Tal día como hoy, hace veinte años, nació el grupo de teatro "La fragua y la luna". Habrá quien al leer esto piense: "pues vale". No es mi caso. Ni el de
otras personas: las que en algún momento formaron parte del grupo y las
que alguna vez se sentaron al otro lado del escenario para
presenciar cómo un grupo de chavales dio forma a una
aspiración de juventud mientras transcurrían los años y las obras.
Ahora, afortunadamente, es posible hablar de todo ello sin el sesgo del idealismo,
la inocencia y la vehemencia propios de la juventud. Y digo
afortunadamente porque, despojado de cualquier inmadurez,
romanticismo y cortoplacismo, el balance de lo que "La fragua y la luna"
hizo desde aquella Navidad de 1996 sigue siendo hoy tan positivo como en esos
años en los que el sentimentalismo desmedido y la falta de rodaje vital
distorsionaban la percepción de la realidad como los espejos del
callejón del Gato. Por tanto, se puede decir con entera tranquilidad que
aquella aventura "iniciática" ha pasado con éxito el chequeo de la
madurez.
Deconstruir en datos al grupo sería algo fácil pero enormemente
insuficiente (una estadística nunca será un poema) ya que lo cuantitativo no puede hablar de lo cualitativo ni
lo computable es útil para resumir lo intangible. Y es que la historia
de "La fragua y la luna" sólo se puede resumir con palabras (las dichas
sobre el escenario) y sin palabras (que en definitiva es en lo que
consistir vivir: acumular la mayor cantidad posible de experiencias que
no se pueden describir con palabras). En ese sentido, el grupo de teatro
estuvo lleno de vida o, mejor dicho, de vidas: las de los personajes a los que dimos voz y piel y las nuestras propias,
que quizás no necesiten ser contadas pero sí vividas. Baste decir al respecto que los que hace veinte años éramos unos adolescentes hoy ya
tenemos nuestras propias familias, salvo aquellos que nos dejaron antes
de tiempo para no salir jamás de nuestro corazón y recuerdo: Marta y
José. Y es que "La fragua y la luna", desde su nacimiento, tuvo todos los ingredientes que se pueden esperar de la vida: aprendizaje y puesta en práctica de lo aprendido, aciertos y errores, éxitos y fracasos, carcajadas y lágrimas, encuentros y desencuentros, nacimientos y fallecimientos, bodas y funerales, distanciamientos y reconciliaciones, sorpresas y desengaños, confidencias y secretos, ilusiones y decepciones...todo el trasiego de dicotomías y contrarios vitales es fácilmente identificable en la trayectoria teatral y humana de los "fragualuneros" desde aquel 1996. Respecto a nosotros, los que pase lo que pase siempre seremos parte de ese entrañable grupo de teatro amateur, estos veinte años han sido tiempo suficiente para que la vida, que es el dramaturgo por excelencia, nos asigne distintos roles, guiones y escenarios pero, con independencia de eso, no hay ni uno solo de nosotros que no vea en la amistad un punto de encuentro, un "sitio de nuestro recreo" en el que recordar el pasado, comentar el presente y, por qué no, hablar del futuro. Y eso, la amistad, es lo mejor que nos ha legado "La fragua y la luna" pero, por suerte, no lo único. Ahí están los cientos de recuerdos que cada uno tenemos. Para mí, por ejemplo, los mejores recuerdos de esa etapa son los referentes a lo que pasó "en bastidores": muchos de esos momentos vividos entre bambalinas son simplemente imborrables de mi memoria y la mayoría se costruyeron de una forma tan simple como inconsciente: miradas, sonrisas, gestos de complicidad, silencios que hablaban, abrazos, vellos de punta, lágrimas de alegría, confidencias en la penumbra, discursos entrañablemente épicos...lo que pasó en aquel backstage es algo que ni puedo ni quiero olvidar.
Antaño nos gustaba cerrar los programas de mano con una frase en la que todos creíamos: "Con su permiso, vamos a seguir soñando". Hoy sería muy temerario decir que el sueño se ha acabado. Temerario e injusto porque que el sueño vuelva a abrir los ojos y a respirar vida es sólo cuestión de tiempo. Y no importa quién encarne ese sueño, quién pise las tablas dejándose llevar por la magia del teatro. Lo que importa es que, sea quien sea, tenga el mismo atrevimiento que tuvimos hace hoy veinte años. El atrevimiento a ser, sentir y estar. Porque vivir, básicamente, consiste en atreverse. Y, como ya he dicho, "La fragua y la luna" estuvo lleno de vida.
Dedicado a todos mis amigos de La Fragua y la Luna: a los que fueron, a los que son y a los que serán.
Dedicado a todos mis amigos de La Fragua y la Luna: a los que fueron, a los que son y a los que serán.
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