Esta semana, el viaje por la Tierra Media llega a su fin. Esta semana se ha estrenado la última parte de la trilogía cinematográfica de El Hobbit, precuela a su vez de otra trilogía, la de El Señor de los Anillos.
Hace dos años, por estas mismas fechas, escribí sobre su primera parte. Ahora que escribo sobre la conclusión tengo una sensación agridulce.
Quizás por el vacío y la extrañeza que deja un viaje así: largo (trece años desde si contamos desde el estreno de La comunidad del anillo), intenso, emocionante, impresionante y épico. Un viaje que parecía impensable dada la enorme dificultad que entraña adaptar acertadamente al cine algo tan vasto, especial y espectacular como las obras más famosas de J.R.R.Tolkien. Un viaje en el que hemos conocido personajes, interpretaciones y secuencias que quedarán para la historia del cine y la cultura popular igual que sucedió en su día con sagas como Star Wars. Un viaje lleno de talento, esfuerzo y fantasía que ha sido merecidamente premiado tanto en taquilla como con galardones y opiniones. Un viaje que, en definitiva, ha valido la pena.
O quizás, y aquí viene la parte amarga, porque esta conclusión, este desmesurado, irregular y fallido desenlace ha demostrado que el viaje, ha sido, en todos los sentidos, agotador. Y de ello es buena muestra esta película, muy por encima de la media en cuanto al género fantástico o de aventuras se refiere pero claramente por debajo del nivel marcado por Peter Jackson en esta titánica hexalogía. Un desenlace en el que se nota algo parecido a "desgaste", a "fatiga" y que, a su vez, genera algo parecido a "decepción", a "expectativa no saciada", a un "me esperaba más" o, tal vez y muy probablemente, "me esperaba algo mejor".
De acuerdo que El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos tiene todo aquello que ha hecho de Peter Jackson el Steven Spielberg o George Lucas del siglo XXI y que podemos reconocer fácilmente en todas sus películas ambientadas en la Tierra Media: un don para recrear personajes y escenarios magníficamente, una habilidad para llevar el concepto "épico" a un nuevo nivel cinematográfico, un espectacular uso de los recursos digitales, una acertada selección de actores, un talento para combinar la emoción y la acción...Pero esta tercera y última parte de El Hobbit tiene varios problemas y que se podrían resumir en "el lastre de las licencias". Y es que, si en otras películas de la saga el hecho
Hace dos años, por estas mismas fechas, escribí sobre su primera parte. Ahora que escribo sobre la conclusión tengo una sensación agridulce.
Quizás por el vacío y la extrañeza que deja un viaje así: largo (trece años desde si contamos desde el estreno de La comunidad del anillo), intenso, emocionante, impresionante y épico. Un viaje que parecía impensable dada la enorme dificultad que entraña adaptar acertadamente al cine algo tan vasto, especial y espectacular como las obras más famosas de J.R.R.Tolkien. Un viaje en el que hemos conocido personajes, interpretaciones y secuencias que quedarán para la historia del cine y la cultura popular igual que sucedió en su día con sagas como Star Wars. Un viaje lleno de talento, esfuerzo y fantasía que ha sido merecidamente premiado tanto en taquilla como con galardones y opiniones. Un viaje que, en definitiva, ha valido la pena.
O quizás, y aquí viene la parte amarga, porque esta conclusión, este desmesurado, irregular y fallido desenlace ha demostrado que el viaje, ha sido, en todos los sentidos, agotador. Y de ello es buena muestra esta película, muy por encima de la media en cuanto al género fantástico o de aventuras se refiere pero claramente por debajo del nivel marcado por Peter Jackson en esta titánica hexalogía. Un desenlace en el que se nota algo parecido a "desgaste", a "fatiga" y que, a su vez, genera algo parecido a "decepción", a "expectativa no saciada", a un "me esperaba más" o, tal vez y muy probablemente, "me esperaba algo mejor".
De acuerdo que El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos tiene todo aquello que ha hecho de Peter Jackson el Steven Spielberg o George Lucas del siglo XXI y que podemos reconocer fácilmente en todas sus películas ambientadas en la Tierra Media: un don para recrear personajes y escenarios magníficamente, una habilidad para llevar el concepto "épico" a un nuevo nivel cinematográfico, un espectacular uso de los recursos digitales, una acertada selección de actores, un talento para combinar la emoción y la acción...Pero esta tercera y última parte de El Hobbit tiene varios problemas y que se podrían resumir en "el lastre de las licencias". Y es que, si en otras películas de la saga el hecho
de introducir modificaciones respecto al original no chirriaba demasiado o, incluso, funcionaba bien, aquí sí chirría y, además, lastra imperdonablemente el metraje y el tempo narrativo. Es lo que tiene, principalmente y por citar los casos más dañinos, meter al personaje de Légolas (que no estaba en el libro) y crear al personaje de Tauriel (ocurrencia de Jackson): tienes que darles tramas y secuencias que ¿justifiquen? su presencia y es por ahí por donde esta película echa a perder buena parte de su potencial. Si a eso se le une la excesiva duración de la batalla
(y eso que a mí me encanta la épica), la extrañeza o confusión que dejan ciertas lagunas de mayor o menor calado (hay cosas que parecen suceder porque sí o cuya explicación se debe haber quedado en la sala de montaje...), forzar las conexiones-puentes con La comunidad del anillo (tan poco sutiles como fallidas) y la atención que reciben tramas y personajes que poco o nada importan pues...la película está más cerca de la decepción de la apoteosis. ¿La culpa de todo ello? Haber rozado la perfección en las películas anteriores: a la mínima que te descuidas...
No obstante y pese a todo, hay que ser agradecido al equipo liderado por Peter Jackson por haber llevado a la gran pantalla lo que antes sólo estaba en la imaginación. Hacer lo que han conseguido Jackson y compañía sólo está al alcance de muy pocos y, en el cine actal, de casi nadie. Así que..ya quisieran muchos fallar de esta manera. Ya quisieran muchos despedirse así.
Por todo ello y a pesar de este desenlace, sólo cabe una palabra para despedirse, al menos de momento (¿Silmarillion?), de la Tierra Media: Gracias.
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