Soy consciente de que escribiendo un artículo sobre esto es muy probable que moleste a personas totalmente antagónicas entre sí. Como dijo Javier Olivares hace no mucho, cuando enfadas por igual a unos y a otros es que estás haciéndolo bien. Dicho lo cual, hora de meterse en faena.
Hoy es 18 de julio de 2016. Eso quiere decir que hace 80 años que comenzó el episodio más siniestro, doloroso y vergonzante que ha tenido España en el último siglo: la Guerra Civil. Ello, a su vez, significa que buena parte de los que vivieron aquello o están muertos o, en su defecto, camino al récord Guinness. Por ese motivo, como ochenta años es tiempo suficiente, merece la pena reflexionar con toda la honradez que permite la aséptica perspectiva y la templanza cronológica. Por eso y porque estoy particularmente harto de que a estas alturas en España se siga pensando y actuando en bandos,lo cual es especialmente absurdo y patético cuando quienes así se comportan no conocieron la Guerra Civil ni el Franquismo ni la Transición. Y porque, las cosas como son, estoy más que frustrado con el hecho de que hablar de la Guerra Civil sin elegir trinchera sea haya convertido en casi un tabú cuando no en una incorrección política.
Una tragedia así no puede ser objeto de eufemismos ni paños calientes ni medias tintas: fue una salvajada indefendible y en la que (digan lo que digan los libros de Historia o los opinadores de bando y bandera o los artistas de postureo en diferido) sólo hubo perdedores: los españoles.
De ahí que sea especialmente necesario intentar obtener alguna reflexión que permita extraer algo bueno de ese Tártaro de tres años que dio paso a una España en blanco y, especialmente, negro. Por esta razón, quiero mostar mis pensamientos al respecto, de la forma más clara, objetiva y concisa posible. Para ello, intentaré desgranarla en epígrafes.
No hubo ninguna Arcadia.
Al abordar la Guerra Civil, como se suele hablar con el cerebro apagado y las entrañas encendidas, se tiende al maniqueísmo que lleva a demonizar una cosa y a idealizar su contraria. Un error de bulto muy común. Por eso, conviene dejar claro que ni la II República fue el paraíso en la Tierra ni los sublevados convirtieron España en los Campos Elíseos. La Segunda República, especialmente en sus estertores con el Frente Popular a los mandos, devino en un repugnante sindiós en el cual la democracia se convirtió en una farsa y la ideología en una excusa para una violencia no pocas veces letal (desde 1931, más de 2.200 muertos). Por su parte, el golpe fallido de julio de 1936 sumió al país en un horrible trienio de sangre y fuego que eclosionó en una oscura dictadura que estuvo más pendiente de la revancha y la imposición que de hacer algo positivo. Punto. Sin matices. Sin "y tú más". Sin mitificaciones.
La culpa como arma arrojadiza.
Es muy coherente con esa dinámica de bandos el culpabilizar a "los otros" de lo ocurrido. Otro error para aliviar conciencias y ningunear vigas en ojos propios. En mi opinión, el convulso desenlace de la II República puso en bandeja lo que pasó después: abonó el sentimiento de agravio y dio alas al revanchismo, a la venganza. Del mismo modo, los sublevados demostraron de forma atroz que el remedio fue peor que la enfermedad, habida cuenta de que no buscaron el progreso ni la concordia sino un bestial "quítate tú para ponerme yo", haciendo lo mismo que hicieron "las izquierdas" que se cargaron la II República: demonizar y laminar al diferente, al disidente, al que no comulgaba (nunca mejor dicho) con ese batiburrillo de ideas que integraron el astracán ideológico de los golpistas. Por tanto, mejor que estar pendientes de a quién lanzar la culpa es asimilar la vergüenza, puesto que culpa y vergüenza no son la misma cosa.
El ADN de Caín.
Lo que pasó en la Guerra Civil no fue sino una muestra más y, de momento, la última al menos en lo que a términos violentos se refiere, de que España o, mejor dicho, los españoles llevan en su idiosincrasia histórica y social el ADN de Caín. España ha sido muy propensa ha romperse violentamente en bandos o a dispararse en el pie o a autolesionarse, como se quiera decir. Por ejemplo, el precedente más cercano a la Guerra Civil lo encontramos en otras sangrientas contiendas domésticas denominadas Guerras Carlistas, que con la excusa de la legitimidad al trono, llevaron a nuestros antepasados a hostiarse con saña. Antes vinieron la lucha entre liberales y absolutistas (ese ya infame y célebre "¡Vivan las cadenas!"), la rivalidad entre afrancesados y patriotas, la contienda entre austracistas y borbónicos en la Guerra de Sucesión y todo un etcétera que contribuyó a crear un magma fraticida que lleva a los españoles a tener una especial afición a tirarse los trastos a la cabeza, sin importar mucho el motivo o, mejor dicho, la excusa para aniquilar al de enfrente. Aquí sólo hemos estado unidos cuando los problemas han venido de fuera y eso es muy triste.
