Se detuvo ante la puerta, giró sobre sus talones, contuvo la respiración, cerró los ojos y escuchó. Silencio. Las tuberías bajo la escayola, la madera de la tarima flotante, las juntas de los muebles del salón, los grifos de plata de los baños, las ascuas de la chimenea y el reloj comprado en almoneda del recibidor: nada emitía sonido alguno. Un silencio incontestable. Dejó escapar el aire lentamente. Transcurridos unos segundos, inspiró y el olor a lavanda impregnó su nariz. Sonrió. Abrió los ojos. Y allí clavada en la pared, enmarcada y perfectamente equilibrada, apareció una fotografía en blanco y negro. Hacía veinte años, el color, el rockabilly y las risas de aquella escena se congelaron en un clic y medio instante. Él y ella. Ella y él. Ellos y el mundo antes de la boda. Se descalzó. El tacón del zapato derecho cayó en un golpe seco sobre el suelo. Dio cuatro pasos hasta la pared mientras las medias que enfundaban sus pies levantaban un siseo de la alfombra de seda del recibidor. Se acercó a la fotografía. La observó detenidamente. Miró su bolso. Volvió a mirar la fotografía. La dobló cuidadosamente en cuatro pliegues y la guardó en su bolso, junto a una funda de gafas y un billete de tren. Sólo ida. Colgó el marco vacío en la pared. Sus pasos recorrieron en sentido inverso la alfombra. Se calzó sus zapatos. Inspiró. Las llaves tintinearon cuando las dejó en el llavero. Cerró los ojos. Abrió la puerta. Su cara se llenó de luz y ruido. Dio un paso. Luego otro. Y la casa quedó atrás.
viernes, 11 de abril de 2014
Umbral
Se detuvo ante la puerta, giró sobre sus talones, contuvo la respiración, cerró los ojos y escuchó. Silencio. Las tuberías bajo la escayola, la madera de la tarima flotante, las juntas de los muebles del salón, los grifos de plata de los baños, las ascuas de la chimenea y el reloj comprado en almoneda del recibidor: nada emitía sonido alguno. Un silencio incontestable. Dejó escapar el aire lentamente. Transcurridos unos segundos, inspiró y el olor a lavanda impregnó su nariz. Sonrió. Abrió los ojos. Y allí clavada en la pared, enmarcada y perfectamente equilibrada, apareció una fotografía en blanco y negro. Hacía veinte años, el color, el rockabilly y las risas de aquella escena se congelaron en un clic y medio instante. Él y ella. Ella y él. Ellos y el mundo antes de la boda. Se descalzó. El tacón del zapato derecho cayó en un golpe seco sobre el suelo. Dio cuatro pasos hasta la pared mientras las medias que enfundaban sus pies levantaban un siseo de la alfombra de seda del recibidor. Se acercó a la fotografía. La observó detenidamente. Miró su bolso. Volvió a mirar la fotografía. La dobló cuidadosamente en cuatro pliegues y la guardó en su bolso, junto a una funda de gafas y un billete de tren. Sólo ida. Colgó el marco vacío en la pared. Sus pasos recorrieron en sentido inverso la alfombra. Se calzó sus zapatos. Inspiró. Las llaves tintinearon cuando las dejó en el llavero. Cerró los ojos. Abrió la puerta. Su cara se llenó de luz y ruido. Dio un paso. Luego otro. Y la casa quedó atrás.
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