Rodrigo Rato, ese hombre, ayer mandó una carta interesante al PP. Interesante no porque pida la suspensión temporal de militancia hasta que se asiente la polvareda por las tarjetas negras de Caja Madrid, que también (tiene tela que sea él quien tenga que pedir la suspensión y no los responsables del partido, supuestamente los más afectados por el desprestigio) sino porque afirma "haber actuado siempre dentro de la legalidad".
Sin entrar a valorar si actuó o no dentro de la legalidad, cosa que deberá determinar el juez, lo que es a todas luces innegable es que Rato, como Blesa y el resto de usuarios de las "tarjetas opacas" de la hoy Bankia, actuó fuera de la ética, de la honradez, de la decencia y de la vergüenza. Lo cual plantea el contrasentido de que en el mundo actual o, al menos, en la España de hoy se puede actuar al mismo dentro de la ley y fuera de toda dignidad. Un desafine inquietante que hace cuestionarse qué clase de legalidad es la que puede estar desconectada de la ética y la honorabilidad o qué tipo de ley puede amparar un comportamiento
netamente nocivo contra el bien común. Pero, yendo más allá, si Bankia se ha convertido, escándalo tras escándalo (preferentes, rescate, tarjetas black...), en uno de los mejores exponentes de la miseria humana que en líneas generales define a la clase política, sindical y empresarial de este país, creo que estas declaraciones de Rato son un perfecto ejemplo de cómo la destrucción ética, la corrupción moral, la tolerancia a la excusa y la asimilación de la indecencia como herramienta de realización personal/profesional han disuelto en España el sistema de valores tradicional, aniquilado cualquier atisbo de la "cultura del mérito" y consolidado lo que, por escoger un nombre al azar, podría denominar como el "paradigma Blesa": cuanto más miserable seas como persona, mejor te irá en este país. Porque España está en las antípodas de ser tierra de promisión y modelo ejemplar (si es que alguna vez lo fue). En todo caso, es modelo a evitar y tierra de mezquindad, de ruina moral; de vaciado de valores; de menosprecio del mérito, la capacidad y el esfuerzo; de alergia a la autocrítica; de excusa como anestesia; de disculpa de la infamia; de alfombras que coronan montañas de mierda; de ausencia de responsabilidad; de picaresca anfetaminada y bombardeada con rayos gamma; de mamoneo descarado; de penalización de la honradez; de "cultura del atajo"; de efervescencia séptica; de la desvinculación con los otros (y por tanto, del bien común). Es, en definitiva, un paraíso de gentuza que sólo deja al individuo dos opciones: ser víctima o ser parte del problema. España da tanto asco que ya no lo disimula ni con hipocresía.
Quizás todo esto se solucionaría apostando por la educación y la cultura, dentro y fuera de las aulas. O reformando el Código Penal y demás leyes, para que fueran algo más que rimbombantes alternativas al papel higiénico. O cerrando Telecinco. O quizás simplemente asumiendo que este país tiene cada vez más de salvaje oeste, de sálvese quien pueda, de zona catastrófica que de un "Estado social y democrático de Derecho" del siglo XXI que se preocupa por preservar el bienestar de cuantos lo integran.
Lo que es indudable es que si antaño la historia de España la escribieron personas como Alfonso X, los Reyes Católicos, el Gran Capitán, Cervantes, Quevedo, Lope o Calderón, hoy la escriben personas como Urdangarín, Pujol, Bárcenas, Blesa, Rato, Belén Esteban o Isabel Pantoja y familia. Toma Marca España.
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