En España, la Cámara Baja, la más importante de las dos que integran nuestro parlamentarismo bicameral, primero se llamó "El Congreso de los Diputados", luego se transformó en "La Zona Cero de la Vergüena Ajena" y desde esta semana que hoy termina ha mutado en "El Plató de los Diputados". Esta mutación se veía venir desde que las pantallas auparon a los nuevos partidos que han rajado el casco del bipartidismo con la misma frialdad y contundencia que cierto iceberg a cierto barco insumergible. Desde que las pantallas decretaron la muerte de una concepción rancia y ensimismada de la oratoria y la retórica políticas. Desde que las pantallas decidieron que la política se convirtiera en el nuevo reality con el que cebar el share. Desde que las pantallas propiciaron que los votantes pasaran a ser followers y las ideas, hashtags. Desde que las pantallas quitaron el "Reservado derecho de admisión" de las puertas del parlamento. Desde que las pantallas estimaron que, después de "salvamizar" el mundo del cotilleo (hola Jorge Javier) y del deporte (hola Pedrerol), había llegado el momento de convertir el debate político en un O.K. Corral entre opinadores y líderes de nuevo cuño por un puñado de likes. Desde que las pantallas dieron a la expresión "de cara a la galería" una dimensión nueva. De aquellos polvos, lodos como el de la inauguración de la XI Legislatura.
Esta semana se han producido dos enormes polémicas. Ambas basadas en un malentendido. Ambas diferentes. Ambas dignas hijas de este nuevo tiempo en la que la imagen y la forma han quitado el foco a la esencia y el fondo. Ambas demostrativas de que aún queda mucho por hacer para que la credibilidad de la clase política se parezca más a Charlize Theron anunciando perfumes que a Leticia Sabater poniéndote ojitos.
La primera de ellas tiene que ver con la relación o, mejor dicho, la confusión entre la estética y la ética. Muchas personas esta semana, dentro y fuera del Congreso, han demostrado que creen que la fisionomía y el look de una persona son indicativos de su ética y que, a su vez, ello puede ser utilizado como argumento o arma arrojadiza en un debate que se supone intelectual en tanto que ideológico como el político. Error. Ni parecer Patrick Bateman te convierte en la quintaesencia de la honradez y la bondad humanamente alcanzables ni ir hecho un Tarzán es signo innegable de ser la versión desaliñada de Dorian Gray. Del mismo modo, ni ir hecho un Gatsby te transforma automáticamente en castacorrupto ni ir como un extra de En busca del fuego te acredita como paladín de la democracia y único mesías verdadero de los derechos y libertades ciudadanas. La estética puede influir en nuestras preferencias de apareamiento o en las fantasías onanísticas de cada cual pero nunca jamás en un ámbito, como es el político, donde la ética puede y debe ser una Línea Maginot. Lo importante no es lo que una persona parece sino lo que una persona demuestra. Juzguemos pues basándonos en actos, no en impresiones ni prejuicios. Lo importante no es el exterior sino el interior de un individuo. Juzguemos pues la ética y no lo estética. Moraleja: mucha gente en España debería releer El asno de oro y La Bella y la Bestia, si quiere evitar quedar a medio camino entre tonto y cretino. De todos modos, por no culpar de toda esta polémica a la estupidez humana made in Spain, hay que reconocer que tenemos en nuestro país casos que hacen buena la discutible vinculación establecida antaño por el pensador austríaco Ludwig Wittgenstein (resumida en el famoso aforismo "no hay ética sin estética") como por ejemplo, por no irme muy lejos, el kennediano Albert Rivera y el cutre Pablo Iglesias, quienes, aunque sea por motivos obviamente opuestos, contribuyen a alimentar claramente ese erróneo silogismo. Por tanto, donde esté el célebre refrán castellano "el hábito no hace al monje" que se quite Wittgenstein.
La segunda de las polémicas que decía antes tiene que ver con la relación o, mejor dicho, la confusión entre la acción y el postureo. En este sentido, a nadie se le escapa que en una sociedad como la actual en la que las televisiones han transformado la política en el nuevo fútbol y las redes sociales han declarado la campaña electoral permanente, la delgada línea roja que separa la democracia de la demagogia, la seriedad del espectáculo, lo hecho por convicción de lo hecho por y para la galería está anoréxica. Teniendo esto presente y que vivimos en el país donde programas como Sálvame, Mujeres, hombres y viceversa, Gran Hermano o Cámbiame "lo petan", podemos entender cosas como las vistas en el inicio de esta legislatura. El espectáculo que dieron sus señorías en general y los de Podemos en particular (y casi en exclusiva) fue de los de echarte unas risas con los amigos cerveza en ristre...si no fuera porque se supone que se ha inaugurado un nuevo tiempo donde se va/iba a devolver la dignidad, la credibilidad y la utilidad al Congreso. No voy a entrar a juzgar el hecho de que Podemos interprete las fórmulas para tomar posesión como si fueran Elige tu propia aventura, o que Carolina Bescansa confunda deliberadamente la conciliación entra la vida personal y la laboral con la fusión entre ambas, o que Pablo Iglesias haga el vistoso número de "me enfado y no respiro" porque nadie más quiera pasarse por el arco genital el reglamento del Congreso, o que los parlamentarios aliendrados en la coleta más famosa de España se hayan autoerigido como únicos tasadores de la calidad democrática. Uno de los privilegios de vivir en libertad y no en Venezuela o en Siria, por citar dos ejemplos al azar, es que cada cual está en su legítimo derecho de actuar y quedar como un perfecto paria sináptico. Lo único que voy a decir es que, con independencia del signo político o credo ideológico, el eslogan y el postureo son herramientas legítimas en un contexto electoral en tanto que sirven para ganar votos o, al menos, mantenerlos, pero, fuera de dicho ámbito, el futuro no se gana con palabrería ni shows ni viajes a ninguna parte. Yo a los políticos, les haya votado o no, no les pido que me hagan reír ni que me exciten ni que me hagan llorar ni que me acojonen; les pido y exijo que trabajen por el mejor porvenir posible para todos. En política, el jaleo y el vodevil están bien para un "one-night-shag" pero no para acabar en un "...y comieron perdices". Algo que harían bien en recordar todos nuestros políticos en general y los de Podemos en particular, ya que las mayores tragedias y los peores desastres de nuestra historia siempre han venido precedidos del barullo y el tumulto parlamentario...a no ser que exista gente interesada en rememorar el 80 aniversario de la vergonzosa y monstruosa Guerra Civil de una forma muy inquietante. Moraleja: el Congreso de los Diputados no es un plató ni la célebre zona púbica de "La Bernarda"; es la casa de todos los españoles donde todos debemos sentirnos representados, no avergonzados.
Por eso, si queremos que política, social y cívicamente España alcance "la petite mort", mejor haríamos en dejar de confundir y mezclar churras y merinas. Los políticos los primeros.
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