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sábado, 27 de abril de 2019

"Vengadores: endgame" o la apoteosis friki

El jueves, día 25, tuve la suerte de conseguir una entrada para el estreno en España de Vengadores: Endgame. La vi. La disfruté. La recordaré siempre, como probablemente haga también el resto de espectadores que abarrotó la sala 16 de los Cinesa Méndez Álvaro y que glosaron el film con ovaciones, carcajadas y llantos cuando tocaba.

Es complicado resumir este "Final del juego" sin caer en spoilers, así que diré que la batalla definitiva contra Thanos es el cierre perfecto para esta saga o arco argumental (que ha durado 22 películas y 11 años) y un maravilloso homenaje a quienes han hecho posible todo ello: los actores y los fans. Consejo: lleven pañuelos.

Por eso, mejor que decir "qué es" esta película resulta decir "cómo es": épica, divertida, emotiva, conmovedora, entretenida, apabullante, apoteósica, espectacular, laudatoria, hiperbólica, asombrosa, impactante, orgásmica, panegírica, abrumadora, elegíaca, cómplice, excesiva, excelsa, monumental, desoladora, gratificante, trepidante, emocionante, efectista y efectiva. Es la película que todo fan de MARVEL desearía ver. Es una gozada de proporciones cósmicas. Resulta francamente difícil lograr que una película tan exagerada en las formas como en el fondo, que hace malabares con los géneros cinematográficos y que cuenta con un elenco tan amplio resulte tan eficaz y equilibrada. Pero los Hermanos Russo lo logran, confirmándose como los mejores cineastas a los mandos de las películas marvelitas. El film brilla en todos los apartados técnicos, pero es en lo interpretativo donde el reparto hace un fabuloso homenaje a sus personajes y a los espectadores. Y es que Vengadores: Endgame, tiene mucho, muchísimo de eso, de homenajear lo que ha supuesto esta saga en lo cinematográfico y en lo sentimental. De ahí que, por ejemplo, los guiños a otras películas precedentes (incluso con una sola frase) y los cameos de ciertos personajes (por muy fugaces que sean) que trufan el metraje suponen todo un beso en el corazón de los fans.

Otra virtud de esta gran (en todos los sentidos) película es el poso que deja haciendo las veces de moraleja. Empezando por esa frase promocional "Parte del viaje es el final", que en la película está en boca del memorable Robert Downey Junior. Vengadores: Endgame nos habla de que para avanzar hay que estar dispuesto a dejar atrás, que para ganar hay que estar dispuesto a perder, que para aprender hay que estar dispuesto a fallar, que para disfrutar hay que estar dispuesto a sufrir, que para conseguir hay que estar dispuesto a sacrificar, que para vivir hay que estar dispuesto a morir. La diferencia entre una persona normal y un héroe es que este último no sólo está dispuesto sino que lo demuestra. Y esta película está llena de (súper)héroes, seres extraordinarios que demuestran al espectador que lo heroico no tiene que ver con tener poderes increíbles sino con un corazón invencible. Dicho de otra manera: cualquiera puede ser un héroe si atiende a su corazón. Ese es el gran legado de esta saga que culmina en Vengadores: Endgame.

Acabo ya con un consejo. Si bien la película no tiene escena postcréditos, merece mucho la pena quedarse a ver los emocionantes créditos finales, aunque sólo sea los inmediatamente posteriores al desenlace del film, porque subrayan esa naturaleza de homenaje al reparto y a los fans de la que hablaba antes. Eso sí, quien se quede hasta el final, cuando ya el logo de MARVEL pone el broche a los créditos tradicionales, se escuchan unos sonidos que son todo un reconocimiento a la película que lo comenzó todo. Y hasta ahí puedo contar...

Por mi parte, no sólo voy a recordar el resto de mi vida Vengadores: Endgame, sino que estoy firmemente decidido a verla cuantas veces hagan falta porque es el mejor regalo que La Casa de las Ideas ha hecho a quienes, como yo, somos orgullosos frikis. MARVEL, te quiero tres mil.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Las chicas supervivientes

Recientemente, mientras veía La noche de Halloween (curiosa secuela que también funciona como reinicio de la saga y que me gustó más de lo que esperaba al aunar lo mejor de la original de John Carpenter y de la versión de Rob Zombie), hubo una escena en la que las tres "generaciones de mujeres Strode" plantan cara a Michael Myers uniendo fuerzas y que me hizo pensar en cómo este arquetipo de personaje, el de la chica sobreviviente (final girl en inglés) ha ido evolucionando a lo largo de los años, pasando de ser un icono del puritanismo más rancio a ser actualmente emblema del denominado empoderamiento femenino, ya que donde los hombres fracasan, las mujeres triunfan y mientras ellos mueren, ellas perviven. Así, allí donde las películas de Disney patinan (salvo contadas excepciones, las "princesas" acaban salvadas por "príncipes"), las películas de terror aciertan al mostrar a las mujeres como las pu*as amas, siendo lo suficientemente poderosas y autosuficientes como para escribir su propia historia y derrotar o sobrevivir al villano de turno.