Muertos de primera y de segunda.
Al hablar de la Guerra Civil es imposible orillar el asunto de los muertos, ya fuera en combate o represaliados. Lo que sí debería orillarse es esa vergonzosa actitud según la cual unos muertos importan más que otros. No. Todos los muertos importan, con independencia del bando o ideología. Y si este país quiere pasar página de una vez haríamos bien en tener presente eso, porque barbaridades se cometieron a ambos lados del frente (hola, Paracuellos; saludos, Guernica) y porque todos los muertos se merecen una sepultura digna si tienen alguien que los llore. Lo que no puede ser a estas alturas es que existan familias que no sepan dónde están enterrados sus seres queridos o que, peor aún, sabiéndolo no tengan ayuda para darles un lugar honorable donde rendirles tributo. Y no, una fosa común o una cuneta no está dentro de la categoría "lugar honorable". Un animal no se merece estar enterrado de cualquier manera; un ser humano, menos aún.
La desMemoria Histórica.
La "Memoria Histórica" es uno de esos conceptos-palabros parido por el eufemismo y la corrección política, pero también y a la postre una herramienta con la que algunos intentan reinterpetar de forma sesgada la Historia y reescribirla en términos de agravios comparativos. A mí me parece fenomenal que se quiera hacer memoria con finalidad balsámica y conciliadora...siempre y cuando se haga en ambos sentidos y no sólo en uno. Por ejemplo, me parece fantástico que se elimine oficial y oficiosamente todo recuerdo de los golpistas y demás bestias pardas del "bando nacional" siempre y cuando se haga lo mismo con otros personajes igualmente siniestros del "bando republicano" (hola, Santiago Carrillo; hola, Dolores Ibárruri). A mí me parece fabuloso que se hable de forma descarnada y crítica contra el Franquismo...pero ojalá se hiciera lo mismo con respecto a lo que pasó en la II República. Por otra parte, me parece lamentable que se ningunee académica y culturalmente a artistas e intelectuales sólo por no ser "republicanos" como me parecería lamentable que alguien fuera tan sumamente imbécil de escaquear a Federico García Lorca o Miguel de Unamuno por no pertencer al "bando nacional", citando dos ejemplos bastante cristalinos. En resumen: la memoria no puede ser un arma al servicio de la revancha sino una herramienta para cicatrizar, aprender y pasar página. Ojalá hubiera más gente que entendiera esto pero, por desgracia, en España hay aún muchas personas a las que "les pone" el maniqueísmo mucho más que la sensatez.
Nada nuevo bajo el sol.
Las últimas elecciones han servido para poner de manifiesto que, por desgracia, muchos políticos y votantes siguen con la mente y el corazón puesta en un bando y viven más mirando por el retrovisor que atendiendo al futuro. Todos hemos podido comprobar cómo el "discurso del miedo" y el "discurso de la revancha" siguen gozando de una estupenda salud. A nadie le extraña escuchar o escucharse hablar utilizando términos como "rojo" o "facha". A nadie le escandaliza ver cómo un Ministro condecora a una Virgen o busca explicaciones ultraterrenales a sucesos que poco o nada tienen que ver con los altares ni cómo el PP moviliza a su electorado apelando a argumentos e ideas muy propios de los que esgrimieron los africanistas y demás partidarios del golpe en falso ni tampoco ver cómo Pablo Iglesias, en el fondo o en la forma, parece extraído de aquella época en la que "las izquierdas" decidieron cargarse el país y todo lo que se les opusiera. Y eso, que nadie se escandalice, es preocupante porque que cosas así sigan coleando ochenta años después es para ir al psiquiatra.
Sólo un apunte más: no escribo esto desde la equidistancia sino desde la honestidad. Quizá me equivoque o quizá no. Lo que es seguro es que no escribo por escribir ni para contentar a unos o a otros sino para intentar que esos unos y esos otros comprendan que no hay más que un "nosotros".
Acabo ya pero con la esperanza de que cuando se cumplan los noventa años o el centenario del inicio de la Guerra Civil pueda escribir en este mismo blog que los españoles hemos aprendido a cerrar heridas y a pasar página sin dejar agravios por el camino para afrontar, unidos en nuestras diferencias, un futuro mejor que el que trajo esa reyerta abominable y atroz cuya efeméride se recuerda hoy.
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