Sinceramente, lo que pase después de hoy en Cataluña y, por tanto, en España me da igual porque creo que no hay un nivel ulterior al de este bochorno. Lo que ha pasado y está pasando en Cataluña mientras escribo esta reflexión parece un híbrido entre una película de Berlanga y una tragedia de Valle-Inclán. La diferencia es que en este cisco no hay genios por medio. "Lo de hoy" (expresión tosca y amorfa pero que se ajusta bien a la realidad) es el mejor ejemplo de lo que pasa cuando se deja la política en manos de irresponsables gilipollas. Lo peor de todo es que se veía venir. Y quien diga lo contrario ya puede confesarse por el pecado del optimismo. Esto que está pasando no es fruto de un choque de trenes sino de la simbiosis entre dos colosales errores con intereses pura y simplemente electorales.
Por un lado, tenemos el error independentista catalán. La cortina de humo lanzada en su día para tapar los escándalos de corrupción de CiU, la cleptocracia de los Pujol y la pésima gestión de las arcas catalanas se les ha ido definitivamente de las manos. Y esto era algo más que previsible cuando, en una decisión bastante suicida, el nacionalismo conservador catalán escogió como animal de compañía a ERC y permitió que una chusma radicalizada y minoritaria como la CUP fuera la mano que meciera la cuna de la política de aquella región. De aquellos polvos, estos lodos. Claro que en la coctelera también hay que meter la proverbial propensión al chantaje del nacionialismo en España (al menos desde que la Constitución de 1978 sublimó ese disparatado modelo autonómico que convirtió esto en el co*o de la Bernarda), el adoctrinamiento educativo (otro argumento más contra el disparate de dejar las competencias educativas en manos de las Comunidades Autónomas) y la desinformación mediática (TV3 haría mojar la entrepierna a Goebbels) que han propiciado unas cuantas generaciones de asilvestrados fácilmente maleables por la narrativa demagógica y falaz, la intoxicación por goteo desde que Pujol era molt honorable, el sistema electoral que desde 1978 otorga una errónea sobrerrepresentación a estos paisanos nacionalistas, el nauseabundo y acrítico victimismo catalán que siempre ha culpado a otros de sus propias desgracias y errores, la colaboración de una izquierda siempre lista para sacar tajada del caos al precio que sea y un etcétera que omito por ahorrar tiempo y espacio. Lo peor de todo no es que estos miserables de Puigdemont, Junqueras, Gabriel, Forcadell, Forn, Rufián, Colau, Romeva y demás gilipuertas se crean lo que dicen o piensan (por mí como si escuchan reguetón las veinticuatro horas). No, lo peor es cómo han manipulado a la gente para vestir de reivindicación romántica lo que es una pretensión ilegal, demencial y delictiva y cómo han persuadido a esa misma gente para servir de escudos humanos de su propia desfachatez. Votar en un Estado de Derecho es hacer el amor, sí, pero el referéndum impulsado por el secesionismo catalán es sencillamente una violación. Creo que me explico. Si alguien está dispuesto a justificar, jalear, aplaudir o partirse la cara por lograr una violación, entonces ya...Claro que esto, justificar una violación, es perfectamente plausible si vives instalado en la posverdad, que es donde vive Cataluña desde hace muchos meses.
Por otro lado, tenemos el error gubernamental mariano. Al Presidente más bochornoso, cobarde, estúpido, incapaz, torpe, jeta y perezoso que ha conocido la España democrática su estrategia de bombero pirómano le ha salido Godzilla (decir rana sería quedarse muy corto). Cierto es que Rajoy no originó el secesionismo catalán pero no menos verdad es que Rajoy y sólo Rajoy tiene la culpa de que el independentismo en Cataluña se haya despendolado de tal manera que la factura del cisma y el cisco se seguirá pagando cuando el actual Presidente sólo sea un mal recuerdo. Rajoy tenía los medios (políticos, legales y coercitivos) y el tiempo a su favor para evitar que todo se saliera de madre. Cuando el "problema catalán" era un simple mogwai correteando por las Ramblas, ¿qué hizo Rajoy? Tocarse los marianos hasta que el asunto llegó al actual nivel de "rave de gremlins bajo la lluvia". En lugar de vencer a los separatistas desde la inteligencia, el sentido común, la astucia y la valentía, Rajoy optó por hacer lo que mejor sabe: nada o, al menos, nada bueno. Quiero pensar que este anormal dejó que el incendio se propagara porque pensaba presumir de manguera ante su electorado al apagarlo: el problema es que la situación se ha desarrollado de tal manera que ahora mismo en España, la materia sólo tiene tres estados: fuego, humo o cenizas. Bravo, Presidente. Eso sí, como tonto no es (no hay ningún cobarde imbécil), ha optado por parapetarse detrás de otros. Así, mientras unos se escudan detrás de niños, adolescentes y ancianos, Rajoy ha optado por esconderse detrás de la Justicia, la Fiscalía, la Policía Nacional y la Guardia Civil. Valiente, lo que se dice valiente, este tipo no es. Por eso, la respuesta del Gobierno a este desafío ha sido tardía, escasa, ineficaz y chapucera. Porque para hacer las cosas bien siempre es necesario tener la valentía de hacerlas. Y "Rajoy valiente", insisto, es un puñetero oxímoron. Lo peor que ha hecho en todo este asunto este memo es dar al independentismo totalitario catalán justo lo que buscaba: un álbum de fotos lleno de excusas para sus alucinados reproches y lisérgicas pretensiones. Todo muy Rajoy, un auténtico experto en anabolizar problemas en lugar de resolverlos.