Con frecuencia se suele minusvalorar a las películas de terror, contemplándolas poco menos que como un repertorio de sustos y/o vísceras sin ton ni son. Y no. Las películas de terror son un excelente espejo de la sociedad de su tiempo. De ahí que, por ejemplo, en su día, las películas con alienígenas estuvieran de moda cuando el miedo al comunismo rampaba en EEUU, o que las películas con hordas de muertos vivientes estuvieran en auge cuando el voraz consumismo amenazaba el propio estado del bienestar, etc. Sobre esto hay mucho y muy bien escrito (por ejemplo, el sensacional Monster Show de David J. Skal), así que a ello me remito. En el caso de las final girls, surgen como personajes arquetípicos de un subgénero, el del slasher (es decir, películas de terror protagonizadas por un brutal asesino en serie), que nació al calor del puritanismo conservador que caracterizó yanquilandia a finales de los 70 y comienzos de los 80 del siglo XX y en el que la muerte estaba asegurada para todos aquellos personajes que vulneraran la moral y la estética conservadoras, asunto éste del que se supieron burlar fenomenalmente películas como Cherry Falls, Scream y Las últimas supervivientes. Sobre esto, también se han publicado análisis interesantes (como Hombres, mujeres y motosierras de Carol J. Clover), así que no es mi intención apuntarme ningún tanto con esto sino remarcar algo que es tan interesante como evidente.

La figura de la "chica sobreviviente" se ha hecho icónica tanto en el terror más contemporáneo (ahí están, por ejemplo, personajes como Mari Collingwood - La última casa a la izquierda, Jess Bradford - Negra Navidad, Sally Hardesty - La matanza de Texas, Ginny Field - Viernes 13 parte 2, Laurie Strode - Halloween, Nancy Thompson - Pesadilla en Elm Street, Kirsty Cotton - Hellraiser, Sidney Prescott - Scream, Julie James - Sé lo que hicisteis el último verano, Sarah Carter - The descent, Erin Harson - Tú eres el siguiente, Marybeth Dunston - Hatchet...),como en el futurista (con Ellen Ripley - Alien, y Sarah Connor - Terminator, partiendo la pana). Por eso, no deja de ser curioso cómo se suele asociar a lo femenino géneros como las comedias románticas o películas como las de Disney que, en el mejor de los casos, sirven más para enseñar cómo deberían ser los hombres que cómo deberían ser las mujeres, algo que sí logran, en mi opinión, las películas de terror. La prueba más tosca y evidente de esto es que en las horror movies ellos o caen como moscas o acaban siendo salvados gracias a ellas, que son las que se encargan de derrotar al ente aniquilador (por lo general una versión grotesca y exacerbada de todos los defectos del machismo) o de escapar de lo que parecía una muerte segura. Así, contra la versión endeble, frívola y ñoña de la mujer que se sublima en el pastelada de turno o en la mayoría de "princesas Disney", las películas de terror nos brindan por lo general una versión fuerte, resiliente, inteligente, adaptativa y autosuficiente de la mujer que es bastante necesaria y más cercana a la vida real que las de esas otras ficciones que mencionaba.

De todo ello parecen ser muy conscientes los responsables de La noche de Halloween ya que, más que como un homenaje a Michael Myers por el 40 aniversario de su incorporación al bestiario del terror cinematográfico, funciona como un enérgico subrayado de esas mujeres que sigue en pie cuando los hombres están hechos pedazos, figurada o literalmente. Así que, honestamente, cuantas más mujeres vean este tipo de películas, mejor, porque eso ayudará a destruir cuanto antes no sólo bochornosas desigualdades y sonrojantes tópicos que aún persisten en nuestra sociedad sino también a erradicar a todos esos monstruos que convierten domicilios y/o centros de trabajo en auténticas películas de terror.

sábado, 22 de septiembre de 2018

La luz del Brujo

Anoche fui a ver por fin la penúltima obra de Rafael Álvarez "El Brujo" (1950) al Teatro Fígaro de Madrid (tras su paso por el vecino Teatro Alcázar), ahora que Autobiografía de un yogui se va a despedir de la cartelera madrileña mañana domingo. Suelo ser fiel a mis filias y mi admiración y afición por "El Brujo" viene de hace ya tiempo, lo cual me ha permitido ver buena parte de sus creaciones (Lazarillo de Tormes; Misterios del Quijote; San Francisco, juglar de Dios; El Evangelio de San Juan; Mujeres de Shakespeare; La Odisea; El asno de oro; La luz oscura...) desde que tuve la suerte de ver la primera un verano en Estella, hace ya muchos años.

La función, que sobrepasa con holgura las dos horas de duración, cuenta/adapta la vida de Paramahansa Yogananda, un famoso yogui, gurú y místico hindú que trajo el yoga a Occidente, cuya obra ha sido traducida a infinidad de idiomas y es, en palabras del propio Álvarez, su maestro. Ello le da pie al Brujo a hacer un interesante bosquejo de la mística oriental, entreverado de hilarantes anécdotas personales (como el proyeccionista Amperio o el "cura de mi pueblo") junto a ingeniosísimas pullas a la actualidad nacional y local.

Dejando aparte la inmensa suerte que tuve con la entrada (literalmente, a pie de escenario), la acertada escenografía y la magnífica música de Javier Alejano, la obra me resultó más difícil, densa o compleja que de costumbre, ignoro si por mi desconocimiento del "autobiografiado" y de la materia, por la infinidad de hechos y nombres que cuenta El Brujo a lo largo de la representación, por el cansancio tras una intensa semana de trabajo o por vete a saber qué. El caso es que ha sido su obra que más me ha exigido como espectador. Un esfuerzo que, honestamente, mereció la pena y que bien compensa el extraordinario desempeño del actor solista en su titánica adaptación. Digo que mereció la pena no sólo por el excelente rato que siempre te hace pasar Rafael Álvarez sino por todo lo que aprendí nuevo sobre el hinduismo. Así, al salir del teatro, estaba indudablemente cansado por el tour de force del Brujo, pero también innegablemente agradecido por las risas y la sabiduría. Es decir, lo habitual gracias a este genio del arte dramático.

