El Vaticano, es decir, Benedicto XVI ha decidido levantar la restricción para celebrar misas en latín. Curiosa iniciativa ya que, dejando el toque "retro" aparte, no deja de ser una medida interesante para que en todo el mundo católico se pueda escuchar misa de la misma forma. Además, he de confesar que soy un auténtico enamorado del latín, gusto que me inició Astérix, desarrolló mi profesora del colegio y consolidaron Cicerón, Virgilio y Julio César. Así pues, la medida no me parece mal, si bien creo que las misas tienen problemas más serios que la lengua en que se digan, como, por ejemplo, los siguientes:
- La duración: Sólo una película, un concierto o un evento deportivo son capaces de mantener la atención y el interés durante más de media hora. Una misa, no. Y si ya hay coro de por medio, el harakiri ronda los pensamientos de algún que otro feligrés. Cuando alguien en las altas esferas de la Iglesia (que son las más cercanas al Cielo que existen) entienda aquello de "lo bueno si breve, dos veces bueno", se habrá dado un gran paso para hacer de las misas algo atractivo y ameno. Claro que, si las misas están concebidas como una penitencia consuetudinaria para que los católicos practicantes paguen por los pecados de los católicos de pega, entonces no digo nada.
- Los coros y similares: Habría que eliminarlos a todos y, en el caso de que se quiera amenizar musicalmente la misa, sustituirlos por CDs de música clásica apropiados. Me da igual si estamos hablando de "profesionales" o de voluntariosos vecinos que sueñan con ser Pavarotti o Caballé, si están próximos a la sepultura o a la edad del pavo, o de si se trata de un órgano con apéndices humanos o bien de un grupo de guitarristas con acné du-du-á, du-du-á. Nada. Fuera. Que se vayan a tomar viento, junto a sus cancioneros y repertorios, porque la canción que no atufa a alconfor hiede a "estilo cantautor", que sin duda debería ser ateo, además de privado de talento musical y poético. ¿Alguien se ha detenido a escuchar con detenimiento las canciones? O bien sumen al oyente en una profunda depresión o hacen que clave su mirada en el suelo o techo, intentando despistar al bochorno. Cuántes veces, al sufrir alguno de estos atentados contra la música y el espíritu, me he acordado de la máxima: "Si lo que tienes que decir no es más bonito que el silencio, calla".
- Los grupos parroquiales: Inmortalizados y condensados en el absolutamente genial personaje simpsoniano de Ned Flanders, no digo que haya que erradicarlos, porque cada cual que haga con su tiempo libre lo que quiera, pero sería necesario promocionarlos lo menos posible, ocultándolos detrás de una opaca discreción, para que la parroquia no parezca un imán de gente sin vida social o excéntricos espirituales. ¿Que a qué grupos me refiero? Pues a todos aquellos cuyo nombre, si no supiéramos que son grupos católicos parroquiales, creeríamos que denomina a una guerrilla paramilitar o secta friki. Ned Flanders hace gracia, pero estos grupos...ejem. Aunque, si el Vaticano consiente de buen agrado a gente como los "kikos" o los operarios de cierta "Obra", esta batalla está perdida de raíz.
- Las homilías para iniciados: Hay sacerdotes que, por formación, vocación o morbo, pronuncian desde el púlpito unas pláticas que provocan sopor y/o perplejidad, por la complejidad de los conceptos y formas que manejan. Tan es así que uno piensa si es que se ha equivocado de hora y ha ido a la sesión teológica o si ha entrado por error en una extraña logia con forma de iglesia. Sermones como esos son una declaración de guerra para la asistencia a misa. Sea como fuere, cuando escucho alguna de estas homilías, a mí me entran ganas de preguntar si va a haber una homilía de la homilía, para que me entere de algo. Y es que, a veces, entender lo que se dice de o desde las alturas, a veces es tan inalcanzable...
En fin. Que a este convencido católico practicante le parece genial que se permita otra vez hablar en latín en las misas, porque, en el peor de los casos, es una perfecta justificación para decir que no has entendido nada y, en el mejor de los casos, es una delicia escuchar una lengua tan ancestral e imponente; pero, no obstante, al Vaticano le queda aún trabajo por hacer si quieren hacer de la misa algo más atractivo que una penitencia.
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