martes, 5 de julio de 2016
Siempre amanece
Te contaré una cosa. Quizá te hayas dado ya cuenta. Muy probablemente.
Es algo que con toda seguridad has sentido pero tal vez no hayas
reparado en lo que significa. Leer y comprender no siempre son
sinónimos. De lo que hablo ocurre en ese momento en que el horizonte se
vuelve un reguero de lava, afinando la orquesta de candilejas que tocará
por tramoya y trino. Ocurre en ese momento en que las golondrinas
cartografían el cielo en un vals delineante que pierde de vista los
puntos cardinales. Ocurre en ese momento en el que las ventanas levantan
los párpados dejando escapar pequeñas bocanadas de oscuridad. Ocurre en
ese momento en que el traje de noche se torna acuarela sobre las
dentelladas siluetadas de los edificios. Ocurre en ese momento en que
todos los bostezos saben a adagios que escapan como
espectros perezosos de cuerpos torpes. Ocurre en ese momento en que todo parece recobrar un pulso
que nunca perdió, sonido a sonido, color a color. Pero aquí apenas hay
magia. A todo lo que he escrito le sobra ciencia y la falta truco porque
es ahí, en el truco, donde está el secreto. El truco que hace que todo
esto ocurra después de una noche donde unas sábanas declinan el verbo
amar o después de una travesía siniestra de dientes apretados y lágrimas
despeñándose mejillas abajo o después de una jornada en la que te
aclamaron/autoproclamaste rey del mundo o después de una riña que
acaba con un lado de la cama mostrando la geometría del frío o después
de una fecha en la que el vacío se busca su espacio en el corazón del
tiempo o después de una maratón laboral en la que lo importante es
siempre llegar al final (del mes) o después de un remolino de horas en
blanco perdiéndose en el desagüe de unos ojos abiertos como gritos o después de que revientes el techo del cielo o después
de que bajes al infierno sin escalas o después de que la vida te cambie
unilateralmente el guión, el género y el papel o después de que te
enteres que la realidad siempre es cuestión de cifras y las expectativas
siempre lo fueron de letras o después de que te borren la sonrisa de
una hostia o después de que la suerte te pase una nota por debajo de la
mesa diciendo que le gustas. El truco que hace que sin importar nada ni
nadie, cada veinticuatro horas la página vuelva a estar en blanco, el
lienzo limpio y el marcador a cero. El truco que hace que una y otra vez
se reinicie la partida, abriéndote de par en par las puertas del "press
start", para que tú decidas si las blancas juegan y ganan, si vives de
farol o le echas dos "all in" a eso que sientes como tuyo sin serlo que
es la vida. El truco que hace que cada mañana sólo importe lo que tienes
por delante, que la victoria o la derrota, el triunfo o el fracaso, la alegría o el llanto, los
logros o las caídas, la valentía o el miedo, el éxtasis o la agonía
sean sólo participios de "vivir". El truco que hace que cada
mañana la única certeza sea que la oscuridad queda atrás. El truco que
hace que cada mañana recuerdes que, si lo tuyo es la luz, no echarás de
menos las estrellas. El truco que, como todo secreto, contiene algo que merece la pena. El truco que, en definitiva, encierra muchas
lecciones en sólo dos palabras: siempre amanece.
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