Más allá de lo estrictamente biográfico de Yogananda (quien tuvo una vida bastante curiosa) y de las llamativas semejanzas entre la mística oriental y la occidental, Autobiografía de un yogui supone una catarata de reflexiones profundas, un torrente de pensamientos relampagueantes, una avalancha de ideas tan interesantes como estimulantes a la hora de meditar sobre ellas. Lógicamente, sería irreal quedarse con la copla de todo pero yo me quedé principalmente con las siguientes ideas: La primera, lo único real es la luz, ya hablemos en sentido literal o figurado. La segunda, para bien o para mal lo que existe no es más real que una ficción cinematográfica puesto que todo el cosmos no es más que un sueño de Dios, un teatro de sombras soñado por la divinidad. La tercera, nuestra mente es un reflejo de esa mente que nos sueña; por eso, hay en nosotros un inmenso poder creativo y transformador. La cuarta, del mismo modo que la mano que tensa y libera la flecha precipita a ésta hacia delante más allá del arco, así actúa en nosotros todo lo que conforma nuestro pasado, hasta que la propia flecha se vuelve pasado y todo vuelve a empezar. La quinta, la creencia metabolizada como convicción es lo que puede transformar y cambiar nuestras vidas. La sexta, la saludable necesidad de asumir que en la vida el bien y el mal deben alternarse como el juego inherente entre luces y sombras. La séptima, encontrarse a uno mismo es estar un paso más cerca de encontrar el secreto que hay más allá de toda la tramoya que conforma nuestra vida. La octava, todos somos parte de algo que nos trasciende y que, al mismo tiempo está dentro de cada uno de nosotros. Y la novena, la verdadera sabiduría no es la que te informa, sino la que te transforma.

De todos modos, para mí, la enseñanza más interesante no la escuché en la función (al menos no literalmente) pero sí la he leído al Brujo en su promoción de esta obra, citando a los antiguos filósofos: "El mundo está en el alma. Es tu visión del mundo la que crea el mundo; luego no hay transformación del mundo si no empieza por tu propia transformación". Quiero pensar que es algo más que una frase bonita e interesante. Y me reconforta saber que este pensamiento tan estimulante y reconfortante proviene de gente que me hace saberme humildemente estúpido. Pero es que, aunque la hubiera dicho el tendero de la esquina, en la boca del Brujo tiene un pátina de trascendencia, de magisterio, de relampagueante hallazgo que uno no puede menos que dejar iluminarse. Y es que Rafael Álvarez, en obras como Autobiografía de un yogui, demuestra que es arte, teatro e ingenio indudables pero, sobre todo, es luz. Mucha luz.

sábado, 28 de julio de 2018

"Por los pelos": Elige tu propio asesino

Quedarse en Madrid durante el infernal verano tiene algunas ventajas. Una, por ejemplo, disfrutar de una ciudad desalojada de gente. Otra, poder entretenerse con divertimentos tan gratificantes y refrescantes como la obra Por los pelos de Paul Pörtner, recién estrenada en los madrileños Teatros del Canal.

Shear Madness, que así se titula en inglés, es una comedia policíaca de extraordinario éxito (más de nueve millones de espectadores en todo el mundo), especialmente en Estados Unidos, lo que le ha valido entrar en el Guiness con el récord de comedia no musical con más tiempo en cartelera. ¿La clave de semejante logro? Que el público, además de disfrutar y reírse como meros espectadores, se transforma en parte decisiva de la trama al condicionar con sus preguntas y decisiones el desarrollo y el desenlace de la misma. Es como mezclar una obra de Agatha Christie, un vodevil y uno de los legendarios libros de "Elige tu propia aventura". Algo bastante arriesgado, puesto que requiere de mucho ingenio, complicidad, precisión y capacidad de improvisación en el escenario y mucha agudeza, atención y predisposición en el patio de butacas. ¿El resultado? Dos horas de estupenda diversión.

Se suele decir que en teatro cada función es irrepetible. En el caso de Por los pelos, es literalmente así, ya que esa ruptura de la cuarta pared que permite involucrarse al espectador en la trama hace de cada representación algo simplemente imprevisible, único e inolvidable.

También se suele decir que el arte dramático es, en esencia, un juego. Un juego de la ficción con la realidad y del actor con el espectador a través de los personajes. Por los pelos cumple sobradamente con este espíritu lúdico ya que hace sonreír, reír y disfrutar al público dejándole ir más allá de lo que la mayoría de ficciones teatrales permiten ya que súbitamente la obra pasa de ser una comedia que ves a un "Cluedo" en vivo en el que participas.  

Por todo ello, no cabe más que dar las gracias a L’OM IMPREBÍS y OLYMPIA METROPOLITANA por producir esta nueva versión, a Santiago Sánchez por dirigirla y adaptarla, y, muy especialmente, a Carles Castillo (el estrafalario peluquero y estilista Toni Carreras), Marta Chiner (Bárbara Marcos, la choni-ayudante de Toni), Lola Moltó (la "señora bien" Mª Elisa de Boluda y Agramunt), Carles Montoliú (el anticuario Eduardo Santamarta), Rafa Alarcón (el policía Miki) y el gran Juan Gea (el comisario). Decir que el reparto está estupendo es quedarse corto. ¡Qué ingenio! ¡Qué vis cómica! ¡Qué facilidad para empatizar y conectar con el público! ¡Qué capacidad para improvisar! Lo suyo bien vale no sólo el precio de la entrada sino el patio de butacas lleno (colgaron el cartel de entradas agotadas) y el largo y atronador aplauso que se llevaron como recompensa por su talento y esfuerzo.

