
Lo primero que recuerdo de Estella es el característico olor que emanan sus calles, un "perfume de antaño" que, unido al aire ajeno a la contaminación, es el primer síntoma de que Madrid queda lejos, muy lejos. El segundo síntoma es que tu andar apresurado, adiestrado en la frenética urbe, chirría en demasía con el pausado y tranquilo caminar de los estelleses. "¿Qué prisa llevas, madrileño?". Y es que Estella, por suerte para sus gentes, no es Madrid. La mejor definición que se me ocurre de esta localidad es que es un lugar con alma de aldea y prestaciones de ciudad, bendecida por la naturaleza y la cultura...que

Pero Estella no sólo es su población, sino el crisol de cultura y naturaleza que representa esta emblemática ciudad navarra del Camino de Santiago. Caminar hacia tiempos
pretéritos por el barrio de la Rúa bajo la mirada de la Cruz de los Castillos y a la sombra de siglos de historia; pasear por el verde remanso de Los Llanos; sobrecogerte cuando San Pedro atrona
su histórico legado; disfrutar de la fresca tertulia en El Ché; sumergirte en la quietud casi mística del Puy; enredarte en el crisol de olores y colores del mercado "juevero"; embobarte ante la frondosa y maravillosa planicie de Urbasa; escuchar las anécdotas que moran en cada calle o fachada; zambullirte en agua salada a decenas de kilómetros del mar; disfrutar del precioso nacimiento del río Urederra...Estella es un pasaporte para una miríada de pequeños y deliciosos placeres y sensaciones.Pero la ciudad del Ega, como se le llama comúnmente, tiene otra virtud: aquello que le falta a Estella, si es que le falta algo, lo tiene bien cerca, se trate de lo que se trate.


Esa es mi Estella, un lugar en el que he tenido los mejores guías que se pueden tener: mis padres, su "cuadrilla" y los impecables reporteros del "Diario de Navarra". Un lugar que, como los buenos tesoros, aguarda escondido entre montañas que algún afortunado lo encuentre.
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