Lo reconozco. No tengo ni puñetera idea del momento en que el Atlético de Madrid pasó de ser un equipo temible a una entidad caritativa. Quizá empezó con la marcha de Tiago. O con la de Raúl García. Pero la realidad es que el Atleti de Simeone hace tiempo que ya no es ni parece el Atleti de Simeone. Ha perdido todas las señas de identidad, todas esas características que pintaron el nirvana de rojo y blanco. ¿Dónde está la intensidad que canibalizaba a los rivales? ¿Qué fue de esa rabiosa ambición que disparaba la adrenalina de la hinchada? ¿Cuándo perdió esa increíble concentración que tantos disgustos nos ahorró? ¿Por qué no hay rastro del coraje y corazón que se transformaban en orgullo en las gradas? ¿En qué momento se olvidó el "partido a partido" y el "jugar cada partido como si fuera el último"? ¿Cómo es posible que haya jugadores que sigan disfrutando de titularidades u oportunidades cuando antaño, con el mismo entrenador, serían carne de banquillo, grada o traspaso? ¿Qué día se decidió premiar la torpeza, la apatía o el despiste en un club que presumía de eficacia, compromiso y concentración? No se trata de no tener memoria ni de ser desagracedido. Precisamente por tener memoria de lo hecho y por gratitud al descomunal milagro que hizo Simeone duele y avergüenza tanto este bochornoso mes de Enero en el que el Atleti se ha vuelto presa fácil de haters propios y ajenos.
Como decía, el Atleti hoy por hoy está más cerca de ser una entidad caritativa que el equipo al que Simeone elevó al Olimpo futbolístico. Caritativa, sí, por que el Atlético da oportunidades (de jugar) a quien no se las merece y permite ocasiones (de gol) a quien no te las va a conceder. Puro altruismo contraproducente. Y no es algo meramente subjetivo. Enero es netamente objetivo, realismo sin adulterar: el Atlético actual defiende y ataca con la fiereza de un monja nonagenaria, tiene la precisión de una escopeta de feria, sufre de un mediocampo convertido en el camarote de los Hermanos Marx, posee el mismo temple que un adolescente en plena hormonación, tiene varios pilares a años luz de su mejor versión, exhibe jugadores que son más propios de las épocas más pintorescamente oscuras del club que de un equipo temido y Simeone dedica más tiempo a perseverar en errores que en demostrar algo parecido a autocrítica. Uno de esos errores, quizás el más reiterado e irritante, es dar oportunidades a jugadores que no se las merecen: esto es un club de fútbol, no una casa de beneficencia. Mérito y rendimiento, de eso va esto y casi todo en la vida. La pena, la caridad y la condescendencia para la misa de los domingos o las campañas de Change.org.
Hoy el Sevilla, sin hacer nuevamente un fútbol demoledor, ha arrollado al Atleti, dejando siniestro total el ánimo de una afición que actualmente sólo tiene en Oblak y Costa a tipos dignos de ella. Y no, no se trata de ganar como sea ni de títulos ni de estadísticas ni récords ni de estética. Se trata de sentirse orgulloso. Y cuando lo que sientes es pena o vergüenza, no queda espacio para el orgullo. Quizá sí lo hay para la melancolía. Se puede y debe estar muy orgulloso de lo logrado por Simeone y los jugadores en estos años pasados...pero el presente no invita a sentir ninguna clase de orgullo. Quizá porque ni los propios jugadores lo demuestran en el campo. Porque, más allá de la porción de culpa que pueda tener Simeone (que tiene indudablemente su responsabilidad en todo este cisco), lo que no se puede aceptar es que sigan jugando con el Atleti tíos que con su actitud o su desempeño han dinamitado cualquier confianza o crédito que pudieran tener o merecer.
Habrá quien diga, con un punto de demagogia facilona y bastante ironía, que mejor estábamos con Manzano o en la época en la que éramos un equipo más castizo y low cost. Yo fui, soy y seré siempre del Atleti, aunque éste jugara en una liga de barrio. Lo único que pido es que el Atlético me haga sentir orgulloso de él en la victoria, el empate y la derrota. Nada más.
De todos modos, como vengo diciendo en estos últimos partidos, cosas así siempre dejan lecciones constructivas. Hoy, la merecida eliminación de la segunda competición en lo que va de temporada, deja algunas de ellas: la mejor es que después de tocar fondo, porque esto es tocar fondo, sólo se puede ir hacia arriba y, con un poco de suerte, ese "arriba" nos pillará en la final de la Europa League. Claro que, para llegar a ese hito, habrá que asumir de una santa vez que hay jugadores a los que la edad les ha pasado por encima o a los que prensa y afición han sobrevalorado de forma contraproducente para todos o a los que habrá que buscar acomodo en otro club o en la grada o a los que no se les puede dar más premio que el banquillo. Es mi opinión pero creo de verdad que, más allá de la justa eliminatoria copera, este patético y frustrante Enero deja triste y merecidamente señalados a tipos como Correa, Gabi, Koke, Thomas, Gameiro, Carrasco, Moyá...además de al propio Simeone, al que ya no le funciona ni la táctica ni los planteamientos ni los cambios ni la retórica para mantener las buenas sensaciones, ésas que hace ya tiempo que quedaron en el retrovisor. Hay que ser justos tanto en las alabanzas como en los reproches. ¿Quiero decir con esto que hay que pitar al equipo, a ciertos jugadores o al entrenador? En absoluto. La afición rojiblanca siempre ha estado muy por encima de los resultados y los momentos y así debe seguir siendo, porque si no seríamos una afición tan ventajista, oportunista, interesada y cínica como la del Madrid. Lo que quiero decir es que del mismo modo que el forofismo no debe ser una venda en los ojos de nadie, empezando por el entrenador y acabando por cualquiera de los que amamos a este equipo, tampoco debe ser gasolina en tiempos de incendio. Como decía el Doctor Jeckyll: "Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite". Y, ahora que el Atleti está convertido en un horrible Mr. Hyde, ahora que el Atleti no se merece la afición que tiene, es precisamente cuando la hinchada debe demostrar que, por muchos años, estadios y escudos que pasen, siempre estaremos a la altura de nuestra fama.
Y sí. El Atlético hoy por hoy da absoluta pena. Pero hay algo mayor que la pena y que debe seguir latiendo, pase lo que pase: el corazón de los auténticos protagonistas del Atleti: nosotros, los aficionados. Se
suele decir que los hinchas somos el jugador número 12. Y la afición
del Atleti es el mejor ejemplo de eso en todo el planeta futbolístico.
Por eso, que por nosotros no quede: a poner el alma en la garganta y el
corazón en los aplausos. Así que...¡A seguir latiendo! ¡Aúpa Atleti!
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