Hace casi seis años, escribí tras morir Mingote. Ahora escribo a rebufo del fallecimiento de Forges, el otro ilustre humorista gráfico que hacía de cada viñeta no sólo un brillante y agudo editorial sino además una ventana a la condición humana en general y la española en particular. De mi trinidad de genios del humor gráfico, ya sólo queda vivo El Roto. Toco madera.
Antonio Fraguas es/era de esa clase de personas cuyo mayor don no sólo consistía en saber mirar sino en tener la destreza suficiente para contar lo que ven mejor que la mayoría. Forges aunaba ingenio y humanidad para encerrar en el corto espacio de una viñeta mensajes monumentales o meras guasas, pero siempre enraizadas en la realidad y encontrando en el lector la complicidad suficiente. Era un viñetista lo suficientemente listo para no tomar por tonto al personal y así se explica parte de su celebridad y éxito. El resto se explica con una sola palabra: genio, porque sólo así se puede denominar a quien fue al mismo tiempo artista, cronista y conciencia.
Si la memoria no me flaquea, la primera vez que vi una viñeta de Forges fue de crío, en un cuadro enmarcado que estaba en la habitación de mi tío. Luego ya, con el paso de los años, el talento de este fuera de serie dejó un reguero excepcional en la prensa (El Mundo y El País) y ahí le fui siguiendo la pista. A un tipo con 250.000 viñetas a su espalda sólo lo pierdes de vista deliberadamente. No es mi caso.
Los méritos de Fraguas son muchos y no sólo en el campo del humorismo gráfico (ahí están sus aportaciones "léxicas"). Quizá el mayor de ellos sea haber representado mejor que nadie el sentir de muchos españoles respecto a ese mundo y ese país que tanto les duele y desespera, pero sin renunciar nunca a dejar de propina una sonrisa balsámica. Y es que este artista resultó tan sumamente cercano porque siempre estuvo pegado a la realidad y, sobre todo, a lo que significa la palabra "humanidad", haciendo patente su compromiso con los desfavorecidos cuando la ocasión lo requería. Todas las causas justas tuvieron en él un excelente vocero y un fenomenal cómplice. Porque lo que resulta incuestionable en Forges es que contó verdades como puños a través de unos personajes fácilmente reconocibles, quienes, más que trasuntos suyos, lo fueron de esa "inmensa minoría", que diría Juan Ramón Jiménez. Por eso, Forges pidió la voz y la palabra para poner en negro sobre blanco nuestras cosas, formando así un inmenso collage de la historia oficial y cotidiana de España durante cerca de medio siglo. Por eso, Antonio Fraguas siempre fue y será algo más que un excelente viñetista.
En fin. Es una auténtica pena la muerte de alguien que puso el ingenio al servicio del humor. Tras él, España tiene menos motivos para sonreír y la prensa un hueco en blanco que nadie conseguirá llenar. Descanse en paz.
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