Dicen que todo lo bueno se hace esperar. Quizá por eso he podido disfrutar de un tirón de la serie Penny Dreadful cuando ha pasado más de un año desde su final y casi cuatro desde su estreno.
La serie de Showtime reimagina de forma respetuosa pero novedosa a los grandes personajes de la literatura decimonónica de terror (Drácula, Dorian Gray, Frankenstein, Doctor Jekyll, etc) y los arquetipos más universales y clásicos del terror (el vampiro, la bruja, el hombre-lobo, el no-muerto...) haciéndolos convivir en un mismo espacio y lugar, conformando algo similar a lo que logró Alan Moore en su magnífica novela gráfica La Liga de los Hombres Extraordinarios. Así, Penny Dreadful nos sumerge en una historia que básicamente cuenta las aventuras de un grupo de siniestros antihéroes contra el Mal, ya adopte éste la forma de vampiros acólitos de Drácula o de brujas al servicio de Satanás. A este respecto conviene aclarar que pese a su estructura episódica que la acerca al folletín y a su división en temporadas (tres), Penny Dreadful conforma una única historia en la que cada temporada constituye una parte diferente del esquema clásico de una narración: introducción (primera temporada), nudo (segunda temporada) y desenlace (tercera temporada). Narrativamente, creo que John Logan, creador y máximo responsable de esta producción, hace un gran trabajo, a pesar de ciertos problemas de "tempo narrativo" (en la segunda es excesivamente lento y en la tercera demasiado rápido) y de que algunas tramas y personajes
están peor resueltos que otros. Digo que ha hecho un gran trabajo porque combinar tantos y tan conocidos personajes, arquetipos y temas para ofrecer algo fresco y entretenido no es nada fácil. Y Penny Dreadful lo logra. A ello ayudan bastante un reparto muy solvente en sus actuaciones (Eva Green, Timothy Dalton y Josh Hartnett son sus rostros más conocidos), un diseño de producción muy cuidado que te sumerge con mucha facilidad en todas esas ciudades distintas que era el Londres de finales del XIX, una fotografía excelente (es complicado hacer que algo sórdido o truculento resulte tan agradable a la vista) y la sensacional y conmovedora banda sonora compuesta por Abel Korzeniowski. Tampoco hay que ningunear el acertado tratamiento de los personajes, puesto que están llenos de matices y
claroscuros que los hacen menos ficticios y más verosímiles y, además, están dotados
todos ellos, hasta los más secundarios, de un carisma magnético que hace
complicado no empatizar con ellos. En este sentido, he de reconocer que lo que hace Rory Kinnear encarnando a la criatura de Frankenstein me parece simple y llanamente a-co-jo-nan-te. Conviene añadir además que si bien es una serie con (lógicamente) varias concesiones al terror e incluso al gore, también exhibe escenas de una hondura emocional estremecedora que demuestran el alma de esta producción.





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