Trump es un político atípico: está más que dispuesto a cumplir sus
promesas electorales una vez ha llegado al poder. Y más aún: está encantado de
cumplirlas, aunque eso suponga dejar la imagen y la auctoritas de EEUU
como un páramo. La primera y penúltima parida de Trump es dar carta de naturaleza a su "América
para los americanos", consigna que no ha verbalizado porque no le hace
falta: sus acciones, sus
razonamientos tipo "porque me sale de los *******" y sus
formas de elefante en cacharrería ya dicen lo suficiente.
Se trata de una idea supremacista, xenófoba y paleta en la que se enmarcan su dos primeras dos medidas resultan tan drásticas
como bochornosas: autorizar el denigrante muro con/contra México y
prohibir la entrada a todo natural de siete países de población netamente musulmana. Trump convierte así en naderías los derechos humanos y, de paso, ignora
deliberada y desvergonzadamente la propia esencia de EEUU: la de ser una nación de
inmigrantes. Si los nativos americanos (los auténticos americanos si nos ponemos puristas) hubieran tenido hace cinco siglos
la misma sensibilidad que este POTUS, no habría habido jamás EEUU o, al menos, estos Estados Unidos que conocemos. Ni
Mayflower ni "We the people" ni la madre que parió a Hulk Hogan.
Así, Trump ha llevado la hipocresía a un nivel que resulta absolutamente incompatible con cualquier legitimidad política, social y moral. Son medidas monstruosamente irresponsables que alientan la criminalización pública y anónima del "otro" como concepto y de una forma más que peligrosa porque se empieza por estos agravios discriminatorios y se acaba por campos de exterminio.
Si el máximo mandatario del país considera que cualquier mexicano es un presunto delincuente o un musulmán un probable terrorista ¿qué impide a algún tarado de los muchos que EEUU tiene en stock denigrar, apalear o liquidar a cualquier hispano o musulmán que se le cruce con o sin malentendido mediante? Además, puestos a atajar peligros potenciales para la seguridad del país y la integridad física de los estadounidenses, mejor haría Mister Tupé en analizar las estadísticas sobre el número de caucásicos cristianos que han dado matarile al prójimo en su propio país.
No obstante, Trump no es el problema sino un síntoma del mismo: la profunda
involución de la sociedad actual hacia el tenebrismo y la sinrazón más
visceral. Es decir, del mismo modo que Hitler no fue la causa sino la
consecuencia de la Alemania nazi, Trump es el resultado de un país que
no ha sabido reaccionar con madurez y serenidad a los desafíos que
amenazan la libertad y el bienestar mundial. EEUU es lo que es gracias al resto del mundo, en todos los niveles y sentidos. Esa postura aislacionista, paraonica, endogámica y clasista es más propia de una nación insular (hola, Gran Bretaña) que de un país con tanto mestizaje en su ADN como el de las barras y estrellas. Aislarse de semejante manera nunca será parte de la solución y sí del problema porque con medidas como éstas se hace por ejemplo el juego a todos los hijos de la gran locura que están deseosos de fornicar perpetuamente con unas cuantas huríes previa masacre de inocentes.
Afortunadamente, en EEUU aún queda suficiente justicia, dignidad y
sentido común para si no impedir los planes de Trump sí entorpecerlos lo
suficiente como para evitar ser comparsa de esa aberración llamada
Donald Trump.
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