Custodiada por montañas, a la vera de un río, hay una ciudad que escribe su leyenda en el cielo de Navarra: Estella. Una localidad eternamente fiel a su esencia y junto a la cual he crecido desde que nací en veranos e inviernos. Hoy, en mi blog, hablaré de la tierra de mi padre, de la ciudad con apellido de río y voz de gaita, de recuerdos y sensaciones míos para siempre. Hoy hablaré de Estella.
Lo primero que recuerdo de Estella es el característico olor que emanan sus calles, un "perfume de antaño" que, unido al aire ajeno a la contaminación, es el primer síntoma de que Madrid queda lejos, muy lejos. El segundo síntoma es que tu andar apresurado, adiestrado en la frenética urbe, chirría en demasía con el pausado y tranquilo caminar de los estelleses. "¿Qué prisa llevas, madrileño?". Y es que Estella, por suerte para sus gentes, no es Madrid. La mejor definición que se me ocurre de esta localidad es que es un lugar con alma de aldea y prestaciones de ciudad, bendecida por la naturaleza y la cultura...que no sería lo mismo sin sus habitantes: los "estellicas". Amén del "acentico", los estelleses destacan por su genuina nobleza, "sonoras" maneras, cómica terquedad, imperturbable tranquilidad, inocua fanfarronería y secular afición a cualquier cosa que se asemeje a un festejo, como queda patente en sus fiestas patronales. A ello hay que añadir la curiosa tendencia a clasificar genealógicamente a cualquier persona (Éste es hijo de...o nieto de...o sobrino de...) o, en caso de duda, preguntarte por tus parientes ("¿Y tú de quién eres, majo?"), algo hasta cierto punto lógico teniendo en cuenta que Estella es una auténtica maraña de "archiconocidos" apellidos (Jordana, Ruiz, Larramendi, Osinaga, Echeverría, Azanza, Zunzarren, Llanos, Magallón...). Gentes peculiares que, si tuviera que buscarles un parecido aproximado, sería el de los convecinos de Astérix, el galo, con perdón para unos y otros.
Lo primero que recuerdo de Estella es el característico olor que emanan sus calles, un "perfume de antaño" que, unido al aire ajeno a la contaminación, es el primer síntoma de que Madrid queda lejos, muy lejos. El segundo síntoma es que tu andar apresurado, adiestrado en la frenética urbe, chirría en demasía con el pausado y tranquilo caminar de los estelleses. "¿Qué prisa llevas, madrileño?". Y es que Estella, por suerte para sus gentes, no es Madrid. La mejor definición que se me ocurre de esta localidad es que es un lugar con alma de aldea y prestaciones de ciudad, bendecida por la naturaleza y la cultura...que no sería lo mismo sin sus habitantes: los "estellicas". Amén del "acentico", los estelleses destacan por su genuina nobleza, "sonoras" maneras, cómica terquedad, imperturbable tranquilidad, inocua fanfarronería y secular afición a cualquier cosa que se asemeje a un festejo, como queda patente en sus fiestas patronales. A ello hay que añadir la curiosa tendencia a clasificar genealógicamente a cualquier persona (Éste es hijo de...o nieto de...o sobrino de...) o, en caso de duda, preguntarte por tus parientes ("¿Y tú de quién eres, majo?"), algo hasta cierto punto lógico teniendo en cuenta que Estella es una auténtica maraña de "archiconocidos" apellidos (Jordana, Ruiz, Larramendi, Osinaga, Echeverría, Azanza, Zunzarren, Llanos, Magallón...). Gentes peculiares que, si tuviera que buscarles un parecido aproximado, sería el de los convecinos de Astérix, el galo, con perdón para unos y otros.
Pero Estella no sólo es su población, sino el crisol de cultura y naturaleza que representa esta emblemática ciudad navarra del Camino de Santiago. Caminar hacia tiempos pretéritos por el barrio de la Rúa bajo la mirada de la Cruz de los Castillos y a la sombra de siglos de historia; pasear por el verde remanso de Los Llanos; sobrecogerte cuando San Pedro atrona su histórico legado; disfrutar de la fresca tertulia en El Ché; sumergirte en la quietud casi mística del Puy; enredarte en el crisol de olores y colores del mercado "juevero"; embobarte ante la frondosa y maravillosa planicie de Urbasa; escuchar las anécdotas que moran en cada calle o fachada; zambullirte en agua salada a decenas de kilómetros del mar; disfrutar del precioso nacimiento del río Urederra...Estella es un pasaporte para una miríada de pequeños y deliciosos placeres y sensaciones.Pero la ciudad del Ega, como se le llama comúnmente, tiene otra virtud: aquello que le falta a Estella, si es que le falta algo, lo tiene bien cerca, se trate de lo que se trate.
Esa es mi Estella, un lugar en el que he tenido los mejores guías que se pueden tener: mis padres, su "cuadrilla" y los impecables reporteros del "Diario de Navarra". Un lugar que, como los buenos tesoros, aguarda escondido entre montañas que algún afortunado lo encuentre.
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