Es raro y complicado huir de tópicos y lugares comunes a la hora de escribir sobre el fallecimiento de Wes Craven. Podría decir que me fastidia o, hablando claro, que me jode mucho su muerte porque algunas de sus películas están entre mis favoritas en lo que a terror cinematográfico se refiere, siendo dicho género mi favorito dentro de mi afición cinéfila. Podría decir que lamento su pérdida más que la de muchos cineastas actuales porque era uno de los tres nombres claves (junto a Carpenter y Cronenberg) para entender las "horror movies" contemporáneas: ellos fueron al miedo lo que Hitchcock al suspense o los hermanos Marx a la comedia, así de sencillo. Podría decir que por mérito/culpa de Wes Craven muchas noches en mi infancia me costó quedarme dormido. Y aun habiéndolo dicho, tengo la sensación de que, escriba lo que escriba, me dejaré algo en el tintero; así que mejor seré breve.
Siendo honestos, Wes Craven fue como la mayoría de los buenos directores (a excepción de Billy Wilder, porque los genios no cuentan): imperfecto. Realizó películas antológicas (Pesadilla en Elm Street), brillantes (La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos y las tres primeras entregas de Scream), entretenidas (La serpiente y el arco iris, El sótano del miedo, Vuelo nocturno) y truños indefendibles (Shocker, Un vampiro suelto en Brooklyn, La maldición, Almas condenadas y Scream 4). Por ello, hay que valorar merecidamente a un tipo capaz de idear personajes como el ya legendario Freddy Krueger o a un Ghostface casi convertido en icono de la cultura pop actual. Porque quizás
Wes Craven no fuera un genio (que no lo fue) pero sí un cineasta que sabía hacer muy bien su trabajo y con una envidiable capacidad analítica para entender el terror como género fílmico y las películas como parte del imaginario popular y la cultura colectiva, como quedó más que patente en la genial trilogía de Scream. Además, no sólo demostró que comprendía perfectamente que el terror consiste en asomarse a aquello que, voluntariamente o no, está oculto a nuestra vista y/o consciencia sino que también abordó como un tema casi distintivo la delgada línea que separa la realidad de la ficción, lo real de lo que no lo es, lo vivido de lo imaginado; asunto éste muy interesante (al menos para mí) y que podemos encontrar en películas tan emblemáticas suyas como las ya citadas Pesadilla en Elm Street (1 y 7), La serpiente y el arco iris y Scream.
Por todo eso, hoy, con su muerte, no sólo se han quedado huérfanos Freddy, Papá Júpiter, Ghostface y demás sino todos los amantes del cine en general y del terror en particular. Ha muerto alguien capaz de conseguir que tópicos como el que acabo de decir y quería evitar tengan pleno sentido. Ha muerto alguien de quien echaremos de menos su buen hacer tras la cámara, ésa que tantos buenos sobresaltos nos ha regalado durante casi cuarenta años a varias generaciones de espectadores. Descanse en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario