Los cómics, la novela gráfica o, como se dice en castellano, los tebeos son un arte (el noveno, concretamente) y como tal hay que entenderlos más allá de su función principal (entrenter, evadir) y considerarlos como parte de un diálogo, de una interacción con la realidad en la que nacen. Una interacción en la que el mundo real funciona como referencia y el tebeo como un catalizador de una visión y una actitud hacia dicha realidad. Es decir, como un espejo frecuentemente distorsionador, según el cometido o la vocación que exista tras las viñetas. Así, se podría decir que cualquier historieta cumple alguna de estas dos funciones:
- Adoctrinadora: Busca inocular o reforzar ¿sutilmente? los
valores y las ideas dominantes (por lo general de corte maniqueo, patriotero y/o conservador). En este sentido, podemos encontrar buenos ejemplos de ello a ambos lados del Atlántico. Así, encontramos a los yanquis "Capitán América" y "Supermán" (por citar los más icónicos) y a los españoles (aunque ya extintos) "Guerrero del Antifaz", "Roberto Alcázar y Pedrín", "El Capitán Trueno", "El Jabato", "El Corsario de Hierro", "El Cachorro"...Viñetas que responden a una visión sesgada y monolítica del mundo y que intentan adoctrinar y anestesiar cualquier atisbo de inconformismo (a quien se deje) sin por ello dejar de entretener al lector.
- Crítica: Aquí se inscribirían todos los cómics que tienen en su ánimo realizar una más o menos velada denuncia de todo aquello que huele a Dinamarca en la sociedad. Nueva y obviamente, tenemos muchos ejemplos de ello fuera y dentro de España. En cuanto a fuera del país, cómics tan dispares en fondo y forma como "Contrato con Dios", "Watchmen", "V de Vendetta", "The Authority" o "Los muertos vivientes" son tan sólo algunos de los muchos que han decidido que, además de contar una historia, toca "dar caña" a un mundo que no funciona. Una crítica que, por lo general, deja poca o ninguna concesión al humor. Justo lo contrario de lo que sucede en España, donde, salvo excepciones como el genial Paco Roca, maestros de las historietas como Ibáñez o Jan utilizan la sátira y/o la parodia para denunciar o retratar cosas que tienen escasa o nula gracia; habilidad, por otra parte, encumbrada por mitos de la viñeta como los españoles Mingote y Forges o el argentino Quino.
Siguiendo con esto último, hay que reconocer que el humor es excelente como vehículo y disfraz para burlar censuras y prejuicios y sacudir conciencias (aquellas que no estén en coma
por idiotez). ¿Por qué? Porque el
humor funciona mucho mejor que la simple información a la hora
de decir la verdad o reflejar la realidad. Quizás ello se debe a que estamos
dispuestos a aceptar mejor aquello que no sólo nos hace pensar sino
también reir. O tal vez porque la sonrisa es el único caballo de Troya posible
para todas esas noticias o verdades que preferimos ignorar por
cobardía, saturación o desinterés. Esto no es nuevo, ni mucho menos: ya
en la Antigüedad Aristófanes en el teatro y los bufones
en los palacios se ganaban vida y fama haciendo guasa de cosas que, en
sí mismas, poco chiste tenían, aparentemente.
En España, por ejemplo, algunas de las mejores muestras de cómo el humor pudo y puede decir más y mejor sobre la realidad que cualquier medio informativo las tenemos, además de en los cómics antes citados, en publicaciones como "La Codorniz" (antaño), "El Jueves" (hasta que lamentablemente lo domaron) y "Mongolia" (ahora). Eso por no hablar de lo que hace el magistral Rafael Álvarez "El Brujo" en un escenario, de los monólogos cómicos que arrasaron en teatros y televisiones hasta hace no mucho o de por qué un programa como "El intermedio" es actualmente la referencia en televisión a la hora de saber qué pasa de verdad. En resumen: la sátira (quizás hoy más que nunca) está mucho más pegada a la realidad que el mejor de los teletipos o el más sofisticado de los telediarios (de los periódicos mejor no comentar nada...).
Pero volviendo a Ibáñez y Jan, autores de los que soy auténtico fan desde que era un crío, creo que es bastante interesante contrastar sus estilos a la hora de reflejar la realidad y criticarla dado que, si bien cualquiera puede repasar o reconocer los últimos decenios de España en sus tebeos, uno y otro utilizan caminos distintos:
- Ibáñez ha sido desde siempre francamente ecléctico en los temas que aborda (lo mismo ambienta una historieta en un Mundial de fútbol que en una trama de corrupción política) pero su carga crítica se ve (lamentablemente) mermada o incluso disipada por el quizás excesivo peso del gag, de la gracieta y del chiste que cualquier lector habitual ya espera. En ese sentido, creo que, paradójicamente, resultan más interesantes en su crítica social obras suyas menos conocidas como por ejemplo "13 Rúe del Percebe" o "Chicha, Tato y Clodeveo" que sus trabajos más famosos "Mortadelo y Filemón", "Pepe Gotera y Otilio" o "El botones Sacarino". No obstante, Ibáñez sí que se ha evolucionado en su criterio y enfoque, siendo más paródico y universal en sus inicios mientras que de un tiempo a esta parte se muestra muy pegado a los grandes temas de actualidad en España. La pena es que su crítica siga sin ser todo lo amarga y profunda que podría ser...
- Jan, a través de las historietas de "Superlópez", ha experimentado una evolución similar, dejando atrás la parodia de grandes clásicos de la literatura, el cómic y el cine que brillaba en sus comienzos para abanderar y centrarse posteriormente en una crítica en absoluto atenuada de los principales problemas que afectan o bien al mundo en su conjunto o bien a España en particular: la deshumanización tecnológica, el botellón, la adicción al móvil, la inseguridad informática, las hipotecas, la crisis económica, los recortes, los desahucios, la contaminación, los tejemanejes políticos, la inmigración, el tráfico de armas, la locura millonaria del fútbol, la explotación laboral...La sátira de Jan no tiene nada de parodia ingenua. Detrás de sus viñetas (o de las de Superlópez, que para el caso es lo mismo) hay un mensaje rotundo, una evidente sensibilidad y un corazón demoledor. Algo digno de elogio dados los tiempos que corren en España, en los que ya no sólo el hecho de denunciar lo que está mal, sino también el no tirar la toalla en ese empeño son tareas sencillamente (super)heroicas. Por esa razón, es casi ofensivamente lógico que sea Superlópez la auténtica estrella del tebeo nacional a la hora de denunciar y enfrentarse a las injusticias que avergüenzan a España. Por eso, sus tebeos, no sólo deberían leerlos niños.
En definitiva: que cuando tengamos un cómic en nuestras manos convendría no olvidarnos de que ese tebeo no sólo está reflejando de una manera determinada nuestro mundo sino que también está diciendo algo de nosotros mismos y de con qué actitud nos enfrentamos a lo que nos rodea. Ingenuidad, la justa.
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