. Vivía en una urbanización de las afueras donde nunca pasaba nada que no fuera el tiempo. Pero eso no le importaba. Tenía setenta y ocho años y murió a los setenta y tres. Y eso sí le importaba. Porque hacía cinco inviernos que ya nadie le llamaba “Eddie” ni le despertaba con olor a tostadas y café recién hecho ni le abrazaba por las noches en la cama aunque no hiciera frío. Aquella mañana, con la madrugada aún en retirada, se puso la bata que ya no olía a ella, dejó encendida la radio en la cocina y salió al cobertizo. Frío y viento para un hombre hueco. Otoño en el jardín. Y en el jardín, un roble. Y en el roble, una hoja. Una que bailaba su muerte como un ahorcado. Durante un instante, Edward Barrons pidió a Dios que esa hoja fuera la suya. Cinco minutos después, entró en la casa y subió el volumen de la radio. Música clásica para un mar de silencio.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Lisergia, asombro y nostalgia

El pasado jueves por la tarde fui con mi hermano a ver en directo un show de WWE; para profanos: un espectáculo de lucha libre. Uno de esos planes que sirven para desempolvar la camaradería cómplice familiar y, al mismo tiempo, hacer un agradable y divertido "regreso al futuro" en toda regla. Uno de esos planes que, dentro de unos años, seguro que aparecerá de improvisto en algún pensamiento o conversación cuando nadie lo espere. Uno de esos planes.

La velada se puede resumir en tres palabras: lisergia, asombro y nostalgia.
Lisergia porque sólo como lisérgico se puede resumir el espectáculo de la cola para entrar, el previo al show amenizado por unos altavoces donde tronaban los grandes éxitos de Los Chunguitos (¡¿?!) con "Dame veneno" rompiendo el hielo, la pintoresca y ruidosa presencia de los "no sólo soy fan también soy un friki", la presentación del espectáculo con Lilian García cantando a capela "Que viva España" (¡¡¿¿??!!) o lo nunca antes visto o, mejor dicho, oído en el mundo del wrestling: un combate de "pajeras" (nunca antes un desliz hizo tanto por la comedia y el porno). Una lisergia que, más allá del desconcierto, ayudó a crear un clima de propensión a abandonar toda seriedad, a pasarlo bien.
Asombro porque resulta asombroso comprobar en vivo la descomunal presencia de estos titanes del ring, ver en persona a auténticos iconos que nunca pensaste ver más allá de una pantalla y constatar que, independientemente del elemento "show", los profesionales de la WWE son verdaderos atletas. Pero también resultó asombroso por sentir y ser parte de un ambiente en el que más de diez mil personas (lleno total) electrizaron el aire con sus constantes gritos, aplausos y abucheos. Sentado allí, en el graderío, uno podía imaginarse fácilmente cómo sería aquello de sentarse en el Coliseo romano a ver darse de leches y algo más a los gladiadores.
Y nostalgia por comprobar que el público allí presente estaba formado por los niños que fuimos y los niños que son. Es decir, los que descubrimos hace (muchos) años el wrestling de la mano del mítico programa "Pressing catch" en Telecinco y los que lo han descubierto recientemente gracias a las emisiones en Cuatro, Marca TV y Neox, siempre con la voz y las extrañas ocurrencias de Héctor del Mar como denominador común. Así, resulta casi lógico que la adrenalina deportiva dejara su paso a la nostalgia personal. Viendo las caras de emoción, las miradas de asombro y los gritos honestos de los más pequeños (que eran muchísimos pese a la hora y ser día de diario) uno recuerda y se recuerda. Se remonta a los tiempos en los que aún ignoraba que lo que ocurría en el ring estaba guionizado y ensayado. A los tiempos en los que no discriminaba entre combates nivel "charlotada" (como dos de los que se vieron el jueves) de auténticos combates de calidad (como los de Sheamus vs Harper o, especialmente, Cena vs Rollins). A los tiempos en los que de los televisores españoles salían cosas como "piquete de ojos", "quebradora", "baile de San Vito", "abrazo del oso", "jalar de los cabellos", "más, más (nombre) que nunca" y el resto de expresiones que salpicaban las narraciones de aquellos combates. A los tiempos en los que los latidos atropellaban palabras al ver a personas de carne y hueso a las que la mentalidad infantil convertía en dioses de un Olimpo personal e innegociable. A los tiempos de los Hulk Hogan, The Ultimate Warrior, Bret "The Hitman" Hart, "Macho Man" Randy Savage, Ric Flair, Mr. Perfect, Ted Dibiase, Shawn Michaels, The Undertaker, Tito Santana y compañía.

Así las cosas, después de tres horas de show, es lógico que me volviera a casa satisfecho por haber compartido una muy divertida y agradable velada con mi hermano y con la convicción de que, quizás, ya va siendo hora de pasar el testigo del asombro y la emoción a los que están en edad para ello y quedarme sólo con la entrañable nostalgia de los buenos recuerdos. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

El día después (del ridículo)

Hoy es 10 de noviembre. Los cuatro jinetes del Apocalipsis no corretean sobre la Tierra. Buena señal. Mariano Rajoy y Artur Mas sí corretean sobre la Tierra. Mala señal. Hoy es 10 de noviembre. El día después de que en Cataluña, con su presidente a la cabeza, se llevara a cabo una performance a medio camino entre el esperpento teatral y los referéndums franquistas. El día después de que el Gobierno de España, con su presidente a la cabeza, decidiera olvidarse del artículo 155 de la Constitución y de qué significa que un país se defina y defienda como "Estado de Derecho". El día después de que dos políticos lamentables quisieran llevar el concepto "ridículo" a una nueva dimensión. El día después de que Artur Mas decidiera ponerse el mundo por barretina y pasarse por el arco triunfal la Constitución mientras lleva a toda una región a un callejón de difícil salida. El día después de que Mariano Rajoy decidiera plegarse sobre sí mismo hasta crear una paradoja en el espacio-tiempo que haga dudar de su propia existencia. El día después de constatar que el sentido común se ha extinguido en España. El día después de descubrir que este país tiene poco de democracia pero mucho de carrera de pollos sin cabeza. El día después de que España tenga su dignidad, fiabilidad y seriedad como país al nivel "coño de la Bernarda".

Y la culpa de todo ello no es achacable tanto a la proverbial (e injustificada) sensación de incomodidad que lleva a Cataluña a ser políticamente algo así como la mosca cojonera mediterránea por excelencia (de la que ya hablé en otro artículo), como a la lamentable y demencial actitud de Rajoy y Mas. Uno, Rajoy, encarnando la quintaesencia del inmovilismo y otro, Mas, representando el no-va-ídem de la irresponsabilidad. Uno, Rajoy, cobarde, perezoso y cretino. Otro, Mas, kamikaze, frenético y astuto. Ambos, incapaces de llegar a ningún entendimiento. Ambos, enajenados. Ambos, huyendo hacia delante. Ambos, traicioneros. Ambos, un insulto para la inteligencia. Ambos, cadáveres políticos. Ambos, peligrosos para cualquier democracia. Ambos, impresentables. Ambos, pura miseria.

Evidentemente, nada de esto habría pasado si Rodríguez Zapatero (esa ameba), hubiera tenido la boca cerrada y la prudencia abierta cuando en 2003 perpetró la ocurrencia de prometer apoyar el Estatuto que aprobara el parlamento catalán. Tampoco habría ocurrido nada de esto si Mas se hubiera comportado como un político sensato, una persona responsable y un cargo público leal
a la misma legalidad que le ampara y no como la cheerleader número uno del "soberanismo" que se pasa por el forro la Constitución, los fundamentos democráticos y la misma realidad. Y, evidentemente, nada de esto habría pasado si Rajoy se hubiera comportado como un político decente, una persona valiente y un Presidente del Gobierno comprometido con la defensa del Estado de Derecho y no como un manso en plaza cuyo único talento constatado es el de encadenar errores, mentiras, traiciones y atropellos. Rajoy y no Mas es quien preside el Gobierno de España. Rajoy y no Mas es quien debe ser el primer interesado en aplicar y hacer aplicar la Constitución. Rajoy y no Mas es quien debe ser el principal protector de la democracia ante cualquier ataque o burla. Rajoy y no Mas es a quien millones de españoles confiaron una mayoría absoluta para que gobernara desde la firmeza, el coraje y la honradez. Por eso, Rajoy y no Mas es quien ha perdido más con todo esto por su inexplicable dejación de funciones, su imperturbable tibieza y su eterna y despreciativa sordera y ceguera ante las reclamaciones y necesidades no ya de quienes le votaron sino de la mayoría de la sociedad española. Si el Presidente del Gobierno no sabe o no quiere gobernar, no está ni capacitado ni legitimado para estar en su cargo ni un segundo más, por mucho que su mediocre corte de babosos y palmeros le canten al oído aquello de "Todo es fabuloso". Claro que, para renunciar a algo tan seductor como el poder se requiere valentía, cualidad que, junto a la belleza, la coherencia y la decencia, debió quedarse en el colador genético de Rajoy al ser concebido. Pocas veces un cobarde dio tanta pena y tanto asco a la vez.

Así las cosas, Rajoy ya puede añadir el 9-N a su lista de grandes éxitos, junto a la aniquilación económica de la clase media, la devaluación del mercado laboral, el exterminio de la deontología periodística, la tibieza ante la corrupción, la creación de Podemos o las comparecencias por plasma, entre otros muchos hits. Lleva un carrerón que ni Fernando VII.

Por lo demás, sólo cabe esperar que todo pase lo antes posible y que lleguen tiempos mejores, cosa que, sin duda, así será porque, honestamente, peores que éste, pocos.