El pasado jueves por la tarde fui con mi hermano a ver en directo un show de WWE; para profanos: un espectáculo de lucha libre. Uno de esos planes que sirven para desempolvar la camaradería cómplice familiar y, al mismo tiempo, hacer un agradable y divertido "regreso al futuro" en toda regla. Uno de esos planes que, dentro de unos años, seguro que aparecerá de improvisto en algún pensamiento o conversación cuando nadie lo espere. Uno de esos planes.
La velada se puede resumir en tres palabras: lisergia, asombro y nostalgia.
Lisergia porque sólo como lisérgico se puede resumir el espectáculo de la cola para entrar, el previo al show amenizado por unos altavoces donde tronaban los grandes éxitos de Los Chunguitos (¡¿?!) con "Dame veneno" rompiendo el hielo, la pintoresca y ruidosa presencia de los "no sólo soy fan también soy un friki", la presentación del espectáculo con Lilian García cantando a capela "Que viva España" (¡¡¿¿??!!) o lo nunca antes visto o, mejor dicho, oído en el mundo del wrestling: un combate de "pajeras" (nunca antes un desliz hizo tanto por la comedia y el porno). Una lisergia que, más allá del desconcierto, ayudó a crear un clima de propensión a abandonar toda seriedad, a pasarlo bien.
Asombro porque resulta asombroso comprobar en vivo la descomunal presencia de estos titanes del ring, ver en persona a auténticos iconos que nunca pensaste ver más allá de una pantalla y constatar que, independientemente del elemento "show", los profesionales de la WWE son verdaderos atletas. Pero también resultó asombroso por sentir y ser parte de un ambiente en el que más de diez mil personas (lleno total) electrizaron el aire con sus constantes gritos, aplausos y abucheos. Sentado allí, en el graderío, uno podía imaginarse fácilmente cómo sería aquello de sentarse en el Coliseo romano a ver darse de leches y algo más a los gladiadores.
Y nostalgia por comprobar que el público allí presente estaba formado por los niños que fuimos y los niños que son. Es decir, los que descubrimos hace (muchos) años el wrestling de la mano del mítico programa "Pressing catch" en Telecinco y los que lo han descubierto recientemente gracias a las emisiones en Cuatro, Marca TV y Neox, siempre con la voz y las extrañas ocurrencias de Héctor del Mar como denominador común. Así, resulta casi lógico que la adrenalina deportiva dejara su paso a la nostalgia personal. Viendo las caras de emoción, las miradas de asombro y los gritos honestos de los más pequeños (que eran muchísimos pese a la hora y ser día de diario) uno recuerda y se recuerda. Se remonta a los tiempos en los que aún ignoraba que lo que ocurría en el ring estaba guionizado y ensayado. A los tiempos en los que no discriminaba entre combates nivel "charlotada" (como dos de los que se vieron el jueves) de auténticos combates de calidad (como los de Sheamus vs Harper o, especialmente, Cena vs Rollins). A
los tiempos en los que de los televisores españoles salían cosas como
"piquete de ojos", "quebradora", "baile de San Vito", "abrazo del oso",
"jalar de los cabellos", "más, más (nombre) que nunca" y el resto de
expresiones que salpicaban las narraciones de aquellos combates. A los tiempos en los que los latidos atropellaban palabras al ver a personas de carne y hueso a las que la mentalidad infantil convertía en dioses de un Olimpo personal e innegociable. A los tiempos de los Hulk Hogan, The Ultimate Warrior, Bret "The Hitman" Hart, "Macho Man" Randy Savage, Ric Flair, Mr. Perfect, Ted Dibiase, Shawn Michaels, The Undertaker, Tito Santana y compañía.
Así las cosas, después de tres horas de show, es lógico que me volviera a casa satisfecho por haber compartido una muy divertida y agradable velada con mi hermano y con la convicción de que, quizás, ya va siendo hora de pasar el testigo del asombro y la emoción a los que están en edad para ello y quedarme sólo con la entrañable nostalgia de los buenos recuerdos.
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