Receta de una "cabalgata a la Carmena": se coge una tradición inocua pero profundamente arraigada y con amplia aceptación; se le extrae todo el significado que tiene; a continuación, se le retuerce con fuerza y sin miedo el sentido hasta conseguir que ofrezca un aspecto irreconocible; se condimenta con propaganda política encubierta; se adorna con algún toque de demagogia; se calienta hasta que adquiera la temperatura necesaria para poner incandescente la paciencia del personal; se sirve con nocturnidad, premeditación y alevosía acompañada con un cinismo de gran reserva y...¡voilá!
La cuestión no es defender una tradición por el mero hecho de ser una tradición; que algo se reitere en el tiempo no significa per se que sea algo positivo ni mucho menos. Ahí están tradiciones como el derecho de pernada, el "Toro de la Vega", la ablación del clítoris o Gran Hermano para demostrarlo.
La cuestión no es defender una tradición por tener un trasfondo religioso dado que en el caso de los Reyes Magos su asiento está más fuera de la Biblia que dentro de ella y su arraigo social no está supeditado a profesar ningún credo en particular sino que se basa en su capacidad establecer un vínculo social e intergeneracional basado en la sorpresa y la ilusión.
La cuestión no es defender una tradición por el simple motivo de que es "navideña", porque también parece serlo que gente supuestamente adulta y mentalmente sana se pasee en esas fechas por el centro de Madrid con Rudolfh por montera o con una peluca de King África como colofón del homo sapiens sapiens.
La cuestión no es defender una tradición por afán de proteger a unos niños que no son idiotas sino lo suficientemente espabilados como para no auditar deliberadamente su propia ilusión y así poder disfrutar de aquello tan clásico como el carpe diem.
La cuestión es defender una tradición de absurdeces como la que perpetró la noche del 5 de enero de 2016 el Ayuntamiento de Madrid liderado por la jovencísima, bellísima, lozanísima, honestísima, preparadísima, lucidísima, respetabilísima y respetuosísima Manuela Carmena, a quien todos los ochenteros recordamos por su entrañable papel en la serie Fraggle Rock encarnando a "La montaña de basura".
La cuestión no es atacar que exista gente que no es capaz de entender que la creatividad no está reñida con el buen gusto; que la innovación no está reñida con el respeto; que la libertad no está reñida con la sensibilidad; que la diversión no está reñida con la tolerancia; que la coherencia no está reñida con el sentido común; que la integración no está reñida con la desconsideración; que la pertinencia no está reñida con la sensatez. Los cretinos (ya sean genéticos o vocacionales) también tienen derecho a respirar, aunque harían un descomunal favor a la humanidad dejando de hacerlo.
La cuestión es atacar que gente así perpetre, con dinero público y desde un cargo público y supuestamente representantivo, aberraciones como la que vomitó la noche del 5 denero de 2016 el
Ayuntamiento de Madrid liderado por la jovencísima, bellísima,
lozanísima, honestísima, preparadísima, lucidísima, respetabilísima y respetuosísima Manuela Carmena,
a quien todos los ochenteros recordamos inmortalizada como "Pepita la bonita" en los cromos de La pandilla basura.
La cuestión no está en perdonar o dejar de perdonar a quien decidió adelantar los carnavales a la Noche de Reyes, ni a quien ideó vestir a los Reyes Magos con camisones inspirados en las cortinas de ducha de Paco Clavel y coronarlos con regalos del Burger King, ni a quien creyó oportuno organizar una parade que muy seguramente homenajeaba a un puticlub galáctico, ni a quien aplaudió la idea de defecar una ¿cabalgata? cuya factura técnica y estética hace que el típico bazar oriental parezca Harrods, ni a quien creyó oportuno transformar el colofón de los festejos navideños en un cajón de sastre (o, mejor dicho, desastre) cutre, hortera y lisérgico en el que lo mismo te encontrabas con un dragón chino, negracos zumbones medio en pelotas, Darth Vader, "pictoplasmas" propios de Cuarto Milenio, la guardia a caballo que lo mismo escolta a autoridades que a tres tipos secuestrados de alguna función escolar, Pepa Pig, la indispensable batukada (ese "Manolo el del Bombo" de cualquier cosa que corte las calles de Madrid) o a un DJ vestido de berseker dándolo todo ni a quien decidió, en definitiva, sustituir la "Cabalgata de Reyes" por un espectáculo lamentable, esperpéntico, ridículo, indefendible, patético, deprimente, carente de cualquier sentido y situado en las antípodas no ya de lo esperable sino en las del puro y simple buen gusto. La cuestión no está, por tanto, en perdonar o dejar de perdonar a los (ir)responsables de un suceso bochornoso pero menor en comparación con los retos que puede y debe afrontar Madrid y que se puede despachar sencillamente diciendo que todo sería más fácil de entender si el DAESH hubiera difundido un vídeo en las horas posteriores reivindicando "lo de la noche del 5 de enero de 2016" en Madrid.
La cuestión está en no perdonar a quien se ha especializado en crear constante y deliberadamente polémicas innecesarias, gratuitas y exasperantes como cortina de humo para tapar sus innegables carencias éticas, intelectuales, políticas y administrativas; está en no perdonar a quien ha demostrado que de tolerancia poco y de sentido común menos; está en no perdonar a quien quiere disimular su indiscutible actitud revanchista, provocadora, insensible y chulesca bajo toneladas de cinismo y demagogia; está en no perdonar a quien está obsesionado por ideologizar y convertir cualquier cosa en una herramienta de "agitprop"; está en no perdonar a quien sería más feliz viviendo en Madrid en 1936 que en 2016; está en no perdonar a quien ha evidenciado su incapacidad para atender debida y diligentemente los problemas más acuciantes y las necesidades prioritarias de esta ciudad por estar demasiado pendientes de insultar la inteligencia del personal o de batallitas marginales; está en no perdonar a quien se esfuerza reiteradamente en pasar a los anales de la teratología política; está en no perdonar a quien ha demostrado con creces su ineptitud para gobernar una ciudad como Madrid, perpetuando así la concatenación de horribles regidores en la capital española que habría que remontar hasta aquel viejo infame que pasó a la posteridad por incitar a colocarse.
Claro que la culpa no es de esa impresentable panda llamada "Ahora Madrid" ni siquiera de esa repugnante alcaldesa a quien no cuesta imaginarse poniéndose on fire pensando en Stalin. No. La culpa es de toda esa gente que, con o sin estupefacientes en sangre, con o sin patologías mentales diagnosticadas, con o sin consciencia, jalea, aplaude o defiende a esta chusma liderada por una persona con graves problemas de senilidad que si pensara más y mejor en Madrid y los madrileños debería irse, a su casa, a Raqqa, a la porra, al Ártico, al triángulo de las Bermudas, a la luna o donde sea. Pero irse. Porque da pena. Porque da asco. Porque da vergüenza. Porque apesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario