sábado, 25 de noviembre de 2017

Con ellas, contra ellos

Siempre he pensado que es uno de los síntomas de que este mundo está en tránsito hacia la mierda. Me refiero al hecho de que un hombre aniquile verbal, psíquica o físicamente a una mujer. Del mismo modo, siempre he creído que esos monstruos malnacidos, esos cobardes inhumanos, esos hijos de la gran puta equivocan el orden en que hacen las cosas; lo primero que deberían hacer es lo último que hacen: autolesionarse o suicidarse tras dejar a una mujer camino de la morgue o de urgencias. El orden de los factores en la vida real siempre altera el resultado: una alteración que en ocasiones como estas marca la diferencia entre vivir o morir, aunque tal muerte sea en vida. Por eso hoy, "Día contra la violencia de género", cabrones de mierda, haced un favor al mundo: borraros de la faz de la tierra antes de regarla con lágrimas y sangre.

Mediática, política, social y psicológicamente se suele travestir estas atrocidades con etiquetas más o menos afortunadas pero ninguna certera: "terrorismo doméstico", "violencia de género", "delitos machistas", "crímenes pasionales"...la maldad, la cara más vil de la cobardía, la demencia, la barbarie o la crueldad no dependen de un lugar ni de los genitales ni de una tóxica paleoideología ni de una pasión. Por eso creo que esas expresiones que cito no son especialmente acertadas. No llamar a las cosas por su nombre y esconder el horror detrás de sofisticados eufemismos es como ver una película de terror escondiendo la cara tras un cojín. En ese sentido, creo que estas horribles salvajadas tienen más que ver con estar mal de la cabeza que con cualquier otra cosa, más incluso que el maldito y recurrente machismo. Nadie cuerdo atacaría a quien ama o a quien es la madre de sus hijos o quien le ha dado los mejores recuerdos de su vida. Que esa demencia haya pivotado directa o indirectamente sobre ese arcaico, infecto y bochornoso paradigma del machismo es algo muy importante pero no definitivo ya que esta ideología no es intrínsecamente letal sino netamente dañina para la convivencia dentro y fuera de un hogar y, por eso, hay que erradicarla de raíz y cuanto antes desde hogares, colegios y parlamentos. Si se ha conseguido dejar como un reducto marginal las ideologías políticas extremas, denigrantes y excluyentes, hay que hacer lo propio contra el machismo. Si queremos vivir en una sociedad democrática, debemos apuntalar la libertad y ésta no existe sin igualdad, la cual a no consiste en uniformizar u homogeneizar sino en respetar y cuidar la diversidad que enriquece al ser humano. Pero, insisto, conviene alejarse de silogismos falaces y reduccionismos demasiado simplistas con los que se intenta digerir todo este sindiós. Entre machismo y demencia prefiero identificar a esta última como la causa principal de toda violencia verbal o física ejercida contra una mujer. Sólo un tarado cree que las personas son algo así como bienes muebles propiedad de alguien; sólo un tarado se cree el epicentro del cosmos y el alfa y omega de la vida de otra persona; sólo un tarado es capaz de tornar lo bello en lo terrible; sólo un tarado es campo fértil para el florecimiento de ideologías incompatibles no ya con la vida en sociedad sino con la vida en sí misma considerada. Dicho de otra manera: todos los asesinos son tarados, pero no todos los machistas son asesinos. Creo que me explico. Claro que en la actual propensión a atribuir al machismo estas alfaguaras de pus humano influye bastante el hecho de que, con el paso del tiempo, el machismo se ha convertido en una rodante bola de podredumbre que va asimilando, por atribución "técnica" o por percepción social, una suerte de defectos, vicios o males que originalmente no tenían nada que ver con esa repelente y reaccionaria ideología y su consiguiente ética. Por eso, tan necesario es exterminar pedagógica y legalmente el machismo como situar el trastorno mental como el alma máter de esta galería de los horrores que en lo que va de año ya se ha ampliado con 45 nuevas víctimas.

Del mismo modo, hay que revisar todas las políticas y los protocolos de prevención y protección en este sentido porque es más que evidente que aquéllas están quedando como Cagancho en Almagro y éstos como Rufete en Lorca. ¿Por qué? Porque es un despropósito esperpéntico que los hijos de puta tengan tan fácil demostrar que lo son. La muerte de mujeres a manos de hombres lleva camino de tener una sección fija en telediarios y periódicos y es algo tan "cotidiano" que corremos el riesgo de insensibilizarnos ante eso. Eso es algo sencillamente intolerable. Y esto no es postureo ni exageración. La realidad no finge las palizas, los llantos, los insultos, las vejaciones ni las muertes. ¿Postureo? Hablen de postureo a los seres queridos de las asesinadas. ¿Exageración? No hay nada más exagerado que la muerte porque ésta no deja cabida para nada más. Más de mil muertes obligan a ser tremendamente inconformistas y críticos. Cada maltrato o muerte es culpa de un monstruo, un fracaso de la sociedad en su conjunto y una evidencia de que alguien no está haciendo bien su trabajo. Tan sencillo como eso.

Yo no quiero ni imaginar qué haría yo de tener a una mujer afectivamente cercana a mí víctima de violencia verbal, psicológica o física. Probablemente, aniquilaría con mis propias manos al culpable haciendo una performance gore con su cuerpo. No se merecen otra cosa estas bostas con forma humana. Pero como vivimos en un país tan excesivamente legalista, de esos que se la cogen tanto con papel de fumar que tiene pinta de black friday para la gentuza, probablemente haría lo que debe hacer cualquier persona que sepa que una mujer está siendo víctima de alguna de las violencias antes citadas: denunciar. Porque el silencio, ese que alimenta el miedo o la anulación psicológica de la víctima, no debe ser por inacción de los demás cómplice del culpable. No se trata de meterse donde no te llaman, se trata de preservar la vida.

En fin. Ojalá llegue pronto el año en que los 25-N no haya que hacer examen de conciencia ante esta sangrante vergüenza. Y, mientras llega, quiero decir simplemente dos cosas. A las mujeres: no estáis solas. Y a los hombres que alzan la mano o la voz contra una mujer: recordad los pasos, primero de todo, antes de hacer nada, os matáis a vosotros mismos y luego ya hablamos.

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