jueves, 19 de enero de 2017

Dejar atrás

A veces, encerradas en la anónima cotidianidad, hay señales de que la civilización se ha ido a la mierda o está camino de ello. Basta con tener la vista o el oído encendidos para darse cuenta.

Ocurrió ayer. A eso de las siete menos viente de la tarde, en Madrid. En la parada 155 del autobús urbano número 28 que cubre la ruta entre Puerta de Alcalá y el barrio de Canillejas. Temperatura ambiente: dos grados. Sensación térmica: sensiblemente inferior. Caminaba yo por O'Donnell en dirección a Doctor Esquerdo cuando, de lejos, vi la siguiente escena: un hombre menudo, de avanzada edad y evidentes problemas motrices derivados de ella se aproximaba a toda la velocidad que le permitía su mermado y enjuto cuerpo a la citada parada del 28, situada en los aledaños del cruce de las calles O'Donnell y Máiquez, donde se encontraba parado dicho autobús, coincidiendo con el semáforo en rojo. El anciano, haciendo gala de un aparatoso esfuerzo y renunciando a apoyarse en un bastón que llevaba en ristre imagino que por creer que así ahorraría más tiempo, caminaba "rápido" por el filo de la acera al tiempo que hacía notorios aspavientos con la mano izquierda para advertir su presencia al conductor. El señor, contra pronóstico, alcanzó no sólo la marquesina de la parada sino que llegó hasta la misma puerta del bus justo en el momento en que el semáforo se puso en verde. En ese preciso instante, el autobús arrancó, dejando en tierra al hombre. Pasé pocos segundos después a su altura. Daba auténtica lástima verlo allí, desfondado después de desvencijarse "corriendo", varado en la marquesina, expuesto al terrible frío que hacía y humillado por el desprecio de alguien que había decidido no comportarse de forma acorde no ya al reglamento sino con un mínimo civismo. Del conductor del bus desconozco su identidad, edad, género y demás detalles pero sí sé lo suficiente como para decirle, desde aquí, lo siguiente: no sólo eres un gilipollas sino también un perfecto hijo de puta.

Lo peor de todo esto es que estas carencias de civismo, estas fallas en la humanidad del personal no son algo infrecuente, ya hablemos de paradas de autobús o de cualquier otro aspecto de la vida cotidiana en el que las personas podemos demostrar cuánta educación y sensibilidad llevamos dentro. En ese sentido, si hay a quien le da igual dejar colgado a un anciano en plena ola de frío polar, ¿qué le va a importar lo que les pase a los refugiados que actualmente se mueren de frío (literal o figuradamente) esperando a las puertas de Europa que alguien les deje de ver como un problema y les empiece a tratar como seres humanos? Uno de los grandes y graves problemas de la sociedad actual es que hay demasiada gente dispuesta a dejar atrás al "otro". Así nos va. Así nos irá.

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