Desde que somos pequeños comenzamos a conocer una retahíla de monstruos. Seres en su mayoría irreales con los que se intenta educarnos o adoctrinarnos a través del miedo en función del paradigma moral dominante en la sociedad o en la familia de turno. Criaturas procedentes del ámbito naif de los cuentos (el lobo, la bruja, el ogro...) o de la ficción para adultos (el vampiro, el fantasma, el hombre-lobo, el zombi, la criatura de Frankenstein, el golem, la momia, Dorian Gray, los muñecos embrujados...) pero con la finalidad común y encubierta de estructurar un esquema de valores y amenazas que podamos usar como mapa para desenvolvernos en lo que no es ficción sino simple, pura y cruel realidad.
En ese sentido, todos esos iconos del escalofrío son simultáneamente consecuencia y causa del proverbial miedo a lo desconocido, a lo oculto a nuestro entendimiento, a lo que está más allá de nuestra previsión o comprensión, a lo que nos supera. Son derivaciones del atávico miedo a la oscuridad e, igualmente, partícipes de los mismos mecanismos psicológicos que, por ejemplo, provocan la xenofobia, las intolerancias y el temor a Dios o a la muerte, aunque en ocasiones precisamente esos dos temores (quizás los más universalizados) estén vinculados entre sí por la concepción de la muerte como dación de cuentas ante el "Ser Supremo", algo que, por cierto, se explota de forma bastante exagerada en el Antiguo Testamento judeocristiano, donde Dios es una entidad terrible y temible.
Sin embargo, paralelamente a todo ello, esos monstruos, especialmente los originados en el mundo de la literatura y el cine, se construyen como una versión siniestra de deseos y anhelos que han excitado/interesado al ser humano desde siempre: la inmortalidad, la eterna belleza, la saciedad de nuestras pasiones, el progreso científico, la supervivencia incondicionada, la impunidad...Así, estas criaturas funcionan en la práctica como catalizadores de moralejas, como una versión ingeniosa e inquietante de la tradicional advertencia de "ten cuidado con lo que deseas...", como unos raíles con los que dirigir conductas y pensamientos y así hacer nuestra vida más ¿fácil?
En línea con esto, yo creo que, además de por el miedo que pueda causar un monstruo de ficción en sí mismo considerado, cada uno de ellos apela a un temor distinto y profundamente humano. Por ejemplo: el vampiro representaría el miedo a la marginación en su versión más radical (fuera de la sociedad, el tiempo y la redención); el hombre-lobo encarnaría el miedo a dejarse llevar por la pasión en su grado más extremo; la criatura de Frankenstein sería un significante del miedo a la pérdida de la identidad; el espectro, la momia y el muerto viviente serían tres representaciones complementarias del miedo a la muerte; el golem daría forma al miedo al robo de la voluntad; la bruja sería la encarnación del miedo a la vejez; los muñecos embrujados apelan al miedo al fin de la infancia-inocencia...Temores que, mirados en perspectiva, nos dan una clave muy importante para explicar la eficacia de estas criaturas a la hora de acojonar al personal, ya que todos esos monstruos dan miedo no tanto por lo que son en sí como porque, de alguna u otra manera, nos remiten al rechazo, a cosas que la sociedad rechaza y aparta de sí y, siendo el hombre como es un animal social, nada le da más miedo que sentirse rechazado.
Por todo ello creo que, tarde o temprano, uno acaba por darse cuenta de que las motivaciones que llevan a crear y perpetuar a estos monstruos dentro del imaginario colectivo no son en absoluto ingenuas ni "desinteresadas". Es el momento en que empiezas a dejar de tener miedo a estas criaturas...y empiezas a tenérselo a otros monstruos que, por desgracia, no forman parte de ficciones ni ensoñaciones. Monstruos como la pobreza, la enfermedad, la falsedad, la precariedad, la violencia, el terrorismo, los abusos, la guerra, el genocidio, el maltrato, los celos, la infidelidad, la pérdida del tiempo, el olvido, la injusticia, la desigualdad, el fundamentalismo...Monstruos que sí debemos temor porque sí que pueden joder nuestra vida y/o la de nuestros seres queridos. Y eso ya no es ningún cuento, ni relato ni película.
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