Dicho esto, me gustaría dejar claro lo siguiente:
1) No hay democracia sin libertad, no hay libertad sin Ley y no hay Ley sin respeto a la misma. ¿Qué quiero decir con esto? Que el totalitarismo catalán (ese que actualmente enarbolan Juntos por el Sí y la CUP) ha cruzado todas las líneas rojas vigentes en cualquier Estado de Derecho. Por eso, tanto a sus dirigentes como a sus acólitos, hay que tratarlos escrupulosamente como lo que son: delincuentes. Ni más ni menos. Si te colocas fuera de la Ley, tarde o temprano, la Ley va a por ti y no precisamente para darte dos besos. Por eso, me parece fenomenal la actuación de la Policía Nacional, la Guardia Civil, la Justicia y la Fiscalía en todo este asunto, porque han velado por el respeto a la legalidad. Aquí, los únicos que han recordado al fascismo, al nazismo o al franquismo en las formas y en el fondo han sido Puigdemont y compañía, con mención especial para esa escoria de la CUP. Así de sencillo. Lo de hablar de legitimidad de algo que no sólo ha sido declarado ilegal sino que ha devenido en una chapuza rocambolesca carente de cualquier mínima garantía y seriedad me parece una pérdida de tiempo. Eso sí: respeto a cualquier tarado que piense que "lo de hoy" tiene algo de democrático, cívico o similar.
2) Las imágenes de gente despavorida o descalabrada que hemos visto a lo largo del día son francamente vergonzosas pero (y ojo que es un gran PERO) no me dan pena por los afectados sino por que se haya llegado a esa situación tan desagradable. ¿Por qué no me dan ninguna pena los que aparecen ahora urbi et orbe como si fueran los mártires de Tiananmén? Porque cada persona es responsable de asumir las consecuencias de sus decisiones y actos y porque además creo que detrás de varias de esas escenas cruentas hay demasiado afán de victimismo, de temeridad narcisista, de tener el minuto de gloria y salir en la foto o el vídeo (ej: ese padre con el niño a hombros pugnando con un uniformado que lo único que estaba haciendo era velar por la seguridad del crío para no exponerlo a males mayores; la anciana llevada en volandas porque la buena señora decidió quedarse plantada como un seto, etc). Ello por no hablar de las exageraciones y manipulaciones simplemente nauseabundas sin mási intención que crispar aún más el ambiente. Es cierto que la Policía, cuando entra en modo berseker, reparte hostias indiscriminadamente con el mismo flow que Chuck Norris, pero es igualmente cierto que la culpa de las heridas, los moratones, las contusiones o los sofocos en el fondo no la tienen los uniformados sino la gentuza que ha sugestionado a esos ciudadanos de tal manera que los ha convertido en excusa para su relato victimista y tergiversado. Esto no es Mayo del 68 francés: es un golpe al Estado de Derecho español. Sois libres de participar en él, pero luego no os quejéis de las consecuencias. Y, ojo, no os equivoquéis: esto no iba de defender derechos sino de colaborar en algo ilegal, ilegalizado y delictivo. ¿Por qué digo entonces que me dan pena esas imágenes? Porque creo que había tiempo y medios de sobra para haber obstaculizado de una forma mucho más sobria, contundente y aséptica todo el sarao organizado por la morralla secesionista. Además, ¿para qué tanto convoy jaleado y tanto crucero de Piolín si luego la gestión de semejante despliegue ha sido tan escandalosamente desastrosa? A esta hora, ni el Ministro de Interior ni el Delegado del Gobierno en Cataluña han dimitido por tal nefasta gestión. Se podía y debía haber evitado la asquerosa charlotada de referéndum sin necesidad de dar munición dialéctica a esa gentuza que está viviendo un inesperado momento de gloria a cuenta de los errores y las torpezas del Gobierno. ¿Se han salido las cosas de madre? Obviamente. ¿Es culpa de la Policía y la Guardia Civil? Ni de broma: a ellos los han metido en la boca del lobo, haciendo un papelón y de premio los han dejado a merced de una masa enajenada con ganas de que pasara lo que ha pasado: que no se imponga la ley sino el desmadre. ¿Estoy justificando la violencia que se ha visto? No. La estoy poniendo en su contexto. ¿Me esperaba que pasara esto? No, pero sí lo temía, que es una diferencia de matiz importante. ¿Me da vergüenza? Claro.
Aclarado esto, acabo con otra confesión igual de sincera y honesta que todo lo que he escrito en este artículo: espero y deseo ver el día en que Cataluña no sólo sea España sino que se sienta parte orgullosa de ella. Con un poco de suerte, para entonces ya no estarán respirando ni Puigdemont ni Rajoy ni todos los actores de esta infumable, patética y bochornosa opereta. Esos que, con temeraria irresponsabilidad, sembraron los vientos y ahora recogen tempestades.
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