Noche de terror en el Metropolitano, donde se dieron cita todos los fantasmas que atormentan al Atlético esta temporada y que cualquier hincha rojiblanco puede recitar como una tabla de multiplicar. Ni truco ni trato: la nada, la impotencia, la incapacidad empíricamente demostrada. Y lo más preocupante y novedoso es que los pitos han salido de sus tumbas y comienzan a merodear por las gradas como lobos, espoleados por un 1-1 que sólo deja una estela de innegable decepción.
El Atleti quizá quiera pero es obvio que no puede: por eso, siendo honestos, tal vez no merezca pasar de ronda porque no ha hecho méritos ni a la altura de la competición ni a la de su propia historia reciente. Punto. Es como ese mal estudiante que hace los deberes tarde y mal. Y el equipo rojiblanco, hoy por hoy, tiene varios deberes sin hacer. De ahí este sabor a réquiem, este olor a desencanto, esta sensación de crepúsculo.
El Atlético se ha metido solo en un trance tan delicado que ya toda salida del mismo pasa por lo improbable, lo inverosímil, lo milagroso. Y eso es difícil de asumir cuando las expectativas eran fundadamente agradables. Pero es lo que hay: hipótesis, cálculos y conjeturas donde debería haber buenas noticias.
De nada sirve tener un estadio y una afición de Champions cuando la garra, la lucha, la intensidad, el coraje, la ambición caníbal, el corazón deja de ser la norma para ser una excepción, un simple espejismo, como el que se vio al comienzo de la primera parte y durante un buen trecho de la segunda, esa en la que el Atleti se volcó contra el mediocre rival sólo para comprobar que la fortuna sigue mirando al equipo madrileño con ojos de "contigo no, bicho". De nada sirve la efectista retórica del Cholo o las promesas de los estandartes rojiblancos cuando, por ejemplo, el equipo tiene menos puntería que un teletubbi o cuando ver un buen pase en el mediocampo es tan frecuente como encontrarse con Mónica Bellucci en el ascensor. No todo es cuestión de (mala) suerte. También influye el merecimiento. Y el Atleti, actualmente, no hace méritos para merecer otra cosa que no sean estos tropezones.
Así las cosas, a los aficionados sólo nos queda una salida de emergencia: hacer un salto de fe que ni los de Assassin's creed. Fe, sí, porque la realidad no devuelve ya las llamadas. Una situación muy desgradable que será aprovechada por los haters y trolls para seguir esparciendo mierda contra todo y contra todos. A mí el Atleti me enseñó desde niño que querer a tu equipo es innegociable, aunque duela, aunque la lógica te abofetee, aunque no se lo merezca, aunque te deje el ánimo por el suelo y el enfado por las nubes. Allá cada cual. Yo, en esta nefasta y oscura noche, seguiré teniendo como brújula dos palabras: ¡aúpa Atleti!
El Atleti quizá quiera pero es obvio que no puede: por eso, siendo honestos, tal vez no merezca pasar de ronda porque no ha hecho méritos ni a la altura de la competición ni a la de su propia historia reciente. Punto. Es como ese mal estudiante que hace los deberes tarde y mal. Y el equipo rojiblanco, hoy por hoy, tiene varios deberes sin hacer. De ahí este sabor a réquiem, este olor a desencanto, esta sensación de crepúsculo.
El Atlético se ha metido solo en un trance tan delicado que ya toda salida del mismo pasa por lo improbable, lo inverosímil, lo milagroso. Y eso es difícil de asumir cuando las expectativas eran fundadamente agradables. Pero es lo que hay: hipótesis, cálculos y conjeturas donde debería haber buenas noticias.
De nada sirve tener un estadio y una afición de Champions cuando la garra, la lucha, la intensidad, el coraje, la ambición caníbal, el corazón deja de ser la norma para ser una excepción, un simple espejismo, como el que se vio al comienzo de la primera parte y durante un buen trecho de la segunda, esa en la que el Atleti se volcó contra el mediocre rival sólo para comprobar que la fortuna sigue mirando al equipo madrileño con ojos de "contigo no, bicho". De nada sirve la efectista retórica del Cholo o las promesas de los estandartes rojiblancos cuando, por ejemplo, el equipo tiene menos puntería que un teletubbi o cuando ver un buen pase en el mediocampo es tan frecuente como encontrarse con Mónica Bellucci en el ascensor. No todo es cuestión de (mala) suerte. También influye el merecimiento. Y el Atleti, actualmente, no hace méritos para merecer otra cosa que no sean estos tropezones.
Así las cosas, a los aficionados sólo nos queda una salida de emergencia: hacer un salto de fe que ni los de Assassin's creed. Fe, sí, porque la realidad no devuelve ya las llamadas. Una situación muy desgradable que será aprovechada por los haters y trolls para seguir esparciendo mierda contra todo y contra todos. A mí el Atleti me enseñó desde niño que querer a tu equipo es innegociable, aunque duela, aunque la lógica te abofetee, aunque no se lo merezca, aunque te deje el ánimo por el suelo y el enfado por las nubes. Allá cada cual. Yo, en esta nefasta y oscura noche, seguiré teniendo como brújula dos palabras: ¡aúpa Atleti!
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