¿Pero de qué va la obra? Pues de cómo una jornada cotidiana en una peluquería unisex se ve trastocada por el asesinato de la vecina del piso de arriba, suceso que provoca que los personajes pasen a ser sospechosos y...el espectador a ser simultáneamente testigo, detective y juez. El resto no te lo puedo contar. Será mejor que lo descubras tú. Pocos pasatiempos más divertidos, refrescantes y originales tendrás este verano, al menos en Madrid. 

Y ojo: la función engaña. Me explico: no sólo es que vaya de menos a más sino que además comienza como una comedia ramplona y acaba por ser desternillante. El momento clave está en la ruptura de la cuarta pared, el instante en que el público pasa a formar parte de la propia historia y los actores despliegan todo su arsenal cómico gracias a una espectacular agilidad mental y un innegable talento para improvisar.

En resumen: si Por los pelos no es ya el gran sleeper de la temporada teatral, va a estar cerca de ello. Y muy merecidamente porque no todos los días te dejan sacar el Sherlock Holmes que llevas dentro y elegir tu propio asesino.

lunes, 25 de junio de 2018

San Jorge derrotado

San Jorge, vencedor de dragones, triunfador sobre el maligno, ha sido derrotado por algo aún peor que el diablo: la estupidez humana. El suceso ha tenido lugar en la localidad navarra de Estella, ciudad especializada (por desgracia) en saltar a la actualidad nacional mediante acontecimientos lamentables: el Pacto de Estella, las crecidas del Ega, muertes por violencia de género (2004 y 2008) y, ahora, la aberrante ¿restauración? de la figura medieval del mencionado santo, tomando así el relevo como hazmerreír a Borja y su patético "Ecce Homo".

La guasa y el bochorno han trascendido el ámbito local y ya corretean no sólo en las redes sociales sino también en los medios de comunicación (Diario de Navarra, El Mundo, ABC, La Sexta, Cadena SER, etc) y consiste en lo siguiente: alguien, bajo encargo de alguien (sé que esto recuerda a un famoso sketch de José Mota, pero es que las responsabilidades aún se están depurando en la sombra), ha perpetrado una anti-restauración con una talla del siglo XVI ubicada en la Iglesia de San Miguel, en Estella, convirtiendo una escultura de indudable valor artístico e histórico en una especie de juguete de bazar chino o de premio de roscón de reyes, dada la viveza de los colores y la tosquedad de los detalles. Parece ser que la decisión fue cosa del párroco mientras que la iconoclasia ha corrido a cuenta de una tal "Carmen", profesora de Karmacolor Estella, una escuela de artes plásticas (que por inconsciencia o recochineó difundió además en la Red un vídeo de la innecesaria y atroz restauración, documento audiovisual que por cierto ha desaparecido, supongo que por decoro). Visto el resultado, que supone un tormento peor que los inflingidos por Pinhead y sus cenobitas, cabrían varias excusas: que la persona que ha hecho "esto" sea menor de diez años (descartada ya), tenga algún tipo de problema psiquiátrico, padezca alguna deficiencia psíquica, sea atea, practique la iconoclasia o tenga una buena voluntad directamente proporcional a su impericia restauradora. Y no, no es discutible: el nuevo San Jorge, más cerca de una figura de Comansi que del arte sacro, parece en el mejor de los casos "restaurado" por un párvulo, lo cual nos remite a esa entrañable época en la que todos nos creíamos Velázquez con "plastidecores" y ceras manley. Yo espero que pronto se conozca y difunda urbi et orbe la completa identidad de los (ir)responsables de este atentado-sainete, aunque sólo sea porque al menos uno de ellos se ahorque voluntariamente en el arbolado Paseo de Los Llanos y así exima su culpa.

En fin. Tremendo estropicio. Lo que más me molesta y duele es que, como apuntaba antes, Estella sólo resople informativamente por cosas que no son positivas, porque no sólo es una ciudad a la que subjetivamente tengo un inmenso cariño sino porque objetivamente es una localidad que culturalmente merece mucho la pena. Ojalá que la próxima vez que en toda España se hable de Estella sea para bien.

miércoles, 20 de junio de 2018

Esto es teatro

En el teatro actual, hay en mi opinión dos formas de no equivocarse como espectador, al menos en España. Una, ver una función de Rafael Álvarez "El Brujo". La otra, ver en acción sobre un escenario a la compañía Shakespeare's Globe. Por eso, en Madrid, estos días estamos de suerte porque los herederos de la Shakespeare Company están otra vez (en abril 2015 nos regalaron un sensacional Hamlet) de paso por nuestra ciudad dentro de su gira mundial.

Anoche fui a los Teatros del Canal al estreno de su nuevo espectáculo, una propuesta enormemente interesante y entretenida que deja en manos del público la posibilidad de elegir la obra a representar (El mercader de Venecia, La fierecilla domada o Noche de Reyes) por ocho actores (cuatro veteranos y cuatro "noveles") de los que lo mejor que puede decirse es que honran el teatro con una maestría tan fluida y armónica que hace parecer sencillo algo que en absoluto lo es

Ayer, la obra de William Shakespeare a representar, elegida por aclamación entre las tres comedias antes citadas, fue Noche de Reyes (literalmente La duodécima noche), una pieza que quizá no esté entre las más conocidas del mejor dramaturgo de todos los tiempos pero que sirve para recordar no sólo su colosal habilidad a la hora de crear personajes inolvidables sino también para reconfirmarlo como un excelente precursor de la teatral comedia de enredo, la cinematográfica screwball comedy y la televisiva sitcom. Luke Brady (genial su bufón Feste), Steffan Cennydd, Cynthia Emeagi, Sarah Finigan, Colm Gormley, Russell Layton, Rhianna McGreevy y Jacqueline Phillips lo bordan. Así de simple. Y eso que no era nada fácil su arriesgada pero interesante propuesta de jugar con la edad y el género de los actores respecto a los personajes a interpretar. Gracias a sus magníficas interpretaciones, las dos horas que duró la función se pasaron volando, haciendo disfrutar tanto que incluso supo a poco. Tal vez por eso, la rotunda y merecidísima ovación de los que anoche llenamos la Sala Verde de los Teatros del Canal obligó a salir a saludar en varias ocasiones al elenco, porque espectáculos como el de ayer no se ven todos los días.

