1-1. Enero queda lejos y la espera empieza a ser molesta tras las dos últimas citas en el Metropolitano. Dos partidos, dos rivales potentes, dos competiciones distintas, ninguna victoria. Lo peor no son tanto los resultados como esa sensación de que el Atleti es actualmente un Austin Powers sin mojo: las últimas noches ya no acaban con orgasmo de la grada sino con rostros de "vaya tela". Muy probablemente, con la actualización que se descargará en Enero, las prestaciones y el rendimiento del Atlético v.2018 mejorarán notablemente (que no es sinónimo de milagrosamente) y con ellas las sensaciones de la hinchada. Pero hasta entonces quedan las suficientes semanas como para ponerse serio y asumir, sin histerismo ni pesimismo, que esto es lo que hay, para mal y para bien.
A mí, el equipo me parece que está como el gato de Schrödinger: en un "ni sí ni no sino todo lo contrario", en un desconcertante "según se mire". En línea con esto último, hay aficionados que asumen el actual escenario con el conformismo de antiguo pobre porque se acuerdan de esa carnavalesca época en que el Atleti era un equipo del montón; también hay hinchas que despotrican contra esta situación con la soberbia de nuevo rico y creen que este equipo es poco menos que un All Stars que debería dar un meneo a cualquier rival que se le plante enfrente; igualmente, hay colchoneros pesimistas que creen que el fin de los tiempos se acerca del mismo modo que hay rojiblancos optimistas que piensan que en unos meses este Atleti pasará de buena película a peliculón gracias a una metamorfosis digna de "Cuarto Milenio". ¿En qué grupo estoy yo? En ninguno de esos. Yo estoy en el grupo de los honestos que ven cosas buenas y cosas malas, jugadores válidos y jugadores inválidos, decisiones acertadas y decisiones contraproducentes pero que, por encima de todo, nunca van a dejar de animar y creer en el Atleti. La autocrítica, en su justa medida, siempre es positiva y constructiva. Por eso, por ejemplo, me identifico más con las palabras de Saúl anoche tras el partido que con las de Simeone, Koke o Griezmann.
A mí, el equipo me parece que está como el gato de Schrödinger: en un "ni sí ni no sino todo lo contrario", en un desconcertante "según se mire". En línea con esto último, hay aficionados que asumen el actual escenario con el conformismo de antiguo pobre porque se acuerdan de esa carnavalesca época en que el Atleti era un equipo del montón; también hay hinchas que despotrican contra esta situación con la soberbia de nuevo rico y creen que este equipo es poco menos que un All Stars que debería dar un meneo a cualquier rival que se le plante enfrente; igualmente, hay colchoneros pesimistas que creen que el fin de los tiempos se acerca del mismo modo que hay rojiblancos optimistas que piensan que en unos meses este Atleti pasará de buena película a peliculón gracias a una metamorfosis digna de "Cuarto Milenio". ¿En qué grupo estoy yo? En ninguno de esos. Yo estoy en el grupo de los honestos que ven cosas buenas y cosas malas, jugadores válidos y jugadores inválidos, decisiones acertadas y decisiones contraproducentes pero que, por encima de todo, nunca van a dejar de animar y creer en el Atleti. La autocrítica, en su justa medida, siempre es positiva y constructiva. Por eso, por ejemplo, me identifico más con las palabras de Saúl anoche tras el partido que con las de Simeone, Koke o Griezmann.
El Atleti hoy por hoy "sólo" tiene tres problemas: una puntería nivel escopeta de feria, una porosidad impropia de un equipo con merecida fama espartana y una organización que emula a la verbena berlanguiana que se forma en la estación de metro cada postpartido. Todo lo demás sigue igual de bien que siempre. Pero ese "todo lo demás" no alcanza en este momento para alejar el mal de altura. Y el partido contra el Barça ha sido un buen ejemplo porque el Atlético comenzó el encuentro avasallando y lo terminó con uf, uf, uf.
Es una pena haber perdido dos puntos contra un equipo que hace tiempo declaró unilateralmente su independencia de la excelencia y ahora maquilla su mediocridad con las ocasionales apariciones de sus cracks. Es una pena haber perdido dos puntos en un encuentro en el que los errores domésticos y arbitrales escribieron un guión de Hitchcock. Es una pena haber perdido dos puntos en un partido en el que el rival se limitó a parasitar eficazmente la progresiva decadencia del Atleti. Pero es una suerte haber ganado un punto visto el carrusel local de errores no forzados. Es una suerte haber ganado un punto con tanto rojiblanco lejos (o lejísimos) de su mejor versión. Y es una suerte haber ganado un punto para premiar de alguna manera el estupendo desempeño de Oblak y Saúl, los mejores con mucha diferencia sobre el césped del Metropolitano.
Así las cosas, con dos equipos que no merecieron ganar, un empate es algo justo pero desagradable por lo frustrante (y porque supone hacerle un favor a los repelentes Florentino boys).
¿Y ahora qué? A pensar en el siguiente partido porque el pasado no vuelve y el presente no espera. Ni siquiera a Enero. ¡Aúpa Atleti!
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