martes, 12 de julio de 2016

85 años de "Bodas de sangre"

Este año se cumplen 85 desde la escritura de la tragedia Bodas de sangre, obra del malogrado y genial Federico García Lorca.

Para mí, su mejor obra. Una creación que inspirándose en lo concreto (el "crimen de Níjar") alcanza lo universal mientras, simultáneamente, trasciende el realismo costumbrista para enroscarse en lo onírico y lo legendario. Una tragedia que partiendo de la piel (la sensualidad, el deseo, la pasión, el enamoramiento) llega hasta el terreno totémico donde el ser humano queda empequeñecido ante palabras como "amor", "dolor", "muerte".  Un

texto que aunque puede rastrearse en él el eco atronador de la tragedia clásica (el destino fatal e inexorable, los personajes como meros peones de un ajedrez cruel e inaprensible, etc), está
en mi opinión cargado más y mejor que ningún otro texto lorquiano de ese duende magnético, hipnótico, desgarrador y monumental que hizo de Lorca un genio con derecho a la inmortalidad. Una obra en la que las palabras y las imágenes que evocan son auténticos vendavales para la mente y los sentidos. Mi Lorca favorito, en definitiva, sin menoscabo de obras monumentales como La casa de Bernarda Alba o poemarios como Romancero gitano o Poeta en Nueva York.

Mi relación con Bodas de Sangre viene ya de hace muchos años, cuando de crío comencé a leer a quien es desde entonces uno de mis escritores preferidos. Por ahorrar tiempo y espacio: he leído todo de Lorca. Sin embargo, la erupción no llegaría hasta años después, cuando de adolescente fui a ver junto a unos compañeros de grupo de teatro una representación de esta obra en la RESAD: la recuerdo como una de las mejores funciones que he visto. Poco más tarde, de nuevo con los colegas del grupo (que no se llamaba "La fragua y la luna" por azar), tuve la oportunidad/suerte de idear y adaptar la escena referente a Bodas de Sangre dentro de la obra que dedicamos a la vida y creaciones de García Lorca. Por tanto, no hablo por hablar ni por postureo ni por petulancia. Escribo desde la admiración y el cariño inquebrantable por esta extraordinaria tragedia.  

Por todo lo anterior, creo que es una pena que este 85 aniversario haya quedado huérfano de toda conmemoración oficial (aunque teniendo en cuenta cómo se ha tratado a Cervantes...). Igual que es una pena que el teatro no se haya acordado debidamente de esta obra esta temporada. Igual que es una pena que la reciente adaptación cinematográfica, "La novia", resultara tan valiente como fallida.

Lo que no es ninguna pena y sí una gran suerte es tener al alcance de la mano la oportunidad de encontrarse o reencontrarse, según el caso, con personajes tan redondos y colosales como "La Madre", que para mí es sin duda uno de los personajes femeninos más difíciles e importantes que se puede recrear sobre unas tablas, o "Leonardo", quien está más cerca del destructivo Heahtcliff que del ingenuo Romeo y que, por encima de todo, es uno de los personajes masculinos más bestiales de todo el teatro en español. Como suerte igualmente es poder leer pasajes como éste, inserto dentro de uno de los diálogos más impresionantes escritos por Lorca:
LEONARDO:
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.
NOVIA:
¡Ay que sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.
Lo dicho, una pena...y una suerte, porque bodas como ésta no se pueden disfrutar todos los días ni en la literatura ni en ningún sitio. Es lo que tienen las obras maestras.

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