Dicho esto, creo que hay que estar profundamente agradecidos a la Shakespeare's Globe por algo que trasciende la divertida comedia de noche. Hay que darles las gracias por recordar a quien lo olvidó y descubrir a quien lo desconociera que el teatro es, simultáneamente, una celebración, una fiesta y un juego (actuar y jugar comparten en inglés no por casualidad el mismo verbo: "play"). Es pura recreación: divertirse creando de nuevo (el dios-patrón del teatro es Dioniso, la única deidad del Olimpo nacida dos veces y algo de eso tiene el teatro). Es un festejo laico para hacer sagrado algo lúdico que habla de lo humano. Y esto es algo que los del Globe lo tienen muy presente, como dejaron bien claro los ocho actores incluso al inicio, al entreacto y al final de la función de anoche, derrochando música, buen humor y complicidad entre ellos y con los espectadores. 

En resumen y por concluir: que si alguien quiere comprar un excelente recuerdo, que no lo dude y pague cuanto antes la entrada para ver hoy o mañana (aún quedan a la venta) a la Shakespeare's Globe. Su memoria y su ánimo se lo agradecerán.

sábado, 16 de junio de 2018

Ópera en vaqueros

Ocurrió ayer. Madrid. Mediodía. Calle Arenal. A escasos metros de la misma Puerta del Sol donde se confunden madrileños en tránsito, mimos variopintos transformados en islotes entre el gentío, guiris hormigueando en una fiebre de fotos y selfies, dos golfonas sacando cuartos a quien tenga el (dudoso) gusto de fotografiarse junto a sus aireadas carnes y su kitsch "I love Madrid", y unos cuantos siniestros seres de felpa con alma andina que pervierten con afán lucrativo grandes iconos infantiles en los alrededores del Kilómetro Cero.

Yo me encaminaba a esa preciosa iglesia con alma literaria y olor a churro llamada San Ginés, a "agradecer" a San Judas Tadeo los servicios prestados en esa guerra sin cuartel conocida como "oposiciones". Como siempre que ando por el agobiante y masificado centro, iba con la indiferencia activada y los pies ligeros. Pero la escena que quiero destacar captó mi atención y frenó mis pasos. La "culpa" la tuvo un cuarteto formado por una pianista, un violinista, dos tenores y una soprano (no voy a entrar ahora en digresiones de si eran tenores, barítonos, soprano, mezzosoprano o contralto) vestidos como cualquier otro paisano: vaqueros y demás vestuario de camuflaje urbano. Ignoro en qué momento a los cuatro artistas les pareció una buena idea cantar ópera en el epicentro febril y populachero pero tuvieron la valentía de hacerlo. Y, oye, ni en sus mejores sueños. Ni en los míos tampoco. Una delicia. Así se puede resumir su desempeño, arte y talento. Simplemente sensacionales.

Viendo todo eso, confundido en la treintena o cuarentena de personas que rodeaban asombradas y absortas al cuarteto, me acordé de todos esos supuestos talent shows (que para mí a duras penas llegan al show y no digamos ya al talent) con los que Telecirco trufa su parrilla de programación. Me refiero a Tú sí que vales, Got talent, Factor X y demás linaje. En esos instantes, mientras el cuarteto honra la ópera con un repertorio de reconocibles "grandes éxitos", tuve la absoluta certeza de que el talento no es eso que quieren hacer creer un jurado estrafalario en medio de una escenografía hortera a propósito de unos concursantes de discutible valía sino lo que estaban demostrando estas cuatro personas y que, quizá por eso mismo, nunca veríamos a este cuarteto pisando un escenario de Mediaset. También pienso en otra cosa: cómo tiene que estar el patio para que gente tan objetivamente virtuosa se lance a la calle a mendigar atención y reconocimiento, exponiéndose a la intemperie de un posible ninguneo. Tremendo.

La multitud escucha. Los aplausos pagan. Yo reanudo mi marcha pero atrás vuelven a emerger la música y las estupendas voces de esa "ópera en jeans". A veces, la vida es maravillosa.

lunes, 30 de abril de 2018

"Penny Dreadful": monstruos como nosotros

Dicen que todo lo bueno se hace esperar. Quizá por eso he podido disfrutar de un tirón de la serie Penny Dreadful cuando ha pasado más de un año desde su final y casi cuatro desde su estreno.

