Suena a libro de Las Crónicas de Narnia, y aunque también es un cuento, éste no va de alimentar la inocencia sino de erradicarla a cambio de "llevárselo fresco". Porque, en el fondo, se trata de eso: de llevárselo fresco, de hacer negocio con intangibles, de rentabilizar económicamente elementos cargados de un valor no cuantificable desde lo monetario, empresarial o financiero, de hacer caja a pesar de las sensibilidades y los sentimientos. La denominación del nuevo estadio del Atlético de Madrid y el rediseño del escudo obedecen a todo esto y por eso se ha originado una polémica desagradable, gratuita y desaconsejable en el seno de la hinchada rojiblanca (que es la auténtica esencia y el verdadero patrimonio del club); una controversia de la que hay que culpar a los mismos tipos que representan las páginas más bochornosas de la historia del club, es decir, a los rescoldos del gilismo, a los herederos de Jesús Gil, a los "delincuentes prescritos" (que no proscritos), al infumable dúo tragicómico que rige los destinos de la entidad colchonera, a los dos bomberos pirómanos parapetados tras esa mesiánica casualidad llamada Diego Pablo Simeone. Lo que ha pasado es una muestra más (y van...) de que Cerezo Torres y Gil Marín representan la bicefalia de un despotismo nada ilustrado pero sí bastante lucrativo que parece tener como lema "todo por el aficionado pero sin el aficionado".
A nadie escapa que vivimos en una época donde el deporte se ha visto despojado de buena parte de su épica y autenticidad en aras del mercantilismo más desvergonzado. Por eso, ahora, a las entidades deportivas les importa más que nunca la cuenta de resultados, los ingresos, el marketing, la publicidad y la comunicación corporativa más que lo estrictamente deportivo. Hoy el deporte es más negocio que ocio; el fútbol es el mejor exponente de eso y la última muestra de ello la ha dado el Atlético de Madrid. En este contexto, puedo llegar a entender lo que ha pasado, pero de ahí a defenderlo o justificarlo va un trecho oceánico.
Si me apuras, lo del nombre del nuevo estadio (que haya gente que lo llame "naming" da una idea de que esto no va ni con el deporte
ni con los sentimientos) es lo menos escandaloso. Primero, porque es cierto que hay una creciente tendencia al "patrocinio" de recintos deportivos (mal de muchos...). Y segundo, porque, estando el club en manos de quien está, lo sucedido no es ninguna sorpresa. Yo, como muchísimos otros aficionados, era partidario de haber homenajeado en el nombre del próximo feudo al atlético más laureado e importante en la historia no sólo del club sino del fútbol español: Luis Aragonés. Pero pedir a los mandatarios del club un signo de decencia, agradecimiento o complicidad con el sentir de la afición es perder el tiempo y amargarse el día. Aquí compensan más los diez millones de "euros chinos" por temporada que cualquier otra cosa. De ahí lo de "Wanda". Lo de añadir "Metropolitano" es una maniobra de distracción, una forma de intentar maquillar el asunto al apelar a la nostalgia, la melancolía y lo sentimental; en la misma línea, por cierto, habría que situar el spot publicitario creado ad hoc y que es puro efectismo. El resultado es un nombre transexual, valga el calificativo: "Wanda Metropolitano". Habrá a quien le guste y lo respeto. A mí no me gusta porque supone prostituirse: dejar que alguien te meta mano durante un tiempo pactado a cambio de dinero.
Pero, como digo, lo del nombre no me parece tan grave. Al menos no en comparación con lo del escudo. En este caso, la cuestión no es si estéticamente convence o no al personal. No, aquí la cuestión y el gran error consiste en excusar tras un rediseño ligado al estreno de un nuevo estadio lo que es una nueva y errónea conceptualización, una desacertada redefinición de lo que significa el escudo, el blasón, el emblema del Atlético de Madrid. Un escudo no es un logo, por mucho que el origen de los logos se pueda rastrear hasta los escudos y blasones familiares del Medievo. Un escudo no es un elemento a manejar por el marketing, el merchandising o la comunicación corporativa. Un escudo no es algo que se pueda entender ni gestionar desde el diseño ni desde la publicidad ni desde la comunicación. Un escudo es algo que conecta íntimamente a personas de distintas generaciones porque remite a algo que está por encima de lo cronológico y lo geográfico. En ese sentido, es cierto que el escudo del Atlético ha sufrido cambios a lo largo de la historia del club pero no menos cierto es que durante décadas el escudo ha sido fácilmente reconocible a pesar de ligeros cambios y matices. Lo que ha pasado es que ahora ha pasado de ser un escudo a ser, de facto, un logotipo. Las "explicaciones" dadas por el responsable van en esa línea aunque, por prudencia, cobardía o jeta, no lo diga abiertamente. A mí me parece fenomenal que el Atleti tenga un logo pero no por eso había que cepillarse el escudo. De todos modos, vuelvo a lo de antes: este despropósito se entiende si tenemos presente que los clubs deportivos funcionan actualmente como empresas puras y duras, orillando así todo lo emocional, sentimental o subjetivo. Los clubs hoy se pasan por la quilla lo que piensa o sienta la afición y para muestra, el Atlético. Por suerte para sus dirigientes, el "Cholismo" ha permitido durante los últimos años compensar esa deficiencia a base de títulos y emociones capaces de distraer la mirada del aficionado de esta realidad tan fría y deshumanizada. En resumen: la nueva insignia como logo me parece aceptable pero como escudo me resulta una tomadura de pelo.
Que el club sabía que estaba haciendo algo polémico, por decirlo eufemísticamente, se evidencia en el hecho de parapetar a Cerezo (a Gil Marín lo enviaron a China directamente) detrás de un plantel de gente que, a diferencia de él, sí a honrado al club y es motivo de orgullo para toda la hinchada. En ese sentido, lamento el "papelón" que hicieron las leyendas atléticas al refrendar con sus palabras o presencia el disparate del nombre y el escudo. Es indudablemente cierto que el romanticismo ya no gana títulos ni sanea cuenta de resultados pero también lo es que el respeto al legado y al aficionado hay que tenerlo siempre en mente y éste no ha sido el caso.
Dicho todo esto, lo más criticable no es lo concreto del nombre o del escudo sino el generar una controversia absolutamente innecesaria en un momento delicado de la temporada y que desvía la atención de lo verdaderamente importante: el equipo. Y es que propiciar discusiones entre aficionados no es la mejor idea de gestionar un club ni de centrarse en lo que importa realmente. Si lo que quieren los ¿responsables? del club es preocuparse por la futura temporada, mejor harían en asegurar la existencia de formas de acceso dignas al nuevo estadio en lugar de meterse en jardines como el que ha generado esta gresca, que de lo meramente estético y superficial ha trascendido a lo ético e íntimo. Además, si lo que de verdad se pretende es "renovar", "actualizar" o "abrir una nueva etapa" en la entidad (argumentos todos ellos utilizados estos días), mejor sería empezar por cambiar a la directiva, pero esto tampoco es lo prioritario ahora mismo. Lo que importa es hacer la mejor temporada posible. Todo lo demás es secundario, aunque duela o indigne. ¡Aupa Atleti!
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