jueves, 23 de marzo de 2017

El dúo

Tip y Coll, Andrés Pajares y Fernando Esteso, Mariano Ozores y Juanito Navarro, los hermanos Calatrava, Martes y Trece, Faemino y Cansado, Cruz y Raya, el dúo sacapuntas, Los Morancos...España siempre ha sido muy fértil a la hora de alumbrar dúos cómicos pero como Pablo Iglesias y Mariano Rajoy pocos parangones hay en el historial de la comedia patria. Por no decir ninguno.

Ambos son los grandes cómicos residentes del Congreso de los Diputados (con permiso del pausado y lisérgico Gabriel Rufián) y sus shows alegran la mañana a los medios "informativos" y a sus respectivas huestes de pelotas y votantes. Antes de seguir conviene recordar que el PP no estaría donde está de no ser por Podemos y el partido de Pablo Iglesias no estaría donde está de no ser por el PP; dicho de otro modo: de no ser por la atención política, pública y mediática que dedicó el PP (y sus medios de propaganda afines) a Pablo Iglesias y su disfuncional y estrafalario séquito, Podemos no habría sido Podemos, de igual manera que de no ser por la insurgencia morada el PP carecería de todo argumento para articular el discurso del miedo que le ha llevado a revalidar asiento en La Moncloa. PP y Podemos se necesitan como los pulmones y el oxígeno. Los "dimes" de unos capitalizan y motivan los "diretes" de los otros y viceversa. Cada cual explota extraordinariamente bien en términos mediáticos y electorales las miserias de su rival parasitario. Uno es la excusa y coartada del otro para seguir en el candelero ante la vergonzosa ausencia de un plan o programa serio para España. Son, resumiendo, un "matrimonio a la gresca de conveniencia" y un excelente ejemplo de que la democracia en España debería ir pidiendo cita para la prueba del Carbono 14. Sus discusiones de fogueo, sus reyertas retóricas, sus encontronazos verbales, sus desaires sobreactuados...todo en los cruces dialécticos entre Iglesias y Rajoy (y sus sustitutos) está pensado como puro marketing político: no hay un fin en sí mismo y, de haberlo, no casaría con el interés general porque a estos dos showman lo único que les interesa es que los suyos (sus electores) sigan siendo suyos, muy suyos y de los suyos, que diría el registrador en excedencia que preside el Gobierno. Si ése es el fin (y lo es), qué mejor que montar un espectáculo que levante risas y aplausos en derredor del líder, arrebate el foco a otras formaciones políticas y espabile a las hordas de tarados que se dejan media vida comentando en Internet las mejores jugadas de sus idolatrados mesías y criticando las del rival como si les fuera el pan en ello o anhelando el día de pasar por las urnas con el voto entre los dientes.

Convertir el Congreso de los Diputados en una especie de club de la comedia diurno es un claro síntoma de que la endogamia, la jeta y el ensimismamiento de la clase política ha alcanzado tales cotas que son completamente notorias su enajenación de la realidad y su dimisión del rol democrático y constitucional. Los políticos no tienen más plan que seguir viviendo de la sopa boba electoral y los trapicheos circundantes al puchero; todo lo demás les es ajeno. Por eso, porque les pilla muy lejos la opinión pública y más lejos aún algo parecido a vergüenza, no tienen reparo alguno en montar operetas como la de ayer entre Iglesias y Rajoy que pasará a la historia como el día en que se djo en sede parlamentaria "me la bufa". El problema está en que la acertada denuncia de un escándalo (el uso abusivo y perverso por parte del Gobierno del veto a las proposiciones legislativas) ha quedado soterrada bajo el show, el esperpento, la algarada, la polvareda, prevaleciendo de esta manera lo anecdótico sobre lo importante, la forma sobre el fondo, la bobada sobre el problema y la gresca sobre el debate. Así es la política hoy en España: tan llena de nada que cualquier cosa vale parece servir para rellenar el hueco. Antaño, a los políticos se les medía por sus logros políticos o legislativos y por su calidad discursiva; hogaño parece que la valía de estos tipos se mide en función del número de aplausos, risas y likes que consiguen concitar en torno a sí. Está claro que al Gobierno de Rajoy se la bufa muchas cosas pero no menos claro está que a los inquilinos del Congreso se la bufa España y los españoles.

Supongo que peperos y podemitas verán en estos sainetes y astracanadas que perpetran Rajoy e Iglesias un motivo de regocijo vital y les encandilarán como si fueran los duelos entre Góngora y Quevedo pero a mí lo único que me provocan estos numeritos son una profunda vergüenza ajena porque el principal decoro que deberían tener nuestros políticos no estriba en ir vestidos de una determinada manera o expresarse de una determinada manera sino en demostrar cierta dignidad en su desempeño dado que, en teoría, no son ni más ni menos que los representantes de toda la ciudadanía. Así que o bien en España hay una mayoría de imbéciles o bien los imbéciles en su mayoría se encuentran en los escaños de San Jerónimo. No hay más opciones. 

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