La serie de Showtime reimagina de forma respetuosa pero novedosa a los grandes personajes de la literatura decimonónica de terror (Drácula, Dorian Gray, Frankenstein, Doctor Jekyll, etc) y los arquetipos más universales y clásicos del terror (el vampiro, la bruja, el hombre-lobo, el no-muerto...) haciéndolos convivir en un mismo espacio y lugar, conformando algo similar a lo que logró Alan Moore en su magnífica novela gráfica La Liga de los Hombres Extraordinarios. Así, Penny Dreadful nos sumerge en una historia que básicamente cuenta las aventuras de un grupo de siniestros antihéroes contra el Mal, ya adopte éste la forma de vampiros acólitos de Drácula o de brujas al servicio de Satanás. A este respecto conviene aclarar que pese a su estructura episódica que la acerca al folletín y a su división en temporadas (tres), Penny Dreadful conforma una única historia en la que cada temporada constituye una parte diferente del esquema clásico de una narración: introducción (primera temporada), nudo (segunda temporada) y desenlace (tercera temporada). Narrativamente, creo que John Logan, creador y máximo responsable de esta producción, hace un gran trabajo, a pesar de ciertos problemas de "tempo narrativo" (en la segunda es excesivamente lento y en la tercera demasiado rápido) y de que algunas tramas y personajes están peor resueltos que otros. Digo que ha hecho un gran trabajo porque combinar tantos y tan conocidos personajes, arquetipos y temas para ofrecer algo fresco y entretenido no es nada fácil. Y Penny Dreadful lo logra. A ello ayudan bastante un reparto muy solvente en sus actuaciones (Eva Green, Timothy Dalton y Josh Hartnett son sus rostros más conocidos), un diseño de producción muy cuidado que te sumerge con mucha facilidad en todas esas ciudades distintas que era el Londres de finales del XIX, una fotografía excelente (es complicado hacer que algo sórdido o truculento resulte tan agradable a la vista) y la sensacional y conmovedora banda sonora compuesta por Abel Korzeniowski. Tampoco hay que ningunear el acertado tratamiento de los personajes, puesto que están llenos de matices y claroscuros que los hacen menos ficticios y más verosímiles y, además, están dotados todos ellos, hasta los más secundarios, de un carisma magnético que hace complicado no empatizar con ellos. En este sentido, he de reconocer que lo que hace Rory Kinnear encarnando a la criatura de Frankenstein me parece simple y llanamente a-co-jo-nan-te. Conviene añadir además que si bien es una serie con (lógicamente) varias concesiones al terror e incluso al gore, también exhibe escenas de una hondura emocional estremecedora que demuestran el alma de esta producción.

Dicho esto, creo que lo mejor de la serie es algo que simultáneamente subyace y trasciende la maraña de tramas que conforman las inquietantes y entretenidas peripecias de Vanessa Ives y compañía. En mi opinión, el gran logro de Penny Dreadful es hablar sobre la humanidad utilizando a "monstruos". Lo monstruoso para hablar de lo humano. La ficción para hablar de lo real. Nada nuevo bajo el sol literario. En ese sentido, esta producción constituye un recorrido por esa red de dicotomías, contradicciones y paradojas que conforma el tapiz de la condición humana. Así, el espectador constata al cabo de las tres temporadas cuánta belleza cabe dentro de la fealdad, cuánta fealdad puede ocultar la belleza, cuánta oscuridad hay en el interior de la luz, cuánta luz puede haber en las entrañas de la oscuridad, cuánta muerte existe en la vida, cuánta vida hay en la muerte, cuánta lógica hay en la locura, cuánta locura hay en la razón, cuánto dolor puede haber en la alegría, cuánta alegría puede anidar en el dolor. 

Por todo ello, el principal tema de Penny Dreadful, por encima de la lucha entre el Bien y el Mal sobre la que pivotan las tenebrosas aventuras de sus protagonistas, es sin duda alguna la aceptación de la identidad, la asumción honesta y consciente de todas nuestras luces y sombras, de nuestras virtudes y defectos, de nuestro lado angelical y de nuestro lado demoníaco; lo cual no es precisamente fácil por esa alergia nuestra al reconocimiento de lo negativo y la propensión a la excusa como vía de justificación. En ese sentido, acertadamente, la serie muestra cómo sus protagonistas dejan de estar tan sumamente atormentados cuando se aceptan a sí mismos, liberándose así de todo lo monstruoso que hay en ellos y permitiendo emerger su humanidad y alcanzar de esta manera una agridulce serenidad. Una de las frases más memorables relacionadas con esto la dice el joven y atribulado Víctor Frankenstein en una de las escenas finales de la serie: "Es demasiado fácil ser monstruos. Vamos a intentar ser humanos". 

Por si todo lo anterior fuera poco, Penny Dreadful permite al gran público conocer a dos grandes poetas del romanticismo inglés como son John Clare y William Wordsworth, gracias a los poemas que, en dos monumentales escenas, recita de forma absolutamente brillante y conmovedora la criatura de Frankenstein: I am! de Clare y Ode: Intimations of immortality from recollections of early childhood, de Wordsworth, poniendo por cierto este último poema un sobrecogedor "The End" que a mí me dejó con los pelos de punta y las lágrimas en los ojos.

Así las cosas, no me extraña nada todo el fandom que originó esta serie (a sus fans se les/nos llama dreadfuls). Tan es así que debido a sus legiones de seguidores esta ficción ha continuado su andadura en formato cómic gracias a Titan Comics. Algo muy similar a lo que ocurrió en su día con Buffy, cazavampiros o más recientemente con El Ministerio del Tiempo. Y es que Penny Dreadful tiene un encanto extraño al que es imposible resistirse y del que es imposible olvidarse. Quizá porque lo bueno, cuando lo es de verdad, nunca conoce la muerte. Y esta serie es muy, muy buena.

jueves, 12 de abril de 2018

Recrear y religar

La casualidad ha querido que coincidan en el tiempo la reciente publicación de dos libros escritos por gente a la que aprecio. Por un lado, Alejandro Gándara y su novela La vida de H (Ed. Salto de Página). Por otro, Julián Ruiz y su obra Hubo otra Estella (Ed. R de Rarezas). Dicho así, me siento un poco como esa "voz en off" que acompaña a los paseantes por la Feria del Libro de Madrid. En fin, sigo.

