Dos partidos por el precio de uno y una victoria con sabor a parricidio. Así se podría resumir el encuentro Atlético de Madrid - Athletic de Bilbao que se saldó con un 2-0 a favor los locales pero escaso teniendo en cuenta el despliegue de méritos rojiblancos.
Como decía, la hinchada que llenó ayer el Metropolitano pudo ver por el precio de una entrada dos partidos contra dos rivales diferentes, según la parte en que nos fijemos. Doble sesión vespertina.
En los primeros 45 minutos, si hubo alguien que estuvo presente en los pensamientos de la afición colchonera fueron la madre y el padre (no haré discriminación por sexo) de González González, quien evidenció sin nocturnidad pero con alevosía que es más fácil ver un penalti a favor del Atleti que un buen árbitro en un partido de la LFP. Así las cosas, tirando de incompetencia y chulería, el colegiado decidió erigirse en el gran rival del entonado conjunto madrileño ante el desempeño de los visitantes vizcaínos, el cual era tan atractivo como un festival de jotas maoríes. González González demostró por un lado que su relación con el reglamento es aún peor que la que tiene con Diego Costa y, por otro, que si eres cretino crónico el arbitraje es una magnífica salida laboral en España. Penaltis sin pitar, tarjetas sin sacar, faltas sin sancionar...un auténtico monstruo que llevó al graderío a padecer coprolalia y al equipo local a dudar entre cortarse las venas o cortárselas al árbitro.
En los restantes 45 minutos, con González González reducido a meros y nefastos cameos, el gran rival fue el propio tiempo cronológico porque había el peligro de que el incontestable buen hacer del Atleti quedara sin premio ante unos leones más propios de un circo que de San Mamés, teniendo en cuenta que hacían menos daño que una patada de un recién nacido (un Athletic sin Aritz Adúriz ni Raúl García es como una pistola sin balas). Quizá por eso, por aburrimiento o por entrar en calor, Oblak decidió parar el crono y la respiración de todo el personal al transformar un lío en dos recortes de los que ponen a prueba los desfibriladores que hay repartidos en los vomitorios del Metropolitano. El inesperado show de Oblak con los pies fue la mecha que hizo saltar por los aires el empate y llevó la justicia a un marcador que pudo y debió ser más amplio a favor de los locales.
El Atlético no hizo un partido espectacular pero sí uno muy sólido, como en los buenos ¿viejos? tiempos. Gracias a eso, se pudieron ver bastantes buenas jugadas firmadas por los locales y a muchos jugadores demostrando por qué merecen la titularidad. Por eso, sería casi obsceno señalar para bien o para mal a algún jugador en detrimento del resto. El Atleti fue ayer lo que quiere Simeone y lo que premia el aficionado: un equipo que lo da todo en el campo para ganar. Y lo dio. Y ganó. Quizá el mejor termómetro del actual Atleti es Griezmann, que ayer volvió a dar un sensacional ejemplo de que se puede ser crack y obrero al mismo tiempo. Tal vez, mientras Koke siga sin resurrección, el francés sea la mejor opción para llevar el pánico a las líneas enemigas desde la mediapunta, teniendo en cuenta que la delantera con Costa y Gameiro parece bien cubierta hoy por hoy. Griezmann no marcó pero resultó decisivo para el triunfo de un equipo rojiblanco que ayer recordó a quien lo quiso olvidar que no sólo sabe pelear contra todos los elementos (arbitrajes, lesiones, etc) sino que además, cuando se pone, ofrece un fútbol tan agradable o más que la tarde que se quedó ayer en el Metropolitano con un 2-0 tras un partido en el que hubo de todo menos un penalti.
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