Ambas publicaciones no pueden ser más distintas, como lo son sus autores, pero en el fondo sirven para ejemplificar lo mismo: cómo la creación literaria no es más que un ejercicio de volver a crear la realidad, de rehacer, de reinterpretar, de ajustar cuentas con ella, de descodificarla y volverla a codificar a nuestro gusto, de desconectarse de ella para volver a conectarse de una forma absolutamente personal y única, de "religar"; de jugar con lo vivido, sentido, sabido y recordado para dar algo nuevo a sí mismo y a los demás; de devolver a la realidad el favor mediante una ficción que forma parte de ella físicamente. Esto no es ninguna novedad, porque el copyright viene de antiguo (concretamente, desde que Platón nos hablara de la poiesis banquete mediante). Además de lo que acabo de apuntar, tanto La vida de H como Hubo otra Estella son un buen ejemplo de que toda ficción, toda obra artística en general y literaria en particular, nace de uno, de las entrañas donde anidan todos nuestros recuerdos, filias, fobias, luces, taras, emociones y sentimientos, de manera que toda obra es autobiográfica porque las historias se cuentan desde uno, desde esa atalaya que es la vida que cada uno ha tenido y tiene. Por eso, la tópica pregunta que se hace al autor de turno de "¿En qué medida esta obra es autobiográfica?" es bastante prescindible, salvo que se quiera entrar en el terreno del cotilleo, que poco o nada tiene que ver con lo literario. 

Alejandro y Julián han recurrido a la misma materia prima (los recuerdos) para elaborar dos obras tan distintas como interesantes y atractivas. En el caso de Gándara, La vida de H tiene las formas de un cuento de hadas a medio camino entre lo infantil y lo postmoderno pero con un aliento entrañable de confesión cómplice, especialmente para aquellos que tenemos la suerte de conocer a Alejandro y cuya hondura humana e intelectual es impagable. Por su parte, Ruiz nos demuestra en esos relatos híbridos de anecdotario y crónica bajo el título Hubo otra Estella que las ciudades, esos telones de fondo que hacen las veces de hogar, no dejan de ser lienzos sobre los que se han ido superponiendo los diversos retratos del tiempo y las personas, como una especie de cuadernos de notas en los que las palabras, los tachones y las anotaciones marginales forman una arquitectura caótica, íntima y colectiva por igual; unos retratos y notas que como bien demuestra Julián conviene no olvidar porque para saber dónde ir primero hay que tener claro de dónde se viene.

Más allá de la calidad literaria y la calidez humana que hay bajo los negros y blancos de ambas obras, hay que reconocer el esfuerzo que supone parir una obra literaria. Y es que crear, escribir, tiene mucho de dejar que lo que tienes dentro salga fuera y viva su propia vida con independencia de ti. Y no sólo eso, porque cuando te das a los demás mediante la literatura no estás únicamente mostrando al mundo qué hay en tu interior sino, además, exhibiendo cuánto del mundo ha entrado en ti. De ahí que, cada vez que lees un libro no sólo estás asomándote a un hábitat ficcionado en mayor o menor medida; también estás colándote en la intimidad del autor por una puerta que él mismo ha dejado entreabierta. Por cierto, hablando de esfuerzos, chapó por Salto de Página y R de Rarezas, dos editoriales que demuestran que competir con los grandes mastodontes del sector no es una cuestión de sombra sino de brillo.

Si alguien quiere felicitar a los autores, cosa que sería agradecible, pueden hacerlo con facilidad. En el caso de Alejandro, a través de ese refugio contracorriente que es la Escuela Contemporánea de Humanidades. En el caso de Julián, en las calles de esa otra escuela enclavada en el corazón de Navarra llamada Estella. Yo, más allá de sentimentalismos y amistades, he optado por algo más práctico y terrenal: comprar con intención de leer. La vida de H ya está en mi biblioteca. Hubo otra Estella pronto lo estará. ¿Por qué? Porque me apetece mucho disfrutar página a página con estas obras que dan validez a aquello que dijo el poeta Paul Éluard: "Hay otros mundos pero están en éste. Hay otras vidas pero están en ti".

viernes, 23 de febrero de 2018

En la muerte de Forges

Hace casi seis años, escribí tras morir Mingote. Ahora escribo a rebufo del fallecimiento de Forges, el otro ilustre humorista gráfico que hacía de cada viñeta no sólo un brillante y agudo editorial sino además una ventana a la condición humana en general y la española en particular. De mi trinidad de genios del humor gráfico, ya sólo queda vivo El Roto. Toco madera.

Antonio Fraguas es/era de esa clase de personas cuyo mayor don no sólo consistía en saber mirar sino en tener la destreza suficiente para contar lo que ven mejor que la mayoría. Forges aunaba ingenio y humanidad para encerrar en el corto espacio de una viñeta mensajes monumentales o meras guasas, pero siempre enraizadas en la realidad y encontrando en el lector la complicidad suficiente. Era un viñetista lo suficientemente listo para no tomar por tonto al personal y así se explica parte de su celebridad y éxito. El resto se explica con una sola palabra: genio, porque sólo así se puede denominar a quien fue al mismo tiempo artista, cronista y conciencia.

Si la memoria no me flaquea, la primera vez que vi una viñeta de Forges fue de crío, en un cuadro enmarcado que estaba en la habitación de mi tío. Luego ya, con el paso de los años, el talento de este fuera de serie dejó un reguero excepcional en la prensa (El Mundo y El País) y ahí le fui siguiendo la pista. A un tipo con 250.000 viñetas a su espalda sólo lo pierdes de vista deliberadamente. No es mi caso.

Los méritos de Fraguas son muchos y no sólo en el campo del humorismo gráfico (ahí están sus aportaciones "léxicas"). Quizá el mayor de ellos sea haber representado mejor que nadie el sentir de muchos españoles respecto a ese mundo y ese país que tanto les duele y desespera, pero sin renunciar nunca a dejar de propina una sonrisa balsámica. Y es que este artista resultó tan sumamente cercano porque siempre estuvo pegado a la realidad y, sobre todo, a lo que significa la palabra "humanidad", haciendo patente su compromiso con los desfavorecidos cuando la ocasión lo requería. Todas las causas justas tuvieron en él un excelente vocero y un fenomenal cómplice. Porque lo que resulta incuestionable en Forges es que contó verdades como puños a través de unos personajes fácilmente reconocibles, quienes, más que trasuntos suyos, lo fueron de esa "inmensa minoría", que diría Juan Ramón Jiménez. Por eso, Forges pidió la voz y la palabra para poner en negro sobre blanco nuestras cosas, formando así un inmenso collage de la historia oficial y cotidiana de España durante cerca de medio siglo. Por eso, Antonio Fraguas siempre fue y será algo más que un excelente viñetista.

En fin. Es una auténtica pena la muerte de alguien que puso el ingenio al servicio del humor. Tras él, España tiene menos motivos para sonreír y la prensa un hueco en blanco que nadie conseguirá llenar. Descanse en paz.

jueves, 25 de enero de 2018

"La peste": un entretenido thriller tenebrista

Recientemente he terminado de ver La peste, serie de Movistar + que, junto a El Ministerio del Tiempo, es quizá una de las mejores muestras de la buena salud de la ficción televisiva española.

La serie, creada por Alberto Rodríguez y Rafa Cobos (responsables del estupendo film La isla mínima), nos adentra en la Sevilla de mediados del siglo XVI, cuando España era EEUU y Sevilla su Nueva York, para hacernos testigos de la investigación de una serie de macabros asesinatos con trasfondo religioso, trama que casi constituye un delicioso Macguffin para hacer un asombroso fresco la sociedad de la época y donde vemos desarrollarse a unos variopintos personajes en busca de su identidad mientras la peste va diezmando la población. Misterio y revelación, sufrimiento y placer, pobreza y riqueza, religión y ciencia, humildad y ambición, ignorancia y conocimiento, luz y oscuridad, vida y muerte...toda esta ficción está asentada sobre un enjambre de antagonismos que ayudan magníficamente a dotar de cierto aire tenebrista a la ética y estética de esta producción.

La peste podría definirse como un thriller de época y lo es porque la trama principal viene a ser un Se7en en la España del Siglo de Oro. Pero, contemplada en su conjunto, esta producción trasciende el entretenimiento del "thriller" y el historicismo del "de época", para tocar temas que, por desgracia, no han pasado de moda: la corrupción, la degradación cainita en los tiempos de crisis, la minusvaloración de la mujer, el dirigismo ideológico, la persecución de cualquier disidencia, el clasismo, el conocimiento como herramienta subversiva, la ética de los prejuicios, el desarraigo identitario en un mundo febril y arrollador...Temas tan interesantes como estos están en La peste y son una de sus varias virtudes.

La serie tiene ecos de Rinconete y Cortadillo de Cervantes, El capitán Alatriste de Pérez-Reverte, Venganza en Sevilla de Asensi y La leyenda del ladrón de Gómez Jurado (que, por cierto, ha suscitado una acusación de plagio contra La peste). A ello hay que añadir que la pareja protagonista, el experimentado y desencantado Mateo Núñez y el novato pero espabilado Valerio Huertas, es bastante de deudora no tanto del legendario tándem Holmes-Watson de las célebres novelas de Arthur Conan Doyle como de la famosa dupla que formaban Guillermo de Baskerville y Adso de Melk en El nombre de la rosa de Umberto Eco. Por todo ello, los amantes de la literatura estarán más que conformes con la narrativa de esta producción, incluso aquellos que les guste la pseudoliteratura porque La peste tiene un ritmo y unos giros de guión dignos de cualquier aventura del profesor Robert Langdon

No obstante, en paralelo a su indudable calidad narrativa, merece la pena destacarse la dirección artística, la fotografía, el vestuario y el maquillaje porque resulta francamente impresionante la sensación inmersiva que provoca en el espectador tanto talento y esfuerzo conjunto, de manera que, más que ver una ficción, parece que la pantalla se convierte en una ventana desde la que el público se asoma al pasado. Hay fotogramas que poco tienen que envidiar a lienzos de Zurbarán, Velázquez o Caravaggio y eso son palabras tremendamente mayores y quizás el mejor elogio que se puede hacer al equipo técnico de La peste, artífice de que te creas totalmente la sordidez de los suburbios y la suntuosidad de los palacios que dan el marco perfecto a esa lucha de luz y sombra que vertebra todo el relato.

A todo lo dicho hay que sumar el estupendo trabajo del reparto (Pablo Molinero, Sergio Castellanos, Patricia López Arnáiz, Cecilia Gómez, Paco León, Manuel Solo, Paco Tous, Tomás del Estal, Antonio Dechent...) que interpreta con solvencia a personajes más o menos ricos en matices pero siempre verosímilmente humanos, con los suficientes claroscuros internos para alejarse de cualquier arquetipo o cliché. Por cierto, Paco León demuestra una verdad que a menudo se olvida: dentro de cada cómico hay un buen actor.

Por si fuera poco, quienes sean víctimas de la insaciable curiosidad, pueden ahondar en los entresijos de la serie, Sevilla y la época gracias a la interesante iniciativa interactiva de "La Ruta de la Peste".

¿Qué más se puede pedir? Una segunda temporada, tal vez. Llegará en 2019. Por tanto, nada más que pedir y sí mucho que disfrutar porque La peste es entretenimiento del bueno.